Capitulo 1: Familia

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Estaba en clases, mirando el examen en blanco sobre mi mesa, cuando me di cuenta de que ya habían pasado cincuenta y cinco minutos desde que me lo habían entregado. Se suponía que solo tenía una hora para hacerlo, sesenta minutos exactos y todo lo que veía en esa hoja, era un extraño idioma.

¿Por qué soy tan mala en literatura?, pensé lastimeramente antes de suspirar.

Observé la sala y noté que solo quedaban tres personas incluyéndome. Todos estaban escribiendo afanosamente, sabiendo que en pocos minutos su tiempo acabaría.

Volví a observar mi examen antes de que otro suspiro escapara de mi boca.

—Cinco minutos —dijo el profesor y evité hacer una mueca.

Bien, tendría otra mala nota en esta clase.

Me levanté desanimada y le entregué mi examen al profesor, él lo miró un segundo antes de arrugar su frente. Cuando me miró con una obvia pregunta en su rostro solo me encogí de hombros como respuesta.

Antes de que abriera su boca para hablar salí huyendo con mi dignidad casi completa, no estaba de humor para oír sus críticas. Ya  había tenido que soportarlas por un par de años.

Caminé por el pasillo principal de la escuela sin mirar a nadie. No es que alguien me fuera a saludar ni nada, el único amigo que tenía, Eduardo, no había asistido al colegio.

Eduardo, para los amigos, o Edu, para mí, es mi mejor amigo desde el jardín de niños. Es un chico simpático y agradable. Alcanza casi le metro ochenta, tiene el cabello castaño largo hasta sus hombros, ojos de un extraño color calipso; brillantes y siempre alegres, piel morena y cuerpo delgado pero elegante. En resumen, el chico era guapo, pero no lo suficiente para caer en esa categoría que volvía locas a las adolescentes.

Cuando me detuve delante de mi casillero volví a suspirar y apoyé mi frente contra el frio metal. Por un segundo recordé la época en la cual Edu y yo habíamos dejado de ser amigos por culpa de nuestros compañeros. Como buenos amigos habíamos compartido todo y  pasado la mayoría del tiempo juntos, solo que en la preparatoria, eso no había sido bien visto y había sido motivo de burla. Nos habían molestado diciendo que éramos novios o cosas peores. En consecuencia, dejamos de hablarnos porque nos habíamos sentido incómodos con la situación. Por un tiempo ni siquiera nos habíamos comunicado fuera de la escuela, nos habíamos tratado como unos completos desconocidos y no como los vecinos que se conocían desde el jardín de niños.

Claro, después de un tiempo las cosas se habían arreglado, y aunque ya no nos veíamos en la escuela como antes, seguimos siendo los mejores amigos.

—Yamiko —dijeron y alejé mi frente del casillero.

Observé a mi hermana acercarse a mí con evidente molestia. Alcé una ceja al verla ya que ella siempre me ignoraba y a propósito, lo cual era extraño considerando que somos gemelas.

Mi hermana, Mitsuko, era más popular que yo, más bonita y elegante. Ambas de cabello negro y largo, ojos castaños suavemente rasgados y piel pálida, alcanzábamos el metro sesenta y cinco y poseíamos un cuerpo delgado.

 Nos parecíamos a nuestra madre un poco, eso me dijo mi padre una vez. Solo sabíamos que gracias a ella la mitad de nuestros genes eran japoneses, la otra mitad, la latina, venia de nuestro padre. Nuestra madre murió en el parto.

Lo extraño de todo esto no es la mescla interesante de sangre, lo es el hecho de que yo podía vestirme igual, peinarme que ella, actuar como ella, solo que jamás terminaba “viéndome” como ella, todos notaban la diferencia casi enseguida. Al parecer era algo con relación a la actitud, y claro, también con esas diferencias sustánciales como que su cabello es más brillante que el mío, sus ojos más luminosos, su piel más bonita, su boca más... en fin, la chica era una versión mejorada de mi.

Suspiré al verla caminar segura hacia mí, con esa prestancia que envidiaba pero, aun así, detestaba levemente. Me paré derecha al ver en sus ojos desaprobación.

—¿Cómo te fue? —preguntó.

—Mal —solté enseguida, no tenía para que mentir.

La chica volteo sus ojos.

—¿Cómo es posible eso si estudiaste?—. Me encogí de hombros—. Me sorprende que te vaya tan bien en todo lo que implique un número pero, para algo tan simple como literatura, seas una inútil.

—¡Simple? —repetí. Para ella lo era, no para mí.

Si yo era un genio en matemáticas, química y cosas por el estilo, ella lo era en literatura y cualquier cosa que se le parezca. Arte o música, teatro, Mitsuko era muy bueno con todo lo que implicaría imaginación, belleza, expresión artística. Yo no.

Un día quise actuar en una obra de la escuela, y al ver que terminé siendo el peor árbol de la historia asumí que carecía de ciertas habilidades.

Para mí la lógica era esencial en las cosas que hacía. Gravedad. Relatividad. Causa y consecuencia. Leyes naturales. Si no se puede explicar, no llama mi atención.

Aunque si había algo en lo que coincidíamos. Deporte. Éramos muy buenas en eso. Podíamos correr los 100 metros en menos de 10 segundos, realizar maratones de kilómetros sin mucho esfuerzo, soportar más tiempo bajo el agua, etc. Por eso ella estaba en el grupo de animadoras, lo sé, típico. Y yo estaba en el club de atletismo.

—Te iras a la casa —aseguró, aun así asentí suavemente—. Bien, dile a esa mujer que llegare tarde, quieres.

—De nuevo.

—No es asunto tuyo —murmuró amenazante, me dio la espalda y se fue.

Con esa mujer se refería a nuestra madrastra, nuestro padre se había casado luego de la muerte de nuestra madre. Lo más probable porque supo que no era capaz de cuidar de dos bebés.

La mujer no era mala, no como las madrastas de los cuentos, solo un tanto irritable y a veces cruel. Pero por lo demás no estaba mal. Yo me llevaba relativamente bien con ella, pero Mitsuko no, eran como agua y aceite, ambas hirviendo.

Negué suavemente con mi cabeza y saqué de mi casillero unos pantalones oscuros, luego de ponérmelos me quiete la falda del colegio, teníamos que usar uniforme, y me dirigí a la entrada. Ya allí observé los automóviles partir sin verlos en realidad, pero al ver que en uno de ellos iba mi hermana, me concentré mejor.

Lentamente me moví hacia la derecha y mientras aseguraba mi mochila en mi espalda vi a Mitsuko y sus amigas salir del estacionamiento. Se me olvido agregar a las cosas en las que no nos parecíamos, la suerte, una muy grande, hace un año se ganó en un concurso ese automóvil. En principio me traía a la escuela pero me cansó que sus amigas murmuraran cuando estaba cerca así que opte por otro medio de trasporte. Uno más barato y menos contaminante. Mi bicicleta.

—Una semana más —murmuré y me monté en mi vieja bici.

Ahora solo faltaba una semana  para terminar la escuela y poder cumplir mi sueño. Las vacaciones solo estaban a la vuelta de la esquina, al igual que el baile de fin de año. Solo tenía que seguir teniendo paciencia, porque estaba segura de que cuando saliera de esa escuela dejaría de ser solo una observadora. Cuando fuera libre de ese lugar, por fin, podría ser la protagonista de mi propia vida.

Los Cazadores 1: GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora