«Espera a que regrese —razonó mi mente—. Sorpréndela aquí».
Pero, aun antes de que la idea acabara de formarse en mi mente, yo ya iba a la carrera. Todo el
entrenamiento que la Liga había intentado meterme en la cabeza, toda mi lógica, todo mi criterio,
desaparecieron de golpe, arrancados por el primer destello de aquella luz extraña. Si Vida estaba
comunicándose con Cole, ¿por qué tenía que esconderse? ¿Por qué necesitaba enviarle un mensaje en
privado?
Porque no se estaba comunicando con Cole.
Me deslicé alrededor del coche. El invierno en ciernes había desnudado las ramas de los árboles
que me golpeaban la cara y los brazos. El delgado hielo y la escarcha que cubrían la hierba me
pinchaban los pies horriblemente, pero eso no era nada comparado con el problema de abrirse paso a
través de los matorrales de arbustos muertos.
No importaba cuánto ruido hiciera. No intentaba sorprenderla; era imposible ganarle la mano a
Vida. Solo quería conseguir todo el impulso humanamente posible para derribarla.
Ella aún tenía el aparato en las manos cuando bajé la cabeza y la embestí con el hombro. Tuvo
tiempo suficiente para levantar una rodilla y darme con ella en el pecho. Con todo mi peso sobre su
cuerpo y solo un pie apoyado en el terreno irregular de la colina, ambas fuimos a dar al suelo.
Enlacé una pierna en la suya y ella me cogió del cuello, y ninguna de las dos estaba dispuesta a
retroceder, ni siquiera mientras rodábamos cuesta abajo atravesando el matorral, golpeándonos con la
que probablemente era la única roca de esa maldita montaña. No nos detuvimos, no podíamos
detenernos, hasta que chocamos contra un árbol que lanzó una lluvia de hojas muertas pardas sobre
nosotras.
Mi visión era borrosa, tanto por los giros como por los golpes, pero yo estaba sobre ella; tenía la
ventaja y la aproveché. Vida soltó una nube de aliento cálido. Yo tenía las piernas alrededor de su
centro y trataba de inmovilizarla mientras intentaba coger el aparato negro que estaba junto a su
cuello.
Jamás, en toda mi vida, había visto un terror como el que Vida tenía reflejado en sus ojos.
Se encogió debajo de mí, liberó un brazo atrapado debajo de su cuerpo y me abofeteó con tanta
fuerza que perdí la vista durante un instante. Gruñendo, me golpeó un oído con la palma abierta y
consiguió derribarme.
Se puso de pie de un salto y yo la seguí, tambaleándome. Mi visión se duplicó y no supe cuál de
los dos pies que volaban hacia mi barriga era el real hasta que recibí el impacto. Levanté los brazos
para interceptar el segundo golpe.
—¿Cómo te…? —dije, resollando.
Le cogí una muñeca, pero ella se deshizo bruscamente de mí. Le lancé otro puñetazo y observé,
aturdida, cómo Vida retrocedía volando por los aires al menos media docena de pasos antes de que yo
siquiera pudiera tocarla.
—¡Para! ¡Para!
Yo jadeaba y apenas conseguí mantenerme sobre mis pies un segundo más. Me incliné hacia un
lado y me abracé al áspero tronco de un árbol, donde me deslicé hasta quedar de rodillas. Las palabras
me llegaban débiles por el rugido de la sangre en mis oídos. Me giré y vi cómo Jude bajaba la
pendiente a trompicones, atravesando la densa maraña de ramas y hojas empapadas hasta caer de
rodillas junto a Vida.
Chubs se mantuvo a poca distancia, con los brazos aún extendidos en la dirección en la cual había
arrojado a Vida.
—¿Qué demonios está sucediendo? —gritó.
—E… Ella —balbuceé, levantando una mano temblorosa para limpiarme la boca. Chubs avanzó
hacia mí, alumbrándose con la linterna—. Tenía un… aparato… llamar… D. C. …
Cuando finalmente llegó donde estaba yo, me cogió del brazo. Me deshice de su mano y evité la
intensa luz con la cual él intentaba iluminar directamente mi rostro. Me aparté de él, vacilante.
—¿Lo ves? —Me oí decir—. ¿Lo ves? Dame la… dame la linterna.
—¡… pregúntale a ella! —gritaba Vida—. ¡Ella me atacó a mí!
Chubs apuntó obedientemente la linterna hacia donde yo le indicaba.
—Es necesario que te sientes. ¡Eh! ¿Me estás escuchando?
Tanteé la tierra metiendo los dedos en el mantillo, entre las rocas y las raíces. Lo reconocí en
cuanto lo encontré; la cubierta negra era artificialmente lisa y todavía estaba tibia. Durante la pelea, la
pantalla se había cerrado y el resplandor había desaparecido.
—¿Qué es eso? —Chubs se puso en cuclillas a mi lado—. ¿Un teléfono?
Casi, pero no.
—¿Un intercomunicador? —dijo la asombrada voz de Jude—. ¿Dónde lo has conseguido?
Jude estaba detrás de nosotros, ayudando a Vida, que se tambaleaba. No, no la estaba ayudando. Le
había puesto un brazo delante del pecho para que no se me arrojara al cuello.
«Chico tonto y valiente», pensé por enésima vez. Volví mi mirada a la pantalla y la abrí.
Con mi interrupción, Vida había dejado el mensaje a medio escribir. Vale. Acerqué a pantalla a
mis ojos entrecerrados para ver las series de números y letras sin sentido. La pequeña línea negra aún
parpadeaba, a la espera de que Vida acabara de escribir.
LOS TENGO // FASE DOS INSTRLWJERL:KS
SLKJDFJ
—¡Zorra! —grité, levantando la vista—. ¿Realmente creíste que podrías engañarnos? ¿Entregarnos a
la Liga? ¿Qué te ha prometido Alban, darte el liderazgo del grupo?
Yo estaba medio ciega de furia, demasiado enfadada para permitirle responder. Me puse en pie y
dejé caer el aparato al suelo. Vida y Jude retrocedieron prudentemente. Mi cerebro zumbaba con la
necesidad, con el único deseo de infiltrarse en la mente de Vida y dejarla maltrecha y destrozada. Mi
cólera sumaba energía a la intensidad de mi deseo y pensé —realmente pensé— que, si se lo permitía,
esas manos la agarrarían sin que esta vez fuera necesario que yo la tocara. Me volví dispuesta a
dejarlas volar.
Pero sentí que otra mano me agarraba de la muñeca y tiraba de mí hacia atrás. Ahora también
Chubs estaba en pie, con los ojos fijos en la pantalla. Oí que presionaba un botón y el intercomunicador flotó ante mis ojos; leí un antiguo mensaje recibido.
ID AL SUR POR 40 // DIRECCIÓN CONVENIDA //
AL CONTACTAR EXPLICAR OPERACIÓN ACTUALIZADA
DE INMEDIATO // DILE QUE LO SIENTO
—¿Dile que lo siento? —Me giré hacia Vida, que miraba en otra dirección, con el rostro como una
máscara de piedra—. ¿Quién es? ¿Cole?
Los labios hinchados de Vida le impedían hablar, y, cuando lo hizo, su tono de voz era tan bajo que
tuve que esforzarme para oírla. Su renuencia a hablar confirmaba la teoría que iba surgiendo en mi
mente: después de todo, solo había una persona a la que ella protegía de ese modo.
—No —respondió—, Cate.
Yo estaba dispuesta a continuar ahí fuera, pero Chubs insistió en que regresáramos al campamento y
volviéramos a encender el fuego con un seco:
—Prefiero no recibir las malas noticias en medio de una noche gélida, muchas gracias.
Me condujo cerca del fuego ya extinguido y después se dirigió hacia su coche. Oí de lejos la señal
acústica del vehículo cuando abrió una puerta y el golpe al cerrarla. Chubs volvió a sentarse a mi lado
y comenzó a limpiar los cortes de mi cara y mis brazos con una falta total de compasión.
—Es mejor que alguien empiece a hablar —dijo—, porque, creedme, no queréis oír lo que yo
tengo que decir de todo esto. Especialmente a la una de la madrugada.
Vida aspiró por la nariz y flexionó las rodillas contra su pecho. La mitad derecha de su rostro
estaba completamente a la sombra. O bien, cubierta por un enorme moratón.
Sostuve el intercomunicador a la luz débil del fuego, inclinándolo hacia atrás y hacia delante.
—¿Quién te ha dado esto? ¿Nico?
Vida esperó tanto para responder que yo estaba segura de que no lo haría. Todo lo que obtuve fue
un encogimiento de hombros. Sus uñas se clavaron en la tierra, llevándose consigo terrones al cerrar
los puños.
—¿Así que él y Cate también están metidos en esto? —pregunté—. ¿Quién más?
Vida se cruzó de brazos, con la mirada perdida en la oscuridad.
—¿Por qué nos lo ocultaste? —preguntó Jude—. ¿Ella te lo pidió? No tiene sentido y de verdad
que no tiene sentido que aún no quieras hablar de ello. Te han atrapado y ahora toda la Operación está
en riesgo. Y ¿qué se supone que debes hacer cuando ocurre eso?
«Aceptar, adaptarse, actuar. Rápido». Las palabras estaban garabateadas en una de las paredes de
la sala de entrenamiento. Bien podrían haber sido tatuadas directamente en nuestros cerebros.
—Vale —dijo ella, moviendo los hombros en círculos hacia atrás, como si quisiera aliviar la
tensión de su espalda.
«Está enfadada», comprendí. Vida estaba furiosa; consigo misma. El soldadito perfecto había
arruinado su propia Operación, la Operación especial que Cate le había confiado. Ella respiraba con
dificultad, aspirando el aire entre los dientes apretados. Cate era la persona más importante de su vida,
puede que la única que realmente le importara. Yo tenía una idea de por qué había ocultado la
información, pero quería que ella lo explicara.
—Cate y Cole planearon todo esto desde el mismo instante en que lo llevamos al Cuartel General
—dijo Vida—. Regresan. Cuando él se une a la Liga, ella lo pone bajo su protección, ayuda a
entrenarlo. Él le dice la verdad sobre el tonto del culo de tu Príncipe Azul y la memoria USB, y la
solución que se les ocurre eres tú. Por algún motivo, Cate confía estúpidamente en ti para que te hagas
cargo de todo esto.
—Entonces, ¿por qué hizo que Cole me mintiera?
—La están vigilando. Rob y los otros. Ella sabía cómo era Rob, o por lo menos lo averiguó hace
unos meses, pero intentó mantenerse cerca de su repulsivo culo para asegurarse de que no viniera tras
nosotros. Cate no podía recurrir a Alban ni a ninguno de los asesores, porque temía que si percibían
que era «difícil» la reasignaran lejos de nosotros. Nico nos enseñó a Cole, a Cate y a mí el vídeo en
que se veía cómo asesinaban a Blake, y ella se puso echa una furia.
—Y eso ¿cuándo fue?
—Poco después de que dejaras el Cuartel General. —Vida se colocó un mechón de cabello detrás
de la oreja y me miró—. Nico dijo que tú le habías dicho que no lo hiciera, pero algo que tú le dijiste a
Cole hizo que él insistiera en el asunto. No enseñarán el vídeo hasta que llevemos la información de la
memoria USB.
Por supuesto; porque mantener la Liga de los Niños era la prioridad máxima. No proteger a los
chicos. No sacar de ahí a los psicópatas.
—A ver si lo entiendo —dijo Chubs—. ¿Cate estaba involucrada en todo esto desde el principio y
no dijo nada? ¿La idea era que funcionara como una medida de seguridad?
—No está mal, abuelito —respondió Vida—. Cole nos dijo que debíamos mantener en secreto el
papel que desempeñaba Cate, aun con respecto a vosotros. Si os atrapaban a vosotros, inútiles, y os
interrogaban, Cole no quería que pudierais implicarla. Si él caía, al menos Cate seguiría estando de
nuestra parte. Ella detestó la medida, pero debió aceptarla, de lo contrario yo no iba a ayudarte. Cate
no aceptó hasta que comprendió que no había ninguna forma de excluir a Jude de la misión sin hacer
que la gente sospechara. Rob lo había solicitado personalmente.
Jude parecía estar a punto de vomitar. La luz de la fogata resaltó el rubor aterrorizado de sus
mejillas.
Vida lo miró con lástima.
—Cate dijo que él huyó después de que lo acusaras. Que desapareció de la jodida red antes de que
Barton consiguiera llevarlo para interrogarlo.
—Entonces, cuando regresemos, él no estará ahí —dijo Jude, con un suspiro de alivio.
No, pero significaba que yo había dejado suelto un monstruo furioso en el mundo, para destrozarlo
y reconstruirlo a su gusto.
—Eso es todo lo que sé —dijo Vida—. Fin. Pero ahora os digo que si cualquiera de vosotros decís
una sola palabra, una sola maldita palabra, sobre Cate, os machacaré de tal forma que bautizarán
huracanes con mi nombre durante todo un puto siglo.
Abrí la boca para devolver el fuego, pero al final me lo pensé mejor. Desde que conocí a Vida,
había sentido una gran pena por ella por la forma en que adoraba a Cate. Creí que había conseguido
ver un atisbo de la auténtica Cate que vivía debajo de ese exterior inmaculado. Pero ahora era cada vez
más difícil creer que alguna de nosotras estuviera totalmente en lo cierto sobre quién era Cate. A mí, su creencia en la Liga siempre me había parecido ingenua; creía que ella se autoengañaba respecto de
todo lo que ocurría a su alrededor para continuar viviendo en un mundo feliz que solo existía en su
mente. Puede que Jude tuviese razón y la Liga de ahora no se pareciera ni remotamente a la Liga a la
que ella se había unido de forma voluntaria años atrás.
Entonces ¿por qué se me iba revelando a trozos? Y ¿por qué me había tomado tanto tiempo formar
un retrato más o menos completo con esos trozos?
—Supongo que te has puesto en contacto con Cate. —Chubs cogió el intercomunicador de mi
mano y le dio la vuelta—. ¿Te ha estado guiando todo el tiempo?
—Sí —respondió Vida—. Me envió las rutas para llegar hasta aquí. Una pena que no haya podido
cargar su culo en Google Maps. Ni siquiera Nico ha conseguido rastrearlo.
La pantalla que estaba entre los dedos de Chubs se encendió y soltó un gruñido grave y vibrante.
La luz que emitió era lo bastante intensa como para que todos pudiéramos ver cómo se levantaban sus
cejas hasta sobrepasar el marco de sus gafas.
—Bueno, tal vez no puede enviar las coordenadas exactas —dijo él, haciendo girar el aparato—,
pero tiene una idea de por dónde podemos comenzar.