El último día.
Al inicio creí que todo el asunto del viaje resultaría un completo estrés para mí, pero ahora que ya estábamos en el último día, sentía un poquito de nostalgia.
Lo pasé tan bien que ni siquiera me detuve a pensar lo lejos que estaba de mi casa. Los chicos me mantuvieron distraído todo el tiempo y por primera vez en mi vida sentí que había logrado liberarme de esa cárcel donde yo mismo me había puesto. Tuve la llave en mi mano todo el tiempo, pero tenía miedo de usarla; miedo de salir. Pero lo había hecho, y eso para mí era un verdadero logro.
El clima se compadeció de nosotros y decidió darnos por lo menos un día de sol. Así que aprovechamos para salir a comprar algunas chucherías en el pueblo, luego fuimos a merendar a una cafetería que tenía como atracción principal un parque lleno de gatitos. Debo decir que Camilo y yo lo pasamos mejor que todos los demás.
Al final, como oscureció temprano, regresamos a la casa con las compras para hacer la cena.
Bianca y Mariana no paraban de discutir porque las dos querían cocinar, pero no se ponían de acuerdo en qué hacer para cenar, así que al final yo decidí ofrecerme a cocinar para todos.
—¿Y tú sabes cocinar? —cuestionó Benjamín.
—Claro que sí.
—Qué, ¿tú no? —atacó Camilo.
—No, esas son cosas de chicas.
—Eso es muy machista —dijo Jon, mientras armaba uno de sus cubos rubik—. Te acabas de meter en un lío.
—Un comentario muy desacertado, sin duda —continuó Camilo.
—El saber cocinar es un conocimiento básico que cualquier ser humano funcional debería tener, Benja. Algún día te mudarás solo, ¿y qué piensas hacer? —seguí yo.
—¡Llamar a su mami para que le lleve una vianda! —exclamó Mariana, furiosa.
—De seguro este es de los que deja sus calzones sucios en el baño para que su mamá se los lave —agregó Bianca.
Benjamín no sabía ni dónde meterse.
Al final, mientras ellos seguían machacando a Benjamín y él intentaba defenderse —argumentando cosas peores cada vez—, yo comencé a hacer la cena. Todos estaban de acuerdo en que querían comer un plato caliente, así que, para hacerle honor a mi madrina, cociné el estofado de alubias, el primer plato que ella me enseñó a hacer. Luego puse la mesa y todos se sentaron.
Benjamín estaba rojo como un tomate. No supe deducir si estaba molesto, avergonzado, o ambos. Lucía como un niño regañado a punto de llorar. Y es que en realidad, todos lo habíamos regañado, así que su reacción tenía bastante sentido. Y por si fuera poco, como si el sermón de su vida no hubiera sido suficiente castigo, cuando todos terminamos de comer, le tocó levantar la mesa y lavar toda la losa, según Bianca "para que aprenda a hacer tareas de un humano funcional".
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Amor en talla XL
Ficção AdolescenteAntoni no tiene demasiadas expectativas cuando comienza la universidad. Está convencido de que su aspecto y su forma de ser siempre lo hicieron invisible. Pero esta nueva etapa traerá consigo un montón de sorpresas que tienen que ver con amistades e...