El témpano: La historia del inmortal (III)

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Lo que llegó a la capital de Párima no fue un barco común y corriente. Sus mástiles estaban cargados de símbolos alquímicos, y sus velas, colmadas de nubes blancas. La sombra de la carabela atravesó los techos de las casas y edificios estatales antes de aterrizar en el predio de la Plaza de la Conquista. Milau no había imaginado que viajarían en un barco volador.

—No quise arruinarte la sorpresa —comentó Seamus mientras eran revisados por la guardia real del príncipe Romuel—. Pero estos tipos...

Seis eran los custodios del segundo heredero de Tegrel, un joven de catorce años. Todos usaban máscaras, cada una con el símbolo de uno de los seis Dioses Protectores.

—No es la mejor manera de generar confianza entre los reinos —acotó el soldado de la niebla una vez a bordo—. Ni siquiera se nos permitió traer más soldados.

—Al menos nos han permitido compartir el viaje con ellos —repuso Milau, más interesado en la magia que controlaba a la embarcación.

El guardián con la máscara de Riblast activó un conjuro en un altar que cumplía la función de timón. Las cadenas alquímicas brillaron en la cubierta y en los mástiles. Las nubes blancas se inflaron como velas y la carabela inició la travesía aérea hacia el norte.

Un modesto camarote les fue concedido a los únicos dos pasajeros que no eran de Tegrel. Sentado frente a su primo, Seamus reparó en el collar que llevaba puesto, y al que se aferraba.

—¿Y eso? —preguntó.

—Es de Cheshire —le contó Milau, observando la joya ovalada con simpatía—. Solo me lo prestó para este viaje. Una especie de amuleto de la buena suerte.

—Se nota que se llevan muy bien —dijo el soldado de la niebla. Hizo un rápido movimiento de muñeca y en su mano derecha, de pronto, había una larga aguja—. Sabes que ella no es oriunda de Párima, ¿cierto?

—Lo mencionó el día en que nos conocimos. Su familia es de Ácropos.

—¿Eso te dijo? —exclamó Seamus, admirado—. Vaya, qué osada...

El soldado de la niebla jugaba con la aguja, pasándola entre sus dedos. Milau no comprendía cómo había podido pasarla a través del control de la guardia de Tegrel. Pero en ese momento, más le importaba el comentario que su primo acababa de hacer.

Seamus notó que Milau aguardaba una aclaración y le preguntó:

—¿Sabes qué son las caravanas sin arraigo?

—Son grupos de personas que han perdido sus hogares debido a las guerras en nuestro continente —contestó Milau.

—No solo han perdido sus hogares, sino también su tierra natal —lo corrigió Seamus—. Las fronteras en Lucrosha se mueven continuamente. Los nombres de los países se descartan y estos pasan a ser regiones de las tres potencias. Aquellos que ya no tienen adónde volver se reúnen en caravanas y vagan por las carreteras sin rumbo ni meta. Algunos llevan tantos años errando que ya no recuerdan sus orígenes...

—Pero no es el caso de Cheshire —observó Milau.

—Lamentablemente para ella, no —replicó Seamus—. Hay pueblos más sensibles al destierro que otros...

Se miraron sin mediar palabras, como en un duelo. Los dedos de uno acariciaban el collar ovalado; los del otro seguían jugando con la aguja metálica. Milau pensó que la sonrisa de su primo estaba fuera de lugar.

—Una vez, hace no mucho, ella me confesó que estaba cansada de Battlos. Que quería irse. Quizás regresar a las caravanas... —soltó Seamus—. Supongo que haberte conocido la hizo posponer su partida.

Etérrano III: Disparo del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora