Capítulo 10

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Mi tobillo ya se había recuperado lo suficiente como para permitirme caminar un poco más

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Mi tobillo ya se había recuperado lo suficiente como para permitirme caminar un poco más.

Desde luego yo estaba feliz de volver a mi rutina de chico-universitario-que-intentaba-ser-cool. Además tenía un nuevo amigo. Uno que se veía genial, ¿sabes? Bueno, ahora me parecía bastante más genial que antes.

Camilo y yo nos estuvimos conociendo más durante el tiempo que estuve en reposo. Me visitaba, me traía los apuntes y charlábamos sobre estupideces hasta tardísimo.

Era la primera vez en mi vida que hacía algo así con alguien que no fuera mi madrina. Y la verdad se sentía genial.

—¿Hoy se irán juntos?

—¿Pog qué noj iguíamos jungtogh? —balbuceé, con la boca llena de sándwich.

—Qué sé yo... —prosiguió mi madrina—. Porque ahora son como mejores amigos.

—Uy, no —tomé un generoso sorbo de leche antes de continuar—. Somos amigos, lo de "mejores" todavía sobra. Apenas estamos en la primera etapa.

Mi madrina resopló.

—Deberías dejar de ser tan exageradamente estructurado.

—Ser estructurado es lo que me ha salvado del desastre.

—¿Qué desastre?

Lo pensé un poco antes de responder.

—Cualquier posible desastre que pudiera ocurrir. Oye, la gente estructurada es la onda hoy en día, ¿sabes? Tenemos un plan todo el tiempo, nunca improvisamos, nunca dejamos las cosas al azar. El margen de error se reduce significativamente si eres estructurado. Eso es genial.

Ella levantó una ceja.

—Sí, tal vez tengas un punto.

En ese momento, escuchamos el ronquido de un motor. Ya se nos hacía conocido el sonido de la moto de Camilo, así que supimos de inmediato que era él. Mi madrina salió casi al mismo tiempo que yo hacia la puerta, y me ganó solo porque mi tobillo todavía no estaba cien por ciento recuperado. Salió al portón y lo recibió con una amplísima sonrisa que Camilo devolvió.

—Buenos días, Annelore. Vengo a buscar a Antoni. Hoy regresa, ¿no?

—Sí, hoy es el gran día —contesté yo, antes de que mi madrina pudiera abrir la boca.

A ella le encantaba la idea de que yo fuera amigo de Camilo. Le encantaba la personalidad de Camilo, los modales de Camilo y su forma tan atenta de ser. Pero cuando hablábamos de su moto, y más concretamente de yo subido en ella, ahí las cosas cambiaban un poco. Digamos que salía a flote su instinto sobreprotector y se imaginaba a Camilo corriendo carreras conmigo de copiloto, ambos sin casco, y para añadir un toque más exagerado, ambos drogados.

—No sé, ¿es seguro?

—Conduzco esta moto desde que saqué mi licencia y nunca he tenido un accidente —se defendió Camilo—. Además tengo un casco extra en el baúl—añadió.

—Ya he viajado con él. Bueno, lo hice solo una vez pero no nos matamos.

Ella lo pensó. Quiso decir algo pero volvió a pensarlo, y finalmente, después de suspirar, me dijo:

—Me envías un mensaje apenas lleguen. Camilo, si le pasa algo te mato.

Camilo esbozó otra sonrisa.

—Me hago responsable.

. . .

—¡Antoni!

Mariana se me acercó para saludarme en cuanto me vio entrar.

—No te pedí tu número de teléfono. ¡Pensé que habías dejado de venir! ¿Qué te pasó?

—Em... Digamos que tuve un pequeño accidente. Me esguincé el tobillo y tuve que quedarme en casa.

Ella puso cara de espanto.

—¡Qué horror! ¿Pero ahora estás bien?

—Sí, algo. Va mejorando de a poco.

Ella se me acercó hasta quedar cerca de mi oído. Puso su mano a un costado de su boca, como preparándose para decirme un secreto.

—¿El fuckboy y tú son amigos?

Solté una risa nerviosa.

—¿Fuck-qué? Sí, digamos que Camilo y yo somos amigos.

—Camilo, así que se llama Camilo. Interesante. ¿Tiene novia?

—No sé, todavía no llegamos hasta ese punto de la conversación.

—¡Averígualo! —exclamó—. Oye, conocí a unos chicos mientras no estuviste y armamos un grupo de estudio. Son buena onda, les hablé de ti, me dijeron que si regresabas podrías unirte a nosotros. ¿Quieres? ¡Va a ser genial!

Hice una breve pausa.

Admito que extrañaba un poco el carácter exacerbado y verborrágico de Mariana. Se me hizo adorable que me incluyera aunque no supiera ni qué diablos había pasado conmigo.

—Sí, está bien.

—¡Estupendo! Te los presento cuando lleguen. También podríamos invitar a "Camilo".

Me hizo cejitas cuando pronunció su nombre. Yo solté otra carcajada.

Tuvimos tres horas de clase y un receso de apenas diez minutos. Esa era la parte que menos me gustaba de la universidad. Extrañaba un poco los cuarenta y cinco minutos con recesos de diez que te daban en la secundaria, pero no podía quejarme.

Mariana me presentó a los chicos. Benjamín, Bianca y Jon. Así, sin H entre medio de la J y la O.

Benjamín era gordito como yo, un poco sarcástico y con cara de pocos amigos. Bianca era un poco distraída, pero bastante amigable. No tanto como Mariana —no creo que nadie llegue a ser tan amigable como Mariana—, pero lo era. Y Jon. Él iba a su ritmo. Tenía un grado leve de autismo, según nos contó Bianca, quien era su mejor amiga. Le encantaba armar y desarmar cubos rubik y hacer crucigramas. También noté que ocultaba su mirada bajo un frondoso flequillo. No le gustaba el contacto físico, así que todos habían optado por saludarse sin besos ni abrazos.

Por primera vez no me sentí como sapo de otro pozo estando en ese grupo. Los chicos iban a su rollo pero estaban bien.

Mi madrina tenía razón cuando dijo que los chicos de la universidad eran mucho mejores que los tontos de la secundaria. Quiero decir, todos fuimos tontos de secundaria alguna vez, pero Mariana y los chicos tenían pinta de ser de los pocos que no eran tan tontos. Esos son los que evolucionan en un joven adulto amable y simpático.

 Esos son los que evolucionan en un joven adulto amable y simpático

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Amor en talla XLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora