Capitulo 28

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CAPÍTULO VEINTIOCHO
Jamás pensé que me alegraría tanto ver la confusión desigual y discontinua del sistema de autovías
de California por el cual nos dirigíamos hacia los resplandecientes rascacielos del centro de Los
Ángeles. El camino estuvo lleno de baches, como toda vía de escape, y el familiar olor de la gasolina
surtía su efecto a través de las toberas de ventilación del vehículo, ahogando incluso el desconcertante
olor a coche nuevo de los asientos de piel. Sin embargo, eso no nos importaba demasiado.
Al desembarcar en Los Ángeles, encontramos un gran todoterreno negro. Liberé las manos de
Clancy para que pudiera recibir las llaves que le ofrecía un hombre con traje y gafas negras, pero lo
tuve del otro lado del cañón de mi pistola antes de que pudiera pensar en intentar escapar. Tras haber
pasado tanto tiempo solos nosotros cinco, sentí que Jude se encogía ante la mirada que le dirigió el
hombre.
—Necesitamos un plan —dije, cuando ya estábamos en el coche, a varios kilómetros del
aeropuerto.
Eran poco más de las siete de la tarde. Si en el Cuartel General las cosas habían seguido su curso
normal, la primera de las dos clases de la noche ya habría comenzado. Después, pasarían un par de
horas antes del apagón obligatorio y otra hora más antes de que los agentes tuvieran que retirarse a sus
habitaciones. Sería mejor y más fácil intentar reunir a los chicos en un único lugar —los dormitorios
del segundo nivel—, pero había cámaras por todos lados. Sin mencionar que el éxito dependía de tres
grandes «si». Si llegábamos hasta ahí. Si encontrábamos la entrada. Si no nos atrapaban colándonos en
el lugar.
—Y eso solo si mantienen los horarios habituales —añadí—. ¿Dijo Nico algo sobre eso? Eh. —
Agarré a Clancy por el cuello desgarrado de su camisa—. Te he hecho una pregunta.
Él rechinó los dientes.
—No ha respondido mis últimos mensajes. Supongo que les han retirado los intercomunicadores
para evitar que se difundan rumores.
—Han mantenido los horarios de siempre —dijo Vida con certidumbre, desde el asiento del
conductor—. No quieren que los demás chicos sepan que Alban ya no está. Eso haría que cundiera el
pánico, ¿no es así? No le dirían a nadie el auténtico objetivo.
—¿Cómo arreglarán lo de las detonaciones sin que los niños se enteren? —preguntó Liam—.
Parece que un chaleco de explosivos sería un indicio demasiado obvio.
—Esa es la parte fácil —dijo Clancy—. Los divides en grupos pequeños de dos o tres, coses los
explosivos en el forro de un abrigo y los haces estallar mediante un detonador a distancia. Todo lo que
hay que hacer es no darles las chaquetas a los chicos hasta poco antes del último momento.
Lo dijo de forma despreocupada, sin una señal de desagrado, como si una parte de él admirara el
plan.
—Eso significa que el tiempo dedicado a los preparativos en el Cuartel General será mínimo. Si
trasladan a los chicos a las seis, más o menos, los levantarán a las cinco… —Me volví para mirar a
Vida, que iba sentada al volante—. ¿Qué tiene más sentido, ir a las tres o a las cuatro?
—A las cuatro —dijo.
—¿A las cuatro? —repitió Clancy, como si fuera la cosa más tonta que hubiera oído en su vida—.
Seguro, si quieres aumentar las probabilidades de que te atrapen.
—Apagones programados obligatorios —expliqué a los demás, ignorándolo—. Es la forma en que
California ha estado intentando conservar su energía. Tienen lugar cada noche, entre las tres y las
cinco. El sistema de seguridad y las cámaras son lo único que está conectado al generador de
emergencia, pero al menos estará oscuro en los corredores cuando pasemos por ellos.
—Cuando estemos dentro, yo puedo encargarme de los agentes de la sala de monitores —dijo Vida
—. Ni siquiera necesitamos apagar el sistema. ¿Cuánto tiempo crees que nos llevará entrar y salir por
esa entrada tuya?
—No lo sé, nunca he pasado por ahí. Solo los he visto meter y sacar gente por ahí.
—¿Adónde lleva? —preguntó Jude—. Y ¿cómo es que yo no sé nada al respecto?
Me miré las manos, intentando mantener un tono de voz ligero.
—Es donde llevaban a los traidores y a los activos clave, para interrogarlos. Y después… los
sacaban.
—Mierda, te han hecho torturar a personas —dijo Vida, con una expresión tanto intrigada como
impresionada. Al igual que Clancy—. ¿Dónde está?
—Yo no los torturaba —objeté con timidez—, solo los… interrogaba. De forma agresiva.
Liam mantuvo su mirada en algo que estaba al otro lado de la ventanilla, pero yo lo sentí tan tenso
a mi lado que temí que se rompiese.
—La puerta cerrada está en el tercer nivel, ¿verdad? —preguntó Jude—. ¿La que está justo
después de la sala de ordenadores?
—Alban me dijo que conduce a una entrada cerca del puente de la calle Siete, sobre el río Los
Ángeles —dije—. Si retienen a algún agente u ocultan pruebas de algo que han hecho, los encontrarás
en esa habitación.
—Vale, muy bien, dejando de lado que la Liga tiene una mazmorra de torturas secreta —dijo Liam
—, ¿estamos seguros de que no habrán interceptado el camino de salida y entrada?
—¿Por qué todos seguís diciendo «nosotros»? —preguntó Clancy—. Espero que no creáis que
bajaré a ese agujero de mierda con vosotros.
—Pues no tienes suerte, tú eres el único que no puede escoger —le dije—. ¿Quieres saber lo que
está ocurriendo en la Liga? ¿Quieres conversar con tu amigo Nico otra vez? Pues ya está. Asiento en
primera fila.
Debió de haber sospechado todo el tiempo que sería así, pero no parecía asustado. Quizá, después
de todo lo sucedido, aún no estaba convencido de que lo serviríamos en bandeja a la Liga para que
hicieran con él lo que quisieran. Puede que ya supiera que lo intercambiaría con Jarvin y los demás si
eso implicaba sacar de ahí a los otros chicos. Si había siquiera una grieta en el plan, él encontraría una
forma de escabullirse por ella.
Lo que significaba que debería vigilarlo de mucho más cerca y colocarme tres pasos por delante de
él, en lugar de uno.
—¿Qué sucederá si no podemos entrar sin ser detectados? —preguntó Chubs.
—Si es así, los chicos tendrán que hacer aquello para lo que han sido entrenados —dije— y deberán defenderse.
El río Los Ángeles es una extensión de setenta y siete kilómetros de hormigón que siempre ha servido
más como golpe de efecto que como auténtico río. En algún momento de su larga vida probablemente
fue un verdadero curso de agua, pero la humanidad había hecho su entrada triunfal en escena y había
limitado su cauce a un único canal de hormigón que serpenteaba por las afueras de la ciudad,
acompañado por las vías del tren a cada lado.
Cate me lo había señalado una vez, al salir hacia una Operación, y me había dicho que lo usaban
para filmar persecuciones de coches para películas de las cuales yo jamás había oído hablar. Ahora,
sin embargo, si se caminaba a lo largo del río, que normalmente estaba tan reseco como el suelo de
Pueblo, resultaba difícil encontrar algo que no fuera los colores eléctricos de los grafitis o los
vagabundos errantes que buscan un lugar donde pasar la noche. Si llueve, algo raro en el sur de
California, al río llegan cosas de todo tipo, provenientes de las bocas de tormenta: carritos de la
compra, bolsas de basura, balones de baloncesto deshinchados, animales embalsamados, algún cuerpo
sin vida…
—No veo nada —susurró Chubs, levantando un poco más la linterna para que yo pudiera examinar
los pilares del puente una vez más—. Estás segura…
—¡Aquí! —anunció Vida desde el otro lado del canal.
Liam nos hizo señas con su linterna para que los viéramos. Las farolas estaban apagadas, y, sin la
contaminación lumínica que normalmente llega desde la ciudad, nos esforzábamos tanto por ver algo
más allá de nuestras narices como por que nadie más nos viera.
Cogí a Liam del brazo y lo guie mientras bajábamos por la pendiente del terraplén, y después otra
vez hacia arriba, hacia el otro lado, al lugar donde el arco de la parte inferior del puente se encontraba
con el suelo. Mantuve la luz de mi linterna sobre la espalda de Clancy para asegurarme de que
caminara todo el tiempo delante de mí.
«Jude —pensé, contándolos con los ojos—, Liam, Vida, Chubs».
—Creo que es esta.
Vida retrocedió y mantuvo su propia linterna dirigida hacia los patrones enormes y turbulentos de
grafitis. Había una estrella azul en el centro, pero era el aspecto de la apariencia de la pintura lo que
delataba la puerta: ahí era más gruesa, hasta el extremo de que parecía pegajosa al tacto. Busqué con
la mano una manija oculta antes de empujar la puerta con el hombro. El panel de hormigón se hundió,
arañando los escombros que había del otro lado. Vida, Liam y yo nos asomamos y proyectamos la luz
de nuestras linternas hacia abajo de la escalera de metal.
Cogí a Clancy y lo empujé hacia delante.
—Tú primero.
Si eso era posible, este túnel era aun más tosco que el que usábamos habitualmente para entrar y salir
del Cuartel General. También era diez veces más largo y estaba diez veces más sucio.
Clancy tropezó delante de mí y recobró el equilibrio en el último instante maldiciendo entre
dientes. Las paredes, que al comienzo estaban lo bastante separadas como para que camináramos en hileras de tres, se estrecharon hasta obligarnos a caminar en fila india. Liam venía detrás de mí; el aire
húmedo y rancio entraba y salía de sus pulmones con un silbido que comenzaba a preocuparme.
Reduje la velocidad un poco, lo que le permitió alcanzarme y darme un empujoncito hacia delante.
—Estoy bien —aseguró—. Sigue adelante.
Podía oír el murmullo de una corriente de agua en la oscuridad distante, aunque era obvio que el
lodo por el que arrastrábamos nuestros pies llevaba ahí el tiempo suficiente como para empezar a
pudrirse y solidificarse.
¿Cuántos prisioneros habían traído por aquí, me pregunté, y cuántos cuerpos habían arrastrado
afuera? Intenté no estremecerme ni encender la linterna para ver si el agua era tan roja como la veía en
mi mente. Intenté dejar de imaginarme cómo habrían sacado a rastras, Jarvin y los demás, el cuerpo de
Alban…, el de Cate, el de Cole; abiertos los ojos sin vida, mirando la sucesión de luces vacilantes
colgadas del techo.
—Después de esto nos bañaremos todos en lejía —nos informó Chubs—. Y quemaremos estas
ropas. He estado intentando descubrir por qué huele tanto a azufre, pero he decidido dejarlo, de
momento.
—Probablemente sea mejor —dijo Clancy. Al volverse, iluminado por el haz de luz de mi linterna,
el aspecto de su rostro era pálido, lo que hacía que sus ya oscuras cejas parecieran pintadas con tizne
—. ¿Cuántos túneles de estos ha excavado la Liga?
—Unos cuantos —respondí—. ¿Por qué? ¿Ya estás planeando cómo huir?
Clancy resopló.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Las tres cincuenta y tres —respondió Vida—. ¿Ves el final?
«No». Sentí la primera gota helada del pánico bajar por mi columna. No, no lo veía. Habíamos
andado durante casi una hora y media, y parecía que no habíamos avanzado en absoluto. Eran los
mismos muros de hormigón, el mismo chapoteo de nuestros pasos; de vez en cuando la luz de nuestras
linternas alumbraba una rata que huía hacia la pared a toda prisa y se perdía por alguna oscura grieta
del suelo. El túnel parecía arrastrarnos hacia la oscuridad como un bostezo profundo. Las paredes se
hicieron más bajas, obligándonos a caminar inclinados hacia delante.
¿Cuánto tiempo más nos llevaría? ¿Otra media hora? ¿Una hora? ¿De verdad dispondríamos de
menos que eso para encontrar a los chicos y sacarlos de ahí?
—Ya casi hemos llegado —musitó Liam, tomándome del brazo y dirigiendo el haz de su linterna
hacia el extremo del túnel, donde el camino comenzaba a bajar y dejaba atrás el lodo.
Donde había una gran puerta de metal.
—¿Es esa?
Asentí con la cabeza, aliviada y sintiendo el palpitar de la adrenalina al darme la vuelta hacia los
demás.
—Vale —dije en voz baja—. Hemos llegado. Vida, controla el tiempo. Quince minutos para entrar
y salir. ¿Todos recordáis lo que tenéis que hacer?
Jude pasó entre nosotros con dificultad, adelantándose para abrir la cerradura electrónica, que se
iluminó cuando él se acercó.
Examiné el techo y las paredes cercanas buscando cámaras de cualquier tipo, y apenas me
sorprendí cuando no encontré ninguna. Interesante. Alban se había ocupado de mantener el bloque de interrogatorios en secreto, protegiéndolo del resto del personal y los consejeros, o bien le preocupaba
la idea de que alguien obtuviera pruebas visuales de la gente que él llevaba y traía por el túnel.
Probablemente las dos cosas.
«Bien». Una cosa menos de la que preocuparse.
Acababa de apagar la linterna cuando sentí una mano cálida cerrarse sobre mi brazo. Me volví y
me encontré entre los brazos abiertos de Liam.
El beso acabó antes de comenzar. Un solo roce, pleno de urgencia, bastante frustración y deseo
hizo que me hirviera la sangre. Aún estaba intentando recuperar el aliento cuando se retiró,
manteniendo sus manos en mi rostro y sus labios tan cerca de los míos que me permitió sentir qué él
también jadeaba.
Después retrocedió, lejos, dejando que la distancia fluyera entre nosotros una vez más. Su tono de
voz, fue bajo, ronco:
—¡Dales caña, cariño!
—¡Y por el amor de Dios, tía, no te dejes apuñalar! —añadió Vida.
Habría sonreído si no hubiera escuchado la risita débil de Clancy a mi derecha.
—El menor indicio de que nos das problemas es lo único que necesito para usar esto —le advertí,
colocando la pistola contra su nuca—. Es la única excusa que necesito para dejar tu cuerpo aquí para
que se lo coman las ratas.
—Ya —dijo Clancy, con su tono de voz bajo y aterciopelado—. ¿Y si me porto bien también me
darás un beso?
Empujé a Clancy hacia delante, pero sin dejar de aferrarle el cuello de la camisa.
—Vale, estoy listo —dijo Jude, mientras ponía una mano sobre la pantalla de la cerradura y la
freía—. Lidéranos, Líder.
El aire dentro del bloque de interrogatorios no estaba más fresco ni más limpio que el del túnel. Al
cruzar la entrada y bajar por la corta escalera, el familiar hedor a porquería y vómitos humanos me
revolvió el estómago. Llevaba mi linterna en una mano y la pistola en la otra, ambas apuntadas hacia
la entrada situada en el otro extremo del corredor con puertas de metal provistas de ventanas de
observación. Recorrí el lugar con el pálido haz de luz y, tras comprobar que estaba despejado, hice
señas a los demás para que avanzaran.
—Justo detrás de ti —dijo Vida, mientras sus pesados pasos cogían el ritmo de los míos.
En algún lugar de la oscuridad, detrás de nosotros, los demás abrían las puertas en busca de
prisioneros…, de Cole.
Al llegar a la puerta del final, me agazapé, solté la camisa de Clancy y constaté que Jude venía
detrás de mí. Ya fuera que realmente lo evocara desde las profundidades de mi memoria o que lo
hiciera naturalmente, el entrenamiento de la Liga hizo que abriera la puerta e inspeccionara el
corredor, con la pistola delante de mí, antes de pensar en dar un paso adelante.
Cuando me adentré en el corredor, arrastrando a Jude conmigo, el pulso me latía en los oídos,
saltando, saltando y saltando junto con mis nervios.
Vida se separó de nosotros al llegar a la curva y cogió la primera escalera. Un nivel, pensé. Quinta
puerta a la derecha. Ella tiene el trabajo difícil, no tú. Tú debes subir un nivel; ella debe subir dos para llegar al cuarto de vigilancia. Un nivel, quinta puerta a la derecha.
Se oyó un fuerte estrépito a mi izquierda. Me detuve repentinamente y Jude chocó contra mi
espalda. Cuando me volví hacia donde estaba Clancy, un poco más adelante, desapareciendo en la
penumbra, el corazón me dio un brinco. Troté detrás de él para alcanzarlo haciéndole señas de que
continuara.
Seguimos la curva y nos dirigimos hacia la otra escalera. Sentí como si fuera la primera vez que
ponía un pie en la sala de informática, ahora sin el suave rumor de la estática. Lo cual explicaba,
supongo, que no me sorprendiera no reconocer el primer rostro que vimos tras subir las escaleras y
abrir la puerta de acceso al nivel siguiente.
Había docenas de agentes de la Liga en el Cuartel General de Georgia, aún más en el de Kansas.
Debí haber sabido que Jarvin y los demás traerían a todos los partidarios que pudieran para ayudar a
eliminar a Alban.
Podía oler el alcohol de su aliento y las especias de lo que habían cenado esa noche. Debían
haberle indicado cómo llegar a las habitaciones de los agentes, en el primer nivel, pero vernos a
nosotros fue suficiente para que lo olvidara. El cabello rubio le cayó sobre los ojos al saltar a un lado.
La sonrisa tonta y perezosa que llevaba dibujada en la cara dejó paso a un ceño fruncido.
—¿Qué diablos hacéis fuera de la cama? —preguntó, extendiendo una mano hacia mí.
Fui más rápida; le descargué un golpe sobre el rostro con la culata de mi pistola y lo empujé por
las escaleras. Jude aferró la puerta antes de que se cerrara con un golpe y se asomó por una grieta para
examinar el corredor.
Entrar en una mente ebria fue como meter una cuchara en un flan. La única dificultad era
encontrar lo que buscaba en esa maraña de ideas, todas las cuales parecían confundirse unas con otras.
—¡Ru! —susurró Jude—. ¡Vamos!
Si la memoria del hombre estaba en lo cierto, había otros agentes en esa planta, la mayoría en la
enfermería, pero había uno, sin duda, situado ante la puerta de los dos dormitorios.
Arrastré al hombre hacia un costado de la escalera, evitando por poco a Clancy, que esperaba en
silencio. Lo dejé en un rincón y le quité el cuchillo que llevaba en el bolsillo trasero.
—Quédate detrás de mí —le dije a Jude, mientras yo miraba a Clancy, que parecía desvanecerse y
reaparecer entre las sombras—. Todo el tiempo.
El apagón continuaba y los corredores eran poco más que una cortina oscura por la que
intentábamos abrirnos paso con esfuerzo. En el suelo y alrededor de los diversos picaportes y pantallas
de las cerraduras habían colocado cinta luminiscente, pero toda su luz combinada no era más que una
fracción de la que habría dado mi linterna si la hubiese encendido.
Mientras avanzaba contaba los pomos de las puertas. «Uno, dos, tres…».
«Esto realmente va a funcionar».
«… cuatro, cinco».
«Por favor, que funcione».
La agente apostada fuera de los dormitorios —la agente Clarkson— no era una extraña. Era alta,
desgarbada, con rasgos oscuros y una destreza en el combate con cuchillo que durante años nadie
había superado. Se había esforzado tanto para ser promocionada a agente superior que su confianza se
había tornado en desesperación y después en una frustración que solo podía sacarse de encima con
quienes tenía debajo: nosotros. Era lo opuesto de Cate en muchas formas que antes no me habían parecido importantes.
—Andrea —dije suavemente—. ¿Andrea?
—¿Chelle? —preguntó ella—. ¿Ya es la hora? Creí que los despertaríamos a las cinco.
Percibí un movimiento a unos dos metros más adelante, a mi izquierda. No podía mirarla a los
ojos para atraparla de ese modo, pero en el instante en que capté el olorcillo a detergente y la sutil
ráfaga de aliento cálido que agitó el aire delante de mí, extendí un brazo y la cogí del pecho.
Su arma golpeó el suelo con estrépito, pero su cuerpo quedó blando y en silencio cuando le impuse
la imagen de que se sentaba y se hundía en un sueño profundo. La agente se desplomó sobre mí y la
bajé hasta el suelo.
Jude pasó como un rayo por donde estaba yo, dirigiéndose a la puerta del dormitorio de los chicos.
Aferré el picaporte de la puerta de las chicas, la misma que había abierto durante meses sin siquiera
pensarlo, avancé y cerré la puerta en silencio detrás de Clancy. Encendí mi linterna.
—Arriba… —empecé a decir, alumbrando la litera más próxima.
La habitación no era grande. Solo necesitaba alojar a doce chicas, aunque siempre había habido
una litera de más junto a la pared de la derecha, en caso de que la Liga trajera a otra chica. La litera
que habíamos compartido Vida y yo, en la esquina trasera derecha, estaba bien tendida, con las
sábanas bien estiradas sobre el colchón, con la precisión militar de Vida. Todas estaban… Casi como
si…
Como si no quedara nadie que durmiera en ellas.
«Demasiado tarde».
—No lo digas —le advertí a Clancy—. Ni una maldita palabra.
Clancy miró las camas vacías con una expresión fría en el rostro, pero no dijo nada.
Se me aflojaron ligeramente las rodillas, reflejando la sensación de que mi corazón había caído
como una piedra a través de mi pecho. «Demasiado tarde».
Esas chicas, todas… estaban… estaban…
Me llevé las manos a la frente y me di golpes una y otra vez mientras un grito silencioso crecía en
mi garganta. «Oh, Dios mío. Todas».
«Demasiado tarde».
Abrí bruscamente la puerta y dejé que Clancy saliera antes que yo en dirección al dormitorio de
los chicos. Jude no lo sabía; no se preocuparía por no hacer ruido. Despertaría a toda la base…
Mientras que el dormitorio de las chicas estaba frío y oscuro, este estaba lleno de luces de
linternas y del calor natural del cuerpo de veinte chicos, todos despiertos, completamente vestidos y
apiñados en las literas.
Mis ojos recorrieron cada uno de los rostros antes de llegar a un pequeño montón de armas
apiladas a los pies de Jude y de Nico, en medio de la habitación.
—¡No, no, no! —gritó Nico—. ¿Qué hacéis aquí?
—Ya te lo he dicho: hemos venido a buscarte —dijo Jude—. ¿Qué diablos pasa?
—Creía que conocías sus planes —dije—, sobre las bombas y los campamentos. ¿No pensaste que
vendríamos a sacarte de aquí después de que tu amigo nos dijera lo que ha sucedido?
Clancy mantenía su expresión inescrutable y examinaba la habitación.
—¡Claro que lo sabía! —Nico dejó escapar un débil gemido—. Nos hemos estado comunicando gracias a los intercomunicadores todo este tiempo. ¡Se suponía que no os meteríais! ¡Le pedí que os
dijera que no volvierais hasta que fuera seguro! ¡Hasta mañana!
—¿Qué diablos? —dije, volviéndome hacia Clancy—. ¿A qué estás jugando?
Los rostros a mi alrededor se veían tan confundidos como me sentía yo.
—¿Con quién estás hablando? —preguntó Jude, mirando alrededor.
—¡Con él! —le espeté, exasperada. Intenté coger a Clancy antes de que se escabullera por la
puerta—. ¿Con quién más?
—Ru… —comenzó a decir Jude, con los ojos muy abiertos—, ahí no hay nadie.
—Clancy…
—¿Clancy? —dijo Nico—. ¿Está aquí? ¿Ha venido?
—Está aquí mismo —dije, extendiendo la mano para cogerlo del brazo.
Mis dedos lo atravesaron en el aire frío. La imagen de Clancy tembló, parpadeó.
Se desvaneció en la nada.
Él… Mi mente fue presa del pánico. No pude acabar la idea.
—No lo vi marcharse —dijo Jude—. ¿Se lo ha llevado Vida para desactivar las cámaras? ¿Ru?
—¡Las cámaras ya están desactivadas! ¡Pirateamos los programas hace horas! —exclamó Nico.
—Debemos quedarnos aquí —añadió otro de los chicos—. Nos dijeron que fuéramos a un
dormitorio y nos quedáramos ahí hasta que todo hubiera acabado. Habéis venido demasiado pronto.
—¿Hasta que hubiera acabado qué? —preguntó Jude. Yo apenas lo oía por encima del bramido de
la sangre en mis oídos—. ¿Qué sucederá a las seis?
Nico inclinó la cabeza hacia atrás por un instante y aspiró una bocanada profunda y frustrada de
aire.
—Cate y los otros vendrán a buscarnos.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora