El problema era que, en cuanto empezaba, no podía parar. Sentía que cada pedacito de mí se deshacía
entre sus brazos, necesitaba tener la seguridad de que él era real y que el corazón que latía junto a mi
oído era el suyo. Con cierta torpeza, Chubs me dio unas palmaditas en la espalda cuando enterré el
rostro en su chaqueta y me hice pedazos.
—¿Cómo…? —Me atraganté—. ¿Por qué estás aquí?
Mi mente apenas registró el susurro que se oyó entre los árboles que teníamos a nuestras espaldas,
pero Chubs levantó la vista y exclamó:
—¡Oh, vamos, Liam! Sé que tú también quieres un abrazo.
Sucedió demasiado rápido como para que pudiera advertirle. Chubs me liberó para ponerme detrás
de él, dejándome más confusa de lo que estaba. Pensé que mi mente me estaba gastando una broma
pesada, porque parecía que había sacado un cuchillo de caza de la cintura de sus pantalones. Y parecía
que Vida lo apuntaba con un arma directamente a la cabeza, y había quitado el seguro.
—Es… —empecé a decir, sintiendo la tensión de su brazo agarrándome— Chubs.
—¿Quién diablos eres? —exigió él.
—No soy la persona que ha traído un cuchillo a un tiroteo —dijo Vida, agitando su arma para darle
énfasis a la frase.
—¡Esperad, esperad, esperad! —exclamó Jude, saliendo de detrás del árbol a su derecha. Se
deslizó hasta la mitad de la colina fangosa, interponiéndose entre ellos—. No, Liam —dijo,
señalándose a sí mismo y, a continuación, a Vida—. Tampoco es Liam. —Jude se volvió hacia Chubs,
con su grueso entrecejo fruncido mientras movía un dedo hacia nosotros—. Tampoco sois Liam.
Ante eso, Vida se volvió para mirarlo.
—¿En qué universo se parece en nada a Cole Stewart?
A Jude le salía un tono de voz agudo cuando se ponía a la defensiva.
—¡No lo sé! ¿Hermanos de distintas madres? Existe eso que llaman adopción…
Chubs bajó el cuchillo. Pude ver su mente trabajando detrás de sus ojos, saltando de una horrible
posibilidad a otra mientras valoraba mis lágrimas, la ausencia de Liam y a la desconocida.
—Oh, Dios mío —dijo, palideciendo. Se agarró el estómago, como si estuviera a punto de vomitar
—. Oh, Dios mío.
—No, no —le dije rápidamente—. ¡No está muerto!
«Que tú sepas», susurró mi mente.
—¿Por qué no estáis juntos? —Ahora parecía a punto de llorar. Pero el cabello de Chubs había
crecido mucho más que la ordenada mata de pelo que llevaba de costumbre, y las gafas de montura
plateada que ahora se adaptaban mejor a su cara le daban un aspecto mucho más maduro de lo que
recordaba. En realidad, no se parecía a sí mismo, no hasta que vi el miedo estallar en sus ojos, aquel
era el Chubs que recordaba, siempre entre un ataque de pánico y el siguiente—. ¡Él nunca te hubiera
dejado a ti, nunca!
Aparté la vista. No hacia Vida y Jude, que al oír aquello se habían quedado en silencio, sino hacia el barro blando en el que se habían formado los charcos de lluvia a nuestros pies.
—Ruby —comenzó a decir Chubs con voz tensa—. ¿Qué pasó? —Sacudí la cabeza, tapándome la
cara con las manos heladas—. ¿Lo abandonaste? —aventuró—. ¿Tuvisteis una pelea? ¿Os separasteis
por unos días?
Aunque fuera en un susurro, deseé poder decirle la verdad, pero me fue completamente imposible.
Chubs dio un paso aturdido hacia atrás, con los ojos brillantes de puro horror.
—¡No, tú no! —me dijo, agarrándome por los hombros—. ¡Esa fue la única razón por la que pensé
que iba a estar bien! ¡Pensé que los dos os mantendríais juntos!
—¿Qué se supone que debía hacer? —exigí, sin importarme elevar la voz—. Tú estabas… estabas
muerto, y ellos nos apresaron, e hice un trato, y yo sabía… yo sabía que de otra manera no se iría.
¿Qué demonios se supone que debía hacer?
Chubs sacudió la cabeza.
—Y estos chicos, ¿son de la Liga? ¿Estás con ellos?
—Sí —empecé a decir.
—Todavía estamos aquí, esperando una explicación sobre de qué diablos va todo esto —
interrumpió Vida mostrando una expresión en el rostro que demostraba que todo rastro de diversión
había desaparecido.
Por fin, mi cerebro volvía a su estado habitual de funcionamiento, y con él llegó también un miedo
agudo.
Vida estaba aquí. Vida, que nos había estado persiguiendo para llevarnos de nuevo a la Liga. Vida,
que ahora había visto a Chubs y podría identificarlo para la Liga, si se trataba de eso. Y que podría
incluso tratar de llevárselo.
Lo empujé hacia atrás, tratando de mantenerlo detrás de mí.
—Él no es nadie —le dije—. No es asunto tuyo.
—Ah, de eso nada, maldita sea, si va a venir con nosotros en busca de Stewart sí que es asunto mío
—replicó Vida.
—¿Qué has dicho?
—Conecta tu cerebro de mierda de una vez, idiota —dijo ella—. No estoy aquí para llevarte de
vuelta. Estoy aquí para ayudarte. —Y se dirigió a Jude—. Y muy amable por tu parte tratar de
electrocutarme, pedazo de mierda.
—Si no estabas allí con el Equipo Beta y con Barton para llevarnos al Cuartel General, entonces
¿por qué?
Vida entornó los ojos pero respondió finalmente con la mirada más presumida posible.
—Me cautivó tu pequeña búsqueda romántica. La única manera de salir de allí sin que se viera
como algo muy sospechoso fue sugerir que yo era quien mejor podría seguiros, par de imbéciles,
porque supuestamente conozco vuestras personalidades de mierda mejor que nadie.
—¿Qué pasa con el Equipo Beta? —preguntó Jude.
—Se retiró al Cuartel General. Tenían órdenes de llevar de vuelta a Rob o algo así… Vosotros dos,
bragas de encaje, habéis provocado un maldito motín en casa con vuestro pequeño truco. —Se echó el
pelo hacia atrás—. Alban me dio dos semanas para encontraros. Así que vamos a seguir con este
espectáculo de terror por la carretera.
La miré fijamente, sacudiendo la cabeza.
—Mientes más que hablas. ¿Crees que simplemente vamos a largarnos contigo con la puesta de
sol de fondo?
—No —dijo Vida—. Además, espero que lo hagáis haciendo cabriolas, y con una puta sonrisa en
la cara y la menor cantidad de idioteces posible, o Cole no podrá cumplir con tu estúpido pacto de
liberar los campamentos.
Era cierto, entonces. Estaba diciendo la verdad. Había venido a ayudarnos. De lo contrario, Cole no
la hubiera metido en el asunto. El objetivo era demasiado valioso. Me sorprendió lo mucho que me
picó en el orgullo saber que no creía que podía manejar esta Operación por mi cuenta. Que necesitaba
refuerzos.
Jude se volvió hacia mí, totalmente perdido.
—¡Está bien, vámonos! —gritó Vida, batiendo las palmas—. Si vais a revisar la casa, hacedlo
rápido.
—Yo no voy a ninguna parte contigo —interrumpió Chubs.
Reconocí la expresión de su rostro. ¿Cuántas veces la habría visto después de que se me llevaran,
antes de llegar a aceptar el hecho de que estaba allí con ellos? Chubs nunca había sido de los que
saben ocultar sus sentimientos, si se trataba de ira o miedo o desconfianza. Él y Liam eran iguales en
ese sentido, solo que Liam era así por naturaleza y Chubs por elección. No estoy segura de si con
aquello pretendía aparentar algo que no era.
—Sí —dije, cogiendo a Chubs del brazo otra vez. Sentí que el músculo se tensaba bajo mis dedos
—. Vamos, tenemos que hablar. Te lo explicaré todo.
Chubs me miró con tristeza.
—Solo nosotros, entonces. Yo no…
Los cuatro las oímos al mismo tiempo. Portezuelas de coches cerrándose de golpe. Una, dos, tres.
Tiré de Chubs hacia mí, nos arrastramos hacia la casa, y le hice un gesto a Jude para viniera con
nosotros rápidamente. Vida rodeó los árboles cercanos, sus botas en silencio sobre el suave musgo. Su
brillante cabellera fue el último rastro de ella antes de desaparecer bajo la lluvia.
Miré hacia la ventana por donde había salido Chubs, extendí la mano hasta tocar el panel suelto, y
luego de vuelta hacia el bosque. Quizá podríamos llegar a la carrera. Tratar de desaparecer entre la
maleza y perderlos de vista.
—¿Es Barton? —me susurró Jude.
Chubs y yo lo hicimos callar. La fachada trasera de la casa de Liam tenía cinco ventanas con
adornos blancos y una preciosa puertecita que habían sido clavadas con gruesos tableros de madera
contrachapada. Una pequeña superficie cuadrada de ladrillos había sido construida amorosamente para
servir de patio en la entrada trasera de la casa. Ahora, la hierba verde, brillante bajo la llovizna, se
había colado a través de las grietas.
Salté sobre los ladrillos húmedos y aterricé sobre las manos y las rodillas, abriéndome camino
lentamente a lo largo de la longitud de la casa hasta que las voces se hicieron más fuertes. Clavé las
uñas en la tela de mi pantalón, agucé el oído. Dos hombres. Una mujer.
Cuando finalmente me di la vuelta para decirles eso a los chicos, Vida ya estaba allí, agazapada
entre Chubs y Jude. Cuando vio que la miraba, levantó la vista y adelantó de un tirón impaciente la
barbilla.
—Hay cuatro en total —susurró—. Una mujer, tres hombres. Creo que son de las FEP.
Le tapé la boca a Jude con la mano.
—¿Están armados?
Ella asintió con la cabeza.
—Lo de siempre. ¿Qué pasa con esta casa? ¿Por qué es tan importante como para instalar sensores
de movimiento?
—¿Sensores? —preguntó Chubs.
—Los pegaron bajo el alero del techo en las cuatro esquinas de la casa —dijo ella, claramente
molesta de que él no se tomara su palabra como una verdad evangélica.
Chubs y yo nos miramos, y dejé que Jude apartara mi mano de su boca. Por supuesto que habrían
instalado algo para vigilar la casa. Si no por Liam, entonces por Cole. Era interesante que Cole no se
hubiera molestado en contarle cualquiera de las historias pasadas de su hermano. Tal vez simplemente
no había tenido tiempo.
Las voces se habían calmado, pero oí sus pasos por el jardín descuidado en el extremo derecho de
la casa. Ahora estarían demasiado pendientes de nosotros para que pudiéramos salir corriendo hacia
los árboles. Casi era imposible que no nos encontraran.
Con un suspiro que hizo temblar su enorme cuerpo, Chubs se levantó y tiró del panel de la ventana
que teníamos enfrente. Con resignación, dejó caer los hombros.
—¿Confías en mí? —me preguntó, al ver mi expresión.
—Por supuesto.
Jude hizo un pequeño ruido detrás de mí, pero lo ignoré.
—Entonces dile a tus amigos que entren —dijo señalando la ventana abierta—, y ponte en pie.
Voy a tener que esposarte.
Eso era lo bueno de que te sorprendieran con algo sin sentido: no tenía que fingir que estaba
aterrorizada. Me quedé allí, sintiendo los bordes afilados de los lazos de plástico transparente que me
cortaban la circulación de la sangre en las muñecas. Dejé que desconectaran todo pensamiento en mi
cabeza.
«¿Quién es esta persona?», pensé, estudiándolo de cerca. Llevaba una chaqueta de camuflaje de
cazador, con capucha, que creía haber visto antes, un jersey de cuello de lana gris, y un par de
pantalones vaqueros desgastados, maltratados por el polvo y el uso continuado. Sujeto a la cadera
llevaba lo que parecía un pequeño teléfono móvil y una bolsa de cuero. Cuando habíamos viajado
juntos antes, él guardaba todas sus posesiones en una bolsa de cuero maltrecha que había encontrado.
Aquello le quedaba mucho mejor que esta rara… imitación de lo que él pensaba que se parecía a los
pertrechos de un cazador.
Debería de haberme resultado reconfortante verlo tan bien preparado y abastecido, pero, de alguna
manera, solo me asustó más.
La mano de Chubs era firme cuando tomó mi barbilla en su mano, al moverla hacia delante y hacia
atrás, inspeccionando los cortes y las magulladuras de la noche anterior con una mirada de
desaprobación. Los otros observaban desde detrás de la ventana cerrada, el rostro de Jude tan cerca
que casi lo presionaba contra el cristal.
—Podría ser mejor si finges que te desmayas —dijo.
La sugerencia llegó justo a tiempo. Al golpearme contra el suelo, vislumbré los negros uniforme
de los de las FEP doblando la esquina.
Cuatro. Vida tenía razón. La mujer de pelo castaño era la más alta del grupo, les pasaba varios
centímetros a los hombres. Uno de ellos era un hombre mayor, con el pelo de color rubio ceniza y
alborotado, en una especie de corona alrededor de la cabeza. Los otros dos eran más jóvenes y se
parecían lo bastante como para ser hermanos. Todos iban armados con fusiles, esposas y el equipo
reglamentario.
—¿Puedo ayudaros en algo?
La cara de Chubs estaba esculpida en piedra.
Los soldados no sabían qué hacer con nosotros, pero tampoco bajaron sus armas. Sin embargo, yo
empecé a atar cabos mucho antes de que Chubs comenzara a hablar de nuevo.
—¿Qué, me la van a quitar ante mis narices? ¿Es que no piensan pagarme?
El soldado más viejo levantó una ceja.
—¿Eres un rastreador de fugitivos?
«Exactamente lo que pensaba». Si ese era el truco, tendríamos más problemas de lo que creía. En
un buen día, Chubs era tan amenazador como un cactus en una maceta.
—¡Tome!
Metió la mano en la bolsa de cuero de su cintura y le dio algo al de las FEP. Parecía un folleto
pequeño, del tamaño de un pasaporte.
El viejo dio un paso adelante, pero se volvió para mirar a la mujer.
—Comprueba el perímetro. Asegúrate de que ella viajaba sola.
Chubs agitó el folleto de nuevo mientras los otros tres salían a comprobar el perímetro. El viejo
suspiró, mirando de hito en hito la cara de Chubs y todo lo que estaba escrito en el papel.
—Muy bien, señor Lister —dijo, pasando de nuevo a él—. ¿La ha sacado de la base de datos?
—No, ella no está en la base de datos —dijo Chubs—. Probablemente lleva huida desde hace
bastante tiempo. No hay ningún registro de ella.
—¿Has comprobado qué es? —preguntó—. Si es Azul o Amarillo, necesitarás…
—Es una Verde —le interrumpió Chubs—. ¿Por qué? ¿Quiere una demostración?
—Podemos llevárnosla —ofreció el hombre—. Te ahorrarás las molestias del transporte.
—Ya se lo he dicho, ella no está en el sistema —dijo Chubs, con su tono de voz más desagradable
—. Sé cómo funciona esto. No puede arreglarme el pago si no está registrada. Tengo que ir a la
estación más cercana y hacer el papeleo si quiero la recompensa.
El hombre soltó un bufido, pero no trató de negarlo.
—¿Ese coche de la carretera es tuyo?
—No —dijo Chubs, entornando los ojos—. Llegué volando en una nube, y he sido bombardeado
desde el cielo sobre esta chica como un rayo de luz.
—Eh, oye —fue la respuesta áspera del de las FEP—. Yo puedo ocuparme de ella, y no hay
absolutamente nada que puedas hacer al respecto. Así que cuidado con tu actitud, muchacho.
Esa actitud era la que me estaba confundiendo a mí también. Chubs no era valiente por naturaleza;
solía perder el coraje cuando creía que sus amigos estaban siendo amenazados, es cierto, pero esto no era tanto valentía como imprudencia. Y eso era lo último que me esperaría de él.
No sé si pasó mucho tiempo desde ese momento hasta que zumbó la radio del soldado de las FEP.
Un minuto. Diez años. Una eternidad.
—Aquí Jacobson, ¿me oyes?
El hombre desenganchó de su cinturón el walkie-talkie negro.
—Te oigo. ¿Encontraste algo?
—No, nada fuera de lo común. Es difícil de decir con tanta lluvia. Cualquier huella se habrá
borrado, cambio.
—Ella está sola, estoy seguro —dijo Chubs—. La seguí.
—Muy bien —dijo el hombre.
Vi sus botas hundirse profundamente en la hierba muerta y embarrada cuando dio dos pasos hacia
mí. Cerré los ojos de nuevo, y me era casi imposible obligar a mi cuerpo a relajarse con él tan cerca.
No quería que me tocara. El pánico estalló brillante como la luz de la mañana cuando me dio una
patada en las costillas con la punta de su bota.
La piel fría y húmeda de su guante se cerró alrededor de mi brazo y me levantó del suelo. Al
torcerme el brazo sentí un dolor agudo y punzante en el hombro.
—¡No! —protestó Chubs—. ¡No la toque!
Pero el soldado de las FEP no me soltó.
—Quiero decir —empezó a decir Chubs de nuevo, esta vez con voz neutra—. Restan los costes de
la atención médica de la recompensa si los niños se lesionan. Puedo ocuparme yo…, señor.
—Eso está mejor —dijo el hombre, dejándome caer boca abajo en el suelo—. Sácala de aquí y
llévatela. Estás violando no sé cuántas normas, y, si te encuentro de vuelta por aquí, seré yo quien te
arreste.
La oreja se me estaba llenando de agua de lluvia, me corría libre por la curva de la mejilla,
empapando la vieja chaqueta de Liam. Esperé a que el agua arrastrara mi miedo hacia la tierra, para
que no pudiera alcanzarme de nuevo. Tragué una bocanada de aire húmedo y la mantuve en mis
pulmones unos segundos.
Un motor de coche comenzó a rugir en la distancia. Abrí los ojos de nuevo, y vi a Chubs
acercándose a mí. Se puso de rodillas, y con una mano alisó la nube enmarañada de pelo que me
cubría la cara. Oímos las ruedas batir la grava suelta del camino de entrada, ambos quietos y en
silencio.
—Lo siento —dijo finalmente Chubs—. ¿Estás bien? ¿Te ha dislocado el hombro? Porque si lo ha
hecho…
—Estoy bien —respondí—, pero… pero ¿podrías por favor cortarme ya las malditas esposas de
plástico?
Me quedé horrorizada por cómo me temblaba la voz, pero, además de aquel fastidio, mi cerebro
estaba comenzando a mandarme viejos recuerdos que mejor estarían enterrados a gran profundidad. El
viaje en autobús a Thurmond. La clasificación. Sam.
En el momento en que oí el chasquido del plástico bajo el cuchillo, me puse de rodillas, ignorando
el dolor que me punzaba en el hombro derecho. Chubs trató de examinármelo, pero me incliné hacia
atrás, justo para ponerme fuera de su alcance.
Nos sentamos allí, mirándonos el uno al otro, dejando que el espacio que había entre nosotros se llenara de lluvia y silencio. Al final, le tendí la mano, y, sin decir una palabra, él me dio el librito
negro.
La cubierta era una imitación de cuero duro, y no necesariamente me había equivocado al pensar
que se trataba de un pasaporte. A primera vista, parecía exactamente igual: el mismo papel azul pálido
y el sello iridiscente de los Estados Unidos de América superpuesto.
AGENTE DE RECUPERACIÓN DE FUGITIVOS PSI. Dios, ¿había un título oficial para ello?
—Joseph Lister —leí—. Veinticuatro años de edad, uno ochenta y cinco de estatura, setenta y siete
kilos, de Penn Hills, Pensilvania. —Lo miré. Tenía en el rostro una mueca idéntica a la de su foto
oficial—. Sabes, es gracioso. Lo menos creíble de todo esto es tu peso.
—Oh, qué graciosa —se quejó, cogiéndomelo de nuevo antes de que pudiera leer las otras páginas.
Aquello era tan de Chubs —del Chubs que conocía— que sonreí. Él luchó para mantener sus labios
apretados en una línea sellada, pero vi el comienzo de una curva.
—Realmente pensé que estabas muerto —le dije en voz baja—. No debería haber dejado que se te
llevaran.
Se llevó una mano al hombro, y presionó, como si su mente se conectara también en ese momento.
—Pulsaste el botón de pánico, ¿no?
Asentí con la cabeza.
—Yo hubiera hecho lo mismo —dijo—. Exactamente lo mismo. Bueno… —Se detuvo, en realidad
para valorar lo que había dicho—. Probablemente habría sido un poco más firme en la aplicación de la
presión en la herida, pero, aparte de eso, sí. Bueno…
—Para —le dije secamente—. Antes de que arruines nuestro conmovedor momento.
La ventana por encima de nosotros se abrió de repente y apareció la masa de pelo encrespada de
Jude.
—Ru, ¿estás bien? Oh, Dios mío, Vida no me dejaba mirar, pero traté de ir por ahí delante, pero
las puertas están todas bloqueadas y no hay nada aquí, así que solo…
Chubs me ayudó a levantarme, lanzándome una mirada que quería decir claramente: ¿qué nuevo
infierno es este?
—Te lo contaré todo más tarde, y tú vas a hacer exactamente lo mismo. Pero ahora tenemos que
ver si podemos encontrar algún tipo de señal acerca de la dirección que Liam podría haber tomado…
Las cejas de Chubs se juntaron mientras bajaba la voz.
—¿Liam no te contó el procedimiento que él y Harry crearon para estar en contacto?
—Yo sabía que tenían uno, pero no cómo funcionaba —le dije—. Pero ¿él te lo dijo a ti?
Él asintió, dándole la espalda a la ventana. Y pensé en los que estaban dentro.
—Tenemos que marcharnos. Ahora.
—Espera —empecé a decir, pero ya me había cogido el brazo.
—Están vigilando la casa, tenemos que marcharnos —dijo—. Y, lo siento, me gustaría mucho no
tener a la Liga corriendo a nuestro lado.
Le aparté el brazo y di un paso atrás.
—No puedo dejarlos aquí.
—Tú no eres de la Liga —insistió—. Tú no eres una de ellos. Tú eres una de los nuestros.
—No creo que haya un «nosotros» y un «ellos» —le supliqué—. Todos podemos trabajar juntos en esto por ahora. No tienes que volver con nosotros a California después de que encontremos a Liam,
solo tienes que quedarte con nosotros ahora.
Por el rabillo del ojo, vi la mata de pelo de color azul eléctrico de Vida a través del panel de la
ventana.
—Entonces tampoco quisiste que me quedara, ¿recuerdas?
—Sí, pero eso fue… diferente —dije, en voz baja—. Y tú lo sabes.
—Pero, en aquel momento, tú no lo sabías.
Había leído en él lo correcto. Lo vi en su cara, en las formas rígidas de sus hombros tensos.
—Me preguntaste si confiaba en ti —le susurré—. ¿Confías tú en mí?
Dejó escapar un largo suspiro, con las manos en jarras.
—Que Dios me ayude —dijo finalmente—. Pero confío en ti, no en ellos. Ni siquiera sé quiénes
son.
Le tendí la mano y esperé a que la tomara. Necesitaba que cerrara sus largos dedos alrededor de
los míos, quería la prueba final de que su mejor juicio y razonamiento habían dado paso a la confianza
que solía tener en mí. Esperé a que viniera conmigo, que aceptara que ahora estábamos juntos en esto
una vez más, que el tiempo y la distancia y la incertidumbre no habían sido suficientes para alejarnos.
Y así lo hizo.