Dos años antes de lo sucedido con la familia de Bastian.
Era de madrugada, en una zona alejada de cualquier rastro de población humana. Rusia era lo suficientemente rica en espacios donde el hombre no se atrevería a vivir.
Había unas ruinas que se habían levantado en el interior de una cueva bajo una montaña, ruinas que ya no eran visitadas desde hace años. La última vez que alguien puso un pie en el lugar fueron, seguramente, unos arqueólogos. Aunque también iban aquellas personas que tenían las agallas suficientes como para ingresar a esta zona casi inaccesible, que apenas y contaba con un camino que llevaba hasta ahí, y que para este entonces ya ni existía, pues se había llenado de maleza al ser nulamente circulada.
Estas ruinas escondían algo más que solo recuerdos. Si uno se adentraba ahí, podría deducir fácilmente que estaba siendo habitada por alguien. Se veían velas estratégicamente colocadas para iluminar los oscuros pasillos y aposentos que, si en el día apenas eran iluminados, ahora que era de madrugada, mucho menos.
Una chica permanecía sentada y de brazos cruzados en una estructura rocosa y rectangular; básicamente, un banco sencillo tallado en piedra. La mujer observaba una de esas velas que había ahí. La llama bailaba de un lado a otro, y la chica se perdía en aquella tranquilizante figura de fuego.
El cabello de la mujer, la cual tenía apenas veintitrés años, era naturalmente pelirrojo. Sus ojos eran marrones, y también se podían apreciar algunas pecas salpicadas sobre su nariz y pómulos.
Ella seguía distraída con aquella vela. Y en un momento, estando sentada y a pocos metros de la entrada de las ruinas, un viento fresco hizo que se apagara la llama. Todo a su alrededor quedó en una oscuridad parcial, ya que la luz de las otras velas que estaban más alejadas no permitían que las tinieblas se apoderasen por completo del sitio.
Pasaron dos segundos desde que se apagó la vela, y fue ahí donde un relámpago iluminó el lugar por unos instantes.
—Genial... —dijo ella, molestándose un poco, pues era evidente que una tormenta se avecinaba.
La chica chasqueó los dedos, y la vela que tenía enfrente se volvió a encender como por arte de magia. Una vez hecho esto, colocó sobre la vela una especie de cilindro de cristal que había ahí, para así impedir que el viento la apagara otra vez.
Cuando pasaron unos cinco minutos, la lluvia llegó... Y no solo esta llegaría.
Pasó un rato, y alguien entró a las ruinas. Era un hombre vestido con ropas abrigadas, sobre las cuales tenía puesta una capucha para impedir que se mojaran. También cargaba una especie de bolsa grande y de tela consigo, en la que parecía traer cosas variadas.
Al ver que la chica que lo esperaba apenas tenía una remera fina puesta, el hombre preguntó si no quería algo más cálido, que había traído más ropa al lugar por si hacía falta.
—No, gracias —respondió ella—. Estoy bien.
—Tú dices eso, pero bien que estás temblando... Vamos, Nuriel. Que controles el fuego no quiere decir que no tendrás frío nunca.
Dicho esto, el hombre le pasó a Nuriel uno de los abrigos que traía en la mochila.
—Sí... Ya sé —agregó Nuriel, para luego tomar el abrigo y ponérselo—. Ahora dime, Makarov... ¿Era necesario elegir este lugar para que fuera otro de nuestros escondites? Ya tenemos tres. Y son lugares donde al menos tenemos agua, luz y camas más cómodas.
—Estuve buscando un lugar alejado en donde traer a los Shaishus cuando los hayamos capturado. Si los llevamos a alguno de nuestros sitios que están en medio de la población, podría ser un desastre... Ya me basta con que me anden buscando mercenarios y otras personas de ese tipo.
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Poder Shaishu: La Cacería de Astrid. ©
FantasíaBastian, un chico que será testigo de unos extraños acontecimientos, terminará dándose cuenta del abrumador poder que lleva en su interior. Y no tardará en descubrir que no es el único de su clase. Un día, una extraña mujer aparece y ataca a Bastian...