Capitulo 18

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CAPÍTULO DIECIOCHO
«Si puedes oír esto, eres uno de los nuestros. Si eres uno de los nuestros, puedes encontrarnos. Lago
Prince. Virginia...».
El sonido de la voz de Clancy que brotaba de los pequeños altavoces del radiocasete hizo que se
me erizara el vello de la nuca. Olivia lo había colocado al borde del escenario de Knox, y Jude había
cargado las baterías lo suficiente como para garantizar unos cinco minutos de buena audición.
-¿Por qué se sigue emitiendo esto? -pregunté-. Creí que se emitía fuera de East River.
Olivia negó con la cabeza.
-Arregló un par de señales para que el mensaje pudiera emitirse incluso hasta Oklahoma.
Supongo que no pensó que era importante apagar las demás.
Era la primera vez que los reuníamos a todos en el almacén, y era la primera vez que yo podía
hacer una especie de recuento. Había cincuenta y dos chicos dispuestos en media luna alrededor del
pequeño aparato, cautivados por las palabras y los estallidos de estática.
Finalmente, cuando fue obvio que Olivia no podía soportar la idea de escucharlo otra vez, apagó el
artefacto. El ensalmo de calma y curiosidad desapareció con él. Las voces se elevaban hacia las
pasarelas, las preguntas iban y venían rebotando contra las manchadas paredes de cemento. Deseaban
saber de quién era la voz, de dónde había salido el radiocasete, por qué habían hecho entrar a los
chicos de la Tienda Blanca y les habían acercado los contenedores con fuego.
-¿Os vale como demostración? -les pregunté-. Knox nunca fue el Huidizo, por lo menos no el
auténtico, y esto no es East River.
Me irritaba el mero hecho de tener que hacer esto; era evidente que la mayoría de los chicos creía
lo que yo había dicho la noche anterior, pero unos cuantos miembros de un grupo de caza se resistían y
mantenían su tozuda lealtad hacia Knox. Puede que ni siquiera fuera eso; creo que solo temían no
recibir la parte del león de las provisiones ahora que Knox no estaba ahí para hacer cumplir sus reglas
espurias.
O quizá realmente habían hecho creer a sus corazones que esto era East River.
Me senté junto a Olivia, en el borde del escenario. Con los chicos delante de mí, pude ver otros
rastros de la crueldad de Knox. Quemaduras. Esa avidez de ojos saltones. Los sobresaltos cuando el
viento gemía a través de las grietas del techo.
-¿Basta con eso para todos? -preguntó Olivia, volviéndose hacia el chico de blanco que estaba
de pie justo delante del viejo aparato.
Brett ya no era uno de los pequeños perros guardianes de Knox. Era un chico de diecisiete años,
nacido y criado en Nashville, que nunca había puesto un pie en un campamento y, aparentemente, era
lento para procesar las noticias importantes.
-Ponlo de nuevo -dijo con la voz ronca-. Una vez más.
La voz de Clancy tenía un matiz -de confianza, supongo- que hacía que cuando hablaba lo
escucharas hasta la última palabra. Me froté el dorso de la mano contra la frente y dejé escapar el aire
cuando acabó de pronunciar con lentitud el último «Virginia».
-¿Cómo sabemos que ese es el Huidizo? -preguntó Brett.
Él era quien había llamado a los otros tres grupos de cazadores y a sus líderes: Michael, Foster y
Diego. También era quien había insistido en observarnos mientras pasábamos por la deprimente tarea
de darle descanso a Mason. No nos había ofrecida ni ayuda ni consuelo, ni siquiera cuando las
ampollas de mis manos reventaron por el esfuerzo de intentar clavar la pala en el suelo congelado.
Yo, sin embargo, lo comprendía. Éramos foráneos. Habíamos desmontado el sistema. Lo único que
me ponía nerviosa era que él estuviera tan... tan enfadado por nuestra pequeña revolución que
convenciera a los demás de cortar los suministros. Aun ahora, lo atrapaba echando miradas por encima
del hombro hacia donde Chubs estaba de rodillas, atendiendo a los chicos enfermos.
Se me estaba haciendo evidente que él era un eslabón clave de la cadena comunitaria. Si él se
ponía de nuestro lado, los demás lo seguirían de forma natural. Pero el tiempo se nos escapaba. Lo
sabía por los labios apretados de Chubs, cada vez que le tomaba la temperatura a Liam.
-Solo estoy aquí para deciros la verdad -dijo Olivia-. La he callado bastante tiempo, pensando
que Knox mejoraría o que cambiaría su forma de actuar. No lo hizo. Solo empeoró, y si Ruby no lo
hubiera desterrado... no sé qué hubiera hecho Knox a continuación, pero ninguno de los chicos que
están ahí hubiera sobrevivido.
-¿Es verdad que intercambió esos chicos? Knox dijo que habían intentado huir y que él se había
encargado de ellos -dijo la misma muchacha que estaba sobre el regazo de Knox el día en que nos
trajeron.
Había sido una de las primeras en recibir de mí una manta del depósito. Habíamos sacado todo del
edificio derrumbado y lo habíamos colocado en el centro del almacén, para que todos vieran lo que
quedaba. Algunos chicos, los mayores, tuvieron el valor suficiente como para reclamar sus
pertenencias, pero la mayoría nos había mirado con la mirada perdida, sin comprender.
Los murmullos comenzaron de nuevo cuando Olivia asintió:
-Había once, por lo menos desde que llegamos.
-Hizo lo que tenía que hacer para conseguir comida -gruñó Michael-. Nos hemos sacrificado.
Eso es justo.
-¿Cómo puede ser justo dejar que un muchacho enfermo se muera de hambre porque está
demasiado débil para trabajar y no puede trabajar nunca puede curarse? -le espetó ella-. ¿Cómo?
Olivia se incorporó hasta quedar de pie sobre la plataforma. Se echó el pelo rubio hacia atrás y se
irguió en toda su altura.
-Oye; no tiene por qué ser así. He estado en East River y he visto cómo puede ser. Viví ahí
inviernos y veranos, y todo lo que hay entre ellos, y jamás pasé hambre, ni una sola vez. Nunca tuve
miedo. Era... Era un buen lugar, porque ahí nos cuidábamos unos a otros.
Yo esperaba el estallido, ver sus caras cuando ella les dijera cómo había desaparecido esa pequeña
tajada de cielo y que la persona que había detrás de ella no era más que una máscara. Pero Brett, quien
claramente había estado esforzándose por procesar y aceptar todo eso, la observaba, y la tensión de su
rostro se relajaba con cada palabra hasta comenzar a asentir con la cabeza.
-Podemos tener algo así aquí -continuó Olivia-. Sé que podemos hacerlo. Hay espacio para
cultivar alimentos, formas de montar una seguridad mejor. El Huidizo no tiene por qué ser una única
persona ni East River tiene por qué ser un único lugar. Podemos construir nuestro propio East River.
-Y ¿cómo esperas que lo hagamos con esto? -preguntó Michael. Sacudió la cabeza, el cuello
desgarrado de su camisa se abrió y exhibió las franjas de las pálidas cicatrices rosadas dejadas por las
quemaduras, como burbujas en su cuello y hombros. Señaló el magro montón de provisiones con el
pulgar-. Eres tan tonta como fea, ¿verdad?
-¡Eh! -vociferó Brett, dando un paso amenazante hacia Michael, quien retrocedió con una
mueca de desagrado.
-Debemos comenzar asegurándonos de que esos chicos sobrevivan -continuó Olivia-, que
todos sobrevivamos al invierno. Si nos ayudáis a Ruby y a mí con esto, podremos alimentarnos
durante meses. Salvaremos sus vidas y, de paso, salvaremos las nuestras.
-Y ¿dónde está ese mundo mágico de ensueño, eh? -insistió Michael.
-En uno de los hangares del aeropuerto John C. Tune -respondió Olivia, sosteniéndole la mirada
-. ¿Alguien sabe dónde está?
Brett levantó la mano.
-Está a unos tres kilómetros hacia el oeste, creo... Quince a lo sumo.
-Vale -dijo Olivia. Los vaqueros le colgaban de las caderas, medio ocultos por la chaqueta que
había cogido del montón de suministros-. Eso es factible.
-No -gruñó Michael-, es una trampa. Y todos los que participéis en esta mierda os tendréis
bien merecido lo que os suceda.
Los chicos de blanco -los cazadores- estaban inquietos y apretaban los dientes. Mi mente
reaccionó, agitándose. Acababa de volver mi mirada hacia él cuando Olivia volvió a hablar.
-Oye, si esto va a funcionar, porque puede funcionar y va a funcionar, aquí deben cambiar varias
cosas. No podemos ser solo una tribu de Azules. No, no, ¡escuchadme! -Olivia levantó la voz por
encima de las sorprendidas protestas-. No se trata de colores. Nunca debió haber sido así. Este debe
ser un lugar en el que no nos separamos por colores. Este debe ser un lugar de respeto. Si no os podéis
respetar los unos a los otros, así como a vuestras habilidades, si no estáis dispuestos a ayudar a que los
demás se entiendan entre sí, entonces este no es vuestro lugar.
-¿Y tú decides todo eso por qué? -insistió Michael-. ¿Quién eres tú, exactamente, para querer
que te hagamos caso? Ya teníamos un sistema que funcionaba jodidamente bien. ¿Quieres que nos
volvamos blandos? Hay una razón por la cual solo nos juntamos con otros Azules: el resto sois tan
jodidamente patéticos que no podéis hacer nada, ni siquiera para protegeros.
Olivia vaciló; sus propias dudas sobre sí misma habían estado bullendo bajo la superficie de su
piel surcada de cicatrices. La duda irradiaba desde ella e infectaba a todos los que estaban cerca.
Parecía languidecer ante mí. Sentí un pequeño estremecimiento de pánico, como un segundo
indeseado latido. Aún no habíamos acabado. Yo necesitaba su ayuda; necesitaba que fuera fuerte.
-El Negro es el color.
Me abrí paso a través de la presión de los recuerdos, dejando que esas palabras me inundaran. Las
oía pronunciadas con suavidad en el acento sureño de Liam, exactamente como había sido cuando las
dijo por primera vez, tantos meses atrás.
Olivia lo comprendió. Yo no necesitaba palabras bonitas para explicarlo, y, la verdad, no había
palabras para describir lo que ese lugar había sido para nosotras. Ahí habíamos estado juntas,
habíamos trabajado juntas, vivido juntas, sobrevivido juntas. East River no había sido solo un campamento, era una idea, un faro. Una creencia. Puede que Clancy haya sido el Huidizo, pero
también lo era cada chico que eludía el sistema. Cada chico que no se quedaba callado. Cada chico que
no se avergonzaba de lo que era.
-Ser listo no significa ser blando -continué-. Puedes quedarte o marcharte, pero recuerda: si
huyes, huyes solo. Y, créeme, es un camino largo y solitario.
-Eso es -dijo por fin Olivia-. Si quieres marcharte, este es el momento. Ten en cuenta, sin
embargo, que a partir de hoy nunca dejarás de huir, no hasta que te atrapen. Nunca.
-Eso es una estupidez -gritó Michael-. No es así como debe ser. Si crees que uno solo de mis
hombres apoyará esta...
-Entonces, lárgate -dijo Olivia-. Si no te gusta, vete. Esto solo funciona si quieres estar aquí.
Coge lo que necesites y lárgate.
Abandoné la pequeña plataforma y me dirigí hacia él. De lejos, Michael me había parecido el filo
de una navaja en una piel de acero, pero ahora podía ver cómo temblaba. Me superaba en altura por
una cabeza, pesaba decenas de kilos más que yo, estaba armado... y nada de eso me importaba. No
tuve que meterme dentro de su cabeza para saber que estaba repasando los hechos de la noche anterior.
Que sus pensamientos giraban en torno a lo que yo le había hecho a Knox.
«Algo que no puedo hacerle a él».
La idea me dio justo en los dientes, deteniendo mis pasos repentinamente. Podía influir en él, eso
ni siquiera estaba en duda. Pero había sido tan franco, tan abiertamente hostil que si ahora lo hacía
cambiar de opinión, su milagroso cambio de perspectiva habría suscitado algunas sospechas. Todos
comprenderían que yo podía hacerles lo mismo a ellos. Todavía seguirían temiéndome, solo entonces
tendrían motivo suficiente para hacer algo al respecto.
Michael me clavó la mirada, respirando con esfuerzo. Olivia se situó detrás de mí al instante, con
los brazos cruzados. Michael se lamió los labios y se lanzó hacia delante, con el viejo rifle
repiqueteando en su costado por la intensidad de su paso.
-No, hombre; venga -dijo otro chico vestido de blanco, cogiéndolo por el hombro-. No es
necesario quedarse.
Michael encogió los hombros, deshaciéndose del agarre del otro chico. Se dirigió rápidamente
hacia la puerta de la plataforma de carga, luego se giró hacia Brett.
-¿Tú también, eh?
-Cuando las cosas van mal tienes que arreglarlas -dijo Brett quedamente.
Solo cinco de los ocho chicos del grupo de caza de Michael lo siguieron, sin decir una sola maldita
palabra, sin coger nada del montón de suministros, sin prestar atención a la oleada de manos que se
extendían en un silencioso adiós. Y solo uno de ellos se volvió para mirarme.
Vi cómo se desplegaba el plan en su mente como si él hubiera abierto un libro y estuviera pasando
las páginas para mí. Volver al campamento por la noche, página, escurrirse en el almacén, página,
descargar toda la munición sobre los chicos dormidos en pequeños grupos, página, los cinco
llevándose los suministros que habíamos traído.
Mi columna se tensó: pasó de hueso al granito y el acero. Sacudí la cabeza y arranqué el plan de su
cabeza.
-¿Alguien más? -preguntó Olivia, mientras examinaba la multitud apiñada que tenía ante ella
-. ¿No? Vale. Entonces pongámonos a trabajar.
Los antiguos ocupantes de la Tienda Blanca habían sido colocados junto a los suministros, dentro de
un círculo de calor producido por el anillo que formaban a su alrededor los contenedores en llamas.
Chubs levantó la vista desde donde estaba, encorvado sobre los hombros de Vida cuando me abrí paso
por el círculo; el humo despertó un oscuro recuerdo tras otro. Respiré hondo, manteniendo una mano
sobre mi boca hasta que el rostro de Mason desapareció detrás de mis ojos y avancé hasta los chicos
dormidos. Los había colocado en dos filas otra vez, esta vez no estaban amontonados unos sobre otros.
-¡Apestas! -gruñó Vida-. ¿Qué, has olvidado el rastrillo en el coche? ¡Échale un poco de agua
y déjalo, joder!
Vida estaba sentada con las piernas cruzadas frente a Chubs, con los codos sobre sus rodillas y el
rostro colocado firmemente entre sus manos. Ahora yo sentía una conmoción cada vez que la miraba;
un feo, pequeño recordatorio de la noche anterior. Cuando regresamos al almacén, a todos nos resultó
evidente que la mayor parte del largo cabello de Vida no podía salvarse. Afortunadamente, se las
había arreglado para apagar el fuego antes de que llegara al cuero cabelludo, pero los extremos azules
se le habían chamuscado y faltaban en algunas partes. Con una única fiera mirada, Vida había extraído
el pequeño cuchillo que Jude había sacado de contrabando de la habitación de depósito y se lo había
cortado ella misma. Su cabello ondulado ahora se rizaba alrededor de sus orejas y su barbilla.
-Con un rastrillo iría más rápido -masculló Chubs-. Sin embargo, supongo que te agrada el
lujo de tener piel en la espalda.
Se lamió el sudor del labio superior. El arduo proceso de eliminar las partes chamuscadas de la
camisa de Vida de la quemadura de sus hombros había comenzado hacía más de una hora y todos
escuchábamos angustiados cómo intentaba desinfectar la zona.
-¡Atrás! -siseó ella-. Hueles peor que un culo sucio.
-¿Qué tal? -pregunté, agachándome junto a él.
-Podría ser mejor -murmuró-, podría ser peor.
-En serio, te voy a matar -dijo Vida con la voz temblorosa por la intensidad del dolor-; te voy
a dar en toda la cara.
La pinza que sostenía la mano de Chubs se detuvo un instante. Él se aclaró la garganta, pero
cuando volvió a hablar el enfado se había evaporado de su tono de voz.
-Por favor. Si eso significa estar lejos de ti durante cinco minutos, te dejaré hacerlo con mucho
gusto.
-Podría ser peor -concilié, mientras miraba alrededor otra vez-. Tengo la lista de todos los
medicamentos que le diste a Jude, pero ¿hay algo más que quieres que busque?
Volvió a dejar el trapo en el agua.
-Gasa estéril para las quemaduras de Vida, cualquier clase de desinfectante, como por ejemplo
almohadillas con alcohol... Cualquier equipo de primeros auxilios completo, si de verdad lo tienen.
-Y ¿qué hay de otros medicamentos? -insistí, obligándome a no mirar la forma inmóvil de
Liam-. ¿Algo para tratar la neumonía?
Chubs se pasó el dorso de la mano por la frente con los ojos cerrados.
-La verdad es que no hay nada más y, aun así, el medicamento funcionaría únicamente si se
tratara de una neumonía bacteriana. Si es vírica y ya está tan mal, ni siquiera estoy seguro de que el líquido intravenoso pueda ayudar.
-¿No hay nada más... ni siquiera en tu libro?
Chubs había insistido en recorrer otra vez todo el camino hasta el coche para buscar una especie de
texto médico que le había dado su padre para controlar la lista de medicamentos.
Negó con la cabeza.
Sentí que el grito me quemaba la base de la garganta. Él no. Liam no. Por favor, no os lo llevéis.
Me pregunté si así era como se habían sentido todos aquellos padres cuando la ENIAA se hizo pública
y comprendieron que había una probabilidad del noventa y ocho por ciento de que sus hijos no
sobrevivieran, sin importar lo que ellos hicieran para ayudarlos.
-¿Cuándo te marchas? -preguntó Chubs-. ¿Quién irá contigo?
-Dentro de unas horas -respondí-. Vendrán la mayoría de los grupos de cazadores, pero se
quedarán algunos chicos. Y Vida.
La imagen del tiroteo en la mente que aquel chico había sido suficiente para preocuparme por
otros posibles planes que pudieran tener para recuperar su antiguo hogar esa noche. Si eran lo bastante
tontos como para intentar algo, tenían asegurada una buena cuota de dolor y trauma.
-Y ¿por qué eso es un consuelo? -preguntó.
Vida extendió una mano hacia atrás, intentando golpear cualquier parte de Chubs que estuviera a
su alcance.
-Se acabó -declaró, levantándose de un salto.
Las tiras de camisa que él había cortado para cubrir sus quemaduras cayeron de su regazo cuando
se lanzó tras ella. La miramos cruzar a trompicones el anillo de fuego que nos rodeaba. Los ojos de
Chubs se entrecerraban un poco más con cada torpe paso que ella daba. Lentamente, cuando hubo
desaparecido en medio de los chicos que se arremolinaban a nuestro alrededor, se volvió para
mirarme.
-Sí -dije-, debes ir a buscarla.
Levantó las cejas desafiándome.
-Se infectará -le recordé.
-Conseguiría que hasta un santo cometiera un asesinato. Uno de esos crímenes con múltiples
puñaladas en el abdomen.
-Qué bueno que tú no eres un santo.
Al oír eso se detuvo y me arrojó el cubo con la toalla y el agua caliente, haciendo una especie de
seña vaga hacia los chicos enfermos que había detrás de nosotros.
-Volveré dentro de cinco minutos. Haz algo útil, intenta que beban agua.
Recorrí las filas de chicos, despertándolos de sus sueños febriles, acercando un vaso de plástico a
sus labios. Salvo abrir sus bocas por la fuerza y verter el agua en sus gargantas, no había mucho que
yo pudiera hacer para hacer que la tragaran. Les limpié las caras lo mejor que pude con un trapo y les
hice una serie de preguntas que comenzaban con «¿te duele?» y acababan con «¿te sientes peor que
ayer?».
Solo uno de los chicos había sido capaz de responder. «Sí», musitó, «sí». A cada pregunta, un «sí»
dolorido y débil.
Una tos aguda atrajo mi mirada hacia el otro lado de la estancia, donde una cabeza familiar, con
los cabellos enmarañados, luchaba por deshacerse de la manta azul claro que lo cubría. Intentaba apoyarse en los codos mientras el pecho le subía y bajaba por el esfuerzo. Me preocupó su agitación,
su respiración superficial, la forma en que sus brazos sacudían su peso.
-Detente -dije, acercándome a él-. Por favor..., está bien, solo recuéstate...
Los ojos de Liam estaban completamente abiertos, con los párpados hinchados y rodeados de
moratones que aún no acababan de desaparecer. Sus brazos cedieron bajo su peso, y, sin pensarlo, lo
cogí por los hombros y lo recliné en el lecho con cuidado. Sus ojos no dejaron de mirarme en ningún
momento. Ahora su azul era algo más pálido, más brillante y vidrioso por la fiebre.
-Con cuidado -murmuré.
Después de tocar su piel ardiente sentí mis manos tan frías como vacías y las retiré.
-¿Qué sucede? -susurró Liam, esforzándose por tragar-. ¿Qué... está pasando?
-Chubs acaba de salir a buscar unas cosas -dije en voz baja-. Vuelve enseguida.
Liam hizo un leve movimiento de asentimiento y cerró los ojos con un suave suspiro. Hice el gesto
de extender la mano para quitarle las puntas rizadas de su cabello de la frente; él se volvió hacia mí y
se obligó a abrir los ojos.
-Eres... increíblemente guapa. ¿Cómo te llamas?
Las palabras surgían de él entre resuellos y silbidos, de una forma que partía el alma, pero su
coherencia me tomó por sorpresa y tardé varios segundos preciosos en responder.
-Ruby -repitió con los tonos cálidos y acariciantes de su acento sureño-. Como Ruby Tuesday.
Qué bueno.
Entonces la expresión de Liam se disolvió por completo. Arrugó el ceño en un gesto de intensa
concentración y sus labios repetían esa única palabra una y otra vez, en silencio.
«Ruby».
Me puse de rodillas a su lado, desplazando el cubo. Coloqué una mano en el suelo, junto a la suya,
cuya palma miraba hacia arriba.
-Ruby -repitió, con los claros ojos nublados-. Tú... Cole dijo... Me dijo que no nos
conocíamos y pensé... Pensé que... era un sueño.
Acerqué el trapo a su rostro y comencé a limpiarlo con suavidad, a quitar de él el polvo y el tizne.
Así estaba bien, pensé. No estaba tocándolo directamente a él. Cuando le pasaba la tela por la barbilla,
la barba incipiente raspaba. Me concentré en la pequeña cicatriz blanca de la comisura de sus labios.
Me concentré en no colocar la mía en ese lugar, sin importar cuánto sentía que me perdía ahí.
-¿Un sueño? -le pregunté, con la esperanza de mantenerlo hablando-. ¿Qué clase de sueño?
No era... No, no era posible. Había visto a la gente quedar confusa después de que yo hubiera
manipulado sus recuerdos, los detalles un poco embrollados, pero me había ocupado de ello y había
borrado cada recuerdo de mí de la mente de Liam. Los había reemplazado por aire y sombras.
En sus labios se esbozó una sonrisa.
-Uno bueno.
-Liam...
-Necesito... ¿Las llaves...? -Su tono de voz se hacía más débil-. Buscaremos... Creo que Zu
está... Está en el pasillo... El que tiene...
«¿Pasillo?».
-No quiero que esos tíos... la vean. Les harán daño, a las dos...
Retrocedí, pero de algún modo la mano de Liam encontró la mía en el suelo y sus dedos se
aferraron a ella, clavándome en el sitio.
-¿Qué tíos? Zu está a salvo; nadie le hará daño.
-El... Walmart... Le dije, le dije que fuera con... Se fue con... No, ¿dónde está? ¿Dónde está Zu?
-Zu está a salvo -aseguré, intentando recuperar mi mano.
Su agarre era persistente, como si intentara obligarme a comprender algo, y, cuanto más se
esforzaba, más difícil le resultaba respirar. Levanté mi mano libre y la puse sobre la mejilla,
inclinándome sobre su rostro.
-Liam, mírame. Zu está a salvo. Debes... debes relajarte. Todo estará bien. Ella está a salvo.
-A salvo. -Las palabras parecían vacías. Liam cerró los ojos-. No te vayas otra vez -susurró
-. No te vayas... donde no puedo seguirte, por favor, por favor, otra vez no...
-Me quedaré aquí mismo -respondí, acariciándole el mentón con el pulgar.
«Debes dejar de hacerlo. Debes marcharte. Ahora mismo».
-No mientas -murmuró él, al borde del sueño-. Este es... un lugar en el que no necesitamos...
Al ponerme de pie de un salto, mi visión se quedó en blanco, con un montón de puntos y un
palpitante torrente de sangre. Me llevé la mano a la boca y esperé que mi vista retornara, mientras
intentaba no tropezar con los chicos que tenía cerca. Sabía qué era lo que había intentado decirme. Ya
había oído esas palabras, me las había dicho a mí misma, pero había... No era posible...
«Este es un lugar en el que no necesitamos mentir».
-¿Ruby?
Vida y Chubs estaban de pie frente a los contenedores, mirándome con expresiones de
preocupación. ¿Cuánto llevaban ahí, escuchando? Chubs dio un paso hacia mí, pero yo lo detuve con
un gesto.
-Estoy bien, él solo...
Me puse en cuclillas y coloqué la cabeza entre las manos, obligándome a realizar dos inspiraciones
profundas para tranquilizarme.
Imposible.
-¿Estás segura? -repitió Chubs, con una voz más fría que antes-. ¿Has acabado ya con este
juego?
Asentí, sin apartar los ojos de mis pies. Tenía el estómago revuelto. Oí a Liam luchar con la manta
que se le había enredado entre las piernas y mi mente se estremeció súbitamente.
-¿Crees que está bien tratarlo con dulzura ahora y confundirlo aún más? El plan sigue siendo
coger la memoria USB y marcharnos en busca de la Liga, ¿no es así? -preguntó-. ¿Qué pasará
cuando despierte?
-Ella irá por ahí deprimida y fingirá que nunca lo ha visto en todos los tristes y lamentables años
de su vida -dijo Vida, sentándose a pocos pasos de distancia-. Porque esta es la Operación «cógela
y vete». Ruby sabe que esto no es otra cosa, ¿no es verdad? Dijo que no permitiría que sus
sentimientos se confundieran al respecto, ¿no es así?
Tragué con dificultad.
-Lo sé. Podéis... ¿Le explicaréis por qué estamos aquí?
-¿La verdad? -dijo Chubs, con voz tajante.

Comenzó como una simple tos, pero reconocí el primer jadeo como lo que era. Liam luchaba con
sus mantas intentando llevarse las manos a la garganta mientras se esforzaba por respirar. Succionaba
el aire e intentaba girarse de lado, pero no conseguía rodar sobre su hombro. No había forma de saber
quién de nosotros se movió primero. Cuando llegué al lado de Liam, Chubs también estaba ahí,
levantando a su amigo para impedir que se ahogara.
-Está bien -dijo Chubs, inclinándose para darle palmaditas en la espalda. Su tono de voz era
calmado, pero tenía la frente perlada de sudor-. Respira poco a poco. Estás bien. Estás bien.
Pero no parecía estar bien. Parecía que...
«Va a morirse». Mis manos me retorcían el pelo. Después de todo lo pasado, Liam iba a morir ahí,
de esa forma, luchando y perdiendo, y alejándose hacia un lugar donde yo no podría encontrarlo.
-¿Agua? -preguntó Vida al llegar renqueando con una botella de plástico en la mano.
Detestaba el destello frío de sus ojos. Su veredicto sobre la enfermedad de Liam y la mirada de
pena que me dirigió.
-No -respondió Chubs-, podría obstruir sus vías respiratorias. Ruby. Ruby..., estará bien. Lo
mantendré despierto y me aseguraré de que cambie de posición. Necesito esos medicamentos.
Necesito líquidos, calentadores, cualquier cosa. Rápido.
Asentí con la cabeza, agarrándome el pelo, obligándome a respirar una bocanada húmeda tras otra.
-¡Ru! -La voz de Jude llegó flotando hasta nosotros un momento antes de que apareciera en el
borde de las hogueras; sostenía algo que parecía una chaqueta-. ¡La he encontrado, la he encontrado,
la he encontrado!
Los tres lo hicimos callar.
-¡Ven! -le indiqué con un gesto, y cogí la chaqueta antes de que se prendiera fuego
accidentalmente.
Solo había echado un rápido vistazo al abrigo en los recuerdos de Cole, y, aun así, había estado
semioculto por las sombras que se arremolinaban en aquel lugar; este se le parecía bastante, aun
cuando no era negro. La chaqueta era gris oscura, de lona impermeable, con un forro de franela. Pese a
estar lejos de su dueño actual, aún olía a él: pino, humo y sudor. Sentí los ojos de Vida y de Chubs
sobre mí mientras recorría las costuras con los dedos, hasta que encontraron el bulto duro y
rectangular que Cole había cosido dentro de la tela oscura.
-Tiene razón. -Le pasé la chaqueta a Vida-. Déjala ahí, de momento; la sacaremos antes de
marcharnos.
Mi mirada se volvió hacia el rostro ceniciento de Liam, que se retorció con el esfuerzo de una
nueva tos, pero ahora el sonido me parecía más fuerte, como si de algún modo la obstrucción se
estuviera reduciendo. Jude revoloteaba junto a mí, enterándose de todo. El orgullo que resplandecía en
su rostro se desvaneció. Sus manos se cerraron sobre mis hombros, bien para sostenerse, o bien para
sostenerme. Para sostenernos a ambos, supongo.
-¿Puedes ir a decirle a Olivia que estaremos listas cuando ella lo esté? -le pedí-. Y... eh... -
Le cogí la camisa por detrás-. Consíguete algo más abrigado, ¿vale?
Un torpe saludo fue todo lo que recibí a cambio. Vida levantó las cejas mientras él se alejaba con
un petulante «¡suerte con eso!» en su rostro. Tal vez Vida tenía razón y debí haberlo obligado a
quedarse, pero no había forma de saber con qué clase de tecnología nos encontraríamos. Puede que no fuese capaz de acertarle a un objetivo a medio metro, pero, como Amarillo que era, Jude había sido
entrenado específicamente para vérselas con cerraduras electrónicas y sistemas de seguridad.
Ayudé a Chubs a bajar a Liam al suelo, pero él me cogió las manos antes de que pudiera retirarlas.
Su mirada pasó del rostro pálido de su amigo al mío.
-¿Esto es realmente mejor que si simplemente os hubierais quedado juntos?
Yo me encogí.
-¿Crees que quizá sobrestimaste su capacidad para cuidar de su pobre culo sin nosotros? -
preguntó Chubs-. ¿Solo un poco?
No era mejor, pero tampoco era necesariamente peor. Chubs podía rascar esa costra todo lo que
quisiera, señalando cada vez que la herida había comenzado a sangrar de nuevo, pero él no lo entendía.
El Liam que teníamos delante era un reflejo del mundo en el que estábamos obligados a vivir, y, por
más cruel y duro que eso fuera..., por lo menos no era el Liam en el cual la Liga lo hubiera
convertido: un reflejo violento e implacable de cómo pensaban ellos que debería ser el mundo.
-Esto no me gusta.
-Lo sé -susurré.
Me incliné sobre la forma torcida de Liam para poner mis brazos alrededor del cuello de Chubs. Si
mi acceso de cariño lo sorprendió, no lo demostró. En lugar de ello, me dio unas suaves palmaditas en
la espalda antes de regresar a finalizar su trabajo con Vida.
-Me enloqueces tanto como una bolsa de gatos, pero, si algo llegara a sucederte, me volvería loco
de verdad. ¿Estás segura... cien por cien segura de que sabes lo que haces?
-Sí -respondí. Desafortunadamente-. He recibido entrenamiento, ¿lo recuerdas?
Su boca se torció en una sonrisa sin gracia.
-Y pensar que cuando te encontramos...
Chubs no necesitó terminar la oración. Sabía lo que era cuando los encontré: una muchacha
aterrorizada que había sido destrozada mucho tiempo atrás. No tenía nada, a nadie, ni ningún lugar
real donde ir. Puede que aún estuviera hecha pedazos y que lo estuviera para siempre; pero ahora, al
menos, me iba componiendo lentamente, poniendo las piezas irregulares en su lugar, de una en una.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora