26|Las promesas también se rompen

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«Existen muchas maneras de decir ¨te quiero¨ sin decir ¨te quiero¨».

♡♡♡

Elizabeth:

Me desvelo. Paso mi mano al lado izquierdo de la cama; sin embargo, él no está ahí. Agarro el celular de la mesita de noche y el reloj marca las cuatro de la madrugada. Aún no amanece, la habitación está envuelta en una completa oscuridad. Mis pies desnudos tocan el suelo helado y camino de puntillas hasta la puerta. Abro y un pequeño resplandor proveniente de la mampara de cristal de la terraza incide justo en medio del salón.

Nicholas estaba golpeando una y otra vez el saco viejo que a duras penas se sostenía del techo. Las perlas de sudor le recorrían todo el dorso y pequeños quejidos salían de su boca. Estaba de espaldas a mí. No nota mi presencia, por lo que aprovecho ese momento para observarlo unos minutos más. Sin hacer el menor ruido posible congelo la mirada en el único punto de luz de la sala, Nicholas.

Aporreaba el costal como si dejara salir un enojo contenido por años. Cada impacto de su puño era con más intensidad. Tuve miedo, al verlo sangrar por los nudillos. El silencio era tan profundo que desde el marco de la puerta lo escucho respirar. Un último golpe, finalmente lo derriba y cae al suelo levantando con él una pequeña y casi invisible nube de polvo.

Gira. No me esperaba despierta, eso seguro. Un escalofrío recorre mi espina dorsal al verlo acercarse. Pocos metros lo separan de mí y pienso en todo un cuestionario que tendrá en mente o quizás en absurdos regaños, pero no, lo que hace me deja completamente atónita.

—¿¡Nicholas!?

Me abraza tan fuerte como si su vida dependiese de ello, envolviendo sus enormes y sudados brazos en mi diminuta cintura a comparación. Podría imaginar cualquier reacción menos esta y es entonces cuando me doy cuenta que aquel chico rudo e impenetrable es tan solo un castillo derribado. Sus ojos dorados se nublan y su cuerpo busca refugio en mí.

Quisiera poder hallar respuestas a su comportamiento, poder ser un apoyo. Pero como ayudo a sanar una herida si no conozco qué la provocó. Lagunas en su historia que se niega a contar, pero por experiencia sé que guardarse las cosas nunca ha sido la solución, simplemente hay que... "dejarlas ir".

Vivir en un recuerdo es como navegar a contracorriente, hay que dejar ir, aunque seas náufrago y comiences de cero, a seguir anclado al mar combatiendo pesadillas y sufrimiento.

Solloza en mis brazos. Se ve tan indefenso, inocente, como un niño. Mis manos recorren su rostro y cabello, preguntándome por qué un ser tan perfecto esconde tantos secretos y vive en su cápsula de agonía. Tomo una de sus manos y beso los nudillos ensangrentados, me mira con una cálida sonrisa asomando por su rostro y cierra los ojos.

—Nico, descansa. Lo necesitas.

—No Callen, lo único que necesito es estar a tu lado.

Me toma por la cintura y me lleva en brazos hasta el sofá. Observo su muñeca y hago una pequeña presión a lo que responde con una mueca de dolor.

—¿Te duele?

—Me duelen otras cosas, esto es apenas insignificante.

—¿Quieres tomar algo para el dolor? ¿Un analgésico tal vez? ¿Dónde guardas los medicamentos? —Todo mi cuerpo se impulsó hacia delante en pos de ir a buscar las dichosas pastillas; en cambio, con una sola mano me sienta y me mira con cara de pocos amigos —No hagas eso —Le rebato mirándolo fijamente a los ojos.

—Y tú no intentes curar mi dolor con droga —Me contradice, imponente y testarudo.

—No es... agh, olvídalo. No quiero discutir —La verdad, tampoco tiene sentido.

Voces del Otoño © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora