V: La caída

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Winger se despertó muy desorientado.

Por un momento creyó que se encontraba en la herrería, pues oía con claridad los martillazos que llegaban desde el exterior como un despertador infalible.

Entonces recordó que había viajado hasta el monte Jaffa, que estaba en una de las habitaciones para huéspedes de la mansión de Gasky, y que la noche anterior el historiador le había encomendado a su tío forjar un dispositivo parecido a una gargantilla metálica.

«O un grillete...», rememoró la expresión que Pery había empleado. «Vamos a secuestrar a una persona.»

Winger no quería ni pensar en la misión que se avecinaba. Supuso que esta vez solo viajarían Demián y él. A pesar de que su tío Pery se mostraba enérgico, Winger se había percatado de que al herrero le costaba realizar algunos movimientos, sobre todo aquellos que le exigían esfuerzo en el punto donde la bestia en la que se había convertido Mikán le rompió las costillas.

«La bestia en la que Jessio convirtió a Mikán...», se corrigió.

«"Jessio no es una mala persona"», le había dicho Rotnik.

Pero Winger no quería pensar. No otra vez. No al menos ese día.

Lamentablemente, uno no siempre se puede elegir cuándo hacer una pausa.

A veces es tiempo lo que falta...

Winger salió por la puerta frontal de la mansión y se encontró con una hoguera que ardía bajo el sol. A un costado, amparado por la sombra que la mansión proyectaba, Pery había preparado una fragua improvisada usando rocas, barro y dos escudos que había traído desde Dédam. El herrero se encontraba avivando las llamas con un fuelle, haciéndolas brillar con una tonalidad verde...

—Nómosis —dijo el mago—. Pensé que Ruhi se encargaría de grabar la ley...

—¡Shhh! —lo calló el herrero sin dejar de trabajar.

—No grabaron ninguna ley —se ocupó Demián de explicarle a su amigo. El aventurero se hallaba practicando su técnica de esgrima—. Solo volcaron la tinta mágica en el fuego.

—Ruhi no quiere decirnos lo que va a grabar en el collar —murmuró Winger mientras meditaba acerca del misterioso obrar de la meianti.

Todo parecía indicar que, en esta oportunidad, ni siquiera Gasky contaba con el control total de la situación.

El mago se sentó a la sombra con sus dos libros y un lápiz. Demián entrenaba entre las macetas de Gluomo mientras el plásmido regaba sus plantas. Marga y Ronda correteaban por el pináculo. El día era cálido y agradable, ideal para leer al aire libre...

—Espera, ¿qué estás haciendo? —lo interrumpió Demián cuando Winger preparaba su material de estudio—. Deja esas cosas y vamos a entrenar.

El mago dudó un momento. Entonces sus ojos se posaron en los símbolos alquímicos anotados a mano sobre el libro de Waldorf. Él mismo los había escrito. Tal vez era una buena oportunidad para probar un truco nuevo.

Con el martilleo de Pericles resonando a su alrededor, los dos amigos se encaminaron hacia un sector despejado de la plataforma y tomaron distancia. Demián no entendía por qué Winger todavía sostenía un libro si estaban a punto de tener un combate.

—¿Quieres soltar eso de una vez?

—Lo siento —se disculpó el mago y dejó el manual abierto en el piso, justo al lado del cuaderno de apuntes de Alrión—. Ya estoy listo.

Las anotaciones que había agregado al libro de Waldorf habían sido inspiradas por una fórmula secreta del Pilar de Diamante. Winger había unido toda esa información para comenzar a darle forma a un hechizo original.

Etérrano III: Disparo del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora