CAPÍTULO CUATRO
—¿Cómo has podido? —sonó la voz chillona de Cate—. Ella no ha dormido durante los últimos dos
días, ¿y la haces pasar por esto?
Mantuve los ojos fijos en una pequeña figurita que representaba a un niño haciendo cabriolas,
medio oculto por la bandera estadounidense colgada del escritorio de Alban. Yo estaba tumbada de
espaldas en el suelo, pero no recordaba cómo había llegado allí.
—¡Ella no es un cachorrillo entrenado para hacer piruetas para ti en la copa de un sombrero! —
Cate tenía una manera de gritar para la que no le hacía falta levantar la voz—. Es una niña. ¡Por favor,
no vuelvas solicitar sus «servicios», como tan elocuentemente lo has definido, sin consultarme
primero!
—Creo —fue la aguda respuesta de Alban— que esta es la única lección que puedo soportar
recibir de ti hoy, agente Connor. Esta «niña» ya tiene edad para tomar sus propias decisiones, y,
mientras ella pueda informarte a ti, y tú puedas informarme a mí, yo no, o no siempre, necesitaré
consultarte mis decisiones y menos que me las apruebes, y ahora te pediré, muy amablemente, que
salgas de este despacho antes de que digas algo de lo que puedas arrepentirte.
Me obligué a levantarme del suelo y me senté de nuevo en la silla. Cate se lanzó hacia delante para
ayudarme, pero yo me la saqué de encima. Parecía que no había dormido, llevaba el pelo revuelto y
erizado, y la cara más pálida que nunca. Ella había entrado como un tornado en el despacho cinco
minutos antes y no se había se había detenido ni para respirar. No sé quién la había avisado; Rob, tal
vez, pero lo único que había logrado hasta ese momento era que me sintiera como una niña de cinco
años humillada.
—Estoy bien —le dije, pero ella no parecía muy convencida.
—Te esperaré fuera —contestó.
—Entonces tendrás que esperar un buen rato. Tenemos un invitado abajo que me gustaría que viera
Ruby.
Por supuesto. ¿Por qué no iba a disfrutar de un día de «entretenimiento» con los invitados?
—¿Ah, sí? —La mirada de Cole nos recorrió a los tres—. ¿Estoy invitado a la fiesta?
Por fin, Alban se levantó, dio la vuelta al escritorio y se quedó de pie entre Cole y mi silla. Con
cuidado, se sentó en el borde de la mesa, y esa era la primera vez que yo estaba lo suficientemente
cerca de él como para darme cuenta de que olía como el moho que nunca podríamos limpiar del todo
de las duchas.
—Te veré en la reunión de altos funcionarios, agente Connor. —Entonces dijo en voz baja—: Ven
preparada. El agente Meadows traerá su propuesta para que volvamos a votar.
Cate giró sobre los talones, con las manos medio levantadas, como si alejara de ella la idea de
volver a verle. Ella todavía temblaba cuando Labios de Rana la escoltó afuera.
Alban ni siquiera se inmutó cuando ella cerró la puerta.
—Así que no has encontrado el pequeño tesoro que nos falta, ¿verdad?
La interrupción de Cate había roto mi estado de confusión, solo para que volviera a caer de lleno otra vez, retorciendo las manos debajo de la mesa para no echárselas a Cole alrededor del cuello.
Al final, no había importado nada que yo hubiera usado la Liga para que Liam quedara libre. Su
hermano, al parecer, había encontrado la forma de arrastrarlo de nuevo al meollo de las cosas. Yo no
entendía muy bien lo que había visto, que no era, como creía Alban, la unidad flash en sí, pero me
había quedado lo suficientemente claro que Liam había estado involucrado de alguna manera.
—Bueno, no nos mantengas en vilo —dijo Alban—. Tenemos que conseguir protección para el
informante lo más pronto posible.
«O necesitas enviar a alguien para matarlo por ello».
—Creo —empezó a decir Cole.
La única cosa, el único don solitario que Thurmond me había dado, era la capacidad de mentir, y
con una cara seria, inflexible.
—No los reconozco —le dije—, así que no puedo darle un nombre. Tal vez si yo los describiera,
¿el agente Stewart será capaz de darle uno?
—Tal vez —consiguió croar Cole. Entonces, después de aclararse la garganta, agregó—: He
trabajado con un montón de gente en Filadelfia, aunque…
Alban me hizo un gesto de impaciencia, sus ojos oscuros fangosos en los míos.
—Era una mujer —le expliqué—. Pude ver su pie cerca de la furgoneta de las FEP. Parecía
nerviosa y no dejaba de mirar a su alrededor, hasta que vio algo en la acera; así que supongo que debe
de haberlo encontrado. Cuarenta y muchos, corpulenta. Tenía el pelo largo y oscuro y gafas de
montura verde. Tenía el puente de la nariz ligeramente torcido.
Y también era mi maestra de primer grado, la señora Rosen.
Alban asintió ante todos y cada uno de los pequeños fragmentos de la descripción, luego se volvió
hacia Cole.
—¿Te suena?
—Sí —dijo Cole, tamborileando con los dedos en el reposabrazos—. Eso me da con qué empezar a
trabajar. Voy a escribir un informe completo para usted.
Alban asintió.
—Quiero tenerlo en mi escritorio a las ocho de esta noche.
—Sí, señor —dijo Cole, levantándose con dificultad.
Tuve miedo de mirarlo a los ojos, miedo de delatarme a mí misma. Se detuvo un segundo en la
puerta hasta que Labios de Rana salió con él.
Alban se puso de pie y se volvió hacia la fila de archivadores desiguales que había detrás de su
escritorio. Se sacó un manojo de llaves del bolsillo delantero de la camisa, y me guiñó el ojo. Casi no
podía creerlo, cada vez que había estado en su despacho, miraba esas cosas feas, preguntándome qué
habría dentro, y ahora él mismo estaba abriendo realmente uno.
Dio unos golpecitos con el dedo contra el cajón más cercano.
—Los consejeros creen que mantener estos archivadores es algo completamente arcaico y
desfasado teniendo en cuenta los tiempos digitales en que vivimos. ¿No es así, Peters?
El consejero le mostró una sonrisa de labios apretados.
Fuera lo que fuera lo que pensaba realmente, para mí era uno de esos trucos de Alban de la «vieja
escuela» para hacer lo que debía hacer. Los registros o archivos o lo que guardara allí solo podían ser
vistos por una persona: él. No había ninguna posibilidad de que alguien los hackeara o instalara algún tipo de virus para entrar por la puerta trasera y descargar su contenido. Había insistido en instalar
tanto un escáner de retina como una cerradura digital con teclado en la puerta de su despacho, las dos
piezas de tecnología más caras de todo el Cuartel General. Si alguien quería ver esos archivos,
necesitaba su permiso o ser muy creativo.
Sacó una carpeta roja del archivador negro abollado del extremo derecho, cerrando el cajón de un
empujón con la cadera cuando se volvió hacia mí.
—Quería decirte algo, Ruby. No he tenido la oportunidad de darte las gracias por el excelente
trabajo que has hecho consiguiendo esta información sobre los campamentos. Sé que me la diste hace
unos meses, pero solo he tenido un par de minutos para hojearla. Sé que para ti ha significado mucho
esfuerzo, cosa que admiro.
No sé si antes de este momento aquel hombre me había sorprendido realmente. Hacía semanas que
había perdido la esperanza de que aquella carpeta captara su atención. Apenas sobresalía una punta de
ella al final de una pila de papeles tan alta como yo en su escritorio. Esa era mi última esperanza,
pensé, y estaba siendo machacada.
¿Por qué le pones a una organización el nombre de «Liga de los Niños» si solo piensas fingir que
ayudas a los niños? Esa pregunta me acompañaba a diario, durante todas las clases, en cada Operación.
Sentía sus dientes mordiéndome en la nuca cada vez que me daban permiso para salir de la habitación,
sin que me miraran una segunda vez; y no soltaba su presa, no me dejaba marcharme, no me liberaba
la conciencia. A la mayoría de los agentes, especialmente a los chicos exmilitares, los campamentos
no podrían haberles importado menos. Odiaban a Gray, odiaban el proyecto, odiaban que les
cambiaran las órdenes de servicio, y esta era la única organización que era visible y que intentaba
hacer algo aparte de enviar mensajes vagamente amenazantes cada pocos meses. Tratar de hacer
cualquier cosa para ayudar a otros niños era como gritar en una habitación donde todo el mundo ya
estaba gritando. Nadie quería escuchar, porque tenían sus propios planes, sus propias prioridades.
Desde la primera noche en el cuartel, yo sabía que la única manera de poder soportarme a mí
misma en el futuro sería intentar, con el mayor esfuerzo posible, redirigir los recursos de la Liga hacia
la liberación de los niños que aún estaban en los campamentos. En los últimos meses, había dibujado,
escrito y planificado todo lo que recordaba de Thurmond, la forma en que patrullaban las FEP, cada
cuánto se relevaban, los dos puntos ciegos que habíamos descubierto en el recorrido de las cámaras de
vigilancia…
De alguna manera, aquello se había convertido en una especie de adicción. Cada vez que me
sentaba, era como estar alrededor de la fogata en East River, escuchando a Liam hablar
apasionadamente sobre cómo teníamos que ser los que nos ayudábamos a nosotros mismos y a los
demás, que ninguna organización iría nunca más allá de sus propias necesidades o de su imagen para
ayudarnos. Tenía razón, por supuesto, y eso se había vuelto en algo más que evidente para mí en los
últimos seis meses.
Le creí. Creí en él. Pero también lo había despojado de ese camino cuando nos separamos, y ahora
tenía que ser yo quien lo continuara.
—Lo entiendo, señor.
—He hecho copias —dijo—. Lo discutiremos más tarde, en nuestra reunión del personal de alto
rango. No puedo prometerte nada, pero, después de todo el trabajo que has hecho para nosotros en estos últimos meses, tú…
No tenía idea de hacia dónde se dirigía esa frase, y nunca lo sabría. Porque en ese instante, sin
molestarse en llamar, otro de los consejeros, Dientes de Caballo, metió su cabeza de cabellos
plateados y abrió la boca para cerrarla de nuevo inmediatamente cuando me vio sentada allí. Labios de
Rana se apartó de la pared en la que había estado apoyado y dijo simplemente:
—¿Nevada?
Dientes de Caballo sacudió la cabeza.
—Es lo que nos temíamos.
—Maldita sea —exclamó Alban, de nuevo en pie—. ¿La Profesora está viva?
—Sí, pero su trabajo…
De repente los tres pares de ojos se volvieron hacia mí, y me di cuenta de que debería haber salido
de allí hacía treinta segundos.
—Estaré en el atrio —murmuré—, si todavía me necesita.
Alban fue el que me saludó con la mano cuando salí, pero fue la voz de Labios de Rana la que me
siguió fuera de la oficina, traspasando la puerta que se cerró detrás de mí.
—Nunca pensé que esto era una buena idea. ¡Se lo advertimos a ella!
La curiosidad me mantuvo allí de pie, esperando alguna pista acerca de qué estaban hablando. El
hombre prácticamente escupía las palabras, lleno de ira, haciendo que salieran a través de sus labios
sobredimensionados en un torrente desbocado. Traté de recordar la última vez que había visto a uno de
ellos en aquel estado y no pude. Jude siempre bromeaba que eran parte humanos y parte robots,
programados para hacer sus tareas con la menor cantidad de corazón posible.
—Ella tomó precauciones, no todo está perdido —dijo Alban con calma—. Que nunca se diga que
esa mujer se ha dejado cegar por el amor. Ven conmigo… Jarvin volverá y necesito estar al tanto. Él
podría tener que llevar un equipo a Georgia para arreglar el lío que hay.
Solo necesité oír los pasos que se acercaban desde el otro lado de la puerta para saber que había
conseguido la poca información que darían. Me volví cuando un grupo de niños pasó por mí lado de
camino hacia el atrio, y me mezclé con el grupo.
Cuando miré hacia atrás, Alban estaba fuera de la puerta de su oficina, dejando que los consejeros
le susurraran al oído en medio del bullicio. No me reconoció, pero noté que sus ojos me seguían todo
el camino, como si no pudiera dejar que me apartara de su vista.
Unas horas más tarde todavía estaba en el atrio. A la espera de un hueco conveniente en la agenda de
Alban para que me encargara revolver en el cerebro de alguien. Nico se había presentado unos minutos
antes y me había traído un sándwich, pero no estoy seguro de quién estaba menos interesado en su
cena.
«Nevada». La Liga siempre tenía la precaución de dar nombres en código para cada agente y para
cada Operación. En ese momento, yo conocía el personal del Cuartel General lo suficientemente bien
como para saber que no teníamos a ninguna «profesora» trabajando en Los Ángeles. Pero «Nevada»…
Mi cerebro trató de captar la frase como si estuviera pronunciando una palabra extranjera. Despacio.
Metódicamente. Habría tenido acceso a los nombres de misiones secretas y de proyectos muy por
encima de mi autorización de seguridad en la Liga por el solo hecho de hacer el trabajo sucio queestaba desempeñando para ellos en la planta baja, pero ese no era uno de ellos.
—Eh —dije, mirando a Nico, que no separó los ojos de la pantalla de su ordenador portátil—. ¿Si
te diera el nombre de una Operación, serías capaz de encontrarla en los servidores?
—¿Los servidores clasificados? —preguntó. Cualquier cosa menos segura era una pérdida de
tiempo y de talento para los Verdes—. Claro. ¿Cómo se llama?
—Nevada. Creo que la agente a cargo se llama Profesora, y podría ser una mujer que opera en el
Cuartel General de Georgia.
Tal como me miró Nico, parecía que yo hubiera recogido mi bandeja de plástico y se la hubiera
estampado contra la cara.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Has oído hablar de ella?
Los agentes que estaban sentados a la mesa contigua se levantaron y se fueron cuando llegué yo, y
tuve mi propia sección privada en la sala redonda porque fulminé a los Azules que estaban en la mesa
de la izquierda hasta que también se fueron. Así que la sala estaba lo bastante tranquila como para oír
cómo tragaba mientras bajaba la mirada hacia el teclado y luego se volvía hacia mí.
Y también estaba lo bastante tranquilo como para escuchar el jadeo de Jude cuando irrumpió por
las puertas del atrio.
Pasó de largo por las otras mesas con agentes y niños y vino directamente hacia nosotros.
Ignorarlo no iba a hacer que desapareciera, él era ese sarpullido que siempre vuelve, incluso después
de seis tipos diferentes de tratamientos a base de silencio.
—Eh —dijo Nico—, ¿qué estás…?
Mantuve mis ojos clavados en mi sándwich sin tocar, y solo levanté la mirada cuando nos agarró a
ambos del brazo y empezó a sacarnos de nuestros asientos.
—Venid conmigo —dijo con un tono de voz tenso—. Ahora.
—Estoy ocupada —murmuré—. Vete a buscar a Vida.
—Tienes que venir. —Su tono de voz era duro y bajo. Casi no lo reconocí—. Ahora. Ya.
—¿Por qué? —pregunté, negándome a levantar la mirada.
—Blake Howard ha regresado de su Operación.
—¿Y a mí debe importarme por algo?
Sus dedos ardían sobre mi piel.
—Ha regresado dentro de una bolsa para cadáveres.
En el momento en que llegamos al vestíbulo de la entrada, la pequeña multitud de espectadores,
agentes de alto rango, Alban, y sus consejeros bajaban en tromba al nivel inferior, donde se encontraba
la enfermería, con expresiones sombrías en sus rostros y haciéndose unos a otros preguntas susurradas
furiosamente.
—¿Estás seguro? —le pregunté a Jude cuando ya alcanzábamos al grupo—. ¿Qué has visto
exactamente?
Tragó una bocanada de aire. Desde tan cerca, vi sus párpados enrojecidos, y me pregunté si había
estado llorando antes de venir a buscarme.
La mano de Jude flotó hasta agarrar la pequeña y casi completamente plana brújula de plata que
siempre llevaba colgada de una cadena alrededor del cuello. Alban se la había dado para su colección personal de trastos, junto con la profecía personal de que Jude se convertiría en «un gran explorador»
y «un viajero de primer orden». El chico nunca se la quitaba, a pesar de que sus propios poderes
hacían que aquel pequeño dispositivo le resultara prácticamente inútil. Como Amarillo, el tacto de
Jude siempre llevaba una carga eléctrica débil que interfería con el dispositivo como un imán. Y eso
hacía que la aguja siempre apuntara hacia Jude y no hacia el norte.
—Los vi entrar, entonces Cate me hizo salir. Pero oí a Alban preguntándole al agente Jarvin cómo
pudo haber sucedido, y Rob le dijo que había sido un accidente. —Jude miró a nuestro alrededor por
encima de mi cabeza para asegurarse de que no había nadie lo suficientemente cerca como para oírle
—. Ru, no creo que fuera un accidente.
Cuando llegamos al rellano del segundo nivel, Nico nos pasó volando en dirección a la tercera
planta, el nivel más bajo.
—¡Eh! —le gritó Jude—. Nico.
—Deja que se vaya —le dije, deseando poder seguirlo y evitar aquel completo desastre.
La enfermería estaba justo debajo del atrio, y ocupaba el gran espacio circular del segundo nivel,
con el laboratorio de los ordenadores directamente debajo de ella en la tercera planta. A pesar de su
tamaño, estaba casi siempre repleto de máquinas, camas, y de las pocas enfermeras y médicos que la
Liga mantenía en el personal para las emergencias y los accidentes que ocurrían durante los
entrenamientos. Había tenido que ir más de una vez para que me recompusieran, y no había pasado por
alto el hecho de que ellos llevaban unos gruesos guantes de goma especiales para tocarme.
Ahora llevaban los habituales guantes blancos mientras se movían entre Jarvin y sus otros
compañeros de equipo para examinarlos. Jude trató de entrar, aún jadeando mientras alcanzaba el
pomo de la puerta. Tiré de él hasta la ventanilla de observación, donde se apiñaban varios agentes,
mirando una camilla que se movía entre las filas de camas y los carros médicos hacia el biombo del
fondo de la sala. Encima de la camilla había una bolsa de plástico negra, llena.
Empujé hasta que Jude y yo llegamos frente a la ventanilla a tiempo para verlos abrir la bolsa y
poner a Blake Howard sobre una mesa plana de metal. Una zapatilla de deporte blanca colgaba de su
pie derecho, y la sangre que empapaba su ropa era visible desde donde estábamos, y luego nada más.
Alban cruzó con Jarvin y Cate y Rob, hasta llegar al biombo, cosa que solo nos permitió ver sus
siluetas sombreadas.
—Oh, Dios mío, oh, Dios mío, oh, Dios mío —susurraba Jude con las manos tirándose de los rizos
de color castaño rojizo—. Era él, era él de verdad.
Extendí la mano para cogerlo por el codo y tratar de calmarlo mientras se balanceaba hacia delante
y atrás. Yo no conocía a Blake. No conocía a ninguno de los niños que no estaban en mi equipo, aparte
de sus nombres, y mi personalidad ganadora garantizaba que ellos nunca me conocerían a mí. Pero
Jude y Blake habían sido uña y carne, y los dos y Nico pasaban la mayor parte del tiempo libre juntos,
trasteando en el laboratorio de los ordenadores o jugando a algún juego. La única vez que había visto
una sonrisa abrirse en la cara de Nico fue cuando Blake había estado con él, con sus ojos verdes
iluminados, agitando las manos, contando una historia que hizo que Jude prácticamente llorara de risa.
—Tenemos que ir a buscar a… Tenemos que ir a buscar a Nico, creo. Creo que ha ido a mirar algo
—dijo Jude finalmente.
Nos alejamos de la puerta y lo acompañé por el pasillo hacia la escalera. Tuvimos que apretujarnos
para dejar pasar a los agentes que corrían por el pasillo para confirmar los rumores que estoy segura de que se estaban propagando como la pólvora por todo el Cuartel General.
—Tengo que decirte algo —susurró cuando llegamos a las escaleras—. Tienes que saber… que no
creo que haya sido un accidente. Creo, creo que he sido yo el que ha hecho esto.
—Esto no tiene nada que ver contigo. —Soné mucho más tranquila de lo que me sentía de verdad
—. Suceden accidentes continuamente. El único culpable es Jarvin. Él es el que reclutó a alguien que
no tenía el entrenamiento completo de campo.
Jude no me dio la oportunidad de echarle un cable. Me cogió por la muñeca y me arrastró tras él
por las escaleras hasta el tercer nivel. Veía los ángulos agudos de sus hombros moverse bajo su vieja y
raída camiseta de Bruce Springsteen, y por primera vez me di cuenta de que tenía un agujero en el
cuello. Él sabía exactamente adónde se había ido Nico.
Ya habían pasado varias horas desde nuestra clase de entrenamiento en la sala de ordenadores,
pero me sorprendió encontrarla tan vacía. Por lo general, siempre había un buen número de Verdes
que frecuentaban la sala, usando cualquier programa informático o perfeccionando un virus. Si no
fuera la hora de la cena, probablemente la expresión de Nico podría haber sido capaz de vaciar la sala.
—Lo encontré —dijo.
—¿Y? —La palabra tembló al salir de la boca de Jude.
—No fue un accidente.
Nico era propenso a tener sentimientos espantosos, que yo estaba segura de que eran así porque
tenían que hacer frente a su propio interior espantoso. Pero nunca vertía aquellos pensamientos
amargos y venenosos sobre el resto de nosotros. No hasta este momento.
—¿Qué es lo que has encontrado? —le pregunté—. Uno u otro tenéis que explicarme lo que está
pasando.
—Dijiste que no era nada —dijo Nico—. Pensaste que era una coincidencia. Deberías habernos
creído.
Su tono de voz era ácido sobre mis nervios ya a flor de piel. Mantuve la vista clavada en la
pantalla mientras cliqueaba en un archivo de vídeo. Apareció el reproductor, y se amplió para
adaptarse a las imágenes en blanco y negro. Diminutas figuras con forma humana se movían alrededor
de una sala llena de máquinas enormes. Había visto suficientes como para poder identificarla de un
solo vistazo: una sala de servidores.
—¿Qué estoy viendo? —le pregunté—. Por favor, dime que no has sido lo suficientemente
estúpido como para descargarte el vídeo de seguridad de la compañía en donde Blake y el equipo de
Jarvin irrumpieron…
—¿Y darle a Jarvin o a uno de sus amigos la oportunidad de eliminar de forma remota las
pruebas? —contraatacó Nico.
Era un clip de treinta segundos; y eso era todo lo que necesitaba. Quería decirle que él había
corrido un gran riesgo al descargárselo, que los de sistemas podrían rastrear la descarga hasta dar con
nosotros, pero Nico no estaba siendo descuidado.
Treinta segundos. Pero sucedió en menos de quince.
Blake había entrado en la sala de servidores vestido con el habitual atuendo negro de Operaciones,
y había localizado la máquina inmediatamente. La repentina aparición del guardia me hizo saltar, una
patrulla nocturna que quien había planeado la misión no había estudiado bien por descuido. Blake se había escondido detrás de la torre del servidor, agachándose y pasando de ese pasillo al siguiente para
evitar ser visto. El guardia no habría notado que algo iba mal si Jarvin y otro miembro del equipo
táctico no hubieran irrumpido en la habitación, disparando sus armas de fuego.
Me incliné hacia la pantalla, maravillándome de lo fuerte que era el contenido de aquella
grabación. Pudimos ver a los dos agentes poniéndose a cubierto, la manera deliberada en que Jarvin
desvió su pistola del guardia de seguridad para apuntar directamente a la espalda desnuda de Blake. Y
entonces el estallido de luz mientras disparaba contra el chico.
Jude se apartó, tapándose la cara para no verlo.
«Mierda —pensé—, mierda, mierda, mierda».
Estaba claro que Nico lo había visto antes de que llegáramos nosotros, pero ahora lo estaba
mirando una y otra vez, hasta que tuve que cerrar el reproductor de vídeo. Él no dijo nada, su rostro no
mostraba ninguna expresión. Cerró los párpados, y casi pude sentir la forma en que se transportaba
lejos, hasta ese lugar que era solo suyo.
—Esto… No puedo… —exclamó Jude, alzando la voz a cada palabra, presionando con la palma de
la mano su brújula plana—. Es que estos chicos… son malos. Las otras personas que hay aquí se
preocupan por nosotros, y, en cuanto se enteren de lo que ha pasado, los castigarán. Nos apoyarán.
Esto no es la Liga. Esto no es… No es…
—¡No le cuentes a nadie nada de esto! —le dije—. ¿Me oyes? A nadie.
—Pero Ru. —Jude me miró horrorizada—. ¡No podemos dejar que se salgan con la suya!
¡Tenemos que contárselo a Cate, o a Alban, o… o a alguien! ¡Ellos pueden arreglarlo!
—Cate no podrá hacer nada si tú ya estás muerto —le dije—. Lo digo en serio. Ni una sola maldita
palabra. Y nunca vayas solo a ninguna parte, quédate conmigo, o con Vida, o con Nico, o con Cate.
Prométemelo. Si ves a alguno de los hombres venir hacia ti, retrocede y vete hacia otro lado.
Prométemelo.
Jude seguía negando con la cabeza, con los dedos apretados a su brújula. Traté de pensar en algo
reconfortante que decirle. Y era muy extraño sentirme desgarrada entre el deseo de protegerlos de la
verdad de lo que realmente era la Liga y del tipo de crueldad viciosa que había que demostrar para ser
un agente en activo, y la pequeña satisfacción de saber que yo había tenido razón sobre todo y desde el
principio. Este no era un lugar seguro. Tal vez había sido para los niños como nosotros, pero ahora los
cimientos se estaban agrietando, y un paso en falso podría hacer que todo el Cuartel General se
derrumbara encima de nosotros.
Rob y Jarvin no eran almas pacientes. Siempre terminaban sus Operaciones en la fecha prevista. Y
esta vez no sería diferente, estaba segura de ello. Cate y algunos otros agentes podrían ser
comprensivos con nosotros los niños, pero ¿por cuánto tiempo? Si nos convertíamos en un lastre, si
parecía que no éramos nada más que un desastre a evitar, ¿seguirían estando con nosotros?
Una y otra vez, mi mente seguía volviendo a la granada, a la forma en que había explotado
directamente bajo nuestros pies. La forma en que Rob nos había ordenado permanecer exactamente
allí.
Yo tenía poder para arreglar esto, sabía que lo tenía. Solo tenía que conseguir estar lo
suficientemente cerca de Rob y de todos sus amigos para hacerlo. Y, por desgracia, esa iba a ser la
parte más difícil.
—Ni una palabra —le dije dándome la vuelta para irme—. Yo me encargo de esto.
Y lo haría. Yo era la líder. Cualquier pensamiento que hubiera dedicado a la idea de escapar en
cuanto supiera dónde estaban Liam y los demás se desvaneció como un sueño al despertar por la
mañana.
Jude estaba vivo, y Nico estaba vivo, y yo estaba viva, y, por ahora, tenía que concentrar cada
gramo de mi energía en mantenernos de esa manera.