Capítulo 3

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12 de agosto, 2019.

16 años.

Había pasado un año desde que mis padres se había ido y comencé a vivir con Joaquín. En estos meses obtuvimos las escrituras de la casa y la estuvimos remodelando a nuestro gusto. Se podría decir que ya era un ambiente mejor.

Héctor había cumplido su palabra de poner la casa a mi nombre y desaparecer de mi vida. De vez en cuando Cristina me mandaba mensajes para saber cómo me encontraba y si todo estaba bien.

El día de hoy comenzaba un nuevo ciclo escolar y no era algo que me pusiera nerviosa como muchos de mis compañeros. Era el cuarto año de secundaria y no sabía que eso era posible. Siempre creí que eran tres años o algo así, pero me equivoqué. ¿A quién en su sano juicio se le ocurrió tener cuatro años de secundaria?

–¿Lucía, ya estás lista? –Preguntó, Joaquín y suspiré.

–Sí, ya estoy lista. –Respondí, para luego tomar y mochila y bajar con él.

–Te ves hermosa. –comentó y soltó un pequeño bufido– Lo malo es que vas a ser el centro de atención de muchos chicos y eso me molesta. –Lo miré y él se encogió de hombros.

Desde que había conocido a Joaquín sabía que él era un chico demasiado celoso y posesivo. Cuando nuestra relación inicio me miraba y hacia un pequeño gesto, era lo más normal. Ahora  me interroga hasta conseguir lo que quiere, me deja de hablar cuando sus celos están presentes e incluso ha llegado a golpear a algunos chicos que me miran o me hablan.

Lo que los traumas hacen.

Salimos de la casa, cerramos, colgamos nuestras mochilas en los hombros y comenzamos a caminar con dirección a la escuela. Ambos íbamos en la misma escuela, lo malo era que íbamos en un grupo distinto y eso era un problema para Joaquín. Sabía de lo que mis compañeros eran capaces. Los odiaba con todo su ser.

Mientras que caminábamos hacía la escuela había algunos chicos que se me quedaban viendo. Era incómodo. Joaquín les daba una mirada de mala gana y apretaba mi mano. Yo solo bajaba la mirada y suspiraba.

–¿Quién en su sano juicio hace cuatro años de secundaria? –Preguntó y lo miré por unos segundos.

–No lo sé. –respondí– Supongo que la escuela. Su plan era torturarnos.

–¿Qué tienes? –me miró– Antes de salir de casa te veías más alegre.

–No tengo nada. –respondí, con tranquilidad– Solo quiero dormir. –hice un gesto– No me gusta la idea de venir a la escuela.

Quiero quedarme en mi casa, dónde no te veo siendo un chico violento, dónde los chicos no me miran, dónde ambos estamos tranquilos.

–A mí tampoco me gusta la idea de venir a la escuela. –habló– Tenemos que venir, es importante.

Bufé. –A ti no te gusta venir a la escuela solo por los chicos que me miran o que me hablan. –Reproché y rodé los ojos.

Él no respondió.

¿Para que me iba a responder? Sabía muy bien lo que me diría o terminaríamos discutiendo por ese estúpido tema. Cómo si no lo conociera.

Después de unos segundos me di cuenta de que un chico se me quedó viendo y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Joaquín al darse cuenta se tenso un poco, le dio una mirada y se detuvo.

¡Oh, no! Aquí vamos de nuevo.

–¿Puedes dejar de ver a mi novia? –Habló y fingió una sonrisa.

–No. –respondió, aquel chico– Ella es demasiado bonita. –sonrió y me dio una pequeña mirada– Tú no eres nadie para decirme si puedo mirarla o no.

CELOSO • SKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora