Capítulo 24

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23 de noviembre, 2019.

–Bonita, todo va a estar bien. –Me dijo con una cálida sonrisa.

–Eso espero. –le di una mirada de preocupación– Jason, me preocupa la reacción que va a tener cuando le digan de lo que padece.

–Es probable que tenga una reacción agresiva, pero hay tener en cuenta que es parte de su enfermedad.

Me acerqué a él, le di una sonrisa y lo abracé de una manera cálida.

–Gracias por siempre estar cuando te necesito, Jay. –Murmuré.

–Siempre voy a estar para ti, bonita. –respondió de la misma forma y beso mi mejilla– No me gusta arruinar los momentos románticos, pero yo creo que es hora de irnos.

–Tienes razón, Jay. –me separé de él y le di una sonrisa– ¿Ya está todo listo?

Se quedó pensando y asintió.

Salimos de la casa, subimos al auto y echamos las mochilas en el asiento trasero. Besó mi mano y después comenzó a conducir con dirección a la casa de los Cordovero.

Habíamos preparado las mochilas por si había la necesidad de quedarnos a dormir ahí en la casa. Mañana al medio día iríamos a comer a la casa de mi padre y por fin conocería a su familia.

Cuando llegamos a la casa estacionó el auto, bajamos y nos dirigimos a la puerta. Me sentía muy nerviosa y en parte preocupada. La puerta se abrió y entramos sin hacer mucho ruido.

Nos dirigimos a la sala, una vez ahí nos encontramos con los padres de Joaquín y la madre de Jason.

–¡Qué bueno que llegaron! –Renata, hablo, sonriente– Los estábamos esperando.

–Bueno, ya estamos aquí. –Les respondí, tranquila.

–Lucía, nos gustaría que subieras a su habitación para hablar con él. –Alejandro, me pidió y asentí– Nosotros subiremos después para darle la noticia.

–Me parece bien.

Tomé un poco de aire para luego darles una mirada y comenzar a subir a la habitación de Joaquín. Una vez ahí, entre con cuidado y enseguida me miró con sorpresa.

–¡Muñeca! –saludó, amable– ¿Cómo estás? ¿A qué se debe tu visita?

Si supieras.

Caminé hasta su cama, me senté en la orilla. Me sentía mal por dentro, solo quería llorar. Él tomó una de mis manos y comenzó a acariciarla.

–Tus padres querían verme y aproveché para venir a saludarte. –me dedicó una sonrisa– Estoy bien, solo un poco cansada.

–¿Sigues cansada de lo que hicimos hace una semana? –me preguntó en un tono de picardía y le di un golpecito en la pierna– Digo, es que te dejaste manosear como fruta de mercado.

–Estoy cansada de la escuela. –aclaré– No me gusta despertar temprano. ¡Odio!

No te gusta, pero ahí te estás echando un polvo mañanero con Jay.

–Pronto habrá vacaciones. –me dijo, sonriente– Al menos dos o tres semanas podremos descansar bien.

Solté una risa y negué.

Estuvimos hablando por una media hora. Nos quedamos en silencio, pero no era incómodo como lo fueron las veces anteriores.

No pasó mucho cuando la puerta se abrió dejando ver a las cuatro personas que saben sobre la enfermedad de Joaquín. Ellos entraron tranquilos y en silencio. No era momento para alterarlos.

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