CAPÍTULO TREINTA
Las luces y las máquinas del despacho de Alban regresaron con un estallido de ruidos y estática, y yo
ya estaba de pie antes de que la radio se encendiera y atronara la estancia con una impactante versión
coral de «O Come, All Ye Faithful». Levanté una mano en un tibio intento de bloquear el destello
mientras avanzaba tambaleándome hacia la esquina del despacho. Mis ojos lagrimeaban y no podía
ver ninguna de las perillas de la radio, por lo que me decidí a darles manotazos y girarlas hasta que
finalmente el sonido bajó a un nivel tolerable. Después del Ruido Blanco, hasta el menor rasguño
sobre una puerta sonaba como un trueno. Durante un largo y terrible minuto me obligué a quedarme
quieta y a readaptarme al mundo de la luz; lo mismo que le tomó a Clancy soltar un gemido bajo y
comenzar a sacudir la cabeza.
Y para mí comprender que mi ventana para poder controlarlo se cerraba de golpe.
Fuera, la lucha había menguado hasta ser un solitario rocío de balas disparadas una planta más
arriba. Era un riesgo suponer que ya habían limpiado este nivel de agentes rebeldes, pero la razón
había superado mi miedo. La mayoría de los agentes estaban en el primer nivel —dormidos en sus
habitaciones, y unos pocos, como Jarvin, de patrulla—, cuando Cole y los demás entraron en el
edificio.
Sería rápido. Si el corredor estaba despejado, podría bajar a buscar a los demás antes de ocuparme
de esto. Asegurarme de que Liam y Chubs estuvieran escondidos con Jude y Vida en la seguridad del
dormitorio protegido por la barricada. Simplemente no podía dejarlo ahí, no con las cerraduras
reventadas.
Por detrás de él, pasé los brazos alrededor del pecho de Clancy esforzándome por cogerlo bien y
haciendo saltar uno de los botones de oro de su abrigo en el intento.
—Eres… —dije en un resuello, sintiendo cómo se estiraban los puntos de mi espalda—. Eres,
oficialmente, el mayor fastidio…
Tuve que dejarlo en el suelo para quitar la mesa que bloqueaba la puerta. Di un paso más, respiré
hondo para calmarme ante la visión de los cuerpos de Jarvin y los otros agentes, pero el corredor
estaba vacío. Mientras lo arrastraba hacia el pasillo, tuve la idea, fugaz, de meterlo en la enfermería,
pero vi figuras que se movían detrás de las cortinas y no estaba dispuesta a apostar por que fuera
alguien del equipo de Cole. Había un gran número de puertas a lo largo del corredor, la mayoría de
ellas conducía a habitaciones que nunca me habían permitido ver. Solo había un armario abierto y le
habían quitado el anaquel de las armas, dejando espacio suficiente para colocar ahí un cuerpo humano.
Acababa de acomodar a Clancy en aquel estrecho espacio, cuando oí gritar mi nombre como para
que lo oyera toda la maldita base.
Me giré con rapidez en busca del origen. De repente, Cate estaba ahí, saliendo de la enfermería a la
carrera, colocándose la correa del rifle sobre el hombro. Se quitó el pasamontañas negro y lo dejó
caer. Estuve en sus brazos, en su calidez, antes de tener la sensatez de prepararme para el impacto. Un
alivio que no esperaba me recorrió el cuerpo cuando me apoyé en ella.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó.
Y yo estaba tan francamente conmocionada por su aparición que realmente le dije la verdad.
—Encerrando a Clancy Gray en un armario.
Retrocedió con brusquedad, mirando la forma tendida a nuestros pies. Y Cate, por primera vez en
su vida, no me preguntó si quería hablar acerca de cómo me sentía. Yo no necesitaba explicarle por
qué no podíamos dejarlo en la enfermería ni en uno de los dormitorios, de los cuales podría escapar.
Ella sabía lo que él era y cuánto valía.
—Vale. Traeré las llaves.
—Cate —dije—. ¿Ya ha acabado?
Ella sonrió.
—Hace diez minutos.
—¿En serio? —Mi voz sonaba diminuta a mis propios oídos.
Sentía como si tuviera cinco años, como me sentí aquella vez que me perdí en un centro comercial
y súbitamente encontré la mano de mi padre otra vez, tras haberlo buscado con frenesí. Sabía que era
tonto llorar, pero el agotamiento me había llevado hasta un punto de fractura y una repentina e
inesperada oleada de temor y dolor me atravesó el cuerpo.
Cate avanzó hacia mí, cogiendo mi rostro entre sus manos. Era como mirar la luna llena
elevándose al atravesar la noche.
—Sabía que podías hacerlo.
Apreté los ojos cerrados, y detrás de mis párpados brotó una tienda blanca. Ahí estaba Mason,
inspirando por última vez. El olor de un rígido bozal de cuero. Rob, gritando, gritando, gritando…
Quería contárselo todo a ella, descargarlo en ella y compartir con ella el aplastante peso de todo
aquello. Se había ofrecido tantas veces, y en cada caso la había decepcionado, rechazándola de mala
manera. Aun ahora, sentía la misma renuencia envolviéndome el pecho, intentando proteger el débil y
palpitante músculo que ahí había.
—Ha sido horrible —susurré.
Ella limpió una lágrima solitaria de mi mejilla.
—Y tú has sido más fuerte que todo eso.
Sacudí la cabeza.
—No he… sido…
¿Cómo podría decirlo de una forma que ella entendiera?
—No es eso lo que Jude y Vida me han contado.
Abrí los ojos y escruté su cara en busca de una señal de que mentía.
—¿Están bien?
—Están bien —aseguró ella—. Preocupados por ti. Puedo llevarte con ellos, pero primero creo que
debemos ocuparnos de un pequeño problema. —Cate señaló a Clancy con la cabeza—. ¿Vale?
—Sí —dije, aspirando una gran bocanada de aire—. Vale.
El equipo de Cole y Cate había trasladado a los chicos al atrio y había cerrado las puertas, para
impedir que viéramos el continuo flujo de cuerpos que se recogían en el recibidor de la residencia y
eran llevados a la enfermería. Eran los agentes que habían derrocado a Alban, todos ellos. Una parte
de mí pensaba que era ridículo que intentaran evitar que no lo viéramos. Otra parte de mí se sentía agradecida.
Respiré, sacudiéndome la tensión de los hombros, y luego me dirigí a la puerta.
Habían empujado la mayoría de las mesas hacia los lados de la habitación, dejando el centro libre
para los catres. El personal médico trataba los golpes y rasguños de algunos de los chicos y agentes.
Me pareció absurdo que ignoraran una enfermería totalmente provista y acarrearan las gasas y el
antiséptico hasta el dormitorio; hasta que recordé que ahora la enfermería era una morgue
improvisada.
—¿Están todos muertos? —pregunté en voz baja.
Además de los veintitantos chicos de la Liga apiñados en el centro del dormitorio, que
desayunaban lo que habían conseguido en el almacén de la cocina, había unos cuarenta agentes que, en
grupos negros, rodeaban la habitación. Pero estas eran las caras que yo había esperado ver: agentes a
cargo de los equipos Psi, instructores que nos miraban con ojos tristes y anhelantes cuando no los
veíamos.
—Los que no se rindieron —dijo Cate discretamente.
—O sea, ¿todos?
—Sé que debes de haber creído que estaban todos contra ti, pero había un grupo de agentes a los
que el asesinato de Alban tomó por sorpresa y se quedaron únicamente porque era demasiado tarde
para marcharse sin sufrir represalias de parte de Jarvin. Cuando irrumpimos en los dormitorios no
presentaron batalla, y quedaron libres para marcharse si no deseaban participar en esto.
Mis ojos no dejaron de recorrer la habitación hasta que los encontré a todos. Chubs y Liam estaban
ante uno de los televisores, con sus espaldas hacia mí, y miraban las noticias acerca de una especie de
edificio blanco con forma de cúpula. Jude y Vida estaban cerca de ellos, agazapados en el suelo, frente
a Nico, quien parecía esforzarse por hacerse un ovillo y desaparecer para siempre.
Cate siguió mi mirada.
—Hablaremos sobre eso más tarde.
—¿Hablaremos sobre qué? —sonó una voz cansina a nuestras espaldas. Sentí que un brazo pesado
me caía sobre el hombro—. ¿Podría ser sobre el pobrecito de moi?
Intenté liberarme, pero me retuvo y me pasó la mano por el pelo hecho un desastre. No pude evitar
encogerme cuando olí el humo en él. «Rojo».
Psi.
Imposible.
Es… Me pasé el dorso de la mano por la frente. Estaba tan sereno; en cambio, Mason se
derrumbaba por dentro. Y no era que Cole no fuera intimidante; lo era, de una forma que desarmaba y
confundía. Es que cada Rojo con el que yo había tropezado en Thurmond había actuado como un
animal encerrado dentro de su propia piel. Rehusaban mirar a los demás a los ojos y se paseaban con
esas miradas ausentes, escuchando una voz dentro de su mente, supongo, que los demás no podíamos
oír. De cuando en cuando volvían en sí, y la avidez les oscurecía el rostro. Los descubrías observando
a otro chico, con esas pequeñas sonrisas retorcidas en la comisura de los labios, y sabías —sabías— lo
que sucedería a continuación.
Pero Cole no solo se había controlado, se había fortalecido.
«Rojo».
Los dos miraron por encima de mi cabeza.
—Me ha dicho que te ha sido confiado… un secreto muy importante.
No dije nada; no porque no pudiera pensar en una respuesta, sino porque no conseguí atrapar una
de las miles de preguntas que se agolpaban en mi mente. Finalmente, me volví hacia él y me decanté
por:
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde que tenía doce años —respondió—. Un desarrollo tardío comparado con el vuestro. Me
hizo cagar de miedo. Mamá y Harry siempre pensaron que escondía cerillas o mecheros y quemaba las
cosas para portarme mal. No es algo de lo que hablas si no quieres que te pongan en un autobús y te
envíen a un campamento, ¿sabes?
—¿Por qué no se lo contaste a Liam? —pregunté—. ¿Por qué se lo ocultaste?
Cole entrecerró los ojos.
—Tengo mis motivos, ninguno de los cuales es de tu incumbencia. Me diste tu palabra de que
no…
—No lo haré —dije, detestándome por ello. Otra cosa más que ocultarle. Otra mentira—. Yo
solo… ¿Cómo es posible? Eres demasiado mayor. ¿Hay… más como tú?
No me extrañaba que Alban lo valorara: un Psi que podía pasearse entre los adultos sin ser
detectado, solo porque excedía la supuesta edad límite para serlo.
Cate miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera oídos fisgoneando en las cercanías.
—Muchos, muchos, muchos menos. Unos pocos cientos con valores atípicos de edad. Pero este no
es el momento para hablar de ello. Ahora mismo tenemos preocupaciones mayores.
—Hablando de lo cual —Cole bajó la voz al tiempo que se agachaba—, ¿no pudiste haberme dicho
que la doncella en apuros número dos era el hijo del presidente?
—A ver cuántas palabras puedes decir tú con el cerebro totalmente revuelto.
—De acuerdo. —Miró a Cate—. ¿Va a ser un problema?
—Está en el armario B-dos —dijo ella, levantando las cejas en lo que a mí me pareció un reto.
—Vale, vale —dijo Cole—. Esto primero, eso… después. Aquí no ha quedado ningún arma,
¿verdad?
No sé quién tenía la expresión de mayor irritación, si Cate o yo.
Cole aún exhibía una sonrisa suficiente cuando preguntó:
—¿Traes el premio gordo además de al capullo de mi hermanito?
Me palpé los bolsillos, buscando el pequeño rectángulo de plástico. Se lo ofrecí, súbitamente
ansiosa de que otra persona cargara con su peso durante unos pocos minutos. Cole miró a Cate.
—Toda tuya. ¿Te marchas pronto, no es así?
—Dentro de un minuto. Necesito contarles a mis chicos adónde voy.
—¿Porque no sabrán qué hacer consigo mismos si no está mami preocupándose por ellos cada dos
segundos?
Al oír eso, me alejé de él, sintiendo que mi irascibilidad alcanzaba una cota peligrosa. Cole
levantó las manos y retrocedió un paso.
—Acepta una broma, Joyita. Sonríe. Hoy es un buen día, ¿lo recuerdas? Un triunfo de verdad.
—¿Adónde vas? —le pregunté a Cate.
—Saldré con unos agentes a buscar algún medio de transporte para todos nosotros.
—Pero…
—Estaré de vuelta dentro de unas pocas horas, lo prometo. Creo que sabes que… probablemente
no es bueno quedarse aquí después de esto.
—¿Adónde iremos? —pregunté—. ¿Kansas? ¿O Georgia?
—¡Ru!
Era asombroso que hubiéramos podido estar ahí tanto tiempo antes de que el radar de Jude
comenzara a pitar. Estaba de pie, abriéndose paso a través de los agentes que había entre él y nosotros,
y casi tropieza con un grupo de chicos que, era obvio, solo intentaban permanecer sentados ahí, comer
y no echarse a llorar. Con el rabillo del ojo, vi a Chubs y a Liam girarse, pero desaparecieron con la
misma velocidad y lo único que había en mi mundo era Jude envolviéndome con sus largos brazos.
—¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó.
Lo abracé. Mi comité de bienvenida de un chico.
—Yo también estaba preocupada por ti —dije—. ¿Sucedió algo?
Jude negó con la cabeza, haciendo flamear sus rizos.
—¿Lo has encontrado?
—Te dije que estaba bien. —Vida le puso una mano sobre el hombro y trató de arrancarlo de ahí
por la fuerza—. Judith. Suéltala.
Cate lanzó una carcajada y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Vamos, tengo que contaros algo a vosotros dos y a Nico.
Eso fue suficiente para que Jude cediera un poco.
—Todavía sigue sin hablar. No he podido sacarle una sola palabra. Es como si se hubiera apagado.
Le dirigí un tímido saludo con la mano mientras ella se los llevaba, a él y a Vida, hacia donde
estaba Nico.
—Ah —musitó Cole.
Lo sentí tensarse, cambiar su postura de una relajación informal a otra que era sólida. Compuesta.
Hasta su rostro pareció endurecerse. Se separó de donde había estado apoyado en la pared y pasó junto
a mí sin más palabras. Echó una única mirada de advertencia por encima del hombro.
Menos amenazadora que la que le dirigió a Liam —y menos aún que la que Liam le dirigió a él—
al pasar, rozándose, en direcciones opuestas. Encontré de frente la mirada de Chubs, y la expresión
que tenía fue suficiente para decirme que más tarde habría una historia.
«Vivos, vivos, vivos, vivos», cantaba mi corazón. Permití que el recuerdo ponzoñoso de lo que
Clancy me había mostrado se fuera desvaneciendo, hasta que en mi pecho no quedó nada más que un
fulgor inquieto. Me dejó sin aliento. «Vivos». El polvo sobre sus caras no era nada. El corte que se
había vuelto a abrir en la barbilla de Liam no era nada. La rotura de un cristal de las gafas de Chubs no
era nada.
Ellos lo eran todo.
Los dos estaban frente a mí, con los brazos cruzados, con idénticas expresiones de reprobación.
—¿Estáis bien? —pregunté, ya que era obvio que no iban a decir nada.
—¿Lo estás tú? —me espetó Liam—. ¿En qué estabas pensando al ir tras él de esa manera?
El tono de sus palabras me enardeció.
—Estaba pensando en que se dejó arrastrar hasta aquí por algún motivo, y yo tenía razón.
Metí la mano en un bolsillo y cogí una de las fotos del alijo de documentos plegados. Los ojos de
Chubs observaron con cierto desagrado el papel manchado.
—Esa sangre no estuvo dentro de tu cuerpo en ningún momento, ¿verdad?
Le apreté la fotografía contra el pecho, obligándolo a cogerla.
—Rastreé a Clancy hasta el despacho de Alban. Lo que él buscaba estaba ahí.
Liam se inclinó para mirar. Aparentemente, ellos no tenían el mismo bloqueo mental que yo. En
sus ojos se encendió el reconocimiento. A Chubs se le quedó la boca abierta.
—La está buscando —dije yo—. Las fotos estaban en un archivo, junto con lo que, según creo, es
la investigación que ella estaba llevando a cabo. No sé si él pensó que ella estaba aquí o sabía que
Alban podía tener alguna clase de pista, pero…
Cole se subió a la mesa que estaba en medio de la habitación y aplaudió un par de veces. Se llevó
las manos ahuecadas a la boca:
—¿Podéis atenderme?
Había una formalidad en su tono que no sonaba natural. Aparentemente, el Cole de las sonrisas
taimadas y las provocaciones que enfurecían se había retirado por lo que quedaba de la mañana. El
agente Stewart no tenía tiempo para él.
—Vale. Seré breve. —Los agentes y los chicos de la habitación se movían, fluyendo alrededor de
los catres y las mesas para quedar ante él—. Lo que ha sucedido aquí… ya ha acabado. Cumplisteis
con vuestra parte estupendamente. Y, si bien desearía poder decir que finalmente ellos no habrían
seguido adelante con su plan, creo que todos sabemos que esa sería una maldita mentira.
Liam se movió, apoyándose en la pared, en la misma posición que había asumido su hermano unos
minutos antes. Mantuvo los ojos fijos en mí y obviamente esperaba algo.
—Bien, no me van los discursos bonitos. No os mentiré, porque os han mentido durante toda
vuestra vida y eso debe acabar. He aquí lo que necesitáis saber. —Cole se aclaró la garganta—.
Cuando Alban dio comienzo a todo esto, su intención era, únicamente, exponer la verdad sobre la
ENIAA y que Gray admitiera lo de los campamentos. Más que ninguna otra cosa, deseaba que este
país volviera a ser como era: el lugar del que él estaba orgulloso y al cual estaba feliz de servir. La
Liga de los Niños fue su sueño, aun cuando al final se torció. Él deseaba volver a esa vida. Pero yo
digo que no podemos volver atrás.
Me coloqué de frente hacia él, rodeando a Chubs, para conseguir una ubicación mejor. Los otros
chicos lo miraban, cautivados. ¿Por qué no iba a ser así? Aquello era igual que todas esas otras veces
que había oído hablar a Liam de liberar los campamentos; la pasión que ponían en las palabras
despejaba toda duda que ellos dijeran tener sobre su capacidad para expresarse. Se entregaban al fuego
cuando tantos de nosotros temíamos que el fuego nos calentara.
«Él es uno de los nuestros», pensé. Los demás no lo sabían y, pese a ello, tenían la sensación que
eso era correcto. De que él debía estar al mando.
Liam se mofó y puso los ojos en blanco. Chubs y yo nos miramos, y me pregunté si él también
podía sentir las oleadas sucesivas de decepción que Liam enviaba en nuestra dirección.
—En este momento, para nosotros, es hacia delante o hacia ninguna parte. Nosotros, todas las
personas que hemos regresado, dejaremos este lugar y este nombre atrás. Todavía no sé qué será ni si
adoptaremos otro nombre, pero sé lo que haremos. Averiguaremos qué diablos causó la ENIAA, descubriremos a todos los responsables y sacaremos a esos pobres chicos de esas cloacas de tristeza.
Nos marchamos, iremos al rancho; ahora mismo hay agentes que lo están poniendo en
funcionamiento. Queremos que vengáis. Queremos que luchéis. Queremos que vengáis con nosotros.
Cate se puso de pie en el lugar donde había estado sentada con los demás y me hizo un gesto
mientras salía por la puerta del otro extremo de la habitación. Cuando salió, Vida, Jude y Nico no
levantaron los rostros. Asentían, permitiendo que las seguridades de Cole los inundaran con el
embriagador subidón de las posibilidades. Yo también lo sentí en mi interior. No había consejeros que
le dictaran lo que decía, no había gabinetes cerrados, no había corredores oscuros. Esto era sincero.
Real.
—¿Qué es el rancho? —susurró Chubs.
—El antiguo Cuartel General de la Liga, cerca de Sacramento —dije—. Lo cerraron al acabar de
construir este.
—Queremos que vengáis con nosotros —repitió Cole, y su mirada se dirigió hacia donde
estábamos nosotros—. Pero la decisión es vuestra.
Lo miré a los ojos, intentando no poner los ojos en blanco cuando me dirigió un guiño. Sabía que
me tenía.
Y también lo sabía Liam.
Liam se despegó de la pared, pero me permitió cogerlo de la chaqueta al pasar junto a mí. Sus
hombros se sacudían con cada bocanada profunda e irregular de aire que aspiraba. Tras días de
recuperar sus fuerzas y su color, Liam estaba otra vez a solo un paso del colapso. Tenía la piel
cenicienta y me miraba con ojos enfurecidos.
—Dime que te marcharás hoy con nosotros —susurró Liam—. Con Chubs y conmigo. Sé que eres
demasiado lista como para creerte todas esas patrañas. Yo te conozco.
Vio la respuesta en mi rostro. Sus manos aferraron mis muñecas y las alejaron de él.
Justo antes de llegar a la puerta, Liam se volvió y dijo con voz ronca:
—Entonces ya no me queda nada que decirte.
Después de la arenga, Cole desapareció murmurando algo acerca de «ir a echarle un vistazo», sin
ofrecer ni una palabra más de explicación sobre qué o quién era ese «le». Tuve la intención de seguirlo
para asegurarme de que «le» no fuera Clancy Gray, pero no sé si habría podido levantarme de la mesa
si lo hubiera intentado. Nosotros cinco, Jude, Vida, Chubs, Nico, y yo, habíamos ocupado una de las
mesas circulares cercanas al televisor, principalmente, creo, para mantenernos fuera del camino de los
agentes que intentaban «retirar» el edificio y llevarse de ahí todo lo que pudiera resultarles necesario.
Pasó una hora. Más que suficiente para que Jude preguntara:
—¿Ya ha regresado Cate?
Y para que yo comenzara a preocuparme por Liam. Sentí que, cuanto más tiempo pasara ahí
sentada, más pesadas se volvían mis extremidades, hasta que me encontré imitando a Nico, que estaba
en el otro lado de la mesa, y coloqué la cabeza sobre mis brazos, aligerándoles ese peso a mis
hombros.
—Dijo que tardaría un rato —dijo Vida, mirando la hora una vez más en su viejo
intercomunicador—. Somos setenta. Son muchos neumáticos que reunir.
«Estamos transmitiendo en directo desde el edificio del Capitolio del estado de Texas, donde en
menos de quince minutos el presidente Gray y los representantes de la Coalición Federal darán
comienzo a la Cumbre de la Unidad…».
Jude extendió una mano para subir el volumen. Había sido la imagen de la calma toda la mañana;
no había lloriqueado ni una sola vez diciendo cuán hambriento estaba ni cuán cansado se sentía. De
nuestro triste grupo, él era el único que realmente prestaba atención a la pantalla. Nico se había
ensimismado tanto que, básicamente, estaba en estado de coma. Chubs no paraba de mirar su reloj de
pulsera y la puerta.
Las noticias sobre la cumbre de paz del día de Navidad habían comenzado quince minutos antes de
las nueve, hora de Texas. La mayoría de las imágenes mostraban a la multitud, y de ella solo una
pequeña parte. Cuando el cámara enfocó accidentalmente un grupo de manifestantes con pancartas, a
los cuales se mantenía lo más lejos posible del edificio, la toma se interrumpió.
Cole se deslizó en el espacio que había entre Jude y yo, haciendo caer, casi, al chico de su asiento.
—Eh, Joyita, te necesito un segundo.
Me volví y hundí aún más la cara entre mis brazos.
—¿Puede esperar?
—Está despierto y muy enfadado, y agradecería un poco de orientación acerca de cómo enfocar el
asunto, ya que tú eres la única que podría decirme si está intentando fundirme el cerebro.
—¿Saben los demás lo que es realmente? —preguntó Chubs, sorprendido—. ¿Se lo has dicho?
—Alban ya lo sabía —dijo Cole—. Vio a Clancy ejercer su influencia sobre uno de sus agentes del
servicio secreto en una parada durante una de sus ruedas de prensa, después de salir del campamento.
Al oírlo me erguí en mi asiento.
Si Alban ya sabía lo que Clancy era y lo que podía hacer, la primera esquela de Lillian Gray podía
interpretarse de una forma completamente diferente. «Si quiero salvarlo es necesario que me ponga
fuera de su alcance». Lillian podría haber advertido, aun antes que el presidente Gray, que su hijo
estaba usando sus habilidades para ejercer su influencia sobre las personas de su entorno.
Por fin iba tomando forma para mí la sucesión temporal de los hechos. Alban habría visto a Clancy
hacer esto justo antes de marcharse para unirse a la Liga y se puso «fuera del alcance», como lo llamó
Lillian, de Clancy. Si ella hubiera intentado pedir ayuda a su esposo o alguno de sus consejeros para
desaparecer, Clancy habría tenido acceso a la información. En realidad, había sido un plan
desesperado.
—Entonces, ¿por qué diablos no hizo nada al respecto? —llegó la voz de Liam desde detrás de
nosotros. El ceño arrugado profundizaba las líneas de la cara—. Eso habría hecho estallar toda la farsa
de los campamentos.
Cole puso los ojos en blanco.
—Y ¿cómo lo habría demostrado? El chico era un fantasma. Intentamos apagar los sensores para
ver si venía por su cuenta, pero nunca mordió el anzuelo.
—Porque él no os necesita —dijo Nico, con voz ronca—. No nos necesita. Él puede cuidarse solo.
Abrí la boca para explicar mi teoría, pero Liam me interrumpió.
—¿No deberíais estar ayudando a los demás a limpiar el lugar? —preguntó en tono enfático.
Miró la mano de Cole sobre mi hombro.
Era algo demencial verlos de pie así, uno junto al otro, con idénticas expresiones de furia en los
rostros casi idénticos.
—Puedes marcharte cuando quieras, Liam —dijo Cole, despidiéndolo con un gesto—. Aquí nadie
te retiene. Ya te he dicho cómo encontrar a mamá y a Harry, así que, adelante. Corre de regreso y
escóndete. Ojalá pudiera estar ahí cuando les expliques cómo casi conseguiste fastidiar a todo un
grupo de chicos porque eres demasiado idiota como para prestar atención a lo que haces o adónde vas.
Eso, por supuesto, después de que les hayas contado lo que ocurrió cuando intentaste escapar del
campamento.
Oí que Vida maldecía entre dientes y dejaba caer su mano sobre el brazo de Chubs para evitar que
interviniera. Pero a mí no me vigilaba nadie.
—¡Para! —dije—. Escúchate…
—Tú… —Una oleada de rubor cubrió el cuello de Liam, y era obvio que se esforzaba por
mantener su rostro bajo control—. Tú… no tienes ni idea…
—Venga, no lloriquees —dijo Cole, poniéndose de pie—. ¿No me has avergonzado ya bastante?
Solo… vete. Cielos, márchate si estás tan mal. ¡Deja de hacerme perder el tiempo!
—Chicos —la voz de Jude era muy aguda y se quebraba al hablar—. ¡Chicos!
—Por favor —intenté otra vez—. Solo…
Jude se inclinó sobre la mesa y me cogió del brazo girándome hacia el televisor.
—¡Cállate y mira!
El presidente Gray había bajado de su coche y miraba hacia la multitud, con la mano en alto, en un
saludo practicado muchas veces. Su cabello era más gris de lo que yo recordaba de unos meses atrás.
Las bolsas debajo de sus ojos oscuros eran más visibles. Pero aún era el rostro de Clancy, un atisbo de
cómo se vería en treinta o cuarenta años, y solo por eso yo quería apartar la mirada.
—Qué… —comenzó a protestar Vida cuando la cámara enfocó a una pequeña figura encapuchada
que pasó empujando a un lado a la atractiva presentadora rubia y saltó por encima de las vallas
policiales.
El presidente avanzaba lentamente por la prístina escalinata blanca del Capitolio, con la mano
extendida hacia el gobernador. Detrás de él, las banderas americana y texana flameaban en la brisa. No
pareció advertir que algo iba mal hasta que los hombres trajeados que había a su lado sacaron las
armas y la cara del gobernador empalideció.
Los oficiales de la policía que bordeaban la escalinata salieron volando por los aires con tal fuerza
que cayeron entre las filas de cámaras y fotógrafos. No había necesitado tocarlos, solo mover los
brazos ante él, como si estuviera abriendo una pesada cortina.
—¡Dios! —exclamó Liam a mis espaldas—. ¡Es un chico!
Era delgado, todo fibra y piel morena, como un corredor que ha pasado todo el verano entrenando
en la pista de carreras del instituto. Llevaba el cabello largo, atado en una coleta para mantenerlo lejos
de su cara; eso le mantuvo los ojos despejados cuando extrajo un pequeño revólver de un bolsillo de su
sudadera y disparó con calma dos veces al pecho del presidente.
Los televisores, cada uno sintonizado en una cadena diferente, estallaron exactamente en el mismo
momento, mostrando la escena desde todos los ángulos posibles.
—«Oh, Dios, oh, Dios…» —gemía la presentadora.
Se había arrojado al suelo; todo lo que veíamos era la parte trasera de su cabeza mientras ella
observaba a la policía y al servicio secreto lanzarse sobre el muchacho, ahogándolo en un océano de
uniformes y abrigos. La multitud situada a espaldas de la presentadora gritaba; la cámara se sacudió al
cambiar de posición para capturar su huida de la escena. Cada mirada de terror. Cada mirada de
repugnancia. Todas se volvieron desde el presidente al chico que acababa de asesinarlo.
—¿Esto lo has hecho tú? —gruñó Liam, volviéndose hacia su hermano—. ¿Le ordenaste tú a ese
chico que lo hiciera?
—No es uno de los nuestros —dijo Vida—. Jamás había visto a ese pedazo de mierda en mi vida.
Cole giró sobre sus talones y salió disparado hacia el azorado silencio del atrio. Nadie se apartó
para que pasara y yo no tenía idea de adónde se dirigía. Vida cogió el mando a distancia y subió el
volumen.
—«Damas…, damas y caballeros…, por favor…».
La presentadora aún estaba en el suelo, intentando protegerse de la estampida de espectadores que
huían del lugar. La imagen desapareció y aparecieron las caras horrorizadas de los presentadores en el
estudio, pero solo estuvieron ahí un instante, antes de que la pantalla se pusiera negra y después
aparecieran unas palabras en negrita:
SISTEMA DE ALERTAS DE EMERGENCIAS
EL GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS HA EMITIDO UNA
NOTIFICACIÓN DE ACCIÓN DE EMERGENCIA
NO APAGUE SU TV AHORA
A CONTINUACIÓN, SE OFRECERÁ INFORMACIÓN
IMPORTANTE
Pero el mensaje permaneció en las pantallas y lo único que siguió a continuación fueron los tonos
ululantes y graves del sistema de alertas de emergencias, los mismos que habíamos oído miles de
veces en los televisores y las radios cuando hacían los simulacros.
Se oyó un estallido sordo que provenía de algún sitio sobre nuestras cabezas; resultó casi inaudible
con el ruido de las voces de pánico que provenían del atrio y el volumen ensordecedor de las pantallas
de televisión. Dos estallidos, tres, cuatro, todos en rápida sucesión, como el chisporroteo de los fuegos
artificiales del Cuatro de Julio que solíamos mirar en casa desde el jardín. Se oían demasiado lejanos
como para asustarnos. Por un momento pensé si acaso no serían fuegos artificiales. ¿Era la gente tan
grosera para estar celebrando ya el aparente fallecimiento del presidente Gray?
Todo se evaporó con el ruido abrumador del torrente de agua. No, era más parecido a la estática.
Una feroz oleada de ruidos, chasquidos, restallidos y silbidos, como los de un tornado.
Y en ese momento todo se apagó con un chirrido grave y mecánico; como el último aliento de un
animal. Las luces, los televisores, el aire acondicionado, todo se apagó, arrojándonos otra vez a la
misma oscuridad impenetrable de la que acabábamos de salir.
Si Jude no me hubiera seguido cogido del brazo, nunca habría conseguido alcanzarlo cuando
intentó arrojarse al suelo.
—¡Hala! —exclamé.
Vida estuvo a nuestro lado de forma instantánea, ayudándome a sentarlo otra vez en su asiento.
—Algo… Acaba de pasar algo… —Los agentes situados a nuestro alrededor partían barras
luminosas, alumbrando un poco la habitación. Vi las manos de Jude aferrándose el cabello; la
expresión de su rostro era de aturdimiento, como si estuviera borracho—. Algo malo.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté, y permití que Chubs le echara un vistazo más de cerca.
Sus ojos aún estaban ligeramente desenfocados.
—Fue un gran… un gran estallido. Como un destello, y después desapareció. Está todo tan
silencioso…, no se oye nada.
Examiné la habitación en busca del equipo de Amarillos. Estaban exactamente en el mismo estado
de aturdimiento, incapacitados e insensibles a los intentos de ponerlos de pie de los otros chicos. Pude
ver sus rostros a la luz débil y moribunda de las barras luminosas.
—¿Qué diablos? —Oí decir a Chubs—. ¿Otro apagón programado?
Le hice señas de que callara, e intenté escuchar a un agente que le informaba rápidamente a Cole
sobre la situación mientras avanzaban de regreso hacia donde estábamos.
—El generador de emergencia aún funciona, pero no hay conexiones de radio ni de móviles
disponibles. Las cámaras de la calle se han apagado. Bennett está intentando encenderlas de nuevo…
—Que no se moleste —dijo Cole con calma—. Lo más probable es que estén fritas.
¿Fritas? Pero eso significaría…
Era demasiada coincidencia que la electricidad se hubiera ido en ese momento. Pero lo que sugería
Cole no era que alguien había manipulado la red eléctrica de Los Ángeles: creía que alguien había
desactivado cada artefacto eléctrico de la ciudad.
—¿Crees que ha sido una especie de pulso electromagnético? —preguntó otro agente.
—Creo que es mejor que saquemos nuestros traseros de aquí antes de que lo averigüemos. —Cole
ahuecó las manos alrededor de la boca y gritó por encima de los murmullos de pánico—. Bien, sé que
habéis ensayado esto. Coged lo que podáis llevaros de esta habitación e id directamente al agujero.
Nada más. Mantened las filas. ¡La evacuación obligatoria comienza ahora!
Vida puso a Jude a su lado y dejó que yo levantara a Nico de su asiento.
—Podría ser solo otro apagón —objetó un agente—. No puede haber sido una reacción al
asesinato. Lo mejor es ir al nivel tres y resistir.
—¡Si se trata de un ataque —añadió otro—, el lugar más seguro está aquí!
—El lugar más seguro está fuera de este…
Se oyeron tres golpes sonoros, como si alguien situado directamente sobre nuestras cabezas
solicitara con educación que lo dejáramos entrar. No sé por qué lo hice ni qué creí que era ese ruido,
pero arrojé a Nico al suelo, y, un instante después, sentí que Vida, a mi lado, hacía lo mismo con Jude.
—¡Cubríos! —gritó alguien, pero la palabra se desvaneció en un destello de luz blanca y ardiente.
Y llovió fuego sobre nuestras cabezas.