La selva de Lupú-Lubot fue alguna vez el corazón verde del desierto de Lakathos.
Y un día dejó de serlo.
Libélula recordaba con muchísimo dolor ese día.
Todavía no había amanecido. El pimpollo dentro del cual el ángel descansaba aún no se había abierto, cuando un sentimiento lacerante la estremeció.
Era el lamento de cientos de miles de criaturas sufriendo.
Desesperada, abandonó su refugio en la montaña Entalión, y desoyendo los consejos del árbol Arrevius, voló hacia el este. Muchos de sus amigos vivían en Lupú-Lubot. No podía ignorar su grito de socorro.
La nube de humo fue el preludio de lo que encontraría al arribar al lugar.
La selva se había convertido en un mar de fuego.
La vida verde y azul ardía en llamaradas rojas y anaranjadas.
Sus pies entraron en contacto con el suelo caliente. Vagó afligida, sin saber qué hacer, entre árboles carbonizados y huesos renegridos.
La máscara de Libélula se contaba entre las reliquias más admirables, pues la protegía las hostilidades de entorno. El calor extremo, el humo tóxico y la falta de oxígeno no representaban un peligro para ella. Pero a pesar de sus asombrosas cualidades, la máscara no amortiguaba la sensación desgarradora que experimentó en esos momentos. Las lágrimas que le mojaban la cara eran gotas que en vano pretendían apagar el incendio...
De pronto, una silueta se cruzó en su camino.
Libélula se detuvo.
Su reliquia también le permitía pasar desapercibida entre las miradas indeseadas, pero en esta ocasión no tuvo la necesidad de ocultarse.
—Blásteroy...
En efecto, se había topado con uno de los ángeles de Riblast.
Blásteroy era una mujer tan hermosa como sobresaliente. En sus ojos verdes moraba una seguridad que no era posible hallar en nadie más. Su túnica blanca realzaba su silueta imponente. Su mano derecha sujetaba con tenacidad la espada capaz de cercenar el viento.
—Si buscas a la responsable de toda esta destrucción sin sentido, está justo frente a nosotras.
Libélula siguió la dirección que la espada de Blásteroy le indicaba.
Un remolino de fuego se elevó hacia el cielo para luego descender como una lluvia abrasadora. En el centro de ese remolino había otro ángel. Y en la mano del ángel, la boca de un cañón.
—Nerea... —susurró Libélula con espanto.
Sabía que el cañón de Nerea era la más poderosa de todas las reliquias. Su potencia devastadora era capaz de generar disparos de magma ardiente que calcinaban todo lo que se cruzara en su camino. La forjadora de un artefacto tan espantoso solo podía ser alguien igualmente espantosa.
Nerea no era malvada. Simplemente estaba loca.
Vestida con un traje hecho de seda de rubíes, el ángel de Cerín reía con infinito placer, lo que provocaba que su melena enrulada se revolviese como si fuera otro remolino de fuego.
—¿Por qué hizo esto? —preguntó Libélula sin dejar de llorar.
—No busques explicaciones —repuso Blásteroy—. Mi deber es detener sus atrocidades a como dé lugar. Eso fue lo que el Cisne me encomendó. Sin embargo, soy consciente de que Nerea es demasiado fuerte. Solo lograremos vencerla si trabajamos juntas.
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Etérrano III: Disparo del Alma
FantasyTercera parte de la historia de Winger. El momento decisivo está cerca. Ahora que los secretos del libro de Maldoror han sido revelados, el grupo liderado por Neón apunta a la concreción de la última fase de su plan. Solo necesitan una reliquia más...