Capitulo 23

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CAPÍTULO VEINTITRÉS
El parque estatal de Natural Falls estaba situado en Oklahoma, en lo que la mayoría consideraba las
tierras altas de los Ozarks, justo en la esquina noreste del estado, donde el mes de diciembre era
realmente muy frío. Chubs me ofreció un breve paseo por el campamento mientras volvíamos en
busca de los demás. Unas cuantas mesas de picnic aquí y allá, un aparcamiento para caravanas, varios
senderos que entrelazaban entre sí. Lo único que importaba de verdad era que el sitio de acampada
estaba abandonado.
—¿Sientes dolor? —me preguntó mientras arrojaba otra rama al fuego cada vez mayor.
—Estoy bien. Solo quiero saber qué ocurrió.
Me hice a un lado, dejándole la mitad del tronco para que no tuviera que sentarse en la nieve, y le
pasé un extremo de la manta por encima de los hombros, acercándolo a mí. Todavía olía débilmente a
jabón de lavar y a desinfectante de manos; sentía los olores de la tierra, de esa que delataba cuántas
noches había dormido en el suelo sin ducharse. El pobre chico probablemente se sentía morir.
—Vale —dijo, y respiró hondo.
Habían sabido de inmediato que algo iba mal cuando solo regresó la mitad del grupo que iba con
Olivia. Ella y su grupo de diez habían regresado casi sin un rasguño, con tantas provisiones como
pudieron cargar sobre el agua. Brett no apareció hasta dos horas después, avanzando dificultosamente
por el aparcamiento, empapado, con Jude aún sobre los hombros. A su grupo no le había ido tan bien:
solo cinco de ellos habían conseguido regresar, y yo no estaba incluida entre ellos.
—Le enseñé a Olivia cómo suministrar correctamente el medicamento a los chicos, le di su dosis a
Liam, y después lo llevamos al coche. Pasamos la mayor parte de la noche dando vueltas, intentando
coger una señal de Internet para bajar una actualización de la red de dispositivos de seguimiento.
Estábamos convencidos de que las FEP te habían echado el guante.
—Casi —susurré, pero no pensé que pudiera oírme.
Aun antes de que ellos encontraran una conexión a la cual conectarse, Cate había mandado un
mensaje a través del intercomunicador. Resulta que, cuando te cargan en el analizador, el artefacto que
las FEP habían usado conmigo, no solo te ponen sobre el tapete para placer visual de las FEP o de la
red de dispositivos de seguimiento. Además, actualizó esa misma lista con marcas de tiempo y
ubicación, tanto en la red de las FEP como en la de los dispositivos de seguimiento.
«Así es como Rob supo que debía buscar en esa área», pensé.
—Pero ¿cómo supisteis que debíais buscar a Rob, para empezar?
—Al principio no lo supimos. Viajaba con un nombre falso. —Chubs bajó la vista hacia donde sus
dedos estaban entrelazados—. Él actualizó la red de dispositivos de seguimiento para informar que te
había recobrado. Cuando sucedió eso, pude mirar su perfil, saber qué coche había registrado y cuál era
la matrícula. No estábamos demasiado lejos de la zona, pero todavía me asombra que consiguiéramos
mantener la calma el tiempo suficiente para encontrarte. Después de eso vinimos aquí; llevamos casi
cuatro días acampados.
—Gracias —dije, tras un breve silencio— por no abandonarme.
—¿De verdad pensabas que íbamos a abandonarte? —preguntó—. ¿Que no habríamos hecho todo
lo posible para encontrarte?
—No es eso lo que quise decir —dije—. Es solo que… —«Tal vez habría sido mejor si hubieran
permitido que me llevaran». El zumbido en mis oídos ahogó el mundo y sentí que regresaba el primer
contacto con el pánico—. Si él no se siente bien con nosotros, podría ser mejor separarnos.
—No. No tiene sentido —dijo Chubs—. No puedo seguirle el ritmo a sus cambios de humor.
Cuando te encontramos estaba desesperado, hundido en un colapso total. Nunca lo había visto así.
Puede que una parte de él se haya dado cuenta de que vosotros erais miembros de la Liga antes de que
se lo dijeras… Eso es lo único que se me ocurre como explicación de por qué actúa así. El Liam que
conocí no habría admitido abandonar a un grupo de chicos si hubiera pensado que podíamos llevarnos
bien; tú eres una prueba de ello. Pero es como si, desde que comenzó a sentirse mejor, estuviera
nervioso. Irritable.
—No tiene ningún motivo para confiar en nosotros —dije—. Lo entiendo.
—Oye, yo no voy a escoger —dijo Chubs—. No puedo dejar que se marche solo otra vez, pero
tampoco voy a abandonarte. Así que debes encontrar una forma de hacer que esto funcione, ¿lo
entiendes? Debes hacer que confíe en ti. Espera…, ¿por qué dices que no con la cabeza?
—Me refería a lo que le dije —expliqué—. No era toda la verdad, pero es lo máximo que puedo
hacer. Os ayudaré a llegar dondequiera que queráis ir; después volveré con Cole, a acabar con todo
esto.
El brazo de Chubs me apretó con más fuerza, pero lo que me ahogó fue la conmoción, el dolor y el
miedo que emanaba de él mientras yo me esforzaba por hablar.
—Tú sabes… Tú sabes cuán importante es esto. Pienso que, si no estoy ahí para asegurarme de que
ocurra, si no veo por mí misma qué causó esto —hice un gesto entre nosotros—, nunca me lo
perdonaré. Si no puedo… Si ya no puedo estar cerca de Liam, al menos puedo hacer eso por él. Ese era
su sueño, ¿lo recuerdas?
—No —susurró—, no puedo hacerlo; no puede ser como fue con Zu, como ha sido estos últimos
seis meses. Sé que es egoísta, pero necesito saber que estás a salvo, y nunca estarás a salvo con ellos.
Piénsatelo, por lo menos, ¿de acuerdo? Dame una oportunidad para hacerte cambiar de opinión
también a ti.
«No», pensé, dirigiéndole una débil sonrisa tranquilizadora. Aun si Liam no me mirara con ese
odio en los ojos, incluso si me hubiera besado en la cascada, nada habría importado. Yo no era la
página en blanco que había sido cuando Liam, Chubs y Zu me encontraron. Había hecho cosas de las
que me avergonzaba, sin duda, pero ahora había llegado a un lugar del cual no podía volver, y en ellos
había demasiada luz como para arrastrarlos conmigo a ese lugar.
—Ya lo veremos —le dije, apretándole los dedos—, ya lo veremos.
A pesar de que no teníamos mapas, ni ninguna forma de bajar una actualización de la red de
dispositivos de seguimiento para orientarnos, Chubs siguió insistiendo para que abandonáramos el
parque tan rápido como pudiéramos. Disponíamos de una noche más para descansar, y después, al día
siguiente, conduciríamos otra vez hacia el oeste.
Yo dudaba de que eso fuera así porque le urgiera llegar a California. Chubs había llegado al límite de sus fuerzas para poder vérselas con un entorno tan frío, tanto en lo físico como en lo emocional. No
estaba segura de lo que podría hacer Vida si recibía un sermón más sobre la hipotermia, pero me
imaginaba que probablemente incluía a Chubs, la fogata y un certero empellón. Ella no se había
percatado de que la preocupación de Chubs no era por sí mismo.
El frío estaba haciendo estragos en los pulmones de Liam. Jadeaba y resoplaba, y carraspeaba y
tosía de forma seca cada vez que intentaba acelerar su andar lento y dificultoso. En lugar de intentar
recoger las provisiones dispersas, se acurrucó junto a Jude y le ayudó a avivar el fuego, mientras
debatían cuál de los dos discos de Bruce Springsteen era mejor, si Born in the U.S.A. o Born to Run.
Tras lo cual, fueron hasta el asiento trasero del todoterreno a buscar más abrigo. Sin pensárselo,
Liam cogió su antigua chaqueta de piel y se la colocó sobre la más delgada de color verde oscuro.
—Pero esa es… —comenzó a objetar Jude.
Sacudí la cabeza enérgicamente en su dirección y la agaché antes de que Liam se volviera y
averiguara por qué Jude había cerrado el pico. Después de eso, me ocupé especialmente de no
cruzarme en su camino. Cuando él iba hacia la izquierda, yo iba a la derecha, y siempre mantenía el
fuego entre nosotros. Para cuando Jude comenzó a dar fuertes indicios de que necesitaba que le dieran
la cena, Liam parecía haberse relajado. Lo suficiente, al menos, como para sonreír cuando Chubs
tropezó y se vino abajo con un graznido, lanzando por el aire las raciones de comida que traía entre los
brazos.
—Me preguntaba qué había pasado con todo esto —dije, mientras le ayudaba a recoger los
paquetes de papel de aluminio.
—Tuvimos que dejar la mayor parte —respondió Chubs, mientras volvíamos donde los demás se
acurrucaban junto a la fogata—. En su mayoría, es lo que pudimos meternos en los bolsillos. Ha sido
suficiente. Vale, ¿quién quiere qué?
—Yo cogeré una de esas barritas de higo chinas, si ves alguna por ahí —dijo Jude.
—Yo la mezcla de frutos secos francesa —pidió Vida—. El envoltorio plateado.
—¿Alguno se ha preguntado de dónde ha salido todo esto? —pregunté—. ¿O por qué estaba ahí,
echándose a perder?
—Decidimos que la respuesta a eso es que el presidente es un mamón taimado y que el resto del
mundo no es ni la mitad de malo de lo que habíamos pensado —dijo Vida—. Punto pelota.
Todo ese tiempo, el presidente Gray había insistido en sus discursos semanales en que los
norteamericanos estaban saliendo adelante por sí mismos y cuidando a sus compatriotas. El presidente
se había ocupado especialmente, una y otra vez, de culpar a las Naciones Unidas por las sanciones
económicas que habían impuesto al país. Nadie comerciaba con nosotros, por lo que debíamos
comerciar entre nosotros. Nadie enviaría ayudas financieras, por lo cual las pocas personas que no
habían perdido la mayor parte de su fortuna al desplomarse los mercados deberían ser los donantes.
Los norteamericanos ayudarían a los norteamericanos.
Reino Unido, Francia, Japón, Alemania, dijo una vez, «sencillamente no entienden el estilo
americano». No habían sido afectados por la ENIAA; no habían sentido la punzada de nuestro dolor.
Lo miraba en uno de los televisores del atrio, allá en el Cuartel General, con un rostro que se veía más
viejo y gris que solo una semana antes. Parecía como si estuviera sentado en la Sala Oval, pero Nico
había señalado el brillo alrededor de la imagen, lo cual indicaba la utilización de alguna clase de
pantalla verde. Teniendo en cuenta que era un personaje con infinitas posibilidades de protección, no había vuelto a D. C. desde las primeras bombas; simplemente se había trasladado de un rascacielos de
Manhattan a otro.
«No entienden que en momentos como estos son necesarios ciertos sacrificios —había continuado
Gray—. Que podemos superarlo, con tiempo y dedicación. Somos estadounidenses, y lo haremos a
nuestro modo, como siempre lo hemos…». Y ese fue su discurso más largo; cuantas más palabras
usaba, menos significado tenían. Era una inacabable corriente de ideas tan vacías como su tono de voz.
Todo lo que hacían entonces era girar y girar y girar en círculos hasta que nosotros estábamos
demasiado mareados para escuchar lo que en realidad estaban diciendo.
—Y tú, ¿qué tal? —le pregunté a Liam—. ¿Tienes hambre?
El tiempo y el silencio, y su evidente vergüenza por el ataque de nervios, habían suavizado a Liam
un poco; primero con respecto a Jude, quien, a pesar de todo lo que Liam le había dicho, lo miraba
igual que un niño podría mirar boquiabierto a su jugador de béisbol favorito. Después, con respecto a
Vida, cuya encantadora personalidad no permitía que nadie la ignorara demasiado tiempo. Yo notaba
que Liam aún estaba enfadado con Chubs, pero que hasta eso iba menguando ahora que la conmoción
inicial se había desvanecido. Me alegraba que Vida y Jude pudieran atisbar quién era realmente Liam,
sin aquella armadura extraña y magullada en la que se había metido.
—Sí… Me conformo con lo que sea.
No levantó la vista de la pequeña libreta negra que tenía en su mano derecha.
Volví a sentarme junto a Chubs y dejé que hablara sin parar, sin escuchar una sola palabra de lo
que me decía. A mi derecha, Jude construía un muñeco de nieve en miniatura usando los M&M de su
mezcla de frutos secos para hacerle la sonrisa, aunque era lo bastante torcida como para que, más que
mono, pareciera un loco. Mientras lo hacía tarareaba una versión suave y aspirada de un tema de
Springsteen.
—¿Joseph Lister? —preguntó Liam súbitamente, rasgando el silencio—. ¿En serio? ¿Él?
Chubs, junto a mí, se puso rígido.
—Ese hombre fue un héroe. Fue un pionero en la investigación de los orígenes de las infecciones y
la esterilización.
Liam miró con frialdad la cubierta de escay de la identificación del dispositivo de seguimiento de
Chubs, mientras escogía las palabras.
—¿No podrías haber escogido algo más guay? ¿Alguien que quizá no sea un tipo blanco, viejo y
muerto?
—Su trabajo condujo a la reducción de las infecciones postoperatorias y a prácticas quirúrgicas
más seguras —insistió Chubs—. ¿A quién habrías escogido tú? ¿Al Capitán América?
—Steve Rogers es un nombre perfectamente legítimo. —Liam le devolvió la identificación a
Chubs—. Todo esto es… muy Boba Fett de tu parte. No sé bien qué decirte, Chubsie.
«Dile que está bien —pensé, recordando el temor en la voz de Chubs al confesar que había
entregado a aquel chico—. Dile que entiendes por qué debía hacerlo, aun si no lo entiendes».
—¿Qué? —se burló Chubs con una voz apenas demasiado ligera—. Por primera vez te has
quedado sin palabras.
—No, solo me siento… —Liam se aclaró la garganta—. Agradecido, creo. De que vinieras a
buscarme y tuvieras que hacer… esto. Sé que no ha sido fácil… Sé que no puede haber sido fácil.
—Callaos y empezad a chuparos la cara unos a otros de una vez —gruñó Vida, inclinándose de una
forma extraña sobre el tronco. Ella jamás iba a admitirlo, pero yo sabía que el dolor de las quemaduras
de la espalda la estaba matando—. Estoy intentando recuperar el sueño que perdí cuando os pusisteis a
chillar como dos gatos en celo.
—Señorita Vida —dijo Liam—, ¿le ha dicho alguien que es usted la guinda del postre de la vida?
Ella le dirigió una mirada asesina.
—¿Te han dicho alguna vez que tu cabeza tiene forma de lápiz?
—Eso es físicamente imposible —refunfuñó Chubs—. Sería…
—De hecho —comenzó Liam—, Cole me lo dijo una vez… ¿Qué?
—Oh, perdona —dijo Chubs—, al parecer la mitad de mi oración ha interrumpido el comienzo de
la tuya. Continúa.
—Supondré que probablemente no deseáis oír sobre la ocasión en que hizo pasar mi cabeza a
través de la valla del vecino…
—¿Dolió mucho? ¿Hubo mucha sangre? —preguntó Vida repentinamente interesada—. ¿Perdiste
una oreja?
Liam se puso las manos junto a las orejas indicando que ambas estaban firmemente pegadas a su
cráneo.
—Entonces no —dijo ella—. Nadie quiere escuchar tu aburridísima historia.
La noche cayó rápidamente. Seguí el movimiento del sol a través de los árboles. El débil
resplandor naranja recorrió el suelo nevado del bosque, hasta que finalmente se perdió en un gris
soñoliento y el frío nos obligó a entrar en la tienda.
Vida estaba tumbada, con el intercomunicador en alto, y lo movía en busca de la posición correcta
para captar una señal. Había estado intentando enviar un «DESPEJADO // OBJETIVO CONSEGUIDO» como
respuesta a los diez mensajes de «INFORMAR ESTADO» que nos estaban esperando cuando conectó el
aparato, pocos días antes. Si Cate estaba la mitad de ansiosa por establecer contacto de lo que estaba
Vida, yo tenía la sensación de que habría otros diez mensajes esperando cuando el artefacto volviera a
conectarse a la red del intercomunicador.
—¿Nada? —pregunté.
Lo dejó caer sobre su pecho con un suspiro de fastidio y sacudió la cabeza.
—Tal vez cuando hayamos salido de las montañas —dije, pero ella no pareció consolarse con la
idea.
Vida me lanzó una mirada entrecerrando los ojos desde el otro lado de la oscuridad de la tienda.
—¿Cuándo has empezado tú a beber del vaso medio lleno?
Gruñí, y al sentir la siguiente punzada de dolor en mi espalda apoyé otra vez el rostro sobre los
brazos.
—¿Te duele? —preguntó Chubs.
Mantuvo una mano abierta sobre mis omóplatos para mantenerme inclinada mientras con la otra
tiraba de los puntos.
Respondí con otro gruñido.
—Voy a desinfectarla otra vez —advirtió Chubs.
—Estupendo.
Nos sumimos en una pequeña calma que iba a contracorriente de los vientos que soplaban fuera.
Cuando acabó conmigo, Chubs cogió un libro, Colmillo blanco, y se tumbó a leer en su saco de
dormir. Yo permanecí boca abajo, esforzándome en dormir.
Jude reapareció en la entrada de la tienda con las linternas que lo habían mandado a buscar al
coche. Su cabello rizado estaba cubierto de una gruesa capa de nieve que decidió sacudirse sobre
nosotros. Fue la primera sonrisa que le vi en varios… ¿días? ¿Semanas? Cuando nuestras miradas se
cruzaron, Jude apartó la suya y fue a sentarse junto a Liam para volver a su juego de guerra.
Cuanto más tiempo permanecíamos en silencio, más agobiante se hacía la incomodidad. Vida,
además, empezaba a tener aquel peligroso resplandor en los ojos: una sonrisa que se iba haciendo
gradualmente más malvada mientras miraba el costado de la cabeza de Chubs.
—He estado pensando —dijo Liam súbitamente.
—Toda una novedad —replicó Chubs, volviendo la página del libro.
Liam puso los ojos en blanco.
—Se está haciendo tarde y he pensado que deberíamos turnarnos para hacer guardia. Establecer
turnos. ¿Os parece bien?
Asentí con la cabeza.
—El joven Jude, aquí, y yo podemos hacer la primera guardia —dijo Liam—. Ruby y Chubs, la
segunda, y Vida puede encargarse de la última.
Pensé en objetar el orden, pero Liam parecía estar preparado para el reto y yo no era capaz de
enfrentarme a él.
No pude dormir más que a ratos y me revolví toda la noche en las mantas que hacían las veces de
ropa de cama. Estuve despierta para oír cómo Liam le contaba en voz baja a Jude una película de
terror que había visto religiosamente de pequeño.
Las mantas susurraron cuando los chicos regresaron a los lechos arrastrando los pies. Jude casi
había caído de rodillas entre Chubs y yo, agotado, dándonos palmaditas en la espalda hasta que
estuvimos despiertos y sentados. Soltó un suspiro feliz mientras se enrollaba en las mantas. Pero Liam
se acercó lentamente, casi dubitativo. Sentí su mirada fija en mí igual que se siente un rayo de sol que
entra por la ventana. Cálido. Concentrado.
Me levanté cuando él se deslizó debajo del otro extremo de la manta, y se puso tan lejos de mí
como pudo sin renunciar a la tibieza o la comodidad de la tela acolchada que nos separaba del suelo.
Para estar ocupados y mantener la sangre en movimiento, Chubs y yo dimos una vuelta por el
campamento, agradecidos de que el viento y la nieve hubieran cesado, aunque solo fuera por unos
minutos.
—¿Por ahí entrasteis con el coche? —pregunté, señalando un sendero que parecía más amplio que
los demás.
Chubs asintió.
—El camino da unas vueltas y conecta directamente con la carretera. Esta sección ha sido
clausurada, creo, a causa de que no hay nadie que quite la nieve de los caminos. Espero que comience
a fundirse mañana, de lo contrario no tengo ni idea de cómo saldremos de aquí en el coche.
Pocas horas después, justo antes del amanecer, llegó el turno de Vida. Se puso de pie e intentó
sacudirse el sueño de encima, físicamente, antes de salir tambaleándose a la mañana fría. Miré el minúsculo espacio entre Chubs y Liam, y rápidamente me giré y la seguí al exterior.
Cuando me senté a su lado, Vida interrumpió su intensa mirada hacia el otro lado del claro, pero
no pareció sorprendida.
—Dormí demasiado en el coche —mentí, mientras me calentaba las manos rígidas al fuego—.
Simplemente, no estoy cansada.
—Ajá —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. ¿Quieres decirme qué piensas realmente?
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Te importa?
—Si es sobre el Príncipe Azul, pues no, no mucho —dijo Vida, inclinándose hacia atrás—. Pero si
tiene que ver contigo, escaqueándote con el Gordo y el Flaco, dejando que Judith y yo acabemos la
Operación, sí quiero oírlo.
Negué con la cabeza.
—Lamento informarte de que no me voy a ninguna parte.
—¿En serio? —Ahora sí Vida sonaba genuinamente sorprendida—. ¿Entonces que fue todo ese
murmureo entre tú y el abuelito?
—Me ha pedido que vaya con ellos —admití—, pero no puedo hacerlo.
—¿No puedes o no quieres? —preguntó Vida.
—No puedo —susurré—. No quiero. ¿Qué importancia tiene?
Vida se irguió en su asiento.
—¿Qué te pasa? —Me encogí de hombros, frotando los dedos en el gastado borde de la manta en
la que me había envuelto—. Desde que te encontramos, has estado actuando como un gato
escaldado…
Observé cómo trabajaba su mente detrás de sus ojos oscuros, que se entrecerraban a medida que
iba atando cabos.
No sé por qué era más fácil decírselo a Vida o por qué quería decírselo a ella cuando no había sido
capaz de decirle una palabra a Chubs. Quizá porque sabía que ella ya tenía una opinión tan mala de mí
que no importaba en absoluto si eso hacía que me detestara un poco más.
—Me he excedido —dije—. Con Knox, con los chicos del almacén; con Rob.
—¿Cómo? —preguntó—. ¿Te refieres a que no necesitas tocar a las personas para usar ese vudú
cerebral tuyo?
—Es complicado —dije entre dientes—. No le encontrarías sentido.
—¿Por qué? ¿Por qué crees que soy tonta? —Vida me pateó un pie—. Dame una respuesta directa,
y, si a mi cerebrito bonito y pequeñito se le ocurren preguntas, puedo hacértelas.
—No es eso… —Me detuve. Debía dejar de discutir con ella por cada maldita cosa—. Es solo
que… tú te sientes bien con tus habilidades, ¿verdad? Tan bien como se puede, digo —corregí, viendo
su mirada—. Pero yo detesto lo que puedo hacer. Lo detesto cada día, cada minuto. Y ahora que le he
cogido un poco el tranquillo es mejor, pero antes… —Cada minuto había sido una pesadilla. Había
vivido segundo a segundo, conteniendo la respiración, a la espera del error inevitable que lo arruinaría
todo una vez más—. No está bien, ¿entiendes? Sé que no está bien. No me gusta cómo se siente uno al
obligar a las personas a hacer cosas, especialmente cuando sé que es lo opuesto a lo que harían
normalmente. No me gusta ver sus recuerdos ni sus pensamientos ni las cosas que quieren reservarse.
Vida no apartó su mirada ni un instante.
—Yo no veo el problema…
—Yo… me metí muy hondo —dije—. Podía sentir que cavaba cada vez más hondo, pero no me
importaba. Yo tenía el control. Podía obligar a cualquiera a hacer lo que yo deseara. Me tocaba
castigar a quienes me habían hecho daño y os lo habían hecho a ti y a Liam; y deseaba aún más.
Cuando no me fue necesario tocar a las personas para usarlas, fue como si hubieran quitado el último
obstáculo.
Vida lanzó un suspiro.
—No es que esto vaya a hacerte sentir mejor, pero Knox, al final, recibió lo que se merecía.
—No fue solo él —dije—. También estuve en la cabeza de Mason, y pensé, de verdad que pensé en
volverlo contra Knox. Ese fue mi primer impulso, no ayudarlo. Y después, con Rob…
Vida no reaccionó cuando le expliqué en detalle lo que había sucedido en el coche, lo que yo le
había hecho a Rob. Se lo confesé todo, y las palabras salían en tropel, aflojando el nudo que se había
ido ajustando en el pozo de mi estómago desde el instante en que había ocurrido.
—No quiero estar con él, Vida —me oí decir—. No quiero usar mis habilidades a menos que sea
necesario, pero ¿cómo hago para detenerme?
—¿Por eso gritabas que te dejáramos? —preguntó—. Hablando de lo cual, por cierto: que te den.
¿Crees que soy tan imbécil?
—¿Y si no puedo detenerme y te pasa algo? —dije—. ¿O a Jude, o a Nico, o a Cate, o a Chubs, o
a…?
«Liam». La idea me revolvió el estómago.
Me sorprendió el silencio que siguió. Vida sacó las manos y se las puso en el regazo,
observándolas mientras se limpiaba las cutículas manchadas de sangre.
—El otro Naranja —dijo, después de un rato—. Era un auténtico bicho raro.
—Sí —coincidí—. Nunca se cortó a la hora de coger lo que quería de quienquiera que lo tuviera.
—Me daba jodidos escalofríos —murmuró—. Se metía en mi cabeza y me susurraba toda clase de
cosas asquerosas. Intentó hacerme… hacer cosas.
—Lo sé, él… —comencé a decir. Finalmente mi boca alcanzó a mi cerebro—. Espera un
momento. ¿Qué?
—Ese chico. Martin —dijo con esfuerzo—. Quise decírselo a Cate, pero él nunca me permitió
acercarme a ella lo suficiente.
No sé qué fue lo que surgió entonces en mi interior; puede que fuera sorpresa por no haberme
imaginado nunca a Martin situado en el centro de mi equipo, hablando con Nico, luchando con Vida
en cada turno, molestando a Jude. El mínimo destello de celos que les hubiera tenido, aun cuando solo
hubiera sido por unas pocas semanas. El horror, principalmente, de que Cate los hubiera expuesto a
ese monstruo.
Yo aún tenía pesadillas en las que iba con él en el coche y sentía el roce de su influencia
alargándose por mi sangre. Él había jugado conmigo, golpeándome con sus zarpas, y yo no había
podido hacer ni una maldita cosa al respecto.
—Me imaginé que tú serías igual. —Sus ojos negros se encontraron con los míos—. Pero tú estás
bien…, supongo.
Solté una carcajada sin gracia.
—Gracias…, supongo.
—Sin embargo, el chico del presidente era así, ¿no? —dijo ella—. Joder, macho.
—Te afecta —dije—. Lo que me asusta es que una parte de mí comprende de dónde vienen esos
chicos. Nos lo quitaron todo, ¿sabes? ¿Por qué no íbamos a recuperarlo si teníamos el poder para
hacerlo?
—¿Estás de coña? —preguntó Vida—. El solo hecho de que puedas hacerte estas preguntas quiere
decir que no has descendido a su nivel y que probablemente nunca lo harás. Lo entiendo; digo,
entiendo por qué estás asustada. De verdad. Pero te estás saltando la diferencia clave entre ellos y tú.
—¿Cuál?
—Tú no estás sola —dijo—. No lo estás, aun cuando a veces sientas que lo estás. Tienes personas
en tu parte del campo que se preocupan por ti como locos. No porque los hayas obligado a sentirse de
ese modo, sino porque ellos quieren. ¿Puedes decirme, con honradez, que esos otros dos gilipollas
tienen eso? ¿Crees que habrían sido la mitad de malos si hubiera habido alguien que les dijera cuándo
parar?
—No puedo dejar de pensar en esos chicos —dije, mientras las lágrimas se me agolpaban en los
ojos.
—Bien —dijo Vida—. Depende de ti recordarlos y recordar cómo te sentiste al salir de la
oscuridad y ver lo que habías hecho. Perdónate, pero no lo olvides.
—¿Y si con eso no basta?
—Entonces yo te detendré —dijo—. No temo tu extravagante poder. Al menos, ya no. —Vida se
puso de pie y se sacudió los pantalones—. Voy a dar un paseo. Cuando vuelva, será mejor que ya estés
dormida, o te pondré a dormir yo misma.
—Gracias —dije—. Por escuchar, quiero decir.
—De nada.
Esperé a que Vida cogiera el sendero antes de volver a la tienda y deslizarme entre Liam y Chubs.
Estaba demasiado cansada y exhausta como para preguntarme o preocuparme acerca de si esa era una
mala idea. Me acomodé y cerré los ojos, dejando que mis pensamientos se desaceleraran y se
deslizaran en un sueño azul claro.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora