New Office

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-Clara, si no estás demasiado ocupada, sígueme por favor -no era una petición, tal y como sugerían sus palabras. Aún así, decidí hacerle caso y me levanté de la silla en la que estaba sentada como escolar para escoltar a Elliot por el pasillo que llevaba a su oficina.

En el fondo estaba agradecida, ya que comenzaban a escucharse bastantes ruidos en el otro lado de la puerta que daba a la 2da División , y aún no me sentía lista para enfrentar a mis compañeros. Le lancé una rápida mirada de súplica a Nathan y comprendí que me había entendido. Por sus ojos supe que él se encargaría de contarles algo semi- ficticio para justificar mi ausencia.

Para mi sorpresa, cuando nos detuvimos no fue enfrente de su oficina, sino unas tres puertas más allá, en un pequeño cuarto que servía como sala de juntas. Nathan y yo solíamos hacer el tonto ahí algunas veces, cuando nos quedábamos a hacer horas extras y tratábamos de hacer descansar a nuestros cerebros dibujando tonterías en el pizarrón pegado a una de las paredes. Claro que siempre los borrábamos antes de irnos, o los ejecutivos hubieran comenzado sus juntas mañaneras con una ballena azul con patas y sombrero, al lado de un "N estuvo aquí" viéndolos desde el pizarrón.

-Conozco a mucha gente con alergia al cacahuate. Sin embargo, creo que tú eres la única persona que es alérgica a mí -dijo Elliot mirándome a los ojos después de cerrar la puerta.

-¿Por qué lo dices? -comenté para ganar tiempo.

-¡Porque cada vez que pasamos la noche juntos desapareces de la nada! Digo, tengo que agradecer que en esta ocasión no te hayas llevado mi avión o algo peor, pero aún así -me tomó por los codos y me acercó a él-, creía que ya estábamos bien, Clara.

-Incluso si lo estuviéramos, Elliot, las cosas han cambiado -me separé suavemente y retrocedí unos pasos-. Estoy embarazada.

Antes de darle oportunidad de responder me le adelanté.

-Todavía no tengo mucho tiempo, así que de hecho no es seguro ir anunciándolo, pero como sé que eres el padre, considero justo ponerte sobre aviso. Voy a tenerlo y no es necesario que nos casemos ni que me des nada, y si crees que trabajar juntos no será fácil, lo único que necesito es una carta de recomendación para...

-Clara, Clara -dijo él sonriendo-, ya lo sabía.

Definitivamente debe de haber algún tipo de complot por ahí. O la gente que me conoce se junta los días trece de cada mes en una cueva subterránea vestida con capuchas y conspiran sobre cómo guardarse cosas importantes y decirlas lo más tarde posible, o me estoy volviendo paranoica.

-¿Cómo que ya lo sabías? -pregunté más sorprendida que enojada.

-¿De verdad creías que me iba a quedar tan contento viendo como pasaban las horas y tú no volvías? Ya te había dejado ir una vez, no me iba a pasar lo mismo. Así que te busqué como loco por todo París hasta que di en qué hospital estabas, pero como no era familiar no me quisieron decir nada. Hubiera preferido mil veces quedarme a tu lado, pero tenía que regresar y seguir trabajando en la empresa -se rascó la cabeza, apenado-. Surgieron muchos tratos después de la convención, y como me aseguraron que no estabas en peligro de muerte, sino que sólo necesitabas mucho reposo, y los franceses no me dejaban ni verte, volví. Cada tercer día llamaba a un amigo que trabaja en el hospital para saber como seguías, así fue como me enteré de tu estado. Planeaba llamarlo mañana, no sabía que ya habías despertado.

-¿Y no pudiste dejarles mi celular o mis cosas en el hospital? Tuve que hacer una fila de una hora, Elliot, ¡una hora! en la embajada para que me atendieran y me dieran un pasaporte provisional.

-La verdad es que no se me ocurrió -admitió-; pero si me lo permites, puedo comenzar a hacerte la vida un poco más fácil a partir de ahora. Quiero lo mejor para usted y para nuestro hijo, ejecutiva Sullivan.

Cuando abrió la otra puerta casi me caigo de espaldas. Si el paisaje que había visto por primera en su oficina quitaba el aliento, este le hacía buena competencia. Elliot me había sacado del salón y me hizo entrar en una puerta justo enfrente. Tras ella estaba un pequeña oficina comparada con la suya, pero al quedar justo en la esquina del edificio dos de las paredes eran puro cristal, dejando a la vista una postal magnífica de los rascacielos de Nueva York.

-Es estupenda -admití extasiada.

-Y es tuya -comentó Elliot detrás de mí.

-No puedo aceptarla, Elliot -respondí seria.

-¿Por qué no? -frunció el ceño. Se veía curiosamente adorable cuando lo hacía. Me acerqué a la ventana para que no me viera sonreír.

-Hay cientos de buenos secretarios en esta empresa que han hecho cosas mil veces mejores a las mías, y que merecen mucho más que yo estar en esa silla. No quiero que me des todo esto solo porque tú y yo tenemos algo. Eso sería favoritismo puro y duro, y yo no trabajo así.

-Pues lo siento mucho, porque incluso mi abuelo, quien casualmente es el dueño de la empresa, aprobó la decisión. Es cierto que ya no se para por aquí desde hace mucho, pero estoy seguro que si se entera de que alguien con las capacidades para ser ejecutiva y que además no debe someterse a altos niveles de estrés por casi un año no sigue sus órdenes... bueno, digamos que no se va a poner de buenas.

-¿Acaso me está chantajeando, señor Graham? -dije rodeando su cuello con mis brazos.

-Quizás -susurró, sus labios rozando los míos.

-En ese caso, yo también puedo jugar a eso.

-¿A sí? ¿Y qué desea Su Majestad? ¿Un yate? -podía notar el brillo de sus preciosos ojos azules tan cerca de los míos.

-Deja de decir esas tonterías, no estoy tan obsesionada con los medios de transporte. Si de verdad vamos a hacer esto bien, y considerando que pronto seremos tres... quiero que conozcas a mis padres.

Y así es, señores y señoras, como se puede obtener el mismo efecto de un baldazo de agua fría en un hombre sin agua involucrada. Por si querían saber.

Office RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora