XXXI: El tren se detuvo en Aldana

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El viaje desde Battlos hasta la Meseta de Cobalto era extenso. Debido al terreno irregular en el sur del continente, el tren debía atravesar toda la provincia Tres y bordear las minas de Schebere para recién entonces retomar el camino hacia el este.

Winger y Rupel estuvieron conversando durante varias horas en un vagón vacío; hacía mucho que no compartían un espacio de intimidad. Sin embargo, tan largo era el trayecto que en cierto momento se quedaron dormidos. Y al despertar, un asombroso paisaje de abetos gigantes los sorprendió a través de la ventana.

—¡Es el Bosque Onírico! —exclamó la pelirroja con entusiasmo—. Siempre quise conocerlo. Allí se encuentra la capital de Tegrel, Aldana.

—¿Haremos una parada en ese lugar? —preguntó Winger.

La voz inesperada que contestó les produjo un sobresalto:

—El tren necesita reabastecerse en la estación del Bosque Onírico, así que tendrán algunas horas para pasear —dijo el general Agathón, recostado en uno de los asientos de atrás—. Lo siento, hay demasiada gente en el otro vagón reservado. No me dejaban leer en paz.

Además de sus dos coroneles de mayor confianza, Knossos y Schum, Agathón traía consigo una tropa de veinte soldados. Imposible para Winger o Rupel saber cuáles eran las verdaderas intenciones del general en la Torre, pero lamentablemente, no tenían más opción que aceptar sus condiciones...

—¿Hay magos hábiles en Aldana? —quiso saber Winger.

Agathón negó apenado.

—Tegrel nunca se recuperó tras la derrota sufrida en la Gran Guerra. Poco a poco ha ido perdiendo influencia en Lucrosha, y sus habitantes se han volcado cada vez más hacia adentro... Si hoy en día siguen blandiendo el título de "el reino de la magia" es solo gracias a la Torre de Altaria. Es lo único que les queda.

El tren fue sumergiéndose en el Bosque Onírico hasta que los abetos gigantes lo engulleron por completo. A pesar de ser un día claro, las altísimas copas de los árboles bloqueaban los rayos del sol y parecía ya haber anochecido. Pronto se hicieron visibles unas luces de color verde, como luminarias flotando en la oscuridad. Eran el primer signo de que estaban entrando a la ciudad de los magos.

Una luminosidad diferente, con colores más cálidos y brillantes, apareció más adelante. Eran los faroles encantados de la estación ferroviaria. El tren disminuyó su velocidad y finalmente se detuvo.

Habían arribado a Aldana.

—Tienen tres horas para visitar la ciudad y distenderse un poco —les comunicó Agathón al descender—. No sé si hay mucho para hacer por aquí. Menos en tres horas... Pero si tuviera que recomendarles un lugar, busquen la avenida principal y vayan a ver el palacio real. Les aseguro que se llevarán una sorpresa.

Las sorpresas de Agathón rara vez eran gratas. Pero tanto Rupel como Winger estuvieron de acuerdo en que era lo mejor que podían hacer en tan poco tiempo. Pasear, recorrer las calles y, por qué no, visitar el palacio de Tegrel.

Aldana no era como las otras capitales que Winger había conocido. Sus caminos parecían simples arroyuelos de adoquines que ondulaban y se perdían en el bosque. La ciudad, de hecho, estaba integrada al mismo Bosque Onírico. De pronto un puente se desprendía del sendero que pisaban y ascendía hacia los árboles gigantes, donde había casitas armónicas y un sistema de plataformas de madera que hacían crecer la ciudad hacia lo alto. Si otras grandes urbes eran como bloques de hielo sólido, la capital de Tegrel parecía niebla entre los troncos.

Los lugareños se movían con parsimonia y sin apuro entre los senderos, los puentes y las pasarelas. Sus vestimentas eran túnicas, capas y sombreros puntiagudos. Todos se veían como magos, y en efecto, la magia era una parte fundamental en sus vidas. Pero no de la manera en que Winger o Rupel estaban acostumbrados. Una señora barría la entrada de su hogar con dos escobas encantadas que se movían por sí mismas. Un panadero mantenía su horno encendido sin la ayuda de ninguna fuente de combustión aparente. Los niños corrían atrás de un muñeco de trapo que daba saltos y giros. Un anciano descendió desde un alto mirador sentado sobre una burbuja.

Etérrano III: Disparo del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora