Déjà Vu: Parte Dos

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Cerré la puerta detrás de mi, haciendo el menor ruido posible.

Paso Uno: ¡Completado!

Marqué una palomita mentalmente en mi lista imaginaria. Cuando me di la vuelta para continuar con el paso dos, la vista delante de mí me dejó boquiabierta.

Frente a mi había un enorme ventanal que ocupaba el espacio de toda una pared. Pero lo más sorprendente de todo era la vista: Un increíble cielo azul brillante sobre mi cabeza, haciéndome sentir diminuta ante su magnificencia. Debajo de éste los cientos de edificios y rascacielos de la ciudad de Nueva York, cada uno con sus propias características, dándole a la Gran Manzana su estilo cosmopolita y espectacular.

-¡Wow! -fue lo único que alcancé a decir, acercándome más a la ventana. Creo que estuve en ese estado por varios minutos, hasta que alguien me sacó de mi trance.

-¿Te gusta lo que ves?

Una voz casi susurrante se escuchó a mis espaldas.

-¡Pero por supuesto! Nunca había visto un paisaje tan increíble en toda mi vida... -volteé bastante emocionada para encarar la voz, y tuve que admitir que me había equivocado.

El paisaje más perfecto que alguien pudiera imaginarse estaba en el dueño de esa voz. Unos preciosos ojos azul turquesa, a juego con el cielo que acababa de admirar, estaban posados sobre mí. Por encima unas cejas bien proporcionadas, voluptuosas y curvas, seductoras como pocas. La frente ancha y despejada, una nariz recta y perfecta, los labios rectos y delgados... era como si pudiera mirar ese rostro toda la vida, y nunca cansarme de hacerlo.

Llevaba un traje negro hecho a la medida, con una camisa azul claro que resaltaba sus ojos a más no poder, y corbata lisa negra.

-Bonita corbata -en cuanto las palabras salieron de mi boca me arrepentí de ellas. Halagar su corbata era como admirar el marco de una pintura del Louvre.

-Gracias, fue un regalo -me sonrió, con una sonrisa que demostraba superioridad y suficiencia, y aún así no podía evitar sentirme cautivada por este tipo.

-Le traje esto -extendí mi mano con la carpeta para entregársela-. Quiero decir, la ejecutiva Clarkson se lo manda.

Él no hizo nada más que mirarla. Y después me miró a mí, estudiándome. Pero su mirada era completamente diferente a la de Nathan en mi primer día. Nathan trataba de ver a través de mí para saber si le convenía a la empresa, si podría trabajar conmigo. Elliot era más intenso, por decirlo en pocas palabras. Me estudiaba para saber cuáles eran mis debilidades, cómo lograría hacerme caer más rápidamente.

"Pues no le daría el gusto"

Estaba a punto de tirar los documentos al piso cuando se dignó a hablar de nuevo.

-Siéntate, por favor. Tengo algo para ella -caminó hacia mi derecha, donde estaba su escritorio, y se sentó en la silla de piel que había detrás. Dudé en imitarlo, pero sentí que si me quedaba de pie la situación se volvería más incómoda, y eso era lo último que quería.

Así que me acomodé en una de las dos sillas grises frente a su escritorio de madera oscura. Elliot estaba escribiendo con una pluma en una hoja en blanco, y decidí echar un vistazo al resto de la oficina. Era tres veces más grande que la de Norma, y contaba con unos pequeños silloncitos de piel negra en la parte de atrás, alrededor de una mesita de café.

Aunque no podía concentrarme en la decoración. El intenso aroma a su after-shave llenaba mi nariz, y hacía que casi me derritiera en mi lugar. Parecía emanar un aura de seguridad, arrogancia y masculinidad que, agregados a sus magníficos genes, lo hacían el partido perfecto. Claro que estaba muy lejos de serlo, a menos que ignoráramos su adicción por el sexo femenino.

-Y... ¿lleva mucho tiempo aquí? -pareció sorprenderse un poco de que quisiera hacer charla. La verdad, hasta a mi me sorprendía. Solía ser la que esperaba hasta que la otra persona hablara, pero Elliot parecía tener ese efecto extraño sobre mí.

"Que rápido paso de ser el jefe de Ventas a ser simplemente Elliot" -la irritantemente sabia voz de mi conciencia había aparecido para molestarme de nuevo.

-¿En la empresa o en la oficina? -esa maldita sonrisa de suficiencia de nuevo. Me estaba pidiendo a gritos que se la borrara del rostro con un buen golpe.

"-¿No con un beso?"

-¡Cállate maldito subconsciente! ¡Tú no tienes por qué meterte en esto!

-En ambos -le di mi sonrisa falsa que uso en ocasiones donde necesito ser hipócrita. (Eventos familiares masivos, como bodas y Navidades).

-Desde que me gradué. Éste ha sido mi único trabajo, pero hace seis meses terminaron esta nueva oficina y me ofrecieron el cambio -continuó escribiendo.

"Dios, ¿qué tanto escribe? Si me vuelve a mostrar esa estúpida sonrisa de nuevo, juro que lo mato...o lo beso."

Fue entonces que mis ojos se posaron en una pequeña plaquita plateada con su nombre sobre el escritorio. Era bastante sencilla, igual a la de todos los ejecutivos. Elliot S. Graham escrito en letras cursivas, nada especial. Excepto que por primera vez me había dado cuenta que compartía un apellido con el nombre de la empresa, Graham & Co.

"No es posible. ¡¿Acabo de pensar en besar al dueño de la compañía?!."

Esa Clara es toda una loquilla xD En fin, espero que les haya gustado el capítulo, y gracias por leerlo :D Voten y comenten, los amo :*

Office RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora