XXVI: Agathón (parte 2/2)

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Cólera y Angustia soltaron chillidos desgarradores. Aquellos que se habían asomado desde las gradas se echaron hacia atrás con espanto. Pero el susto no solo había alcanzado a los espectadores; Milau estaba tratando de generar desconcierto entre sus rivales mientras rearmaba su estrategia.

Melancolía por fin se liberó de su aprisionamiento y se reunió con sus dos hermanos.

Los tres fantasmas quedaron alineados frente al conde. En cada uno plantó con conjuro, y a cada uno le asignó una instrucción particular.

La maniobra no pasó desapercibida ni para Agathón ni para sus coroneles.

Los fantasmas retornaron al combate una vez más.

Angustia se arrojó con la velocidad de una saeta contra el joven general, quien no tuvo dificultades para esquivarlo.

Cólera y Melancolía avanzaron hacia Knossos y Schum, pero no los atacaron directamente. Volaban trazando un patrón sospechoso: el fantasma rojo formaba un ocho mientras se movía entre los coroneles; el fantasma azul orbitaba alrededor de su hermano y sus dos enemigos describiendo una elipse.

Agathón creyó haber descubierto lo que Milau estaba planeando. Arrojó su hacha hacia arriba y le lanzó una patada a Angustia. El fantasma amarillo esquivó el golpe, pero el hacha gigante le cayó justo encima, partiéndolo en dos.

Angustia entonces estalló liberando una nube de humo, aunque no llegó a afectar al general debido a la distancia.

—No los toquen —advirtió Agathón a sus subordinados—. El señor conde debe haber instalado hechizos-trampa en cada uno de ellos.

—Atacarlos desde lejos... —masculló el demi-humano con su garrote en alto.

—Pero son escurridizos —acotó Schum, quien disparaba su Rayo de Luz sin poder alcanzar a los fantasmas. Mientras trataba de apuntar, algo llamó su atención—: Knossos, el piso...

Pequeños escombros que se habían ido desprendiendo durante el enfrentamiento estaban siendo movidos por una energía invisible.

—Nos está arrastrando... —masculló Knossos y señaló a Cólera, quien se había detenido justo entre los coroneles—. ¡Schum, el rojo nos está arrastrando hacia él!

Cólera había dejado de moverse. Ubicado entre los dos soldados, la fuerza atrayente que emanaba se iba haciendo más poderosa.

—¡Eres mío! ¡Rayo de Luz!

Schum atravesó a Cólera con su disparo. Las llamas rojas se extinguieron, y lo que el conde Milau había puesto en su interior quedó al descubierto:

Una esfera diminuta con un brillo de plata.

Agathón reconoció lo que eso era.

—¡Knossos, Schum, salgan de ahí!

Los coroneles trataron de correr en direcciones opuestas, pero la gravedad ya era demasiado pesada.

Desde la distancia, Milau activó la fase final de su conjuro con un choque de palmas:

¡Gran Colapso!

El espacio se contrajo de golpe. Hubo un rugido ensordecedor. Durante un brevísimo lapso de tiempo, el área equivalente a una esfera de cinco metros de diámetro quedó reducida a aquel diminuto punto brillante. Y cuando el efecto se disipó y la escena regresó a la normalidad, los dos coroneles cayeron vencidos entre los restos de la devastación.

En las tribunas había silencio. Los corazones estaban inhibidos y las bocas abiertas.

El combate ahora se había vuelto de uno contra uno.

Etérrano III: Disparo del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora