Secrets II

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-Voy a contarte el mayor secreto de mi vida. El mejor guardado. Ni siquiera mis padres lo conocen -dije abrazando la almohada.

Natalia asintió. Supongo que debía de extrañarle un poco que fuera a hacerle semejante declaración a alguien a quien apenas conocía, pero ya estaba cansada de cargar con ese peso demasiado tiempo, ¿y lo que pasa en París se queda en París, no?

"Ya sé que el dicho habla de Las Vegas, pero déjenme soñar"

-Todo empezó cuando entré a la universidad. Tenía dieciocho años y nada de experiencia de la vida -suspiré-, creí que vivir sola iba a ser fácil, y a la semana me di cuenta de que no tenía ni idea de en que me había metido. Una noche, regresaba a casa después de recoger mi humilde sueldo como mesera (trabajo que me había costado días en conseguir), y a algún idiota en motocicleta se le ocurrió robarme.

-¿Pero no contaba con tu astucia? -inquirió Natalia. Sonreí.

-No contaba con que a la vuelta de la esquina había una cafetería, y que justamente en ese momento, un oficial recién graduado de la academia de policía estaba saliendo después de comprar su dosis semanal de donas.

Miré por un momento la cara de mi compañera y me reí. Sí, puede que haya sido lo más cliché del mundo, pero puedo jurar que así sucedió.

-Se llamaba Sebastian Parker, y fue mi primer amor. ¿Sabes? No era nada del otro mundo. Cuando lo veías por primera vez, era un policía más, común y corriente, del tipo al que le preguntas como llegar a una calle cualquiera. Pero a mis ojos era todo un héroe.

Comenzamos a salir, y al cabo de unas semanas estábamos viviendo juntos. Nuestra relación no era la gran cosa. No sentía esa "pasión desbordante" cada vez que llegaba a casa, pero tenía a alguien que me entendía, con quien podía hablar absolutamente de todo y nunca cansarme.

No salíamos a lugares caros porque no teníamos mucho dinero, preferíamos quedarnos en el sofá viendo videos graciosos de Youtube. En la calle era el policía que se ganaba la admiración de sus superiores por lo bien que portaba el uniforme, y en la casa era el hombre que cosía los botones de mis blusas para que llegara presentable a mis clases.

Hice una pausa. Las lágrimas que había estado conteniendo pugnaban por salir. Al final no pude soportarlo más y rompí a llorar. Aún así alcancé a escucharme decir:

-Lo amaba tanto Natalia, no lo entiendes. Él me hacía sentir protegida, segura y querida. Jamás había querido a alguien como lo quise a él. Tan sólo recordar su rostro, la sonrisa que sólo me daba a mi después de un largo y cansado día de trabajo... sus detalles tan dulces...

"Estúpidos sentimientos. Sólo te hacen quedar mal en público."

No sé cuanto tiempo lloré. Seguramente fueron minutos, sin embargo a mí me parecieron horas. Natalia amablemente me acercó una caja de Kleenex del baño, lo cual agradecí con una sonrisa.

Después de recuperar el aliento, hizo una pausa para que continuara.

-Pasaron los años, y por supuesto que nos pasó por la mente la idea de casarnos. Planeábamos hacerlo en cuanto yo acabara la escuela, y justo entonces algo inesperado sucedió.

-¿Quedaste embarazada? -atrevió.

Solté una risa desanimada.

-No. Sí. Algo así. Haciendo corta una larga historia, digamos que adopté una niña. Al fin y al cabo, íbamos a terminar teniendo niños, y que no fueran nuestros no importaba mucho. Nuestra economía no era muy estable, pero lográbamos llegar a fin de mes. Hasta que a Sebastian lo suspendieron del trabajo por meterse con gente con la que no debía, entonces las cosas sí se pusieron feas. Era un hombre muy necio, y estaba seguro de que él tenía la razón en ese asunto, pero no había nada que se pudiera hacer. Comenzó a tomar con unos viejos amigos, y cuando volvía a la casa estaba muy irritable. Tan irritable que un día, no recuerdo por qué tontería, me golpeó.

Natalia abrió los ojos en asombro. Yo me encogí de hombros, aclarándole que hacía mucho que lo había superado.

-Yo lo quería tanto que habría soportado cualquier cosa por él, pero ya no sólo era yo. También estaba Tania, mi princesa, y no quería que ella creciera en ese tipo de ambiente. Así que con todo el dolor de mi corazón le dije que las cosas no podían seguir de esa forma. Que me llamara cuando estuviera dispuesto a cambiar, y yo estaría a su lado en cada momento.

A continuación vino un breve silencio.

-Nunca llamó.

Quise volver a llorar, pero descubrí que ya me había acabado mis reservas de lágrimas.

-Supongo que nunca le importé tanto como él a mí. Con el tiempo aprendí a seguir adelante, por mucho que me doliera.

En ese momento necesitaba un abrazo. Debí de haberme visto tan desamparada que Natalia me abrió los brazos, y me acurruqué contra ella.

-A partir de ese entonces prometí nunca volver a enamorarme de nadie. El amor sólo me había brindado dolor , ¿para qué caer en su juego otra vez? Acabé la universidad, llena de chicos que querían una oportunidad conmigo, y aunque más de alguno me atraía, los rechacé a todos. Cuando entré a trabajar a Graham & Co. juré seguir como hasta ahora, pero tenía que llegar Nathan con su bondad y sus buenos modales, y luego vino Elliot con su encanto natural...

Los brazos que me rodeaban se separaron para permitirle a Natalia mirarme a la cara.

-Espera un momento. Entiendo la parte de Nate, digo, ese chico es más bueno que el pan, es imposible no quererlo, pero ¿Ellliot? ¿En serio? No pareces el tipo de chica que saldría con el playboy por diversión, y eso es lo único que busca el jefe de Ventas.

-Sé que suena ridículo, pero creo que Elliot es el tipo de hombre que se la pasa mariposeando hasta que encuentra a la indicada. Además, él puede ser tremendamente dulce cuando quiere...

-Pero no es de los que se casan -continuó.

-Exactamente -corroboré-. Sí existiera alguien con las cualidades de ambos, la vida sería perfecta.

-Nada más lejos de la realidad querida. Puede que te lleve sólo un par de años, y sea una firme partidaria del amor libre, pero puedo decirte que cerrarte al amor es una idea estúpida. No importa que tanto lo intentes, volverá a ti. Ahora vamos a dormir, que mañana tengo una junta de parte del congreso, y no quiero dormirme a la mitad -me dio un beso en la cabeza y regresé a mi cama.

Ya habíamos apagado las luces cuando sentí que debí a decirle algo más.

-Natalia, ¿estás dormida?

-Sí. Cállate e imítame.

-Gracias por escuchar mi historia. Espero no haberte aburrido.

-No lo hiciste. Gracias a ti por tenerme la confianza para contármela.

-Buenas noches Nat.

-Oye, sigo siendo Natalia para ti -dijo en tono burlón-. Buenas noches Clara.

Esa noche dormí profundamente, como no lo había hecho en años.

Office RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora