Era de mañana temprano, y Bastian todavía estaba tirado en la cama. Su madre fue a tocar la puerta, pero ella ni siquiera esperó una respuesta y la abrió sin dudar. Cuando la puerta estuvo lo suficientemente abierta como para que al menos pudiera meter la cabeza, Marta le pidió a su hijo que despertara para arreglarse, agregando que faltaba poco para que ella fuera al colegio.
—Bastian, si no te levantas ahora, tendrás que ir en bici... Apúrate.
El chico se quejó haciendo ruiditos mientras se retorcía en la cama.
—Bueno, entonces le daré de desayunar a Michael la pizza de ayer.
—¡Ya voy! —Se motivó el chico, levantándose—. Ya estoy despierto. Bajo en seguida.
Marta rio levemente, antes de volver a la cocina.
Luego del desayuno en familia, como ya era costumbre, cada uno fue por su lado; excepto Matías, el hermano mayor de Bastian, ya que él iba a la universidad por la tarde-noche.
Walter se despidió de su esposa para luego ir a su trabajo. Y minutos después, Marta subió a su vehículo junto con Bastian y el pequeño Michael.
Bastian era un chico de cabello castaño y ligeramente ondulado —aunque casi no se notaba ese detalle, pues siempre lo mantenía corto—. Sus ojos eran marrones, casi negros. Vivía en Paraguay, en una ciudad no muy lejos de la capital del país.
Y por cierto, cumplió quince hace una semana.
Iba en el primer año de la secundaria —el bachillerato o como quieran llamarlo—. Y no les voy a mentir: Bastian era un estudiante promedio; ni bueno ni malo. Pero aun así no podía descuidarse tanto, pues tenía de madre a una de las maestras de su colegio. Aun así, Marta entendía que ninguno de sus tres hijos tenía porqué sacar calificaciones perfectas en todo. A la mujer le bastaba con que fueran estudiantes "normales". Era buena madre al menos, pues sabía que unos simples números no definían sus capacidades; pero claro, obviamente también la ponía feliz que sacaran buenas notas.
El viaje camino al colegio era bastante corto, ya que se encontraba a unas veinte manzanas más o menos, así que dicho viaje solía estar lleno de conversaciones aleatorias, y pocas veces había silencio.
Una vez en el colegio, Bastian siguió a su madre y a su hermano; este último siempre era acompañado hasta su clase, todos los días. Acto seguido, madre e hijo se separaron. Marta se dirigió a su oficina y Bastian a su aula.
—Por cierto —dijo Marta, un segundo después de haberse separado del chico—, te estoy vigilando. Me enteré de lo que pasó el fin de semana pasado.
—Eh... ¿De qué cosa? —cuestionó Bastian, fingiendo no saber de qué hablaba su madre, pero ya sospechando qué sería.
—La pelea.
Efectivamente. El sábado pasado, durante una fiesta en la que también fueron alumnos de otro colegio, estos comenzaron a molestar a Gustavo —el amigo más cercano que tenía Bastian, además de su compañero de clase—. Bastian no pudo permitir que esto sucediera, por lo que salió para defender a su amigo.
—¡Ah! Eso... —continuó Bastian, rascándose la cabeza—. Fue solo un malentendido, Ma...
—¿Un malentendido? ¡Le rompiste la cara! Y para más, tuvo que ser al hijo del director de otro colegio...
—¡Pero si estaban molestando a Gustavo! No podía dejar que lo golpearan.
—Mira, está bien que quieras defender a tus amigos. Pero sabes que la violencia no siempre solucionará todo. Lo mejor que pudiste hacer es tomar a Gustavo y separarse de ellos. Y es cierto que algunas personas sí que se merecen un puñetazo en la cara... Pero antes, al menos piensa un poco en las consecuencias de meterse en peleas sin sentido. Así que...
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Poder Shaishu: La Cacería de Astrid. ©
FantasíaBastian, un chico que será testigo de unos extraños acontecimientos, terminará dándose cuenta del abrumador poder que lleva en su interior. Y no tardará en descubrir que no es el único de su clase. Un día, una extraña mujer aparece y ataca a Bastian...