Capitulo 37: Pesadillas.

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Nunca había tenido pesadillas, por eso mismo supe que esto lo era enseguida, ya de por si podía contar con los dedos de mis manos los sueños que había tenido.

Estaba en una extraña habitación, sentada sobre una camilla usando una bata de hospital, y un dos hombres estaban de pie frente a mi, no podía verles la cara.

—Ya está en tu cuerpo —dijo uno de ellos, asentí—. La enzima debería comenzar a hacer efecto en pocas horas.

Estaba nerviosa por eso, como si supiera lo que era cuando en verdad no tenía ni idea de qué pasaba.

Todo cambio cuando aparecí corriendo por un bosque oscuro, me perseguían, podía sentirlos detrás de mí, como si estuvieran justo tras mi espalda. Respiraba agitadamente, sentía mis piernas adoloridas al igual que el costado de mi vientre. Observé mis manos y los cortes que tenía, parecía que había atravesado una ventana. Comencé a asustarme en verdad cando la sensación de sentirme atrapada se intensifico. No podía dejar que me atraparan, me había equivocado, creído en algo imposible y ahora solo quería escapar.

El sueño cambio, no la sensación de peligro. Ahora estaba delante de un hombre que observaba por la ventana, tenso. Su cabello negro me recordaba a alguien pero no lograba ver bien sus facciones, era una mancha gris en mi cabeza. Él estaba preocupado, tanto como yo.

—Debes irte —susurré, no me miró—, lejos, a un lugar donde ni siquiera yo pueda encontrarlos.

Él comenzó a negar con su cabeza.

—Cuando logre terminar con esto los buscaré.

Lleve mi mano sobre mi pecho ante la incomodidad y el dolor. Me puse de pie y llegue a su espalda, apoyé mi frente contra él, tembló al sentirme.

—Es la única solución —susurré.

Todo se desvaneció y aparecí  otra vez en un bosque, solo que ahora nadie me perseguía. Era yo la que vigilaba algo, y con tanta intensidad y concentración que no había nada más en mi mente. Observé el edificio, una que parecía un viejo hospital, unos minutos antes de moverme hacia allí.

Corrí rápidamente y en completo silencio hasta una ventana, la atravesé y miré alrededor. Todo me parecía conocido. Luego recorrí un pasillo y revisé habitación tras habitación, no había nadie y no me sorprendió. Me vi sacar una pistola  de mi espalda y luego de quitar el seguro me moví más rápidamente hacia el segundo piso, hacia una habitación en especial.

Tomé aire al detenerme delante de una puerta y la abrí, al ver que no había nadie caminé dentro de la habitación y me detuve delante de una fotografía.

Yo estaba allí, más un gran grupo de hombres jóvenes vestidos con batas blancas, a mi lado estaban de pie dos hombres de cabello negro, uno de ellos con el ceño fruncido y el otro sonriendo como si fuera el mejor día de su vida. Conocía a ambos hombres desde hacía años.

—Sabias que ibas a regresar—. No me giré.

—Todo tiene que terminar ahora —murmuré.

—¿Y piensas matarnos a todos?—. Cerré los ojos un segundo.

—Si es necesario, sí.

No dijimos nada. Me giré para verlo y el mismo hombre que sonreía en la fotografía estaba allí, apoyado contra la pared.

—Así que te enviaron a ti—. Él alzo una ceja.

—No hagas esto —pidió y me apuntó con una mano—. Fuiste tú quien acepto esto, quien estuvo de acuerdo, nadie te obligo.

—No me obligaron a hacerlo pero no me dejaron ir cuando lo desee.

—¿Y qué esperabas?, que te permitirán dejar todo porque sí, porque tuviste miedo.

Los Cazadores 1: GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora