La pensión era ruin y polvorienta, y todos sus huéspedes se llamaban nadie. Entre ellos, sumergido en la oscuridad de una habitación que se esmeraba por encerrarse en sí misma, se encontraba Milau.
Estaba solo. Quieto y cabizbajo. Sentado sobre las manchas de un sofá viejo y roto.
Viejo y roto...
¿Qué podían significarle esos calificativos?
Comparado con él, aquel sofá deshecho era una pieza novedosa. Ni los tablones del techo, ni los clavos que los mantenían unidos, eran tan antiguos como él.
Una botella de vino había a su lado. No la había tocado, pero le transmitía cierto sosiego el saberse al alcance del elixir embriagante.
«Una marca en el cuello no es nada.»
Era cierto. No tenía pruebas.
Todo estudioso de la magia sabía que ciertos animales estaban asociados a ciertas divinidades. Así como el dragón de mar era un símbolo de Yqmud, y el camello dromel lo era de Zacuón, el vampiro gigante era una de las bestias más representativas de Daltos. Pero, ¿llamar "la marca de la noche" a su mordedura en el cuello de una mujer?
En ningún lado se afirmaba eso.
Tantos años con la guardia en alto. Tantos escenarios ensayados en su mente llena de telarañas para ahora toparse con esto, con lo inesperado, con lo inoportuno. Con lo indeseado.
Tantos años... Más de cinco siglos desde el comienzo de todo. Más de cinco siglos desde Cheshire. Más de cinco siglos desde el sueño que resquebrajó al mundo...
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En el año 433 del décimo milenio, Lucrosha era el centro del mundo. Prama, Mélila y Dánnuca eran como niñas comparadas a la gran mujer que había engendrado a las tres naciones más sobresalientes:
Párima, la capital de la ciencia.
Tegrel, la capital de la magia.
Ácropos, la capital de la filosofía.
Durante doscientos años, el equilibrio se había mantenido estable como un triángulo equilátero. Siempre existieron los roces en las zonas de frontera, pero cada uno de los tres países sabía que cualquier intento de invasión total provocaría una alianza de los otros dos en su contra. Esa balanza triple fue delicada pero efectiva.
Hasta el año 433 del décimo milenio.
Un encuentro se produjo entonces entre Onfray, primer ciudadano de Ácropos, Thymos, rey de Tegrel, y Tamagus, emperador de Párima. En aquella reunión, celebrada en Polis, capital de los filósofos, Onfray reveló una antiquísima tabla de piedra que acababa de ser descubierta. La tabla estaba grabada con los caracteres de la extinta primera lengua. A pesar de la ambigüedad del mensaje, una idea destacaba:
—El núcleo del mundo.
Las palabras de Onfray atraparon el interés de sus pares.
El núcleo del mundo tenía que ver con el origen de todo. Era un término antiquísimo que, si bien no era claro a qué hacía referencia exactamente, sí apuntaba en una dirección precisa.
Sandillú.
La mitad indómita del continente de Dánnuca. La parte desconectada del mundo. La selva inexpugnable.
Los grandes conquistadores habían tratado de someterla desde la era de los héroes. Nunca nadie obtuvo un resultado favorable. La selva se cerraba sobre sí misma y devoraba a los invasores. ¿Acaso el pueblo indeseable de los doijiens los aniquilaba? Ni siquiera eso se sabía.
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Etérrano III: Disparo del Alma
FantasiTercera parte de la historia de Winger. El momento decisivo está cerca. Ahora que los secretos del libro de Maldoror han sido revelados, el grupo liderado por Neón apunta a la concreción de la última fase de su plan. Solo necesitan una reliquia más...