CAPÍTULO CATORCE
La puerta lateral del almacén conducía a un enorme aparcamiento. El océano de oscuridad estaba
interrumpido por unas pocas tiendas de aspecto deprimente, todas al borde del colapso a causa del
agua que se había juntado en sus techos. Cada tienda estaba sobre una especie de plataforma flotante
formada por tarimas de madera conectadas entre sí, que formaban un rizo. Comprendí rápidamente
por qué eran necesarias: nos mantenían varios preciados centímetros por encima del agua turbia que
inundaba la totalidad del aparcamiento.
El humo se elevaba perezosamente desde los restos ardientes de unas hogueras, mezclándose con
el olor acre del agua estancada. Me crucé de brazos y sentí desaparecer la última gota de cólera y
desesperación cuando me quitaron la chaqueta de Liam. En el extremo izquierdo del aparcamiento
había dos pequeños edificios grises, de uno de los cuales Michael y su equipo surgían con los brazos
llenos de pan y patatas fritas. Cuando volvían al almacén se cruzaron con Brett, le dieron unas
palmadas en el hombro e intentaron hacerlo volver al depósito. Él se limitó a saludarlos con la mano y
continuó hacia el edificio del que acababan de salir los demás y el contiguo, cuya puerta estaba
señalada con una X roja pintada con rociador. A juzgar por el aspecto de la puerta, nadie salía ni
entraba por ahí.
Olivia esperó hasta que los cazadores entraran otra vez en el almacén antes de volverse y cogerme
del hombro.
—Oh, Dios mío —decía, con voz temblorosa—. Vosotros no… Él…
—¿Qué sucedió? —susurré. Chubs estuvo ahí en un segundo y pasó uno de sus brazos sobre los
hombros de Olivia—. ¿Qué diablos está pasando?
—Esperad, ¿vosotras dos os conocéis? —gritó Jude.
Chubs lo atrajo de un tirón, incorporándolo a nuestro corrillo.
—Después de dejar East River… estaba, bueno… —En sus palabras había una furia enorme—.
Encontré un coche, con algunos de los demás, y viajamos hasta Tennessee.
Asentí a la espera de que continuara.
—Por supuesto, el coche se estropeó. Las FEP estaban encima de nosotros y realmente no
teníamos alternativas. Nos separamos y huimos. Nos metimos en el bosque y a mí me atrapó uno de
los grupos de caza del Huidizo.
—Pero yo pensaba que Ranci era el Huidizo.
Jude se abrazó el torso en un vano intento de conservar el calor. Vida le dio un fuerte codazo.
—¿Ranci? —preguntó Olivia, sobresaltada.
—Es el sobrenombre que le puso a Clancy —dije yo, soltando un largo suspiro.
En sus labios se dibujó una leve sonrisa, solo para dar paso a una mueca de dolor intenso y oscuro.
Se llevó la mano al cuello y a la clavícula, como si intentara mantener algo ahí por la fuerza.
—¿Sabes lo que pasó, verdad? —musité—. ¿Sabes que él fue responsable?
Ella asintió.
—Al principio no quería creerlo, pero esa noche, cuando intentasteis escapar…, comprendí que nos había manipulado. Que nos había controlado. Nuestro sistema de seguridad era casi perfecto y
siempre supimos que Gray dejaría en paz a Clancy antes que arriesgarse exponerlo. La única forma en
que podía encontrarnos era que alguien filtrara las coordenadas o lo provocara, y el único que disponía
de medios para hacer eso era… era…
Se pasó la mano por la garganta, ocultando el temblor.
Antes, en East River, yo solo conocía a Olivia de forma superficial. El tono de la mayoría de
nuestras interacciones dependía de si Clancy o Liam estaban cerca; si no lo estaban, apenas nos
reconocíamos. Ella se había dedicado a ambos de diferentes maneras. Liam era alguien con quien
resultaba fácil trabajar y la retaba a pensar acerca de lo que podrían hacer por los campamentos en
lugar de esperar el momento oportuno en lo profundo del bosque. Pero Clancy, Clancy fue a quien ella
había querido proteger, impresionar.
Como para todos los demás chicos del campamento, Clancy había sido su salvador. Todo.
—Pues Ranci le va bien —dijo finalmente, alejándose un paso de mi abrazo.
Avanzamos con cuidado por el oscilante camino formado por las tarimas.
—Cuando el equipo de caza me encontró, fui con ellos porque quería llegar hasta Clancy —
murmuró Olivia—. Ni siquiera pensé en lo extraño que resultaba que él hubiera montado otro
campamento tan rápido o que hubiera escapado. Solo quería preguntarle por qué nos había hecho eso.
Creo que lo habría matado.
—Una reacción completamente razonable —le aseguró Chubs—. Más razonable aún si lo hubieras
hecho lentamente, con mucho fuego y picahielos.
Olivia no lo encontró divertido.
—Imaginad mi sorpresa cuando me arrastraron ante ese paleto —dijo ella—. Lo primero que me
dijo es que solo abandonaría su tribu si decidían arrojar mi cuerpo al río.
Sacudí la cabeza, intentando hacer desaparecer el pitido de cólera que sentía en mis oídos y
centrarme en el aquí y ahora, en lugar de pensar en lo que le haría a ese bastardo.
—¿Cuál es su historia?
—¿La de Knox? —Olivia echó un vistazo alrededor, pero estábamos solos—. No he conseguido
saber la verdad. Supuestamente escapó de la custodia de las FEP hace unos años y estuvo escondido en
diferentes lugares de Nashville hasta el momento de la inundación. No sé cómo convenció a los
primeros chicos para que se unieran a él, pero puedo decirte que la mayoría de nosotros no lo hemos
hecho de forma voluntaria.
Las espesas cejas de Jude se fruncieron.
—¿Por qué odia tanto a los otros colores? ¿Qué sucedió?
Olivia levantó un hombro.
—¿Quién sabe? Nadie se arriesga a hacerlo enfadar haciéndole preguntas. Ya debemos pelear por
cada mendrugo de pan.
—Me estaba preguntando sobre ese asunto. Parece que tampoco trata demasiado bien a los Azules
que tiene aquí —dije—. ¿Se quedan porque están asustados?
Ella hizo un gesto con la cabeza indicando los árboles del otro extremo del aparcamiento, más allá
de las tiendas.
—Si intentaras salir corriendo, te toparías con la patrulla que ha montado, y si te topas con la
patrulla no regresas. Ya es bastante duro con que te quite todo lo que tienes y te obligue a «ganártelo» otra vez, pero si no te esfuerzas lo suficiente, ni eres lo bastante pelota, ni lo entretienes, te envían
allá. O te intercambian.
—¿Te intercambian…?
Jamás había visto a Olivia tan al borde de las lágrimas.
—Él… Así es como consigue comida. Ya has visto las barricadas alrededor de la ciudad, ¿no?
¿Los soldados? Entrega a los chicos que considera inútiles; los cambia por cigarrillos y alimentos.
Solo que ahora le piden más chicos y le dan cada vez menos cosas a cambio. Me sorprende que no nos
hayan atacado, pero supongo que Knox se las ha arreglado para mantener este lugar en secreto.
Creía que ella era la única que estaba temblando hasta que me miré las manos.
Olivia se mordió el labio.
Y, por supuesto, por supuesto, entrega a los chicos de la Tienda Blanca, aquellos a quienes nadie
echará de menos. Sabe que no puedo hacer nada y que ellos no se volverán contra él. La única vez que
lo intenté, él cogió a dos chicos en lugar de a uno.
—Y ¿qué hay de ese chico… Brett? —pregunté—. Él salió en tu defensa. ¿Podrías…?
—No es así como funciona —dijo Olivia—. No es como Michael, pero Michael es el segundo en
el mando. Brett podría traerme cosas para los chicos, de cuando en cuando, pero si Michael lo
atrapara… sería el siguiente en desaparecer.
La Tienda Blanca era exactamente eso: una tienda grande y torcida, hecha con una lona
blanqueada, separada de las demás. Su hedor nos llegó casi antes de que pudiéramos verla. Olivia se
cubrió la boca con el pañuelo rojo que llevaba alrededor del cuello. El aire era denso y apestaba tanto
a desechos humanos que respirar era casi imposible.
—Debéis llevároslo y escapar mientras aún tiene alguna oportunidad —decía Olivia—. Mientras
vuestra amiga esté en el almacén, no conseguiréis llegar a ella. Pero al menos os lo podéis llevar a él.
Yo os puedo ayudar. Entre todos podríais vencer a la patrulla.
La mano de Jude se cerró sobre mi brazo.
—No te preocupes —le dije—. No es una opción. No la abandonaremos.
Él asintió, con el rostro contraído por la preocupación mientras miraba hacia el almacén.
—¿Van a hacerle daño?
Levanté una ceja.
—Estoy mucho más preocupada por lo que ella podría hacerles a ellos.
—Olivia —dijo Chubs en voz baja—, ¿estás bien?
Se había detenido fuera de la tienda, arrugando la tela con las manos. Inclinó la cabeza hacia
delante, hasta apoyarla en la puerta.
—Él… Lo siento, lo he intentado; lo he intentado tanto, pero… —El tono de voz de Olivia parecía
angustiado—. Soy la única que los ayudará. Él lo intentó durante un tiempo, pero…
—¿Él? —repetí, sintiendo que el corazón se me detenía—. ¿Quién?
Olivia parpadeó, su confusión apenas visible entre las cicatrices de su cara.
—¿No habéis venido…? ¿No estás aquí por Liam?
No recuerdo haberla hecho a un lado, pero sí mis manos, tan pálidas como la tela de la tienda, al
apartar la vieja sábana que hacía las veces de puerta. Dentro el hedor se intensificaba, combinado con
el nauseabundo olor del moho y el agua estancada. Al entrar, las tarimas crujieron bajo mis pies y una de ellas se partió por completo.
Había tantos; al menos veinticinco chicos, en hileras a cada lado de la tienda. Algunos estaban de
costado, hechos un ovillo, otros enredados en las finas sábanas.
Y, en el centro de todos ellos, estaba Liam.
Había mentido antes.
A Cate. A los demás. A mí misma. Todos los días. Cada día.
Porque aquí estaba la verdad. Estaba aquí; haciéndome pedazos, arrancándose de mí, empujando
mis pies hacia el rincón más lejano de la tienda, alzándose como un quejido.
Me arrepentí.
Ver su rostro, cómo se curvaban sus manos agrietadas y amoratadas sobre la manta de color
amarillo pálido plegada sobre él; me arrepentí tanto, con un dolor tan agudo, que sentí que me doblaba
antes de dar siquiera un paso hacia él.
Durante meses, su rostro había vivido solo en pantallas de ordenador, su entrecejo fruncido
capturado para siempre en ficheros digitales. Estaba grabado en mi memoria, pero yo sabía de primera
mano cómo los recuerdos se deformaban y desvanecían con el paso del tiempo. Era tan egoísta de mi
parte, tan terrible y repugnante, pero durante tres largos segundos todo lo que pude pensar fue que debí
haberlo dejado conmigo.
Lo había echado de menos. Lo había echado de menos. Oh, Dios cuánto lo había echado de menos.
Había tanta quietud y silencio en la tienda. Pasé un dedo por el borde del tejido despeluchado de su
manta. Alguien lo había desvestido hasta dejarlo solo con su camiseta gris. Sus pies desnudos
sobresalían en mi dirección, pálidos, teñidos de un azul descolorido. Sentí que perdía el aliento de un
solo golpe. La última vez que lo vi tenía el rostro cubierto de morados y cortes, gracias a un mal
intento de huida de East River.
Pero este era el rostro que yo recordaba, el que había visto aquel primer día en el monovolumen.
El que jamás podía ocultar un pensamiento. Mis ojos vagaron desde su frente ancha y despejada hacia
el borde del mentón fuerte y sin afeitar. Ese grueso labio inferior, agrietado por el frío. Su cabello
enmarañado y más oscuro; demasiado largo hasta para él.
El aire que llenaba su pecho salía con un terrible silbido. Extendí la mano intentando impedir que
temblara mientras la colocaba sobre su pecho. Deseaba contar el espacio entre las respiraciones,
asegurarme de que ese movimiento superficial aún era movimiento. Fue apenas un ligero contacto,
pero sus ojos se abrieron. El azul cielo había adquirido un matiz vidrioso, brillante por la fiebre en su
rostro que, por lo demás, estaba sucio. Volvieron a cerrarse, y habría jurado que las comisuras de los
labios se levantaron en una débil sonrisa.
Si un corazón puede romperse una vez, no debería poder ocurrir otra vez. Pero aquí estaba yo y
todo era tanto más terrible de lo que jamás podía haber imaginado.
—Liam —dije, colocando mi mano otra vez sobre su pecho, con mayor firmeza.
Llevé mi otra mano a su mejilla. Eso era lo que yo temía; no estaban rojas por el frío cortante. Su
piel estaba caliente. Liam, abre los ojos.
—Aquí… —dijo entre dientes, moviéndose bajo las mantas—. Aquí estás. ¿Puedes…? Las llaves
están… Las he dejado, están…
«Aquí estás». Me puse tensa, pero no moví la mano.
—Liam —dije otra vez—, ¿puedes oírme? ¿Entiendes lo que digo?
Abrió los ojos.
—Solo necesito un…
La tarima crujió cuando Chubs se arrodilló a mi lado.
—Hola, colega —dijo, y el aire se le atragantó al colocar el dorso de la mano en la frente de Liam
—. Has metido tu tonta persona en un buen lío.
Liam lo miró. La tensión de su rostro pareció desvanecerse y fue reemplazada por una expresión
de alegría.
—¿Chubachubs?
—Sí, sí; quítate esa expresión de memo de la cara —dijo Chubs, a pesar de que él tenía una
expresión idéntica en la suya.
Liam arrugó el ceño.
—¿Qué…? Pero estáis… ¿Tu gente?
Chubs me miró.
—¿Puedes ayudarme a sentarlo?
Cada uno de nosotros lo cogió de un brazo y levantamos su peso muerto hasta dejarlo sentado. La
cabeza de Liam cayó hacia un lado, sobre la curva entre mi hombro y mi cuello.
Mis dedos recorrieron las líneas de sus costillas, cogiendo los huesos. Estaba tan delgado; coloqué
mis dedos en las prominencias de su columna vertebral y me esforcé mucho para no llorar.
Chubs colocó el oído contra el pecho de Liam.
—Respira hondo y exhala.
La mano derecha de Liam se alzó con torpeza y le dio a su amigo varias palmaditas cariñosas en el
rostro…
—… también te quiero.
—Respira —repitió Chubs—; una respiración larga y profunda.
No fue larga, ni profunda, pero vi el aliento blanco salir de su boca.
Chubs se irguió, se acomodó las gafas y me hizo una seña para que lo ayudara a recostarlo. Creí
oírlo murmurar: «¿Aquí?», pero Chubs me apartó para coger su muñeca y tomarle el pulso.
—¿Cuánto lleva en este estado? —preguntó Chubs.
Fue la primera vez que me vi capaz de apartar la mirada del rostro de Liam. Olivia esperaba a
nuestras espaldas, con la cara manchada por las cicatrices y el frío gélido. Jude se estaba congelando
en la entrada, con la boca abierta en una expresión de horror absoluto.
—Lo atraparon hace una semana y media, y tenía un bicho del cual no podía deshacerse —explicó
Olivia con la voz ligeramente temblorosa—. Supe de inmediato que algo estaba mal. Le preguntaba
sobre vosotros todo el tiempo, pero parecía confundido. Tuvo fiebre y después… esto.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Jude—. ¿Por qué actúa de ese modo?
Como si respondiera por sí mismo, Liam se giró súbitamente hacia uno de los lados y su rostro se
retorció con el esfuerzo para toser. Una tos profunda y húmeda que sacudió todo su torso y lo dejó
boqueando. Yo mantuve mi mano en su vientre, tranquilizada por el débil pulso que ahí sentía. Dios,
su rostro; mi mirada volvía a él una y otra vez.
—Creo que tiene neumonía —dijo Chubs—. No estoy seguro, pero parece lo más probable. Si
debiera hacer una conjetura, diría que la mayor parte de los demás también. —Se incorporó y las
piernas le flaquearon un momento—. ¿Qué tratamiento le estáis dando?
Desde el instante en que entramos en la tienda hasta ahora, mi conmoción y horror al ver a Liam
habían sido suficientes para olvidarme hasta de mi cólera. Pero la amarga realidad estaba tomando
forma a mi alrededor, y podía sentir el calor aumentando dentro de mi pecho, girando, girando y
girando hasta hacerme sentir que la siguiente exhalación sería de fuego.
Las palabras de Olivia brotaron una detrás de la otra.
—Ninguno. No hay nada. ¡Debo rogar para que me den comida, estamos rodeados de agua, nos
estamos ahogando en agua y no podemos conseguir ni siquiera una gota de agua potable!
—Está bien —le dije—. Liv, está bien. Sé que te estás esforzando.
—¿Tienes algo en el coche? —pregunté, levantando los ojos para mirar a Chubs.
—Nada que sea lo bastante fuerte para esto —respondió—. Primero necesitamos calentarlos,
secarlos e hidratarlos.
Olivia aún sacudía la cabeza.
—Lo he intentado tantas veces, pero no trasladaba a los enfermos al almacén. La mayoría no son
Azules y han empeorado tanto porque él rehusó darles trabajo, y si no trabajas no consigues comida.
No puedes entrar en el almacén. Francamente, creo que intenta esconderlos de los demás.
Bueno. No pudo esconderlos de mí. No pudo esconder lo que le había hecho a Liam. Sentí que una
furia pura, implacable, se apoderaba de mí. No me podría haber deshecho de ella aún si hubiera
querido hacerlo. Me puse de pie y me dirigí rápidamente hacia la entrada, y solo tenía una idea en la
mente, que daba vueltas y vueltas en mi cabeza, haciendo crecer mi ira hasta que sentí que explotaría
por su causa.
—¿Adónde vas? —preguntó Jude, poniéndose en mi camino—. ¿Ruby?
—Voy a encargarme de esto. —Era la voz de un extraño. Calmada, segura.
—De ninguna manera —dijo Chubs—. ¿Qué pasaría si alguno te atrapara manipulándolo? ¿Qué
crees que te harían?
—¿Manipulándolo? ¿Como habría hecho Clancy? —preguntó Olivia. Sus ojos se abrieron un poco
cuando asentí—. Oh. Creí que… Me preguntaba por qué tenía tanto interés en ti. Por qué se esforzaba
tanto para impedir que te fueras.
—Jude —dije—. Ayuda a Chubs. Debéis averiguar si hay alguna forma de encender una hoguera
aquí sin incendiar todo el lugar. Recuerdas cómo hacerlo, ¿no?
Jude asintió, con el rostro aún retorcido por la aflicción.
—Tienes que hacer algo. Debemos detenerlo, convencerlo de que esto no está bien. Por favor.
—Ruby —dijo Olivia. Su tono de voz era claro; cada palabra tallada en la piedra—. Hazlo
pedazos.
Mi mente zumbaba, despertaba de un sueño largo y desagradable. Había pasado mucho tiempo,
¿no es así? Mi mano derecha se cerró en un puño, como si cada dedo se imaginara cómo se sentiría
estar alrededor de esa garganta. Sería fácil, todo lo que necesitaba era acercarme a él.
Sabía que era lo que habría hecho Clancy. Él pensaba que usar nuestras habilidades era nuestro
derecho, que las habíamos recibido por algún motivo. Debíamos usarlas, había dicho, para mantener a los demás en su lugar.
El tono sedoso de su tono de voz se deslizó dentro de mí y le siguió, como un eco, un
estremecimiento. Al decirlo, sus ojos oscuros ardían con fiereza y convicción. Entonces me había
aterrorizado. Por lo que podía hacer… con tanta facilidad.
Yo también poseía esas habilidades. Por alguna razón —por el conocimiento encerrado en los
servidores de la Leda Corporation—, yo poseía una forma de enderezar todo el mal que Knox había
hecho a estos chicos. Y Jude se había vuelto hacia mí sin vacilación, con una fe absoluta. Como si
fuera lo más natural del mundo que yo me encargara de esto. Estaba empezando a ver cómo era.
«Hazlo pedazos». Haría más que eso. Lo humillaría, lo rebajaría, lo convertiría en una cáscara
vacía cuyo único recuerdo será mi rostro. Lo perseguiría en sueños. Haría que se arrepintiera del
momento en que decidió retener a Liam aquí y dejarlo fuera para que muriera.
—Ten cuidado —susurró Jude, dando un paso al costado para dejarme pasar.
—No te preocupes por mí —dije—. Fíjate en si por aquí puedes encontrar un abrigo negro. Busca
en los bolsillos para asegurarnos de que no se haga con la memoria y la intercambie.
—Nos vemos, caimán —dijo él.
—En una hora, girasol —musité.
Pude sentir la mirada de Chubs en mi espalda, pero no me volví; no podía, no sin sentir el temor de
quedar congelada para siempre en ese preciso lugar, observando cómo Liam se consumía ante mis
ojos.
«Estoy aquí —pensé al salir a la lluvia—. Él está aquí. Estamos todos aquí».
Y nos marcharíamos todos juntos. Hoy.