Capitulo 30: Mi profecía.

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Dos hombres me guiaron por un pasillo hasta una oficina pequeña, solo había una mesa y dos sillas frente a frente.

Uno de los hombres apuntó una de ellas y me senté.

Pasaron diez minutos antes de que alguien entrara en la sala, me gire para ver a Cesar ordenarle al otro hombre que saliera y nos dejara solos.

Me tensé.

El anciano caminó hasta la otra silla y se sentó. Nos observamos a los ojos.

—No sabía que los ancianos entregaban profecías —le dije luego de unos minutos.

Negó con su cabeza.

—No lo hacen—. Él dejó sobre la mesa un sobre y una carpeta, luego entrelazo sus dedos sobre ellos y me examinó—. Solo me ofrecí, sentía curiosidad.

—¿Por mi?

—Por la única cazadora que no ha desarrollado una habilidad—. Miré la mesa sin saber que decir.

—Me han dicho que puede desarrollarse tarde.

—O nunca—. Lo miré enseguida—. Solo que jamás ha pasado.

Entrecerró los ojos.

—También estoy aquí para recordarte dos cosas.

—¿Cuáles? —pregunté enseguida.

—La traición se paga con cárcel—. Me congelé y arrugué mi frente—. No la muerte, es demasiado simple, sino con cárcel, y en el caso de nosotros son décadas en una de ellas.

Apreté la mandíbula.

—Ustedes creen que yo podría traicionarlos y viene aquí para decirme que si lo hago pasaré el resto de mi existencia encerrada.

No dijo ni hizo nada.

—Si es así, porque permitió que me entrenaran—. De repente agarró mis manos y las puso sobre la mesa.

Luchamos entre nosotros, yo por liberarme y él por retenerme. Aunque pude levantar mis manos unos centímetros de la mesa él las regresó y apretó más fuerte, dejé de luchar y él de apretar mis muñecas.

—Hay ciertas cosas que no sabes—. Apreté la mandíbula—. Y sé que pronto las averiguaras. Espero equivocarme, pero algo me dice que luego de eso, no pensaras igual que ahora sobre nosotros.

—No sabe que pienso de ustedes.

—Tengo una idea —aseguró.

Observó mis manos y las giró hasta que mis palmas aparecieron.

—¿Sabes cuál es mi habilidad?

—Saber quién o no posee una de ellas—. Asintió.

—Sí—. Me soltó y escondí mis manos bajo la mesa—. Lo he hecho por décadas, he examinado a cientos como tú, y eso me ha enseñado que solo algunos han nacido para dar problemas.

Esperé.

—Tu profecía—. Me entregó el sobre, no lo abrí, solo lo doble y metí en mi bolsillo, alzo una ceja pero no dijo nada—. Tu primer trabajo.

Me entregó la carpeta. Esta si la observé.

Observé rápidamente una fila de doce nombres y un grupo de fotografías.

—El trabajo es bastante simple—. Lo miré—. Debes encontrarlos y atraparlos.

Asentí.

—Allí encontraras direcciones y cosas por el estilo—. Se puso de pie pero yo no, me observó.

—¿Cuál es la segunda?—. Me miró.

—La segunda es simple—. Se movió hacia mi—. Las estaré vigilando.

Arrugue mi frente ante sus palabras.

—Las —repetí.

No dijo nada, solo salió de la sala y me dejo allí, sola y confundida.

—Las —repetí otra vez.

¿Por qué hablaba en plural?, ¿a quién más estaría vigilando?

Cuando llegue a mi casa dejé la carpeta en la mesa y tomé el sobre de mi pantalón. Trague nerviosa antes de abrirlo.

Desdoble el papel blanco y delgado y observé las letras elegantes, parecía que lo habían escrito a mano.

"Tu vida terminó una vez, terminará de nuevo, y solo él podrá salvarte para que puedas sobrevivir, solo él, que romperá tu corazón y aparecerá cuando menos lo esperes. No olvides lo que sabes, no todo es lo que parece, y la sangre pocas veces tiene la razón"

Suspiré al terminar de leer.

No comprendí nada.

Los Cazadores 1: GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora