Mi madrina no solo quiso que nos quedáramos con uno de los gatitos, sino que estaba encantada con la idea de criarlo y darle el biberón cada dos horas. No voy a mentir, yo también estaba un poquito, bueno, bastante encantado. Y es que la pequeña criatura era tan adorable que al mirarla te daban ganas de comértelo a besos.
Así que, afortunadamente el asunto de mi ataque de celos había quedado atrás, y ahora todo lo que hacíamos era compartir fotos de nuestros pequeños gatitos. Como cuando te hacían cuidar un huevo en la escuela, solo que al huevo no tenías que hacerlo ir al baño y darle de comer.
—Mis sobrinos están muertos de amor con el bebé —me comentó Camilo.
—Mi madrina no la suelta ni un momento, ni siquiera me deja mimarla—dije en tono de reproche—. Nos turnamos para darle de comer y duerme una noche en mi cuarto y una noche en el suyo, pero al final ella siempre la va a buscar a hurtadillas y me la roba.
—Guau —exclamó—, eso sí que es trabajo en equipo.
—Nos tomamos en serio el asunto de la paternidad responsable.
Ambos nos reímos.
—Entonces, ¿vas a ir hoy? Mariana se iría con nosotros y los chicos llegan un poco más tarde.
—Sí, me voy con ustedes. Traje la bici así que llévate a Mariana en la moto y yo los sigo.
Él me dedicó una mirada que me hizo sentir un poco incómodo.
—Deja de mirarme así.
—Lo siento. No te enojes si ella me abraza por la cintura como en las películas románticas.
Chasqueé la lengua, pero él parecía divertirse un montón con toda la situación.
Entonces, cuando llegamos a la casa de Camilo, Mariana parecía una niña a punto de entrar a un parque de diversiones. En realidad lo pareció desde que se subió a la moto de Camilo. Supongo que para ella fue toda una experiencia; quiero decir, el chico malo de la moto grande te lleva de paseo. ¿Quién no estaría emocionado?
—¡Guau! ¿Tocas la guitarra? —le preguntó ella con ilusión cuando entramos a su cuarto y la vio apoyada en una esquina.
—Algo así —contestó Camilo mientras se sacaba la mochila.
—¡Queremos escucharte tocar!
Le dediqué una mirada de reproche, luego miré a Camilo. Ese "queremos" en realidad no era más que una estrategia para solapar sus deseos, pero cuando se incluía a otra persona sonaba un poco menos vergonzoso.
De todas maneras, a Camilo no pareció molestarle en absoluto. Y a pesar de mi reacción inicial, mi curiosidad nació en el instante en que él sacó la guitarra eléctrica de su funda, la conectó al amplificador y comenzó a afinarla.
Cuando empezó a tocar parecía que sus dedos se habían llenado de magia. Ocurrió algo extraño en aquella habitación mientras él rasgaba las cuerdas del instrumento; fue como si no pudiéramos dejar de mirarlo, como si aquella melodía nos hubiera hechizado a ambos.
Cuando terminó, ya no era solo Mariana la que estaba mirándolo con cara de tonta. Me descubrí a mí mismo en esa posición; con la sonrisa dibujada en mis labios, con el corazón acelerado y la piel erizada. Camilo nos miró a los dos con las mejillas coloradas, supongo que nuestra intensidad consiguió avergonzarlo.
—Fue maravilloso —comentó Mariana.
—Increíble —añadí yo.
—Gracias —contestó él, con una sonrisa tímida—. Es la melodía de una canción que se supone que íbamos a interpretar con mi banda. Pero nunca llegamos a terminarla.
—Es una lástima —dije yo —. Seguramente hubiera sido un éxito.
—¿Tú crees? Yo inventé la melodía. Siempre pensé que no era tan buena como esperaba.
—No, no —prosiguió Mariana—. Es excelente.
¿En qué punto se vuelven incómodos los elogios? yo tenía muchísimos más para decir, pero preferí guardármelos cuando vi que Camilo solo nos agradecía con vergüenza.
Al fin de cuentas, descubrí el motivo por el cual Mariana estaba tan encantada con Camilo. Tenía las mismas razones que yo. Camilo era genial. Añadir otra palabra sería innecesario. "Genial" lo englobaba todo, y cada cosa que hacía solo reforzaba ese concepto que teníamos de él. Entendí entonces por qué a ella le gustaba. Tal vez no lo sentíamos de la misma manera, pero a mí también me gustaba.
Cuando llegaron los demás, nos entretuvimos conversando sobre tonterías un rato. El único que se había tomado en serio el asunto de juntarse para estudiar fue Jon, que se sentó en el escritorio de Camilo y se puso a repasar los apuntes. Todos sabíamos que a él no le gustaba mucho el bullicio, ni las risas escandalosas, así que tampoco cuestionábamos el porqué prefería mantenerse al margen. A su manera él también compartía tiempo con nosotros. levantaba la vista de vez en cuando para mirarnos hacer tonterías, y nosotros sabíamos que él estaba allí, y era parte de la reunión. Y por lo mismo también tratábamos de medirnos cuando notábamos que él entrecerraba los ojos o se notaba molesto. Al final, luego de un largo rato de charlas y risas, nos unimos a él cuando el sentido de la responsabilidad nos llamó a tierra. Teníamos que estudiar.
. . .
—¡Gracias por todo, Cami! —exclamó Mariana cuando ya se estaban marchando—. Tenemos que hacer esto más seguido.
—Sí, pero la próxima vez que no sea porque tenemos un chorrete de exámenes, por favor.
Todos estuvimos de acuerdo.
Camilo los despidió a todos en la entrada de su casa mientras yo terminaba de recoger mis cuadernos y fotocopias. Los escuché saludarse, luego los pasos de Camilo regresando a la habitación.
—Creo que Jon no va a estar muy a gusto metido en un taxi como una sardina enlatada—comentó entre risas.
—¿Entraron todos en un solo taxi? Guau.
—Oye... —noté que estaba buscando las palabras, así que lo miré con atención—. Estaba pensando si tenías ganas de quedarte a dormir. Mis abuelos se fueron a visitar a una de mis tías con los niños, y no me gusta quedarme solo en casa.
A veces los gestos más pequeños te hacen sentir un gigante. Así mismo me sentí yo en ese momento.
—Claro, le voy a avisar a mi madrina.
De todos fui yo. Y eso, eso se sentía excelente.
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Amor en talla XL
Ficção AdolescenteAntoni no tiene demasiadas expectativas cuando comienza la universidad. Está convencido de que su aspecto y su forma de ser siempre lo hicieron invisible. Pero esta nueva etapa traerá consigo un montón de sorpresas que tienen que ver con amistades e...