Epílogo

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• 10 años después •

La casa Madrigal.
Con la estructura de una simple casita acogedora y colorida por fuera; más, por dentro, albergaba un sin número de maravillas en cada rincón.

Casita amaba atender a la familia que vivía en ella, les ayudaba en su día a día y disfrutaba de la armonía y la originalidad que todos, con sus únicos dones, le aportaban.

—Solo 5 minutos, ¡¿Podrías dejar de incendiar cosas, por solo 5 minutos?!—
La voz de un niñito resonó directamente de la sala.

Bueno, Casita tenia que admitir que la tranquilidad no era uno de sus fuertes; pero, apesar de todo, la familia siempre lograba entenderse y solucionar sus discusiones. Porque, no hay nada roto, que no puedan arreglarlo todos juntos.

—Solo estaba bailando. No es mi culpa que broten chispas de mis pasos—
Se defendió su hermano, con un pobre argumento.
Es decir, estaba consciente que debía aprender a controlar su emoción y no prenderle fuego a la pista de baile o lo que se encontrara alrededor, pero quien piensa en eso cuando se deja llevar por el ritmo.
Además, para eso tenía a su hermano, para que se encargara de apagar sus desastres.

Un rubio de ya 24 años fue a revisar el lugar de donde provenian aquellos gritos.
El joven arrullaba a una pequeña castaña rizada, de hermosos ojos cafés claro de apenas 2 años.
La bebita jugaba con un diminuto reptil que yacía sobre su estómago y cambiaba de color verde a amarillo en solo segundos.

—Chicos no peleen, ¿Si?— pronunció el pecoso, avanzando hasta estar en medio de los infantes.
Su voz era calmada, pero firme. Si no los entretenía con algo, aquí arderia Troya.
Y no lo decía porque uno de ellos tuviera el don de controlar el fuego; simplemente, era sentido común.
—¿Por qué no descansan un rato mientras está la cena?, hoy fue un día muy ajetreado —

—Y aún así no estoy nada cansada— protestaba una rubia rizada, sobre uno de los sofás.
Ella tenía sus bracitos cruzados, molesta o más bien aburrida.

El rubio mayor estaba por reprenderla ante la falta de respeto, pero un chiquillo que apareció de la nada, le impidió seguir expresándose.
—¡¿Qué te pasó en la nariz?!— cuestionó Santiago, agitado al ver lo roja que esta se encontraba.
La inspeccionó de cerca sin soltar a su hija del agarre.

—Una picadura de abeja— contestó sin darle importancia. —Quien iba a decir que me molestarían aún siendo invisible — se rió, para desaparecer de nuevo y aparecer de repente al lado de su prima en el sofá.

Thiago unió sus labios en una mueca de preocupación, esperando que con la cena esa hinchazón desapareciera.

—¡Hey, cuñadito!— La voz de Antonio dispersó la mueca en una sonrisa ladina que recibió con gusto al adolescente.
—Mi mamá dice que la mesa estará servida en unos minutos — concluyó, mirando a una morena que lo seguía desde la cocina.

—¿Te ayudamos con ellos?— ofreció Luz.
Sabia que sus 7 sobrinos no soportarían estar tanto tiempo quietesitos.
Samuel no le preocupaba mucho, su hermano era muy calmado a comparación del resto; y la bebé, bueno...estaba muy agusto en los brazos de su "Papi".

Let's talk about the Madrigal's 🦋🌱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora