10 - Tu fuego II

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19/01/22 - Contexto: Continuación Tu fuego I

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Una simple alerta lo regresó a la realidad. Recorría las calles patrullando solo, como siempre desde que el se fue y desde que sus agentes... sus amigos, mejor dicho, habían decidido partir en su búsqueda.

No era que sus nuevos compañeros no fuesen de su agrado en particular, pero no deseaba la compañía de nadie, por eso se hizo la fama de ser un jefe serio, exigente y solitario, y a él no le importaba su fama para nada.

Cambió la ruta marcando la nueva posición en su gps y aceleró siguiéndola, no fue hasta cuando subió la colina que se percató del lugar, maldijo su suerte, no había regresado ahí desde que se mudó, a propósito claro.

Estacionó fuera de las rejas, ya que aún le costaba estar ahí, desenfundó su reglamentaria y entró al lugar. No parecía cambiado, solo un poco abandonado, tal parecía que en esos meses no había encontrado un nuevo dueño, y en parte lo agradeció, ya que sus recuerdos no habían sido reemplazados aún.

Dando pasos dubitativos sintió que si se concentraba lo suficiente, aún podía escuchar su risa ligera en la piscina, o sus bromas en doble sentido salir de la casa. Suspiró pensando en cuándo había sido el último día que había reído de verdad... seguro con él. Dejando su pesar de lado, decidió que nada de eso podía hacer que evite el cumplimiento de su deber.

Caminó despacio por los alrededores tratando de encontrar al sospechoso que indicaba el aviso, pero no encontró a nadie a las afueras. Cuando llegó el resto de agentes le preguntaron si era necesario ingresar por la fuerza, a lo que él se rehusó, solo se fueron y supusieron que era una falsa alarma.

Ya de vuelta en su sede revisando unos papeles, le sorprendió recibir un nuevo aviso, ahora de algo más serio, una explosión. Por acto reflejo, ya que hace una hora le había pasado, revisó la ubicación y se encontró con la misma dirección, su antigua casa.

Sin informar salió casi corriendo de las oficinas y se encaminó al lugar. Al acercarse cada vez más pudo ver el humo asomando en el cielo, y al llegar a las afueras se horrorizó por lo que vio. Su casa, la casa que habían compartido ambos estaba en llamas.

Bajó del auto y solo atinó a apoyarce en la puerta con el cuerpo temblando, no podía acercarse, sería estúpido, además que varios camiones de bomberos ya luchaban por controlar el fuego.

¿Qué sentido tenía quedarse viendo como se quema parte de tu vida? sin poder hacer nada, sin poder evitarlo... pero no podía irse y dejar que las llamas lo consuman todo en completa soledad, sin nadie que realmente entendiera lo que esa pérdida significaba.

Pasó la mirada por todos ellos, viendo como con profesionalismo se distribuían por la propiedad. En ese momento se percató de lo eso podía significar, según su teoría Horacio sería bombero, parte de ese grupo de personas y que en ese preciso momento podía estar en ese mismo lugar... ¿Cómo se sentiría al ver su casa de ese modo? ¿Se sentiría igual de desolado que él?

Llegaron los refuerzos policiales y coordinó el cercado de zonas aledañas y el corte del tráfico, luego paseó por delante de la reja sin evitarlo, tratando aún de ver algo. Pudo jurar, aunque solo fue cuestión de segundos, que al ver el cuerpo de ese hombre, completo de amarillo, detenido cual estatua en medio del jardín, observando las llamas consumirlo todo, pero podía estar casi seguro que era como verse a si mismo, sufriendo por dentro al ver como sus meses en esas paredes eran borrados, y como bajo el calor del fuego podían ser destruidos, como los recuerdos y momentos vividos se esfumaban como el humo blanco que se iba al cielo. Pero se dijo que todo lo vivido ahí juntos, ni con el peor fuego del mundo podría ser eliminado de su memoria, así que dejó que ese pensamiento aliviara un poco su pesar.

Observó que otro hombre se acercó al que observaba y como con unos golpes en la espalda logró que se moviera, y que se dedicara a cumplir con su misión, tratar de apagar ese incontenible fuego.

Pasaron lo que casi fueron dos horas, el color del atardecer intentaba imitar los colores del fuego que momentos antes había sido apagado en su totalidad.

Ayudó a desplegar las fuerzas, a cercar la propiedad, no sin un sin sabor y un malestar en el estómago casi doloroso, y luego decidió esperar, sin saber el qué realmente, tal vez una simple pista, una señal o algo que animara su esperanza.

Siguió los pasos de todos con la mirada, sin poder poner atención realmente a alguien, con temor a realmente encontrarlo. Deseaba verlo, hablarle, pero si lo viera en realidad, después de tanto tiempo, ¿cómo iba a reaccionar?

Cuando cruzó miradas con un hombre a los lejos, a pesar de este portar una mascarilla contra humo, sintió como una corriente recorría su cuerpo, este hombre volteó el rostro de forma brusca como esquivando su mirada.

Sus pies se movieron solos, hizo un gesto de acercarse, dio unos simples pasos y el enorme camión de bomberos arrancó, pudo ver cómo el hombre se colgó en la parte trasera al trote y cuando el camión pasó por su lado escuchó que el conductor le hablaba riendo.

─ Agárrate bien patito.

─ 10-4.

Fue muy rápido y el aire disminuyó el volumen de su voz, pero ese sonido, con esa frase concisa, esa que había escuchado innumerables veces de sus labios, no dejaba duda de que tendría que ser él. Solo se pudo quedar viendo como el camión se alejaba poco a poco, y como de la misma forma, esa horrible situación vivida, de cierto modo juntos, podría ser el camino a su reencuentro.

"¿Patito?" dijo en voz baja para sí mismo, y sin poder hacer más entró a su vehículo, marcando como todos los días, el camino a su sede, a su casa, sin dejar de pensar en el único lugar que puedo llamar hogar, y que se había quemado hace unas horas.

Volkov no podría saber que Horacio pudo comparar el pavor que sintió al ver su antigua casa en llamas, al de verlo en ese mismo lugar, viéndolo directamente, como si pudiera atravesar su alma con solo una mirada.

Volkov no sabría que como siempre, desde hace unos meses, Horacio se sentía el ser más despreciable sobre el planeta y que desde la distancia se veía tan pequeño, tan solo, tanto como el mismo Horacio se sentía día a día.

OjaláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora