Ella estaba sentada sobre la mesa del pupitre, con las piernas cruzadas. Le sonreía de esa manera coqueta, con la misma sonrisa que ponía cuando me hablaba de él. No alcanzaba a escuchar su conversación, pero no hacía falta escuchar nada para deducir que Mariana estaba coqueteándole a Camilo.
Me sentía extraño al respecto. Sabía lo que ella estaba buscando y no me gustaba en absoluto.
¿Estaba celoso? Sí, por supuesto que estaba celoso. Yo me hice amigo de Camilo primero, yo fui quien se lo presenté al resto de los chicos, incluso a ella. Tal vez era mi culpa, o quizás ella hubiera tratado de llegar a él aunque nunca nos hubiéramos conocido. Obviamente, yo no podía hacer absolutamente nada al respecto. No podía interferir en su amistad, ni mucho menos si ellos decidían entablar una relación. Lo único que podía hacer era enojarme y hacer un berrinche silencioso.
Mientras yo divagaba, Camilo levantó la vista y me vio parado en la puerta. En el instante en que nuestras miradas se encontraron recordé la primera vez que lo hizo. La primera vez que me miró de esa forma tan intensa. En ese entonces yo estaba paniqueado, desconfiado y bastante nervioso, pero ahora, sus ojos acaramelados me hicieron sentir de otra manera. Me sentí descubierto, pero no estaba del todo mal, porque una parte de mí quería expresar lo que estaba sintiendo, y Camilo solo con mirarme lo supo.
Me alejé de la puerta y comencé a caminar hacia la salida. Tenía que tomar un poco de aire, respirar y tratar de no enojarme con Mariana. Porque sí, yo sabía que sentir celos de que otras personas socialicen con tus amigos era muy tóxico, y más cuando se trata de tus amigos socializando entre ellos. Pero el ser humano es egoísta y un poco tóxico por defecto, así que no me sentía tan mal conmigo mismo. Por lo menos había sido capaz de admitirlo.
—¡Antoni!
Escuché su voz y automáticamente mi corazón explotó dentro de mi pecho.
Me detuve, luego di un par de pasos más, y al final terminé parando otra vez cuando sentí su mano sobre mi hombro.
—¿Estás bien?
—¿Qué? Sí, claro, ¿por qué la pregunta?
—Es que te fuiste... Mariana y yo solo estábamos conversando y...
—Oh, no es nada —lo interrumpí. No quería que sintiera que tenía que darme explicaciones sobre lo que hacía—. Iba a la cantina, de pronto me dieron ganas de comerme unas papas fritas, de esas que vienen en lata. Supongo que es porque estoy ansioso por el examen.
—Precisamente de eso hablábamos con Mariana. Me estaba diciendo que este examen iba a ser bastante sencillo.
Asentí.
Ni siquiera era capaz de decirle nada. Me sentía tan enojado que no me salían las palabras. Y yo sabía que era absurdo agarrarmelas con él o con Mariana porque no había ningún motivo para hacerlo. Pero no podía controlar mis sentimientos.
—Oye, en serio. Si te pasa algo más dímelo. ¿Discutiste con tu madrina o algo?
—Mi madrina y yo nunca discutimos —contesté de inmediato—. Estoy bien, en serio. Nos vemos en clase.
Seguí caminando, esta vez un poco más rápido. Tenía la sensación de que acababa de hacer el ridículo frente a Camilo, y eso realmente apestaba. Yo nunca fui la clase de persona que no sabe controlar sus emociones. Quizá era porque nunca estuve en una situación que me obligara a controlarme. Nunca había sentido celos antes, y no esperaba que mi primera vez fuera con un amigo.
A la hora de la salida, me fui a casa solo. Sentía demasiada vergüenza como para enfrentarme a Camilo. Quería analizar lo que me había pasado y darle una explicación cuando estuviera un poco más tranquilo.
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Amor en talla XL
Novela JuvenilAntoni no tiene demasiadas expectativas cuando comienza la universidad. Está convencido de que su aspecto y su forma de ser siempre lo hicieron invisible. Pero esta nueva etapa traerá consigo un montón de sorpresas que tienen que ver con amistades e...