XXII: Enemigo en marcha

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De toda la vida a Winger le gustaban los caballos, pero esta vez se sintió bastante decepcionado al enterarse de que viajarían hasta la casa del conde Milau en una diligencia regular, y no en uno de esos llamativos coches motorizados.

—Tal vez algún día reemplacen al transporte tradicional —explicó Matts—. Pero por ahora, esto sigue siendo más eficiente.

La diligencia atravesó largas avenidas antes de que pudieran dejar atrás la zona céntrica. Battlos era una ciudad tan vasta que otras capitales como Doovati o Miseto parecían urbes secundarias en comparación.

—Llegaríamos más rápido volando en dragón... —murmuró Winger en cierto momento, aunque nadie pareció prestarle atención—. ¿Todavía estamos lejos de la residencia del conde?

—Nunca se está lo suficientemente lejos de ese hombre —le respondió Rupel con un tono mordaz.

Winger la miró sorprendido.

—¿Por qué estás tan molesta con el conde Milau?

Rupel le dedicó unos ojos en llamas:

—¡Porque nos secuestró! Ni bien llegó a Playamar con sus aires de espectro tenebroso se puso a sermonearnos y nos ordenó que subamos a su barco.

—¡El conde se echó a Rupel al hombro y la cargó por toda la playa! —se sumó Soria a la queja—. Yo intenté rescatarla, pero también me atrapó a mí.

—No fue tu culpa, amiga —aclaró la pelirroja—. Si yo no hubiera estado tan débil, esa estatua de mármol no la hubiera tenido tan fácil...

—Ya estábamos arriba del barco cuando él nos dijo que viajaríamos hasta aquí —prosiguió Soria—. ¡Le rogamos y le rogamos, pero no nos dejó bajar!

—Apenas si me dio tiempo para hacer una nota y dársela a Jade desde la cubierta —agregó Rupel—. Por cierto, ¿sabes cómo están Jade y Krista? ¿Recibiste la nota?

—Ellos están bien —contestó Winger—. Krista ya se curó. Y sí, recibí tu nota.

—Pues qué alivio... ¡Y qué vergüenza! —acotó la pelirroja al recordar lo que había escrito en ese papel—. En fin, cruzamos el Océano. Viaje horrendo. Al menos aproveché esas semanas para recuperar mi elasticidad y fortalecer la musculatura.

—¡Yo también me volví más fuerte! —indicó Soria—. Rupel me entrenó. Ahora es mi maestra.

—Llegamos a Battlos y fuimos directo a la antigua casa familiar de Milau —continuó Rupel—. TÉ-TRI-CA...

—¡Oye! Esa casa llevaba más de un siglo en desuso —intervino entonces Matts, por lo visto, un poco dolido por el comentario—. Mi tío Julius es uno de los cuidadores de las propiedades del conde. Tratamos de ponerla en condiciones a tiempo, pero no es tarea sencilla...

—¡Ahí fue cuando conocimos a Matts! —recordó Soria—. Rupel seguía furiosa con el conde, le dijo que no pensaba dormir en el mismo lugar que él ni una noche más, y Matts se ofreció a darnos alojamiento.

—Cualquier cosa con tal que no tiraran abajo la casa batallando...

Winger echó a reír ante el comentario de Matts, pero se quedó mudo al comprobar que Rupel no se estaba divirtiendo para nada.

—No es broma —aclaró ella—. Yo estaba dispuesta a partirle la cara si seguía obligándome a obedecer sus mandos...

—Los acontecimientos en Dánnuca se precipitaron de una manera imprevista —dijo entonces Méredith—. Dudo que el conde haya obrado con malas intenciones hacia ti. Tal vez deberías tratar de ponerte en su lugar.

Etérrano III: Disparo del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora