32. Verdad a medias

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—¿Me mentirás? —cuestioné.

Andrew guardó silencio.

Al despertar, Andrew seguía en nuestro hogar. Recibió a Cristina de su curso de verano y estuvo con ella mientras yo descansaba. Bajé a la cocina para comer con ellos y convivir con mi hermana. Aunque ella no hablaba ni expresaba mucho, la había extrañado tanto que sentí un vuelco en el corazón cuando me recibió con un abrazo y comenzó a hablarme de su curso de verano. Era de arte, había hecho nuevas amigas y le gustaba pasar tiempo en el exterior. Me sorprendió que hablara tanto por primera vez, pero me alegró.

Cristina había crecido un poco desde la última vez que la había visto, incluso se notaba un cambio emocional en ella. Sonreía más. Podía mantener mejor el contacto visual. Ya no se sonrojaba cada que alguien mencionaba su nombre.

Tal vez pasar más de un mes con Natalia fue bueno para ambas. Se complementaban bien.

Terminando de comer, Cristina se despidió de nosotros porque Natalia la recogería para ir a una fiesta de cumpleaños de una de sus amigas del curso. Andrew y yo subimos a mi habitación. Me dijo que sería mejor que se sentara, así que lo hice sobre la cama, pero odiaba encorvarme, así que terminé acostada. Mis pies descalzos daban hacia la cabecera mientras mi cabello caía al borde de la cama. Andrew había optado por quedarse sentado en el piso, con la espalda recargada en la base de la cama y una puerta flexionada para recargar su brazo sobre ella. Nuestros rostros estaban a la misma altura.

Suspiró.

—No. A menos que deba hacerlo, para protegerte —aclaró.

Resoplé.

—Entonces es un sí.

—Sí.

Mantuve mi vista fija en el techo de la habitación, donde colgaba un candelabro de velas falsas que en vez de flamas tenían focos. Estaba adornado con piedras brillantes que en su momento me habían parecido excelente idea, pero ahora... parecía demasiado. No necesitaba tanto.

—Genial. No puedo confiar ni en mi propio primo —espeté.

—Cam, cuando hablamos de la Academia... soy tu profesor, soy tu jefe, pero no tu primo. No puedo ser tu familia y esconderte todo lo que sé.

—¿Se supone que eso debía hacerme sentir mejor? Porque no fue así.

De nuevo nos quedamos en silencio.

Era extraño escuchar silencio. Por poco había olvidado lo que era. En el bosque nunca había absoluto silencio. Cuando no hablábamos, había alguien entrenando, o alguien cocinando, o alguien martillando, o Ryan roncando. Incluso por las noches se escuchaban los movimientos de los animales en el bosque o el lejano murmullo del río.

—Kira no fue la única que te borró la memoria —dijo Andrew—. Boston e Índigo ayudaron. Yo ayudé. Lo siento.

Coloqué las manos sobre mi vientre.

—¿Por qué lo hicieron? —pregunté, casi en un susurro—. Nos borraron días de nuestras vidas y nos reiniciaron como computadoras. No recuerdo mucho después de las... arañas. —Pronunciar aquella palabra me fue difícil y hacía tiempo que había superado esa acción. —Pero sé que eso es porque por los siguientes días estuve funcionando en piloto automático, sin ser muy consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Esos sucesos... fueron importantes. ¿Por qué borrarlos?

Andrew se aclaró la garganta.

—¿Quieres que te diga la espeluznante verdad a medias o prefieres no saber nada? Y, antes de que respondas, yo de verdad te sugiero la segunda opción. Saber una verdad a medias no es bueno.

Anormal | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora