Capítulo 31

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—¿Por qué hacen pijamadas sin nosotros? ¡Me siento traicionada!

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—¿Por qué hacen pijamadas sin nosotros? ¡Me siento traicionada!

Accidentalmente mencioné que me había quedado a dormir en casa de Camilo frente a Mariana, y como era de esperarse, ella estaba lista para hacer el reclamo.

—Lo siento, fue algo improvisado. En realidad no lo planeamos—dijo Camilo.

—El término "pijamada" suena tan infantil...

Todos le lanzamos una mirada a Benjamín cuando hizo ese comentario.

—Todavía no sé por qué somos amigos —dijo Bianca.

—Porque su capacidad de socializar con otras personas es prácticamente nula —agregó Jon—. No tiene más remedio que quedarse con nosotros.

Benjamín hizo un mohín.

—Bueno, puede que a ti te parezca infantil, pero para mí sería fantástico que pudiéramos hacer una.

A Mariana le brillaban los ojos. Yo sentía un poco de pena por ella. Ni siquiera sospechaba que a Camilo le gustaban los chicos, y realmente me hacía sentir mal que lo supiera demasiado tarde. No sé cuán enganchada estaba con él, esperaba que no lo suficiente como para terminar con el corazón roto.

Luego de la primera clase, en el receso, aproveché un momento a solas con Camilo para hablar con él.

—Oye, ¿tú alguna vez planeas... ya sabes, salir del clóset?

—¿Con quién?

—Con los chicos.

Él se encogió de hombros.

—No se ha dado la oportunidad. Sinceramente el asunto de salir del clóset me parece un poco tonto. La gente heterosexual no lo hace.

—Bueno, sí, en eso tienes razón. Pero ya sabes que Mariana siente cosas por ti, y... Bueno, no quiero que se sienta mal.

—Pero Mariana sabe que yo no siento lo mismo por ella. Eso debería ser motivo suficiente. Yo no le di falsas esperanzas, no la ilusioné. Y no necesito decirle que soy gay para que ella deje de sentir cosas por mí. Tal vez debería decirle que me gusta otra persona.

De inmediato lo miré, con la sorpresa plasmada en el rostro.

—No, eso no.

—¿Por qué no?

—Porque sería... No sé, no sería creíble.

Él resopló.

—¿Vas a empezar otra vez? Ni siquiera sé si quiero preguntar por qué según tú no lo sería.

—Bueno, porque soy yo y eres tú. Ya sabes. A Camilo le gusta Antoni. Este Antoni —dije señalándome a mí mismo.

—Sí. Es justamente eso. A Camilo le gusta Antoni. Le gusta mucho. Tanto que ha estado imaginando cómo sería besarlo y abrazarlo, y tomar su mano y...

Volví a mirarlo. Esta vez creo que tenía cara de pánico.

—Para. No empieces.

—Tú empiezas. Me haces decir cosas que no quiero decir.

—No puedo evitarlo. Anoche te vi y tú... Dios, Camilo, tú realmente eres un chico cool y guapo. Y yo solo soy...

—Antoni —finalizó él—. Eres Antoni. El lindo y adorable Antoni.

—Cierra la boca.

Él se rio.

—Si te hace sentir mejor puedo volver a hablar con Mariana cuando se presente la oportunidad. Puedo decirle que tengo sentimientos por otra persona y que ella no me gusta de esa manera. Si quieres no te menciono.

—No lo hagas.

—Está bien.

Al final de la conversación la sonrisa de Camilo se había apagado. Desapareció como una estrella fugaz en el cielo. Yo todavía era demasiado tonto para entender lo que estaba pasando. No era capaz de dimensionar lo que mis palabras generaban en él.

. . .

—Oye, necesito preguntarte algo —dije.

Me bajé de su moto y él la estacionó cerca de la entrada de mi casa.

Él me hizo un gesto con la cabeza. Ni siquiera se había quitado el casco.

—Hoy dije algo que te hizo enojar, ¿verdad?

—No quiero hablar de eso.

—Pero yo sí. Siento que la cagué pero no sé en qué punto. Y quiero disculparme.

Lo escuché suspirar. Luego se desabrochó el casco y se lo quitó. Su pelo negro bailó con la brisa fresca de la tarde y no pude evitar pensar en lo lindo que se veía, incluso cuando no pretendía serlo.

—Sigues dudando de mis sentimientos y ahora te avergüenza que otros lo sepan. Y eso me hace sentir como una mierda.

—Pero no fue esa mi intención —Chasqueé la lengua—. No me avergüenza que otros sepan que tú sientes algo por mí. Me avergüenza ser yo. Ya sabes, es que me da miedo que la gente crea que es un chiste o algo por el estilo y yo...

Entonces, él me tomó de la nuca y se inclinó hacia mí. Yo leí sus intenciones y de pronto sentí como si estuviera dentro de mis fantasías. Sentí sus dedos fríos sobre mi nuca, su aliento mentolado cuando fue acercándose a mí cada vez más. Y finalmente, sus labios tocaron los míos, y fue como si un montón de fuegos artificiales hubiesen explotado en mi pecho. Me estaba besando, y yo ni siquiera supe cómo reaccionar.

—No debería importarte lo que la gente crea —susurró sobre mi boca—. Me gustas a mí, no a ellos.

Tomó mi mentón con el índice y el pulgar, y antes de alejarse me robó otro pequeño beso. Luego se volvió a colocar el casco y se marchó.

Yo estaba completamente sorprendido. Tanto que ni siquiera noté que mi madrina estaba en la ventana, y había presenciado todo lo que pasó.

 Tanto que ni siquiera noté que mi madrina estaba en la ventana, y había presenciado todo lo que pasó

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Amor en talla XLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora