Dos semanas Lisa a ignorado paralímpicamente a su amorcito, su corazón se siente triste, pero ella no sucumbirá a la tentación de perdonarlo hasta que realmente le duela como a ella, su desprecio.
– Buenos días Lili. – Monie su vecina, una anciana mayor cuya soledad es evidente al no tener algún tipo de familiar. Para la mujer, Lisa es lo más cercano que tiene a una hija, pues rápidamente se volvieron cercanas tras mudarse la pelirosa al edificio.
Cada mañana Lalisa sale a correr antes de abrir su repostería y empezar la jornada laboral, la mayor está muy acostumbrada a su rutina empezando por barrer la entrada de su casa mientras saluda sin falta a la pelirosa.
– No he visto a ese noviecito tuyo salir tan temprano como acostumbra. – la mayor es la única que ha visto al galante hombre. Pero su disgusto es claro.
– Oh, lo que pasa es que hemos discutido. – su rostro decayó rápidamente al recordar.
– Ya decía que no era normal no escuchar gemidos, gritos o golpes sobre la pared durante toda la noche. – las mejillas rosadas de la joven se intensificaron por la declaración de la mayor.
– Y..yo... - tragó en seco, ella quiere meter la cabeza en tierra.
– Lo lamento, no creí que se escucharan. – carraspeó evidentemente incomoda.
Pero Monie rie al ver el rostro de la bonita chica morder su labio inferior tratando de mantenerse cuerda en la bochornosa situación
– Lo siento tanto señora Monie, de seguro no duerme por mi culpa. – sus ojitos empezaron a llenarse de lágrimas. Se siente culpable.
– Está bien querida, son jóvenes y enérgicos. – intentó calmarla cuando la primera lagrima se derramó por el pequeño rostro.
– La he molestado. – puchereó mientras siguió llorando. Lisa no quiere ser un terror como vecina y aunque sí, admite que es un poco ruidosa cuando tiene sexo y juega no pensó que las paredes fueran tan poco insonoras.
– No llores, incluso yo lo haría si tuviera un novio tan guapo como él tuyo. – limpió las lágrimas
– Mi amorcito es bonito. – hipó.
– Ay hija, aunque debo de confesar que hay algo que no termina de convencerme en ese hombre. – Lisa le miró con atención mientras inclina su cabeza.
– Es atractivo como el infierno. – bromeó. – Pero se ve igual de peligroso que el mismísimo demonio. – espera que ella puede entender a lo que se refiere.
La oji-gris es alguien muy inocente para notar la maldad en el mundo, pero ella, con su experiencia puede intuir que la presencia de ese pelinegro no es buena en la vida de una mujer tan ingenua como Lalisa. Lo ha visto llegar en exuberantes camionetas blindadas. Incluso bajar acompañado de al menos cuatro guardias. ¿eso es normal? Claramente no, no quiere que le ocurra algo malo a la repostera.