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Hasta entonces creía tener una buena definición de lo que era la palabra incómodo. Descubrí que no la tenía.

Quiero decir, que nunca había tenido que regresar a mi trabajo después de un mes de ausencia injustificada y con una "ligera amnesia postraumática que se desvanecería con el tiempo", si mi querido doctor coterráneo de apellido monosílado sabía dar diagnósticos. Y embarazada, para empeorar las cosas.

Aunque la verdad sea dicha, eso no me molestaba. Ya tenía un buen trabajo (eso si no me despedían en cuanto me vieran, claro), me había divertido mucho con mis amigas, había viajado... en fin, si un pequeño tenía que llegar a mi vida en algún momento, no me molestaba que fuera ahora. El problema era ¿quién rayos era Nathan? ¿Sería mi novio? ¿Una noche loca? Ya le estaba rogando a Dios porque mi cerebro se deshinchara completamente y pudiera volver a recordar todo, y con ello a mi vida normal.

Había tenido mucho tiempo para recuperar la mayoría de las cosas que me habían pasado a corto plazo, pero seguía con varias lagunas mentales. Afortunadamente, las enfermeras del hospital fueron lo suficientemente cuidadosas como para no dejarme ir hasta que estuvieron seguras de que sabía quién era y cómo había llegado a Francia. Las pobres solo me habían podido identificar gracias a que llevaba conmigo mi cartera con mi licencia de conducir (la cual había sacado por pura loquera, ya que antes de robarle la camioneta a Elliot no tenía auto). Claro que para dejar el país era necesario el pasaporte, el cual obviamente no tenía ni idea de donde se encontraba.

Después de una larga e infructuosa travesía (dado que me tardó siglos recordar en qué hotel me había quedado, y cuando por fin llegué ahí descubrí que no quedaba nada de la convención a la que había asistido) logré una especie de convenio con la embajada, y finalmente pude volver a casa.

Dormí las casi trece horas de vuelo, por lo que llegué bastante fresca al aeropuerto. Eran las seis de la mañana y el sol apenas comenzaba a asomarse. Supuse que tomando en cuenta que era lunes, y llevaba puesto un bonito vestido azul claro de lunares blancos, lo bastante formal como para una oficina, llegar a trabajar de una buena vez no sería tan mala idea.

Terrible error. Era una malísima idea. Me había escrito la dirección en el dorso de la mano en cuanto me había llegado a la mente para no olvidarla, pero cuando llegué ahí comencé a dudar de mi misma. No había absolutamente nadie en la recepción, y comencé a jugar con la idea de hacer una película de terror ambientada en una "oficina-fantasma". Estaba segura de que vendería. La gente ya está harta de casas embrujadas y callejones oscuros.

Pensé en darme la vuelta y regresar más tarde, pero entonces finalmente a mi cuerpo se le ocurrió volver a la vida y comenzó a avanzar por si sólo. Casi sin poder evitarlo, supe por dónde estaban los ascensores, y automáticamente mi mano eligió el piso que tenía que tomar.

Bendita sea la memoria corporal.

Cuando abrí la puerta con el marco de Ventas 2da División en ella esperé encontrarme con la obscuridad total, tal y como había hecho al salir del elevador (y que me había hecho reforzar aún más la idea de mi película). Sin embargo, ahí sí había luz, y un hombre alto de espaldas a mí hojeaba unos papeles sobre una mesa.

-Disculpa, ¿sabes si...? -al escuchar mi voz se dio la vuelta y una de esas lagunas se borró dentro de mi cerebro. Sonreí de oreja a oreja y corrí a abrazarlo.

-¡Nathan!

Él me sonrió, perplejo.

-¡Blazy! Pero que digo, si no estás ni siquiera de traje. ¿Sé puede saber debajo de qué piedra estabas metida? -dijo respondiendo a mi abrazo.

-Nunca me lo vas a creer Nathan, ni siquiera yo termino de creérmelo, pero -me detuve a mitad de la oración. Mi viaje loco podía esperar un poco más, antes tenía que despejar otra duda-, ¿sabías que estoy embarazada?

Nathan se separó de mí a la velocidad del rayo.

-¡¿Es en serio?! -asentí-. Esto es demasiado para mi sublime persona.

-Creo que yo también dije algo así cuando me enteré. Pero oye, el problema es...

-No puedo creerlo. Mi pequeña Blazy ya es toda una mujer y yo ni siquiera me he casado.

-Es verdad, eres un solterón. La cosa es que al parecer tengo una ligera amnesia, y me preguntaba si...

-He tenido muy poco tiempo para pensarlo, pero si es una niña, ¿has considerado ponerle Nathalia?

-¡Nathaniel! -el pobre saltó al escucharme gritar tan cerca. Ya habría tiempo para sus tonterías después, había algo más urgente-. ¿Tú y yo...?

-¿Qué? Oh, no, no, no, no. No -dijo negando con las manos-, tú y yo somos estrictamente amigos, Blazy. En eso estoy completamente seguro. Cien de cien.

-Vale -suspiré. Había tenido ese presentimiento desde el abrazo, pero no estaba de más confirmarlo. A pesar de saber lo ridícula que me oiría, en ese momento no tenía a nadie más que me pudiera contar algo de mí, así que pregunté-: ¿Sabes si tengo novio, o algo por el estilo?

Nathan se pasó una mano por sus cabellos rubios, despeinándolos un poco en el proceso.

-Creo que antes de que pasemos a eso, tengo derecho a saber por qué me dejaste vestido y alborotado en un aeropuerto ¿no? -dijo con una sonrisa incómoda, evidentemente ansioso de cambiar el tema-. Por cierto, tengo algo muy importante que pedirte, recuérdamelo cuando termines de explicarme todo.

Me crucé de brazos. En mi opinión, yo debería ser la que hiciera las preguntas aquí, pero acababa de reencontrarme con mi (ahora recordaba) mejor amigo, y no quería arruinar el momento poniéndome exigente. Así que nos sentamos en una de las sillas junto a la cafetera y comencé a relatarle todo.

-Y ya de regreso, el señor que se sentó junto a mí tenía una severa alergia a los cacahuates, y en cuanto abrí la bolsa que me dio la azafata, comenzó a ponerse rojo y a inflarse y yo no sabía que hacer, entonces...

-Lo que yo sí sé es que no se les paga para que estén riéndose -una voz a nuestras espaldas nos interrumpió, sobre todo a Nathan, que ya también estaba rojo de tanto reírse de mis desventuras.

El hablar con Nathan me había ayudado a despejar gran parte de mis dudas existenciales. Eso es lo bueno de tener un mejor amigo que se sabe todo de tu vida, puede contártela cuando más lo necesitas. Y justo ahora, de lo único que no había querido hablar se encontraba justo atrás de nosotros. Ni siquiera necesité verlo a los ojos. En cuanto su perfume llegó a mí cualquier rastro de amnesia se fue. El motivo: Elliot.

Office RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora