Tenía la sensación de que todo se ponía en cámara lenta cuando él entraba al salón. Nunca saludaba a nadie, estoy seguro de que ni siquiera conocía a sus compañeros de clase. Solo llegaba, se acomodaba en el fondo y se ponía a escuchar esa música espantosa que se filtraba por sus cascos de astronauta.
Voy a aclarar algo: me gustaba un montón su estilo, pero eso no incluía la música. Yo soy más de canciones románticas o pop en inglés. Él escuchaba algo que sonaba como metal pesado, y a mí me daba la sensación de que le iba a explotar la cabeza en cualquier momento.
Estaba completamente seguro de que nadie se acercaba a él porque inspiraba miedo. Quizá era por su aspecto; ese porte imponente que la ropa oscura acentuaba, o quizás su mirada felina y calculadora. Tenía algo, algo oscuro que a simple vista parecía ser una señal de alerta para todo el que quisiera meterse en su mundo. Aunque, a decir verdad, yo no sabía si era exactamente miedo lo que sentía. Me llamaba la atención, pero me intimidaba al mismo tiempo.
—¿Qué tanto estás mirando? —Mariana se me acercó por la espalda.
—¿Qué? Nada... —contesté rápidamente.
—Ay, le van a explotar los oídos... —comentó ella cuando descubrió el motivo de mi distracción.
—De hecho, estaba pensando lo mismo.
En ese momento, él levantó la vista y nuestras miradas se encontraron. No supe qué hacer, así que opté por hacerme el tonto y fingir que estaba viendo hacia otro lado. No pude saber qué clase de pensamientos se le cruzaron por la cabeza, pero cuando se levantó del pupitre y comenzó a caminar hacia mí, esperé lo peor.
Todos comenzaron a hacerse a un lado como si estuvieran dejando pasar al mismísimo demonio. O quizás yo tuve la impresión de que eso era lo que estaba sucediendo.
Cuando se detuvo, sentí que estaba parado frente a una montaña, o un poste de luz. El tipo era enorme.
Nos miramos durante unos breves segundos. Ninguno de los dos dijo nada. Él parecía estudiarme mientras yo me comportaba como un conejo asustado tratando de pasar desapercibido. Cuando levantó la mano para quitarse los cascos, instintivamente me esquivé, pensando que iba a pegarme. Él solo se rio. Y su sonrisa me pareció demasiado noble tratándose de alguien con su aspecto.
—Hola.
Pestañeé, sorprendido.
¿Cómo que "hola"?
—Hola —contesté con la voz temblorosa.
Me dedicó otra media sonrisa, que marcó dos hoyuelos en sus mejillas. Sus dientes se veían blanquísimos.
Luego giró sobre sus talones, volvió a colocarse sus cascos y regresó a su lugar.
Hola.
Esa fue toda la interacción que tuvimos. ¿Fue extraño? Completamente. Todo él lo era. Sinceramente esperaba cualquier cosa menos una cordialidad de su parte.
A la hora del receso, el asunto del saludo fue trending topic.
—¿Viste su cara? ¡Por Dios!—dijo Mariana, totalmente exacerbada.
Yo solo asentí. Todavía estaba en shock, lo admito. Yo creía que no había nadie peor que yo para hacer sociales, pero ese chico sin duda se llevaba el premio mayor. No había nada malo con el saludo en sí, sino con la forma. Con esa cara de asesino a sueldo que tenía, y esa sonrisa macabra pero tierna que no encajaba con absolutamente nada.
Jamás imaginé que de esa cara tan seria pudiera salir una sonrisa tan simpática.
Cuando llegué a casa esa tarde, le conté lo que había pasado a mi madrina y ella parecía completamente enganchada con mi historia. Estaba incluso peor que Mariana.
—¡Guau! Así que llamaste la atención del chico malo. Acabas de convertirte en lo que más detestas. ¡Eres un cliché! ¿Crees que quiera ser tu amigo?
Me llevé la última rebanada de tostada con queso a la boca.
—Sinceramente no tengo idea. Ese tipo es tan raro que ni siquiera puedo imaginarme lo que le pasa por la cabeza.
—Sé amigable con él, quizás quiere acercarse a ti y no sabe cómo.
—¿Por qué un tipo como él querría acercarse a alguien como yo? No tenemos absolutamente nada en común, somos como el agua y el aceite. No... definitivamente no me imagino siendo amigo de alguien como él.
—¿Por qué no? —indagó.
—Porque sería raro.
—¿Raro? ¿Así que tú eliges a tus amigos por su aspecto?
—¡Claro que no! —me defendí—. Simplemente somos demasiado distintos. Los seres humanos nos agrupamos de acuerdo a nuestros gustos, y no creo que él y yo tengamos algún gusto en común. Es como el matón de la clase, ¿entiendes? Yo nunca me llevé bien con los matones.
Mi madrina hizo una mueca, y de inmediato me lanzó esa mirada que no me gustaba. Era una mirada de reproche, como si me estuviera regañando sin abrir la boca.
—No debes juzgar a las personas por su aspecto, Antoni. ¿Se ha comportado como un matón contigo?
—No, pero...
—Entonces estás prejuzgando. Solo porque se ve oscuro, según tú. Dale una oportunidad, estoy segura de que pueden ser buenos amigos.
—De todas formas, lo único que hizo fue saludarme. ¿No es demasiado fantasioso y patético imaginar que seremos mejores "amiguis" solo porque me dijo hola?
Mi madrina soltó una carcajada.
—Las mejores amistades comienzan así.
Chasqueé la lengua.
Iba a contestarle que tenía que dejar de leer tantas novelas juveniles, pero eso sería un ataque muy bajo.
Aunque, a decir verdad, ella tenía varios puntos a favor. No supe en qué momento ese chico pasó de ser un tipo genial a ser un matón. Supongo que mi percepción cambió por estar sacando conclusiones en mi cabeza. Hacía eso todo el tiempo, con todo el mundo. Quizás por eso era que no tenía amigos.
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Amor en talla XL
Teen FictionAntoni no tiene demasiadas expectativas cuando comienza la universidad. Está convencido de que su aspecto y su forma de ser siempre lo hicieron invisible. Pero esta nueva etapa traerá consigo un montón de sorpresas que tienen que ver con amistades e...