Esa mañana me desperté y la casa estaba en silencio. Miré el reloj en mi muñeca y marcaba las ocho y media de la mañana. Era demasiado temprano como para que mi madrina no estuviera.
Me senté en la cama, todavía un poco adormilado. Mi rodilla ya estaba bastante desinflamada pero el tobillo me dolía un infierno. Aunque claro, cada vez que me preguntaba yo le respondía, con una gran sonrisa, que todo estaba sanando a la perfección.
Cuando llegué al comedor, escuché la voz de mi madrina en la puerta. Estaba conversando muy animadamente con alguien. Alguien que yo conocía. Alguien que no esperaba ver parado en la puerta de mi casa a las ocho y media de la mañana.
Mi madrina me vio espiándolos por la rendija de la ventana y no se le ocurrió mejor idea que llamarme a los gritos. Yo estaba en pijama, sin lavarme la cara, despeinado y con cara de recién levantado. Mastiqué la idea de hacerle el feo y salir corriendo al baño, pero no podía correr, y mucho menos hacerle el feo a mi madrina, así que me armé de valor, junté las migajas de dignidad que todavía me quedaban, y salí cojeando hasta el patio.
—Buenos días, Antoni. ¿Te despertamos?
—Buenos días... —contesté, un tanto aturdido—. No, no, casi siempre me despierto a esta hora. ¿Qué estás haciendo...?
—Oh, es que hace tres días que no te veo en la universidad, así que me preocupé y vine a ver cómo estabas. Espero que no te parezca raro.
En ese momento, el teléfono de mi madrina comenzó a gritar como loco dentro de su bolsillo. Se disculpó con nosotros mientras tomaba el aparato para contestar.
—Gracias por venir, no tenías que haberte molestado. Y tan temprano...
—Es que tengo un trabajo de medio tiempo por acá cerca. Soy repartidor en la panadería que está en la esquina. Quise pasar a verte de camino allí.
Bueno, el chico tenia una buena coartada. Aunque una parte de mí seguía pensando que era un poco raro que viniera a verme, la otra no tenía nada que acotar. Incluso el gesto me había parecido algo... Tierno.
—Gracias otra vez.
—Bueno, ¿y cómo está tu tobillo? Tu mamá me dijo que te hiciste un esguince.
—Está mejor y no es mi mamá, es mi madrina.
—Oh, lo siento.
Se formó un silencio incómodo entre ambos. Sabía que él quería preguntar pero obviamente no lo haría por educación. Yo tampoco tenía ganas de explicarlo en ese momento.
—Bueno, eh... ¿Cuándo regresarás a clase?
—No lo sé todavía. El médico me dijo que como es un esguince de primer grado tardará unos quince días en curarse, hasta entonces no debería caminar mucho.
—Vaya. Entonces trata de quedarte quieto hasta que te sientes mejor.
—Lo estoy intentando, no es que pueda hacer mucho tampoco, duele un infierno cuando apoyo el pie.
Él dejó escapar una pequeña sonrisa.
—Bueno, se me hace tarde, tengo que irme. ¿Te molesta si paso a visitarte otra vez?
Pestañeé, sorprendido.
—No, no... —contesté un tanto inseguro—. Puedes venir cuando quieras, voy a estar aquí, te lo aseguro.
Volvió a sonreír.
—Muy bien. Entonces volveremos a vernos, Antoni. Cuídate.
Me quedé parado en el portón de mi casa mientras él se montaba en su moto. Incluso lo seguí con la mirada hasta que dobló en la esquina.
No entendía nada.
. . .
Como era de esperarse, mi madrina me bombardeó a preguntas cuando regresé a la casa. Preguntas para las que ni siquiera yo mismo tenia una respuesta.
No éramos amigos, no nos conocíamos de nada, tuvimos una breve interacción que terminó siendo un desastre pero aún así él era demasiado amable conmigo, al punto de venir a verme porque estaba preocupado por mí.
—¿Debería llamar a la policía?
—Ay, Antoni, por favor. Es un compañero de clase. Los chicos de la universidad no son iguales a los pubertos tontos de la secundaria. Ellos tienen otra onda.
—Apenas lo conozco.
—Sí, pero son compañeros de clase, y estaba preocupado por ti. ¿Por qué te asusta tanto que la gente sea amable contigo?
—Porque no estoy acostumbrado a que eso suceda. —Le di un gran mordisco a mi manzana y continué—. La gente no suele ser amable con personas como yo.
—¿Personas como tú? ¿Qué significa eso?
—Soy gordo, antipático, no sé hacer sociales. Uff, la lista es bastante larga.
Ella me miró con el entrecejo fruncido.
—Tienes una percepción espantosa de ti mismo, Antoni. No me gusta que hables así.
-Lo siento.
—No te disculpes conmigo. Discúlpate contigo mismo. No sé quién habrá sido el desgraciado que te hizo sentir de esa manera, pero no eres así. Acepta la amabilidad de la gente y deja de pensar que quieren hacerte daño todo el tiempo. Y si ese chico realmente tiene malas intenciones, ya le vi la cara, y te aseguro que si me entero que te hace algo malo voy a ir a buscarlo.
Solté una risa.
Me hacía sentir que era como una especie de superheroína. Mi ángel guardián que estaba dispuesto a patearle el trasero a cualquiera que quisiera meterse conmigo.
—Gracias, tití. Te amo.
—Y yo te amo a ti, cariño. —Se acercó a mí y me dio un beso en el centro de la cabeza—. Si vuelves a hablar así de ti mismo, voy a patearte el trasero. No es una amenaza, es una advertencia.
—Está bien, ya entendí. Voy a trabajar un poco más en mi amor propio, lo prometo.
—Eso me gusta más.
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Amor en talla XL
Teen FictionAntoni no tiene demasiadas expectativas cuando comienza la universidad. Está convencido de que su aspecto y su forma de ser siempre lo hicieron invisible. Pero esta nueva etapa traerá consigo un montón de sorpresas que tienen que ver con amistades e...