Capitulo 27: Rota.

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Alguien me alejó del cuerpo y me hizo caminar hasta una sala. Cuando las puertas se cerraron caminé alrededor perdida, más que perdida, desorientada. Tenía esa sensación de no saber nada ni comprender que pasaba.

Miré la habitación y descubrí que eran los camerinos, estaba completamente vacío. Me senté lentamente e intenté recordar eso, eso que me hacía sentirme tan perdida.

—Yamiko —me llamó alguien y levanté mi cabeza para ver a Miguel Ángel a tres pasos de mí. Se veía preocupado.

Lo miré un segundo, luego a la sangre en su camiseta y me observé a mí.

—¡No! —dijo él enseguida y salté al verme.

Allí recordé lo que había hecho.

Sentí que mis pulmones se cerraban y comencé a hiperventilar. Mis manos temblaron a mis lados.

Lo maté. Pensé. Lo maté. Recordé. Lo maté. Me dije. Maté a mi mejor amigo.

Como escuché a Miguel Ángel moverse lo miré.

—Lo maté —le dije.

—Yamiko —me llamó y observó mis manos, no me importó.

—Yo... lo maté.

Negó con su cabeza e intentó acercarse a mí.

—¡Lo sabías! —le grité, estaba a punto de romperme, acababa de matar a mi mejor amigo.

—Yamiko —susurró él y levantó sus manos, como si me mostrara que no era peligroso—. Baja eso.

Lo miré un segundo y luego al trozo de tubería de metal en mis manos, me quejé al verlo cubierto de sangre y lo arrojé lejos. Rápidamente pasé mis manos por mi ropa.

No lo quería, no quería esa sangre sobre mí.

Me estremecí.

—Yamiko —susurró más cerca de mí y me quejé.

Llevé mis manos a mi cabeza.

—Lo maté —jadee, temblaba—. Lo maté.

—Eras tú o él —murmuró y me tocó.

—¡No! —grité y lo empujé lejos de mi—. Lo sabías y me pusiste allí—. Apunté hacia el estadio—. Lo sabías y me hiciste matarlo.

Bajó sus manos y cerró los ojos un segundo.

—No lo sabía —murmuró.

—¡Mientes! —grité.

Volví a estremecerme y caminé rápidamente hacia las duchas, sin quitarme la ropa me metí bajo una y di el agua. Me estremecí con tanta fuerza que tuve que apoyarme en la pared.

Me quejé.

—¡Dios! —sollocé —lo maté.

La imagen de Eduardo en su casa, en su piscina, de su beso, me llegó con fuerza. Sus palabras, sus sueños, sus padres, lo que había perdido. Yo destruí su futuro, lo destruí a él. Mi único amigo. Mi mejor amigo.

—¡Dios! —lloré.

Quería gritar, destruir algo, hacerme daño a mi misma y lo hice.

Golpee la pared con mi puño una vez y luego otra y otra hasta que comenzó a sangrar. No me importó el dolor, no me importaba nada. Prefería eso, huesos rotos, músculos desgarrados, cualquier cosa menos lo que sentía en mi corazón. Lo que mi mente me decía, los recuerdos.

Lo maté.

—Yamiko —murmuró Miguel Ángel detrás de mí y me giré rápidamente para golpearlo. Él no se movió ni me lo impidió, recibió el golpe en su rostro en completo silencio.

Los Cazadores 1: GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora