Capitulo 3

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CAPÍTULO TRES
Por alguna razón, Jude se había erigido en una especie de comité formado solo por él que se
encargaba de darnos al equipo la bienvenida. Cuando llegamos de vuelta al cuartel general después de
mi primera Operación con la Liga, allí estaba esperándonos su figura larguirucha, paseando de un lado
a otro por el pasillo de la entrada, lanzándose hacia mí para enterrarme bajo una avalancha de
preguntas. Seis meses más tarde, él seguía siendo el único que nos esperaba, premiándonos que
volviéramos sanos y salvos con una sonrisa que le dividía la cara en dos.
Me preparé para el impacto mientras Vida pasaba su tarjeta de identificación por el panel de la
puerta. Rob y el resto de los miembros del equipo táctico habían escoltado a Cole Stewart unos pocos
minutos antes, pero nos habían obligado a quedarnos atrás, y nos tomamos nuestro tiempo yendo por
el túnel. Era importante asegurarse de que Rob se llevaba los méritos, dejarlo que se revolcara en la
gloria como un perro en la hierba. Habíamos oído los gritos mientras entraban, y los vimos alzar los
puños mientras caminaban por el Cuartel General, casi dejando a Cole atrás en su silla de ruedas.
Ahora ya no quedaba nadie en el largo pasillo blanco de entrada. Los agentes habían dejado una
estela de ruido de celebración detrás de ellos, que disminuía a cada paso que daban, hasta que lo único
que pude oír era mi propia respiración, y lo único que pude ver era el espacio vacío al final del pasillo
donde debería haber estado Jude.
—Oh, gracias, Dios —dijo Vida, alzando los brazos por encima de la cabeza—. Un día no voy a
poner conseguir alinear mi espalda después de su abrazo de la muerte. Adiós, Bu.
Creo que algunas personas utilizan el apodo «Bu» como una expresión de cariño. Vida lo usaba
para hacerte sentir como uno de esos perros pequeños que tienen el cerebro del tamaño de una nuez,
que hasta se mean encima cuando se emocionan demasiado.
La dejé allí sin decir una palabra, y me dirigí hacia la izquierda, hacia Cate y los otros agentes de
alto rango, para registrar mi entrada. Cinco minutos de infructuosa búsqueda más tarde, incliné la
cabeza hacia el interior del atrio para ver si ella estaba allí. Probablemente estaría con los demás,
pensé, explorando el espacio casi vacío. Y, aunque no vi su pelo rubio platino en ninguna de las mesas,
reconocí la mata de rizos rojizos frente a uno de los televisores.
No tuve la suerte de conseguir una escapada limpia; esos dos segundos que estuve mirándolo
fijamente habían sido suficientes para que él reconociera mi mirada. Jude consultó su viejo reloj de
pulsera de plástico y luego se volvió a mirarme con horror.
—Ru —me llamó, saludándome con la cabeza—. ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! He perdido
totalmente la noción del tiempo. ¿Ha ido todo bien? ¿Acabas de llegar? ¿Ahora mismo? ¿Dónde está
Vida? ¿Ella ha…?
Yo no era suficientemente buena persona como para decir que ninguna parte de mí quería darse la
vuelta y salir corriendo antes de que él pudiera llegar y abrazarme y arrastrarme con él por toda la
sala.
Al cruzar la habitación me di cuenta de que Nico también estaba allí, sentado al extremo opuesto
de la mesa. Uno de los pilares de cemento colocado justo entre la puerta y él me lo había tapado, y tampoco ayudó que el chico no pareciera mover un solo músculo. Seguí su mirada pétrea hasta el
pequeño dispositivo que había encima de la mesa. Un intercomunicador.
Era del tamaño de un teléfono y se podía confundir fácilmente con uno si no lo mirabas con más
detenimiento. Habían rescatado una vieja generación de teléfonos, con el teclado real, en lugar de una
elegante pantalla táctil. Las nuevas carcasas que habían creado para ellos eran ovales y lo
suficientemente finas como para deslizarse en un bolsillo trasero o en el interior de la manga.
Un par de Verdes habían desarrollado esta pequeña joya con la idea de que los agentes pudieran
transmitir mensajes digitales, fotos y vídeos cortos sin tener que destruir el teléfono cada vez. La
tecnología que los hacía funcionar era sobre todo un misterio para mí, pero sabía que se comunicaban
mediante alguna red no hackeable que habían desarrollado los Verdes. Solo podían utilizarse para
contactar con los demás usuarios de la red, y solo si tenías el número PIN secreto del otro
intercomunicador. Eran inútiles si necesitabas enviar imágenes grandes o archivos de vídeo de más de
treinta segundos; Alban había rechazado enviarlos en el campo por esa razón, calificándolos como el
proyecto aburrido de algún chico. Por lo que yo sabía, por lo general, ahora los Verdes solo los usaban
para hablar unos con otros en el cuartel general cuando se encontraban en diferentes sesiones de
entrenamiento, o por la noche después de apagar las luces.
—¿… vuelto? ¿Has conocido a la agente? ¿Era tan cabrona como dice todo el mundo? ¿Nosotros
podremos…?
—¿Qué está pasando? —le pregunté, mirando a Nico y a la pantalla del televisor.
Habían elegido uno en que solo se emitían noticias locales de California y el tiempo.
Era como si yo hubiera absorbido las palabras directamente de él. Jude se tensó de esa manera en
la que abría mucho los ojos justo antes de mostrar una sonrisa demasiado forzada.
—¿Qué está pasando? —repetí.
Jude tragó saliva y miró a Nico antes de inclinarse para hablarme al oído. Sus ojos escrutaron el
atrio como si buscaran rincones oscuros que antes no existían.
—Han enviado a Blake Howard a una Operación —dijo—. Estamos…
—¿Blake Howard? ¿El chico verde del Equipo Uno?
¿Ese que parecía que te podías cargar con un solo estornudo certero?
Jude asintió, echando otro vistazo nervioso detrás de mí.
—Yo solo… estoy preocupado, ¿sabes? Nico también lo está.
Acojonante. Nico nunca dejaba pasar una buena teoría de la conspiración, sobre todo cuando se
trataba de la Liga. Cada agente era un agente doble. Alban estaba trabajando con Gray para derribar la
Coalición Federal. Alguien estaba envenenando nuestro suministro de agua con plomo. No sé de dónde
lo sacaba, o si era solo la forma en que su cerebro procesaba toda la información que absorbía y que
no sabía cómo desechar.
—Deben de querer canjearlo por algo —dijo Nico, agarrando el intercomunicador—. ¿Para
obtener más información? ¿Para traer a otro agente de vuelta? Eso no es tan descabellado, ¿no? Ya hay
demasiados Verdes aquí. Odian tenernos a tantos de nosotros. Nos odian.
Traté de no entornar los ojos.
—¿La Operación implica tecnología? —le pregunté.
—Bueno, sí, pero… —dijo Jude—. ¿Cuándo han enviado antes a un chico del Equipo Uno? Se
supone que son para uso exclusivo del cuartel general.
No estaba equivocado. Vida los llamaba los Chirridos, y el nombre se le había pegado a todo el
mundo. Todos los Verdes con habilidades de lógica y razonamiento sobrealimentados fueron usados
por la Liga para descifrar códigos y programar virus informáticos, creando dispositivos desquiciados.
Todos tenían el mismo andar torpe; Nico también. Caminaban con una cadencia extraña, arrastrando
los pies contra las baldosas, haciendo que sus zapatillas de deporte emitieran esos pequeños chirridos.
Estoy segura de que se habían ido copiando el andar unos a otros inconscientemente, y siempre se
mantenían en una especie de movimiento sincronizado, como las piezas de una máquina a pleno
funcionamiento.
—Ya es mayor y tiene las habilidades y los poderes adecuados para ayudarles —le dije—. Sé que
los demás equipos verdes están ocupados esta semana. Puede que lo hayan reclutado como último
recurso.
—No —dijo Jude—. Creemos que se lo han llevado a propósito. Lo querían.
Pasó un rato antes de que Jude reuniera el valor para mirarme de nuevo. Cuando lo hizo, su
expresión era tan obviamente avergonzada y aterrorizada que sentí que tenía que tranquilizarme lo
suficiente para poder seguir preguntándole.
—¿Hay algo que no me estás diciendo? ¿Qué me estoy perdiendo aquí?
Jude se retorció el faldón planchado de la camisa en un nudo. Nico solo miraba al frente, sin
parpadear, con la mirada fija en el intercomunicador.
—Hace unos días —comenzó Jude—, Nico, Blake y yo… estábamos haciendo el tonto por aquí.
Tratábamos de construir uno de esos coches de control remoto con las piezas de sobra de los
ordenadores.
—¿Y?
—Nico tuvo que ir y hablar con Cate, pero Blake y yo jugamos con el coche haciendo una prueba
de conducción en torno a esta planta. Eran casi las dos de la tarde, y aquí abajo no había nadie. Así que
pensamos que estaría bien y que no íbamos a molestar a nadie. Pero… ¿conoces esas habitaciones que
utilizamos para almacenar cosas para las operaciones? Como los chalecos, la munición extra, ¿esas
cosas?
Asentí con la cabeza.
—Oímos voces que procedían de una de ellas. Pensé que tal vez los chicos estaban jugando a
cartas o algo así; a veces lo hacen aquí abajo para poder hablar mal de Alban o de alguno de los
consejeros —dijo Jude, temblando ahora visiblemente—. Pero, cuando oí lo que estaban diciendo en
realidad, me di cuenta de que no estaban jugando a nada, Ru, hablaban de nosotros. Eran Rob y Jarvin,
y un par de amigos suyos. No paraban de decir cosas como que había que reducir la población de
bichos raros y que Alban se iba a poner de nuevo en marcha, y que pronto quedaría claro que éramos
una pérdida de tiempo y de recursos.
Sentí un escalofrío que me llegó directamente a los huesos. Cogí la silla más cercana y la arrastré
más cerca de Nico. Jude hizo lo mismo, y empezó a retorcerse las manos.
—¿Y os pillaron escuchándoles?
—Sé que es estúpido, pero, cuando oí eso, me asusté. No era mi intención, pero se me cayó el
coche. Corrimos antes de que se abriera la puerta, pero estoy seguro de que nos vieron. Oí a Rob
pronunciar mi nombre.
—¿Entonces qué? —insistí.
Mi mente empezaba a hacer conexiones peligrosas.
—Entonces Blake fue asignado a esa Operación, aunque es del Equipo Uno. Jarvin dijo que
necesitaba un Verde para introducirse en la sala de servidores de la compañía, y él no tuvo otra
opción.
Me recliné hacia atrás lentamente. Reducir la población de bichos raros. Mi oído, el que se había
llevado la peor parte de la explosión de la granada, parecía tener un pulso propio.
«Eso fue un accidente», me dije a mí misma. «Rob estaba siendo imprudente». Pero la segunda
mentira sonó menos convincente que la primera. Reducir la población de bichos raros. ¿Cómo?
¿Exponiéndolos a situaciones mortales en operaciones que podrían confundirse como accidentes? Rob
ya había matado a niños antes, aunque yo solo estaba segura de las dos muertes que había vislumbrado
en su memoria, pero eso no significaba que no fueran más.
«¡Por Dios!». Una ola de náuseas cegadora me invadió el estómago. ¿Lo iba a matar para mantener
el número de niños adecuados aquí abajo?
No, no, tenía que parar. Mis pensamientos habían entrado en barrena y se escapaban a mi control.
Eran Nico y Jude, dos chicos con demasiado tiempo libre para aburrirse y elucubrar pesadillas.
Estaban constantemente metiéndose en problemas, y entonces se morían de miedo cuando el problema
se daba la vuelta y les mordía en el culo.
—No es más que una coincidencia —dije.
Tenía otra cosa más que señalar, estaba segura, pero me descolgué de la cadena de pensamientos
cuando oí que alguien me llamaba desde el otro lado de la habitación. Uno de los consejeros de Alban,
el bueno de Cara de Mapache, estaba en la puerta del atrio.
—A él le gustaría hablar contigo en su oficina dentro de una hora.
Luego se volvió sobre sus talones y se fue, claramente enfadado de que le hubieran encargado
ejercer de mensajero.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Jude, visiblemente confuso.
Casi nunca veías a los trajeados consejeros a más de unos pocos pasos de distancia de Alban; no
me habría sorprendido que irrumpieran en su habitación todas las noches y se turnaran para susurrarle
planes y palabras dulces al oído mientras dormía.
Había diez hombres en total, todos rondando los cincuenta años de edad, que habían dividido las
áreas de interés de Alban y asumido el control de cada una. Ellos coordinaban y aprobaban las
operaciones, traían los suministros y los nuevos contactos, reclutaban a los nuevos instructores y
administraban las finanzas de la Liga. Todo para que Alban pudiera centrarse en el «panorama
general» de objetivos y metas.
Jude aseguraba que solo estaban allí porque Gray los quería muertos por una razón u otra y no
habían tenido más remedio que pasar a la clandestinidad. Todavía no me sabía los nombres de la
mitad de ellos, ya que la mayoría hacía todo lo posible para no tratar directamente con los bichos raros
Psi. Era más fácil fijarme en sus características y ponerles apodos. Cara de Mapache, Orejas de Mono,
Dientes de Caballo y Labios de Rana eran los que veía más a menudo.
La creatividad que perdían los nombres era compensada con la precisión.
—¿Una sesión informativa? ¿Ya? —preguntó Jude, mirando de nuevo el televisor.
Estiré la mano y apagué el aparato manualmente.
—¡Eh!
—Llegas tarde —le dije, señalando el reloj de la pared—. Otros dos minutos y el instructor
Johnson te pondrá una falta.
—¿Y? —replicó Jude—. ¡Esto es más importante!
—¿Más importante que ser eventualmente activado? —le dije—. Porque, la última vez que lo
comprobé, tus dos faltas te dejaban lejos de quedarte para siempre de apoyo en el Cuartel General.
Era una táctica de juego cojonuda; la mirada furibunda de Nico me lo confirmó. Pero él sabía,
probablemente mejor que yo, que un futuro en el que Jude nunca llegara a salir en una Operación era
un futuro por el que Jude habría vendido ambos brazos.
Les acompañé por todo el camino hacia la sala de entrenamiento por si acaso sucumbían a la
tentación de escaparse. Los equipos con los que entrenábamos normalmente —Dos, Tres y Cuatro—
ya estaban allí, calentándose, oscureciendo la pared de espejos. Esa era la única zona de todo el
Cuartel General que realmente olía a ser humano. El hedor a sudor y a cuerpos calientes le confería a
la sala una especie de sacudida de vida real y tangible. Y al menos era mejor que el moho.
El instructor Johnson asintió en mi dirección mientras sostenía la puerta abierta; las luces
fluorescentes blanqueaban su cabello rubio. Tanto Vida como yo estábamos exentas de las clases y del
entrenamiento del día, pero al día siguiente nos incorporaríamos de nuevo. Yo caería otra vez en el
patrón de este lugar, agradecida por el alivio de no tener que pensar en otra cosa que no fuera pasar de
una hora a otra, de puerta en puerta. Una lección de vida sobre cómo seguir adelante, por cortesía de
Thurmond.
Jude y Nico podrían odiarme por ello, pero no me importaba. Simplemente no podía permitirme el
lujo de alimentarme de su miedo y dejar que me envolviera. Me había esforzado mucho para
conseguir insensibilizarme en este lugar, y ellos no iban a hacer que estallara sin motivo. Tenían mi
atención, mi preocupación, mi protección, pero no eso.
Duchada, alimentada, vestida con ropa limpia y con los pensamientos serenos, estaba lista para
reunirme con John Alban. Pero él no estaba listo para mí.
Puedes decir muchas cosas sobre el fundador de la Liga, y tal vez alguna que otra palabra
halagadora. Era un hombre inteligente, nadie iba a negarlo. La Liga era lo que era hoy gracias a él. No
obstante, algunos consideraban que ya había llegado el momento de que llevara las agresiones contra
Gray «hasta un nuevo nivel», y otros lo presionaban para que se mantuviera como hasta ahora, porque
eso funcionaba.
Pensé que tenía todo el derecho a querer pensar más antes de tomar una gran decisión, pero
entendía la impaciencia. Yo sabía que querían capitalizar el creciente descontento y los murmullos de
protesta que habíamos estado rastreando.
Oí voces más allá de la puerta, leves al principio, pero luego lo suficientemente airadas como para
captar mi atención. Mi intención de llamar a la puerta se vino abajo, y me quedé allí, escuchando.
—¡No! —exclamó Alban—. ¡Dios mío, no! ¡No! ¿Cuántas veces tengo que repetir la palabra para
que se incorpore a su vocabulario? Fue la misma respuesta la primera vez ante tus superiores , cuando
convenciste a Jarvin de que se lo presentara a los consejeros, y, sí, ahora también.
—No estás pensando desde la perspectiva de…
Retrocedí un poco por instinto, apoyando el peso sobre los talones, y me alejé de la áspera voz de
Rob.
—¿Crees que podemos seguir con esto sin hacer una gran declaración? ¿Cuántas de esas cosas van
por ahí rondando, arrastrándose por todo el Cuartel General, desperdiciando nuestro tiempo y nuestras
energías?
Alban lo interrumpió.
—No son cosas, como bien sabes. Esto no es negociable. El fin nunca justifica los medios, no
importa cómo intentes vendérmelo. Nunca. Son niños.
En el fondo de mi mente, un pensamiento empezaba a fundirse con otro, uno mucho más oscuro,
pero obligué a mi atención a volver a la realidad del momento.
—Tú eres el que siempre dice que hay que hacer cualquier cosa para conseguir echar a Gray, ¿no
es así? Una maniobra de distracción sería más que suficiente para nosotros para entrar y desmantelar
los campamentos, y hacer estallar la noticia por todo el maldito país. Esta es la única manera ahora.
Saben lo de nuestras identificaciones falsificadas, ahora ni siquiera podemos entrar a extraer a los
agentes que todavía tenemos infiltrados en los campamentos. ¡Nos están esperando! ¡Todos estamos
esperando a que hagas algo! ¡Decide algo!
Se hizo un largo y amargo silencio. Si Alban estaba buscando las palabras para replicar, no las
encontró. No pude mantener mi propia mente bajo control. ¿Qué tipo de plan podía hacer que se
alterasen tanto?
—Solo te aviso —continuó Rob, ahora más tranquilo— de que he oído a los agentes preguntarse
hacia qué tipo de política nos desplazamos. Muchos todavía piensan que aún deseas reavivar las cosas
entre Gray y tú. Que echas de menos a tu amigo.
Cerré los ojos. Era una regla tácita que nadie hiciera referencia a la antigua amistad de Alban con
el presidente Gray y la primera dama, por ningún motivo. Cate me dijo una vez que a Alban ni
siquiera le gustaba que le recordaran el trabajo que había hecho como secretario de Seguridad
Nacional, así que me imagino que no estaría muy emocionado de que se le recordara que una vez
participó en el pequeño círculo de personas que disfrutaba de las cenas privadas en la residencia
ejecutiva de la Casa Blanca.
Una nueva voz intervino.
—John, no desestimemos esto completamente. Es una táctica que se ha utilizado antes, y es eficaz.
No lo sabrán. Tenemos maneras de ocultar el mecanismo de…
Estaba tan concentrada en la conversación delante de mí que no oí a la persona que cojeaba por
detrás. No hasta que se movió justo a mi espalda, y me tocó en el hombro para llamar mi atención.
—Creo que será mejor que no le digas a nadie lo que estás haciendo, fisgona —dijo Cole—. ¿O es
que quieres que te recuerde aquella vieja historia sobre aquel gato inoportuno y su curiosidad?
Era demasiado tarde para echarme atrás y fingir que no había estado escuchando, y ahora estaba
demasiado nerviosa como para molestarme en intentarlo.
El médico del equipo de Rob había hecho un buen trabajo al suturar los cortes más profundos de la
cara de Cole, y limpiándole los restos que se le habían incrustado en la piel. Vestía una camisa
holgada y pantalones de una talla demasiado grande para él, pero al menos ya no llevaba los viejos harapos manchados de vómito. Parecía una persona diferente, y yo estaba agradecida por ello. Era más
fácil mirarle.
Y por fin yo estaba recibiendo una buena.
Cuando Liam me dijo que tenía un hermano mayor, yo me lo había imaginado mucho mayor, de
unos veinticinco o veintiséis años, la misma edad que Cate. Pero yo había oído a alguien del equipo
táctico de Rob quejarse de él en el vuelo de regreso. Acerca de su actitud punk, de que solo tenía
veintiún años pero Alban desperdiciaba todas las buenas operaciones. «El muchachito de oro».
Tres años, eso era lo único que lo separaba de Liam. Y la ENIAA. Cole era miembro de esa
reducida generación que había sido lo bastante mayor como para evitar las garras de la enfermedad.
—No tuvimos muchas oportunidades de hablar en el avión, ¿no? —comentó por encima de mi
hombro mientras se peinaba el pelo húmedo con los dedos vendados.
Medía unos pocos centímetros más que su hermano, lo que noté cuando se inclinó para estudiar mi
cara, con una sonrisa de pirata cruzando la suya. Cole podía ser un poco más delgado, más estrecho de
hombros y cintura, pero había algo familiar en su manera de moverse que…
Negué con la cabeza, tratando de aclarar el rubor de mis mejillas cuando llamé a la puerta. Esto
llevó la discusión del interior a un final abrupto. Alban se levantó detrás de su escritorio de madera
oscura cuando entré, cerrando su portátil e interrumpiendo el murmullo de los escáneres de radio
sobre la mesa cercana. Rob y el consejero Labios de Rana ya estaban de pie, y tenían los rostros
enrojecidos por la discusión. Al vernos, Rob entornó los ojos y se apoyó en uno de los muchos estantes
de Alban llenos de cachivaches inútiles de su antigua vida.
—Señor —dije—, ¿quería verme?
—Dios mío, siéntate, siéntate —dijo Alban, agitando una mano hacia una de las sillas plegables
frente a él—. Parecéis muertos vivientes.
—Estoy bien —dije, y luego añadí en el último momento—: Gracias.
Odiaba la vocecita que salía de mi garganta cuando él estaba cerca. La odiaba.
Alban se recostó en su asiento, tensando los labios para mostrar una sonrisa de dientes amarillos.
El hombre no solía mostrarse mucho en público, no con una recompensa tan alta sobre su cabeza. Si
necesitaba hacer un discurso grabado en vídeo, siempre le limpiaban la piel picada de viruela e
iluminaban su tez en la posproducción. También solían usar el Photoshop para retratarlo con paisajes
o ciudades estadounidenses de fondo, para que diera la impresión de que era mucho más valiente, por
dejarse ver al aire libre, de lo que en realidad era.
—Me gustaría tener una reunión informativa informal sobre la operación de anoche para recuperar
al agente Stewart, si vosotros tres estáis de acuerdo. Creo que no puede esperar.
Esperó hasta que Cole se acomodó en la silla junto a la mía antes de avanzar desde el otro lado de
la mesa para estrecharle la mano.
—No puedo decirte lo bueno que es ver tu rostro de nuevo, mi querido muchacho.
—Bueno, qué suerte. —Cole arrastró las palabras, sin disimular un deje de amargura—. Parece
que veréis bastante a este hermoso chico de ahora en adelante.
«Ya basta», me dije a mí misma, antes de ponerme más tensa todavía. Cole no era Liam, no
importaba lo parecidos que fueran. No importaba lo similares que eran sus voces. «Concéntrate en las
diferencias».
Cole era más corpulento que Liam y también más pulcro. Se había rapado la cabeza desde la última vez que lo había visto, haciendo que pareciera dos tonos de rubio más oscuro que el que tenía
en realidad. El Liam que yo había conocido era desaliñado hasta el límite, cariñoso en todas las
formas imaginables. Y allí estaba su hermano mayor, que parecía haber sido esculpido en hielo, tieso
y golpeado hasta casi la muerte. No era tan diferente de la situación en la que había dejado a Liam. Y
era tan espantoso, tan horrible lo rápido que mi mente había cambiado a un hermano por el otro…
Cuánto animaba mi espíritu y aliviaba la opresión de mi pecho imaginar que Liam estaba de nuevo
aquí, junto a mí.
«Basta. Para ya».
Labios de Rana cerró la puerta de la oficina y se retiró a un rincón de la pequeña habitación,
deslizándose tras la sombra de Alban.
—Nunca habría interrumpido tu recuperación —dijo Alban—, pero después de oír el informe oral
del agente Meadows, parece como si, por así decirlo, hubiera alguna confusión. Estoy interesado en
escuchar lo que pasó desde tu punto de vista, Ruby.
No me di cuenta de que me estaba hablando hasta que Rob se apartó de la estantería, ensanchando
el torso mientras respiraba profundamente. Antes de partir hacia la Operación, se había rapado de
nuevo su pelo oscuro, y eso hacía que los huesos de su cara parecieran todavía más pronunciados.
Había cambiado la forma en que las sombras caían sobre su piel.
Dios, ¿por qué estábamos haciendo esto? ¿Dónde estaba Cate? Nunca había sido interrogada sin
ella, y nunca aquí, en la oficina de Alban, tras una puerta cerrada. Me sorprendió lo ansiosa que
estaba; no confiaba en ella, pero en algún momento supongo que había empezado a acostumbrarme a
su presencia silenciosa y estable a la espera de ayudarme si daba un traspié.
—¿Esperamos a alguien más? —pregunté, tratando de mantener la voz firme.
Alban entendió mi pregunta.
—Solo es una charla informal, Ruby. El nivel de secreto que rodea a esta Operación implica que
no podemos realizar el interrogatorio en presencia de toda la organización. Deberías sentirte libre de
decir lo que piensas.
Apreté las manos sobre las rodillas, tratando de evitar que me rebotaran.
—El agente Meadows —empecé a decir, sonando demasiado alto a mis propios oídos— nos
explicó los parámetros de la misión durante el vuelo, exponiendo el objetivo y lo que sabíamos sobre
el diseño de este búnker en particular. También nos recordó los planes de retorno que habíamos
discutido antes de salir.
La boca de Alban era grande y no podía ocultar sus sentimientos. Una de las comisuras se torció
hacia arriba.
—¿Y alguno de estos planes de retorno incluían que tú y Vida dejarais el búnker?
—No, señor —le dije—. El agente Meadows nos pidió que mantuviéramos nuestra posición en el
hueco de la escalera para cubrirlos desde allí.
Alban puso los codos sobre la mesa y apoyó la barbilla en los dedos.
—¿Puedes explicar, entonces, por qué os fuisteis?
No me volví a mirar a Rob, pero sabía que él me estaba observando. Todos me miraban, y, por la
intensidad de sus miradas, me dio la impresión de que Meadows ya había respondido esa misma
pregunta antes.
«Si meto a Rob en problemas —pensé—, ¿en qué lío me meteré yo?». Él tenía mucho
temperamento. Sabía que se enfadaría cuando tomé la decisión de esperar fuera con Vida, pero eso no
sería nada comparado con su furia si ahora lo vendía y le decía a los demás lo que pasó en las
escaleras. No podía dejar que vieran la desconfianza que me afloraba al rostro, no podía hacer las
preguntas que quería. «¿Por qué no nos avisaste?». Mi intercomunicador funcionaba perfectamente, lo
habría oído.
—La escalera estaba… interceptada. Le di a Vida la orden de salir de allí para que pudiéramos
monitorizar la situación desde fuera.
—¿Y no me lo dijiste porque…? —preguntó Rob, traicionado por su ira.
—Mi intercomunicador se rompió —le dije—. Como vio cuando nos reagrupamos.
Él gruñó.
—Muy bien —dijo Alban un momento después—. ¿La escalera se vio interceptada? ¿Cómo es
eso?
«Hubo una granada. Rob lanzó una granada». Siete palabras. Una manera perfecta de asegurarme
de que Rob se vería obligado a tragar hasta la última gota de la amarga reprimenda que se merecía.
Alban me creería. Nunca había dudado, ni una sola vez, de mi palabra. Me había defendido, incluso
ante sus consejeros, después de que extraje unas cuantas noticias no deseadas de una mente
desafortunada. Siete palabras para decirle la verdad: que Rob se había montado su propia Operación, y
que por pura estupidez o intencionadamente le había faltado un pelo para matarnos tanto a Vida como
a mí.
No sé cómo lo sabía, o incluso por qué me sentía tan segura de ello; era tan cierto como el
estruendo de la sangre zumbándome en los oídos. Si yo lo pillaba en esto, si lo avergonzaba, la
próxima vez me tendría en su punto de mira, y no fallaría.
—No estaba… bien construida, y se derrumbó —expliqué—. No podía soportar el peso de todos
nosotros a la vez. Estaba muy mal construida.
—Muy bien —dijo Alban, arrastrando las palabras—. El agente Stewart informó de que fuisteis tú
y Vida las que lo rescatasteis. ¿Cómo sucedió?
—¡Ella y la otra ignoraron mi orden de volver al búnker! —exclamó Rob—. Sé que oísteis la
orden. Sé que eres la única que te negaste a volver sobre tus pasos.
Los cuatro hombres se habían vuelto hacia mí. Mi visión se redujo, y se oscureció de nuevo por los
bordes. Me llevé una mano a la garganta, tiré del cuello estrecho que me asfixiaba, tratando de liberar
la respiración.
Yo quería a Liam. Todo lo que quería era a Liam allí mismo, de pie suficientemente cerca para
oler su dulce aroma a cuero, a humo y a hierba.
—Ruby —dijo Alban, su tono de voz tan serena, profunda y paciente como el mar—, por favor,
¿puedes responder a mi pregunta?
Yo solo quería que aquello terminara. Quería volver a mi habitación y dormir, meterme en mi
litera en la fría oscuridad y dejarme invadir por la nada.
—Él tiene razón. Le dije a Vida que desatendiera las órdenes. En cuanto subimos al nivel del
suelo, vimos que varios soldados de la Guardia Nacional sacaban a los prisioneros por una entrada que
no conocíamos. No pedí permiso para proceder. Sé que debería haberlo hecho.
—¡Porque sabes que lo único que debes hacer es seguir las malditas órdenes de tu líder! —ladró
Rob—. ¿Crees que habríamos perdido tantos hombres si hubieras estado allí para cubrir nuestra vía de
escape?
Las televisiones de detrás de Alban estaban apagadas, pero juro que podía oír el ruido de la
estática cada vez más fuerte cuanto más tiempo él se mantenía en silencio. Se llevó la mano a la parte
superior de la cabeza, pero no apartó la mirada de mí.
Y entonces se oyó la voz, tan dulce como el té sureño, de Cole:
—Bueno, gracias a Dios que desobedeció, de lo contrario ahora yo estaría a mitad de camino al
infierno.
Estaba claro que había subestimado hasta qué punto la influencia de Cole era efectiva en la
organización. «Influencia» no era la palabra correcta para él. «Dominio», tal vez, que era sobre todo
encanto respaldado por sus resultados mortales. Las cejas de Alban se elevaron, pero se limitó a
asentir, permitiendo a Cole que continuara.
—Veamos, llamemos a las cosas por su nombre —dijo Cole, echándose hacia atrás para ponerse
más cómodo—. Ella es la que me sacó de allí. ¿Por qué eso iba a significar problemas para ella?
—¡Desobedeció mis órdenes directas!
Cole pasó de Rob con un gesto de aburrimiento.
—¡Quiero decir, Santo Dios, miren a esta pobre chica! Le han dado una paliza de muerte por
salvarme. Si creen que voy a quedarme aquí tranquilo y dejar que ella cargue injustamente con las
culpas de la misión, por cierto, un verdadero fracaso, están muy equivocados.
Nadie dijo nada; miré abiertamente la expresión de suficiencia de Cole, y, a continuación, la
expresión asesina de Rob. El espacio entre ambos estaba lleno de algo más que desconfianza y
molestia; allí había años de historia, coloreados por un odio que no entendí.
La tensión en el rostro de Alban fue desapareciendo como si se la llevara la lluvia hasta que
también mostró una amplia sonrisa.
—Me inclino a estar de acuerdo con el agente Stewart, Ruby. Gracias por pensar tan rápido y
actuar. —Alban trasteó con algunos periódicos de su escritorio—. Agente Meadows, voy a revisar el
informe completo esta tarde. Por ahora puede marcharse.
Cuando el agente sénior se puso de pie, yo hice lo mismo, dirigiéndome con rapidez hacia la
puerta. De repente, la voz de Alban me detuvo.
—Solo una cosa más, Ruby, si no te importa. Me gustaría hablar de algo contigo y Cole.
«Deje que me vaya, deje que me vaya, deje que me vaya…».
A Rob no le gustó aquello, eso estaba claro, pero no tenía otra opción. Cerró la puerta tras él con
tanta fuerza que hizo temblar las viejas botellas de cristal de Coca-Cola que recubrían el estante que
había encima.
—Ahora, en otro orden de cosas… —dijo Alban mirándome—. Debo comenzar diciendo que hoy
hemos confiado en ti, querida, y lo que se ha hablado aquí está muy por encima de tu nivel de
seguridad. Si oigo una palabra de esta conversación fuera de las paredes de este despacho, habrá
consecuencias. Y las mismas reglas se aplican aquí abajo.
«No, por favor, esto no. Por favor, no dejes que sea así».
—Sí, señor.
Satisfecho, se volvió hacia Cole.
—Quise decir lo que dije antes. Lamento tener que hacer esto antes de que te hayas recuperado
totalmente. Pero, como bien sabes, tenemos que recuperar la información que te arrebataron.
—Soy muy consciente —dijo Cole—, pero ya se lo dije, no sé quién la tiene. Ellos me dejaron
fuera de combate, y vi que alguien la cogía, pero, la verdad, señor, no me acuerdo mucho de lo que
sucedió después de que me metieron en el búnker. No estoy seguro de que si fue mi contacto el que se
la llevó.
Se pasó una mano vendada por el pelo rubio muy corto, y me pregunté si para Alban era tan obvio
como para mí que él no decía la verdad.
—Y eso es comprensible teniendo en cuenta las circunstancias —dijo Alban, echándose hacia atrás
en su silla. Entrelazó los dedos juntos y descansó las manos sobre su abultado estómago—. Aquí es
donde entra en juego Ruby. Ella ha sido fundamental para ayudarnos a… refrescar la memoria de los
activos. Ella nos ayudó a localizar más de una información desviada por caminos incorrectos.
«Por favor, por favor, por favor, él no». No quería ver dentro de su mente, no quería ver destellos
de Liam o de su vida. Solo quería alejarme de él antes de que la presión en mi pecho me destrozara el
corazón.
Cole se puso pálido bajo su bronceado, frunció el entrecejo y apretó los dedos en los apoyabrazos
de la silla de plástico.
—Oh, vamos —rio Alban—. Me han dicho que es completamente indoloro, y, si no lo es, le
diremos que pare de inmediato.
Eso no lo dudaba. Aunque yo tuviera la desfachatez de no liberar la mente de Cole, todos los
consejeros y cada agente sénior llevaban esos altavoces portátiles que funcionaban como máquinas de
Ruido Blanco en miniatura.
—Eres el primero en ofrecerse para saltar de los puentes e infiltrarse en las FEP, ¿y no puedes
dejar que una niña eche un vistazo rápido dentro de tus recuerdos por el bien de tu familia aquí, por el
bien de tu país? —preguntó Alban sin dejar de sonreír, a pesar del tono de provocación.
«Inteligente», pensé. Ese discursito de «hazlo por tu Glorioso País» era algo más que una orden
directa, y Cole era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo bien que quedaría si
concordaba con su propio «libre albedrío».
—Muy bien —dijo Cole, volviéndose a mirarme finalmente—. ¿Qué necesitas que haga?
Pasaron unos instantes antes de que me saliera la voz, pero estuve orgullosa de lo fuerte que sonó.
—Dame tu mano.
—Sé amable conmigo, cariño —dijo Cole, mientras me daba un ligero tirón con los dedos, que ya
había entrelazado con los míos.
Alban se echó a reír ante aquello, pero Cole dejó escapar un suspiro y cerró los ojos.
Su mano estaba helada y resbaladiza al tacto. Traté de ignorar la presión insistente de su pulgar
contra la mía. Cuando Liam me cogía la mano parecía que la suya se tragara la mía por completo,
pero, de alguna manera, la mano de Cole era aún más grande; las palmas de las manos tenían ese tipo
de callos que solo salen después de años de destrozárselas por el peso levantado y las armas y las
peleas. Retorcía los dedos de la mano izquierda cada pocos minutos.
Yo no quería pensar en nada de eso. Mantuve los ojos clavados en su mano izquierda, mientras los dos dedos se le encogían cuando luchaba en silencio contra el dolor de sus heridas.
—Trata de relajarte —le dije—. ¿Puedes decirme qué es lo que estoy buscando? ¿Qué es, qué
tamaño tiene, qué color? Dame tantos detalles como puedas.
Los ojos de Cole aún estaban cerrados.
—Una unidad flash de tamaño estándar. Un palito negro de la longitud de mi pulgar
aproximadamente.
Yo había hecho esto tantas veces durante los últimos seis meses que ya no sentía ningún tipo de
dolor, pero me preparé de todos modos. La mano le temblaba ligeramente. ¿O tal vez era la mía?
Apreté los dedos a su alrededor, tratando de calmarnos a los dos.
—Piensa en el último momento que recuerdas. Trata de traerlo a la mente, si puedes.
Cole respiró dos veces, dos suspiros fuertes y cortos.
Yo me sentía como si me hubiera metido bajo la superficie de un río todavía caliente por el sol.
Tras el esfuerzo invertido en conseguir atravesar sus defensas naturales, no encontré nada frío en las
manchas de colores ni en las formas borrosas que fluyeron más allá de mí. Pero se movían demasiado
rápido. Aquí y allá, vi rostros u objetos, una manzana verde, un columpio solitario, un pequeño oso de
peluche ardiendo sobre hierba muerta, una puerta con un cartel que decía «¡NO ENTRAR!» garabateado a
lápiz, casi como si Cole estuviera tratando de pensar en todo, menos en lo que yo le había pedido
específicamente.
Cole estaba casi totalmente relajado en su silla, con la cabeza inclinada hacia un hombro. Creí
notar que él empezaba a temblar un poco, mientras su cabello rozaba mi cuello.
—Muéstrame cuándo perdiste la tarjeta de memoria —dije en voz baja—. La unidad flash negra.
El recuerdo emergió tan rápido como si yo lo hubiera sacado del agua. Un niño pequeño vestido
con un mono, de no más de dos o tres años de edad, sentado en medio de un mar de alfombras de topos
grises, gritando a pleno pulmón.
—La unidad flash —le dije otra vez.
La escena se desvaneció, y fue reemplazada por un cielo nocturno y una hoguera crepitante que
arrojaba un brillo cálido sobre una tienda y enmarcaba las siluetas oscuras que se movían en su
interior.
—Filadelfia —oí decir a Alban detrás de mí—. Filadelfia, Cole. ¡El laboratorio!
Cole tuvo que haber captado la voz del hombre, porque sentí que se estremecía contra mí. Apreté
con más fuerza, hundiendo las manos en la corriente, de repente preocupada por lo que sería de mí si
no podía producir el tipo de resultados que Alban esperaba. «La unidad flash —pensé—. Filadelfia».
El recuerdo vacilaba y flotaba, de color negro, como una gota de tinta suelta en la punta de un
bolígrafo. Y, con un último estremecimiento, finalmente emergió, libre.
La escena cambió a mi alrededor, tirando de mí hacia fuera, a una noche lluviosa. Un destello de
luz se movió por la pared de ladrillo a mi izquierda, y luego otro. Eran faros de coches. No pude oír el
chirrido de los frenos o los acelerones, pero yo era Cole, y veía las cosas como él las vio entonces, y
Cole estaba en marcha.
Agua sucia y basura dispersa volaron alrededor de mis tobillos; mantuve una mano contra la pared
de ladrillo, sintiendo la oscuridad. El hormigón brilló como si algo afilado estallara contra él, luego
una vez más, y otra vez, hasta que supe exactamente lo que estaba pasando. Me estaban disparando, y cada vez estaban más cerca de alcanzarme.
Salté hacia arriba, me agarraré al primer peldaño de una escalera de incendios y tiré de ella hasta
que bajó hasta el suelo. Mis manos estaban rígidas y congeladas, hasta el punto de que apenas podía
doblar los dedos alrededor de las barras mientras subía. Y los disparos todavía no habían cesado, no
hasta que me lancé al suelo rugoso del rellano, llenándome el cabello de polvo y yeso suelto. Entonces
me levanté de golpe y salté desde el techo de aquel edificio al siguiente. Miré hacia el suelo durante el
segundo que volé de un lado a otro. Las luces rojas y azules del coche patrulla rastrearon mi progreso
a través de los techos de los edificios, como una sombra burlona. En lo alto, el viento se agitaba,
tirando de la camisa desabrochada que llevaba puesta.
Caí por el borde del siguiente edificio bajo, y sentí unas ligeras náuseas por el fuerte olor a basura
podrida. Mis pies golpearon la tapa de goma del contenedor de basura, y debido a la fuerza del
impacto se me doblaron las rodillas y me precipité de cabeza al suelo.
Pasó un segundo, tal vez fueron dos, pero yo estaba demasiado aturdido por el dolor como para
poder moverme. Empecé a mover las manos, que me habían quedado debajo del cuerpo, cuando el
callejón se inundó de una intensa luz blanca.
Uno no puede moverse muy rápido cojeando, y no puede ir muy lejos con un callejón sin salida a
la espalda. Pero me levanté de todos modos, y me escapé por la maltrecha puerta que había a mi
izquierda, dejando a los soldados y a la policía gritándose unos a otros que corrieran a perseguirme.
Mis pasos eran lentos pero seguros, sabía adónde iba, y me aseguré de atrancar la puerta detrás de mí.
Necesité dos valiosos segundos para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra del pasillo.
Tropecé por las escaleras hasta llegar a la 2a, una puerta de color azul pálido, y entonces la abrí
empujando con el hombro.
El apartamento estaba iluminado, y todavía salía café de la cafetera de la encimera, pero no había
nadie dentro. Revisé cada habitación, miré debajo de la cama, en los armarios, antes de recorrer mi
camino de regreso al pasillo, en dirección a la chaqueta negra allí colgada.
El edificio parecía temblar debido a la fuerza y el estruendo de las botas que recorrían la estrecha
escalera. Me temblaban las manos mientras cogía la chaqueta, sintiendo el forro interior, recorriendo
la costura inferior con incredulidad una y otra vez.
La puerta explotó junto a mí, y no tuve oportunidad de moverme, de luchar, de correr. Me lanzaron
al suelo, y me sujetaron los brazos con fuerza por detrás de la cabeza. Vi sus botas pasar por encima
de mí, en dirección a otras habitaciones, sus armas de fuego listas para ser disparadas a medida que
descartaban una habitación tras otra. Y fue solo entonces, después de revisar todo el apartamento,
cuando me arrastraron escaleras abajo, más allá de las caras desencajadas de mis vecinos, a través de
la puerta destrozada de la calle, y de nuevo bajo la lluvia, donde una furgoneta negra esperaba para
transportarme.
Había FEP, soldados de la Guardia Nacional, policías. No había forma de salir, no ofrecí
resistencia cuando me metieron en la parte trasera de la camioneta y me ataron a una barra con unas
esposas. Había otras personas allí, pero ninguna me era familiar. Ninguno de ellos era él.
No sé por qué entonces levanté la vista, quizá por instinto, o por desesperación. Cerraron la puerta
de un golpe fuerte, dándole un portazo a mi vida, y, aun así, lo más importante fue que durante medio
segundo vi la imagen del rostro aterrorizado de Liam debajo de una farola parpadeante cercana,
desapareciendo en la oscuridad.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora