Capitulo 5

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CAPÍTULO CINCO
En vez de dirigirme hacia el atrio, subí por las escaleras a la planta superior, seguí el pasillo curvado
del segundo piso hasta los vestuarios, me duché y me cambié de ropa. El Cuartel General estaba frío y
sucio como siempre, pero sentía pegajoso y caliente cada centímetro de mi cuerpo, como si estuviera
al borde de la fiebre. Unos pocos minutos bajo el agua helada me ayudarían a aclararme las ideas.
Podría aprovechar aquel raro silencio para tratar de idear algún tipo de plan para asegurarme de que
alguno de nosotros estaba con Jude en todo momento.
Las luces ya estaban encendidas cuando entré. Tenían sensores automáticos de movimiento, lo que
significaba que alguien hacía poco que había entrado o salido. Me quedé completamente inmóvil, con
la espalda apoyada en la puerta, escuchando el constante goteo de un grifo en algún lugar al otro lado
de la habitación. No había nadie en las duchas; todas las cortinas amarillas estaban descorridas, y pude
oír el chirrido de los grifos o la explosión habitual del agua a presión.
Lo que oí era muy un sonido muy leve, casi imperceptible bajo el goteo. Un golpeteo constante,
como una bota contra el cemento, y un ruido, como alguien pasando una página…
Caminando con mucho sigilo, tomé el camino más largo que rodeaba las taquillas, y cuando llegué
a la esquina entré en la siguiente fila larga de reluciente metal plateado.
Sentado en el banco y con una carpeta en las manos, Cole no levantó la mirada. Pude ver el dibujo
familiar del croquis de la valla eléctrica de Thurmond mientras pasaba la página.
—¿Crees que Caledonia se parecía mucho a esto?
Todos los músculos de mi espalda se tensaron, obligándome a mantenerme de pie cuando la visión
de él fue suficientemente clara como para que me dieran ganas de hundirme en el suelo. Apreté los
puños a los costados y respiré hondo.
—No —dije—. El campo de Caledonia era más pequeño. Lo reformaron a partir de una antigua
escuela de primaria. Pero algunos de los detalles son iguales.
Él asintió con aire ausente.
—Thurmond, hombre —dijo, metiendo un dedo en la llaga—. Vi algunos bocetos rudimentarios
un par de años atrás, pero nada con tanto detalle como esto. Los agentes que tuvimos allí no llegaron a
ver la mitad de estas cosas, ni siquiera Connor.
Me quedé exactamente donde estaba, cerca de las taquillas, a la espera de que se marchara.
—Alban nos ha dado estas copias en la reunión de personal sénior de esta noche —dijo Cole—.
Cate se levantó para excusarse a media reunión. ¿Alguna idea de por qué?
No dije nada. En realidad, tenía una idea. Cate había estado tratando de mantenerme lejos de esta
pista desde hacía meses. Tuve que darle la carpeta a Alban cuando ella no estaba cerca.
—Y yo que pensaba que eras una lectora de mentes —dijo con una risita.
Los músculos de Cole todavía estaban tensos, y era obvio que estaba sufriendo una gran cantidad
de dolor mientras se levantaba. Inclinó la cabeza hacia las duchas.
Lo seguí a una de las cabinas de las duchas. Los anillos de la cortina crujieron mientras él cerraba
el plástico barato detrás de nosotros, sobresaltándome y haciendo que pegara la espalda contra la pared de cemento. El espacio era muy reducido, y ya me sentía incómoda cuando él se inclinó hacia
mí, la cara amoratada a pocos centímetros de la mía, para abrir el grifo de la ducha.
—¿Qué haces? —le pregunté, tratando de abrirme camino por delante de él.
Me agarró por los hombros y me mantuvo a su lado bajo el chorro de agua. Estábamos empapados
antes de que Cole comenzara a hablar.
—Las duchas son el único lugar del Cuartel General que no está monitorizado. No quiero correr el
riesgo de que las otras cámaras de la habitación puedan registrar nuestra charla.
—No tengo absolutamente nada que decirte —le dije, tratando de salir.
—Pues yo sí tengo mucho que decirte a ti.
Cole levantó ambos brazos para retenerme y casi perdió el equilibrio. Inestable, no podía ejercer
demasiada fuerza, estaba cansado y era un blanco fácil. Lo empujé con el hombro, pero debí de dejar
entrever mi plan porque me cogió un brazo y me lo retorció hasta que los músculos me ardieron y
sentí que me estallaban las articulaciones. Su piel estaba caliente, como si tratara de fundir su sangre
encendida con la mía.
«Es uno de ellos, es uno de ellos, es uno de ellos».
—¡Cálmate! —ladró, apretando más—. ¡Contrólate! ¡No voy a hacerte daño! ¡Quiero hablar de
Liam!
Cole relajó su puño de hierro en mi brazo, y luego dio un paso atrás, levantando las manos.
Todavía me costaba respirar cuando me di la vuelta. El agua nos pareció una buena barrera que
ninguno de los dos estaba dispuesto a cruzar. El vapor se enroscó alrededor de mis zapatillas de
deporte empapadas, luego de mis rodillas, y después empecé a respirar aquel aire húmedo y caliente
que me presionaba contra el pecho.
—¿De Liam? —dije, cuando recuperé el control de mí misma. Entonces Cole me lanzó una mirada
exasperada, y supe que el juego había terminado—. Tú lo trajiste de nuevo —añadí con un hilo de voz
—. Hice todo lo posible para asegurarme de que él estaría a salvo.
—¿Seguro? —Cole se rio, pero sin una pizca de humor—. ¿Crees que enviar al pobre idiota al
mundo exterior para ser capturado o asesinado era un acto de bondad? Tiene suerte de que yo aún
compruebe nuestro procedimiento de contacto, de lo contrario los dispositivos de seguimiento ya
habrían dado con su culo y lo habrían devuelto al campamento.
No pude evitarlo, apreté los puños.
—¿Cómo lo obligaste a ayudarte?
—¿Por qué supones que le he obligado nunca a hacer nada, cariño?
—¡No me llames así! —le espeté.
Cole levantó sus finas cejas.
—Supongo que eso responde a mi pregunta acerca de por qué mentiste a Alban. El cuidado que has
tenido de no explicar casi nada de lo que sabes de mi hermano.
Ahora era mi turno de estar sorprendida.
—¿Cate no te lo dijo?
—Tenía mis sospechas, pero no había ninguna mención de él en su archivo. —Cole ladeó la
cabeza, un gesto muy propio de Liam, y se dio golpecitos contra la pierna con el segundo y el tercer
dedos de la mano izquierda; un tic nervioso, tal vez—. Alban parece tener una idea, pero los demás no.
Se inclinó hacia fuera del chorro, y buscó un punto de apoyo. Seguía sufriendo, pero una punzada de orgullo le impedía demostrarlo. Algo típico de los Stewart.
—Mira, él no trabajaba conmigo. Esa noche, cuando lo viste, era la primera vez que lo veía desde
que se separó de la Liga, hace años. Creamos un procedimiento de contacto para casos de emergencia,
que utilizamos. Pensé que era una situación de vida o muerte, de lo contrario nunca le habría dicho
cómo encontrarme.
—¿Porque estabas en una Operación encubierta? —le pregunté—. ¿Qué demonios hay en esa
unidad flash? Nunca he visto a Alban tan nervioso. —Cole mantuvo los fijos en los míos y, como yo
estaba tan furiosa, fui capaz de aguantarle la mirada—. Dime.
Dejó escapar un largo suspiro, y se frotó el cráneo con los dedos vendados. Ellos le habían roto
todos y cada uno de los dedos de su mano izquierda para tratar de sacarle información. Alban me lo
había explicado con no poca satisfacción.
—¿He de suponer que vuestra Operación, fuera lo que fuera, terminó viéndose interceptada y por
eso irrumpieron en tu apartamento?
Cole me miró ofendido por la sugerencia.
—Diablos, no. Mi tapadera era impecable. Me podría haber quedado allí para siempre y nadie
habría sospechado nada. Me atraparon porque el dispositivo de seguimiento que iba detrás de Lee lo
vio ir a mi apartamento para decirme que ayudara a un niño Psi fugitivo. Nada de eso habría sucedido
si no hubiera aparecido. ¡Aún me quedaban tres horas para ser evacuado!
—Está bien, pero todavía no me has dicho qué demonios estabas haciendo en Filadelfia. Quiero
saber lo que hay en esa unidad flash y por qué no pudiste encontrarla. Eso es lo que estabas buscando,
¿verdad?
—Sí —dijo por fin—. Eso es lo que estaba buscando. El idiota se la llevó sin siquiera darse cuenta.
Me resistí a creerlo.
—¿Qué?
—Yo tenía mi tapadera en Leda Corporation, donde trabajaba como técnico de laboratorio en la
investigación sobre los Psi que encargó Gray. Has oído hablar de ese programa, ¿no? —Esperó hasta
que asentí antes de continuar—. Mi objetivo inicial era mantenerme alerta sobre cómo iban las cosas.
Alban quería saber qué tipo de pruebas estaban haciendo y si habían descubierto algo, pero también se
supone que debía informar si yo pensaba que era posible sacar a algunos niños del programa.
—Lo hiciste —le dije, ligando cabos tan rápido que hasta a mí me sorprendió—. Nico. Ese era el
programa de pruebas en el que estaba él.
Cole se encogió de hombros bajo el chorro de agua.
—Él era el único que estaba… lo bastante fuerte como para sacarlo. Los otros eran solo… No
puedo describírtelos sin que suene a película de terror.
—¿Cómo conseguiste sacarlo?
—Simulando que sufría un paro cardíaco y moría —dijo—. Los del laboratorio llamaron al
«servicio de recogida», pero la Liga lo recogió en primer lugar.
Mi cerebro iba a toda velocidad, valorando una posibilidad horrible tras otra.
—¿Así que la información que había en la unidad flash era la investigación que robaste?
—Sí, algo por el estilo.
—¿Algo por el estilo? —repetí incrédula—. ¿Y yo ni siquiera he llegado a saber lo que hay en esa estúpida cosa?
Dudó el tiempo suficiente como para que yo estuviera segura de que en realidad no me lo iba a
decir.
—Piensa en ello, ¿qué es lo único que quieren saber todos los padres de un niño muerto? Lo que
los científicos siguen buscando después de tantos años.
La causa de la enfermedad Psi.
—¿Tú has…?
No. Él no bromeaba. No sobre aquello.
—No puedo darte detalles. No tuve tiempo de ver cuál era la información antes de descargarla,
pero escuché la charla en el laboratorio la tarde en que llegaron a la conclusión de sus experimentos.
Tenían la prueba de que el Gobierno es el responsable de todo esto. —Cole apretó los puños—. A
pesar del hecho de que cerraron el laboratorio y silenciaron permanentemente a todos los científicos el
día después de que yo fuera apresado por las FEP, debería ser prueba suficiente para la mayoría de la
gente.
—¿Se lo contaste a Alban? —le pregunté.
No era de extrañar que estuviera tan desesperado.
—No hasta que volví y tuve que inventarme una excusa de por qué habían descubierto mi tapadera.
Le dije que lo había descargado, pero que tenía algún sistema de seguridad. Estoy seguro de que mi
orgullo se recuperará de eso dentro de unos mil años. —Cole suspiró—. Tenía miedo de que, si le
decía lo que tenía, los agentes de aquí descubrirían cómo usarlo antes de que yo volviera con él. —
Cole tamborileó su muslo con los dedos—. No podía decírselo y arriesgarme a que las noticias
llegaran antes que yo. Como estaba desconectado del Cuartel General, vi que las cosas estaban
cambiando. La gente que conocía y en la que confiaba estaba siendo trasladada a las otras bases, y las
personas que no me gustaban, de repente, estaban al lado de Alban. Eso fue suficiente para hacer que
me sintiera un poco incómodo, ¿sabes? —Asentí con la cabeza—. Sabía que si tenía algo real que
ofrecerle Alban —continuó Cole— tendría una buena posibilidad de poder superar a los agentes que
trataban de cambiar la Liga. Pero si corría la voz, si se sabía lo que era, serían capaces de comenzar a
planear maneras de usarlo. Esa información es la moneda que necesitamos para rescatar este tugurio
de las malas semillas, para convencer a Alban de que siga con nosotros. Es el único medio de
vencerles en la mesa de reuniones cuando su plan les empiece a parecer la única opción real que
tenemos.
Ráfagas aleatorias de la discusión entre Rob y Alban me inundaban ahora los oídos. «Gran
declaración. Niños. Campamentos».
—Si esa información es tan importante, ¿cómo pudiste sacarla de Leda?
—Cosí la maldita unidad flash al forro de mi chaqueta. Como yo era del equipo de seguridad, salí
del edificio con ella, y mis amigos de allí no sintieron la necesidad de cachearme. Sabía que alguien
alertaría de la descarga de los archivos, pero usé uno de los identificadores de red de los científicos —
dijo—. La cosa más fácil que jamás había hecho en mi maldita vida. En el momento en que dudaran
de mi inocencia, ya estaría lejos. Hasta que mi «precioso» hermanito pequeño vio a las FEP que se
dirigían hacia mi apartamento mientras yo estaba haciendo la comida para los dos. Él se escapó y
cogió mi chaqueta por error.
Si Cole no pareciera tan enfadado consigo mismo por eso, no hubiera estado segura de haberle creído. Me debatía entre la risa y golpearle la cabeza contra la pared de hormigón de detrás de
nosotros.
—¿Cómo pudiste ser tan estúpido? —le pregunté—. ¿Cómo pudiste cometer un error tan tonto?
Has puesto su vida en peligro.
—Lo importante es que todavía podemos conseguir recuperar la información.
—Lo más importante… —Yo estaba casi demasiado indignada para por encadenar una oración
entera—. La vida de Liam es más importante que esa estúpida unidad flash.
—Vaya, vaya. —Una sonrisa salvaje apareció en el rostro de Cole—. El hermanito pequeño tiene
que besar bien.
La rabia se encendió en mí tan rápido, tan fuerte, que me olvidé de darle una bofetada.
—Vete al infierno —le dije, y traté de salir de allí embistiéndole.
Cole me agarró de nuevo y me empujó hacia atrás, riéndose entre dientes. Mi mano se crispó. Ya
veríamos quién se reía cuando le friera el cerebro.
Esa misma idea debió de pasarle por la cabeza, porque Cole me soltó y dio un paso atrás.
—¿Has podido al menos establecer contacto con él desde que volviste? —le pregunté.
—Está fuera de mi alcance —dijo Cole, cruzando los brazos sobre su amplio pecho. Los dedos de
su mano izquierda repiquetearon contra el brazo derecho—. Lo gracioso de él es que no tiene ni idea
de la carga que lleva encima: no puedo predecir dónde podría estar o tratar de ir. Esto significa que ese
pequeño idiota es casi imposible de rastrear, aparte de suponer que todavía está tratando de encontrar
a nuestra madre y a nuestro padrastro. La teoría del caos en su máxima expresión.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
—Porque tú eres la única que puede hacer algo al respecto. —El vapor se elevó y Cole desapareció
en él—. Escúchame. Estamos jodidos. La Liga no me deja salir del Cuartel General. Ni siquiera voy a
poder llevar a cabo Operaciones, así que ni te hablo de rastrear la costa este en busca de un fugitivo.
En cuanto se den cuenta de que nuestro pequeño informante de ficción no es real, empezarán a barajar
las otras opciones. Y lo primero que harán es preguntarse: ¿quién es la única persona a la que conocen
estos dos extraños? Se preguntarán: ¿quién es esta chica para que haya que protegerla?
Enfadada, crucé los brazos. Cole bajó la mirada, sus ojos se movieron hacia donde mi camisa
mojada se adhería a mis pechos, así que aún levanté más los brazos. Dejó escapar un murmullo
reflexivo, y una sonrisa distraída le cruzó el rostro.
—Tengo que decirte que en realidad no eres su tipo. A mí, en cambio, sí que me…
—¿Sabes lo que pienso? —le dije, dando una paso hacia él.
—En realidad no, querida, pero tengo la sensación de que voy a escucharlo de todos modos.
—En el fondo estás mucho más preocupado por Liam que por la información. Quieres que lo
encuentre para asegurarte de que está bien. Esa es la verdadera razón por la que me lo pides a mí en
lugar de a otra persona.
Cole se rio, burlón. Con el vapor de agua se le había pegado la camisa a la piel, y era imposible no
mirar a las fuertes líneas de sus hombros mientras se movía.
—Claro, está bien. Sigue con esa teoría, pero ¿puedes dejar de pensar en mi hermano con esos ojos
soñadores durante dos malditos segundos y concentrarte un poco? No se trata de él o yo, sino de
asegurarnos de que controlamos la información para poder llevársela a Alban y cerrarles la puerta en las narices a Meadows y a todos sus amiguitos. No tienes ni idea de qué clase de mierda quieren
empezar a hacer en la organización, lo que os harían a vosotros, a todos los niños, si se salieran con la
suya. Y lo harán, si no encontramos la manera de adelantarnos a ellos.
«¿Crees que podemos seguir con esto sin hacer una gran declaración?». Las palabras de Rob
resonaron de nuevo en mi cabeza.
—¿Qué están planeando? ¿Tiene que ver con nosotros y los campos?
El agua empezó a correr de manera intermitente entre nosotros, el contador de tiempo que habían
instalado para limitar el uso de agua caliente se apagó. El agua seguía fluyendo, pero se fue enfriando
hasta llegar a la habitual temperatura helada. Y ninguno de los dos se movió.
—Su gran idea —comenzó a contar Cole con su tono de voz quebradizo— es usar a algunos de los
niños «no esenciales» y la información que les diste sobre los campos. Ya sabes, los demasiado
jóvenes para ser activados, algunos de los Verdes.
—¿Para qué? —le exigí.
—En tu informe dijiste que no buscan ni cachean a los niños que supuestamente están
preseleccionados como Verdes, ¿no? —Esperó hasta que asentí para continuar—. Eso fue corroborado
por uno de los otros niños que sacamos de un campo más pequeño. Meadows piensa que sus
procedimientos de seguridad en las admisiones se han relajado en los últimos años, ya que quedan
muy pocos niños fuera de los campamentos, y que cada vez llegan menos. Eso, y que las FEP están
controlando cada vez mejor los campamentos más grandes.
—Eso es cierto —le dije.
Me había dado cuenta de que la cantidad de soldados había disminuido en los últimos años en
Thurmond a medida que el campamento iba llegando a su máxima capacidad, y que se centraban
mucho más en los recién llegados. Pero la disminución de los individuos solo se traducía en una
cantidad cada vez mayor de armas y de la predisposición a bombardearnos con Ruido Blanco cada vez
que alguien parecía a punto de actuar.
—Él piensa… —Cole se aclaró la garganta, presionándosela con la mano buena—. Meadows
quiere atar explosivos a los niños. Devolvérselos a las FEP, y detonarlos cuando sean conducidos a los
campos. Cree que así provocará suficiente miedo y descontento entre las FEP como para conseguir
que ya no utilicen sus servicios.
No oí la última parte, no del todo. Una interferencia en mis oídos consumía cada sonido, cada
pensamiento, todo menos mi frenesí de ideas.
—Si crees que vas a desmayarte, sienta el culo en el suelo —me ordenó Cole—. Te lo he contado
porque ya no eres una niña, eres una adolescente, y necesito tu ayuda. Sé que no querías que sucediera
esto, pero estás metida en ello. Hasta el cuello. Eres tan responsable de corregir esto como el resto de
nosotros.
No me senté, pero las manchas oscuras en mi visión empezaron a crecer, expandiéndose,
tragándose su rostro.
—Los otros agentes… ¿también quieren hacerlo?
—No todos —dijo—, pero sí los suficientes para que si Alban no estuviera aquí no hiciera falta
siquiera preguntárselo a nadie. Y ahora lee entre líneas.
«Oh, Dios mío».
—Cate lo sabía, pero… ¿todavía está con él? ¿Por qué iba a estar con alguien que pudiera siquiera pensar en algo así?
—Connor es una mujer inteligente. Si está con él, es por alguna razón, y probablemente no la que
piensas. Los dos hemos visto cómo maneja las cosas Meadows.
—Entonces ¿sabrás que Jarvin «manejó» a Blake Howard? —le pregunté—. Le disparó al chico
por la espalda en la Operación de anoche.
—¿Lo sabes con total seguridad? —exigió saber—. ¿Tienes alguna clase de prueba?
—Las grabaciones de las cámaras de seguridad —le dije—. Las descargamos antes de que nadie
pudiera borrarlas de forma remota desde aquí.
—Guárdalas, por ahora. Cuando tengamos también la unidad flash con la información, también se
lo daremos a Alban. Y a Nail Meadows y a los demás dentro de sus ataúdes.
—Aún no puedo asegurarte nada.
—Me estás matando, chica —dijo él, entornando los ojos de nuevo—. Encontrarás a Liam. Y
recuperarás la unidad flash con la información y la traerás aquí. Nunca he dudado de ello. Porque, mi
Joyita —dijo Cole, sonriendo cuando entorné los ojos ante mi nuevo apodo—, sé que no quieres que
Alban averigüe lo que sucedió realmente y que Liam se vea involucrado, y sé que no quieres darle
ninguna razón para que acepte el plan de Meadows. Y me aseguraré de que Alban le presta atención a
la liberación de los campamentos; de la manera correcta, la que le sugieres en el informe. Eso es lo
que has hecho, después de todo este tiempo, ¿verdad? Esa es la razón por la que has recopilado toda
esa información para él, ¿no? Sé que no tiene nada que ver con la forma en que Meadows le ha dado la
vuelta para ponerlo todo en tu contra.
«Puedes encontrarlo». La parte más fría, más tranquila y más racional de mi cerebro era muy
poderosa. «Puedes verlo de nuevo. Puedes asegurarte de que esta vez llegue a casa. Y puedes ayudar a
todos los niños. A todos ellos».
—Si acepto, quiero garantías de que no voy a ser reprendida cuando regrese de este pequeño viaje
de placer. Y tienes que jurármelo, porque, si faltas a tu palabra, te fundiré el cerebro hasta que no seas
más que un charco de babas y mocos. ¿Entiendes?
—¡Esta es mi chica! —exclamó Cole—. ¡Esta es mi Joyita! Veré si puedo colarte en la próxima
Operación en el este. Tendrás que ser creativa para deshacerte de la Cuidadora que manden con
vosotros, pero creo que estás lista para el reto. La dirección es 1222 West Bucket Road, Wilmington,
Carolina del Norte. ¿Lo recuerdas? La cosa empieza allí. Lee es un animal de costumbres, y tratará de
volver a casa para ver si nuestro padrastro dejó alguna pista sobre el lugar hacia dónde se dirigían.
Respiré hondo. Mi cuerpo estaba completamente inmóvil, pero todo dentro de mí parecía galopar,
mi corazón, mis pensamientos, mis nervios.
—Puedes hacerlo —dijo Cole en voz baja—. Sé que puedes. Estaré protegiéndote las espaldas todo
el camino.
—No necesito tu protección —le dije—, pero Jude sí.
—¿El flaco? Claro. Le echaré un ojo.
—Y a Vida y a Nico.
—Tus deseos son órdenes para mí. —Cole hizo una pequeña reverencia cuando abrió la cortina y
salió. Cerré los ojos, tratando de olvidar la familiar inclinación de su sonrisa y la forma en que hacía
que sintiera que me iba a explotar el pecho—. Es un placer hacer negocios contigo.
—Eh —dije de repente. Si alguien podía saberlo, era otro agente encubierto—. ¿Has oído hablar de
una Operación a la que llaman Nevada? ¿Una agente llamada la Profesora?
—Creo que he oído hablar de Nevada, solo que se trataba de un proyecto que estaban llevando a
cabo en Georgia. ¿Por qué? ¿Quieres que lo investigue para ti?
Me encogí de hombros.
—Si tienes tiempo.
—Tengo todo el tiempo del mundo para ti, Joyita. Confía en mí.
Yo todavía estaba allí de pie cuando la puerta del vestuario se cerró de golpe y las últimas gotas de
agua cayeron a mis pies.
Pasaron dos largas y tortuosas semanas antes de que encontrara la carpeta roja en mi casillero.
Sentí cada segundo que pasaba, a lo largo de la rutina diaria cuidadosamente estructurada de
entrenamiento, alimentación, entrenamiento, comida, cama. Mantuve la cabeza gacha y los
pensamientos en movimiento. Tenía demasiado miedo de mirar a nadie a la cara por la remota
posibilidad de que vieran en mi expresión la culpabilidad o lo que estaba planeando. Casi lloré, de
alivio y pánico, cuando vi la carpeta de la Operación en lo alto de mi pequeño montón de libros.
El vestuario rugía a mi alrededor, todos especulaban, y las voces se superponían unas a otras.
Alguien había sido lo suficientemente valiente o estúpido durante la lección del día como para
preguntarle al instructor Johnson qué habían hecho con el cuerpo de Blake y si haríamos algún tipo de
ceremonia para él. A Nico le habían entrado náuseas, pero Johnson se había limitado a hacer un gesto
con la mano, pasando de la pregunta.
La líder del Equipo Dos, una Azul llamada Erica, daba en voz demasiado alta su opinión, decía que
todavía estaba en la enfermería y que estaban examinando el cadáver, y otra, una Verde llamada
Jillian, insistía en que ella había visto cómo se lo llevaban en una bolsa de plástico por el Tubo unos
pocos días antes.
—Es evidente que lo han enterrado —dijo.
Me quedé de pie junto a mi taquilla, leyendo la carpeta protegida por la puerta. Podía oír a Vida a
unos pocos metros de distancia, riendo a carcajadas de algo que le estaba contando otro Azul. Cuando
me volví, estiré el cuello, tratando de mirar en su taquilla. Bueno. No había nada más que el montón
desordenado de camisetas que tenía allí metidas. Ella estaría aquí. Y Jude y Nico estaban siempre
cerca de ella, así que nadie intentaría nada con ella allí, ni siquiera Jarvin. Aquella abeja tenía mucho
aguijón.
Abrí la carpeta de nuevo, dejando que mis ojos recorrieran cada línea. Que sea en la Costa Este,
pensé, por favor en el este… Podría llegar a Carolina del Norte mucho antes desde Connecticut que
desde Texas o desde el norte de California.
Identificación de la Operación: 349022-A
Fecha y hora: 15 dic. 13:00
Localización: Boston, MA
Massachusetts. Podía trabajar a partir de eso. Algunas de las líneas de tren todavía funcionaban bien.
Objetivo: sacar al Dr. P. T. Fishburn, director de administración del Departamento de Genética y Enfermedades
Complejas de la Facultad de Salud Pública de Harvard; deshabilitar laboratorio.
El estómago me dio un vuelco: «Sacar», es decir, que tendría que interrogarle en Boston, en una casa
franca de la Liga, o, si resultaba ser poco cooperativo, lo llevarían a la base más cercana y lo haríamos
allí. Ese sería mi trabajo. Y «deshabilitar», es decir, freír, destruir, demoler, sería el trabajo del equipo
táctico.
Equipo táctico: Grupo Beta
Psi: Mandarina, Sol
Cuidador: TBD
—Oh —susurré, sintiendo que se me iba de las manos—. Oh, no.
Dejé la carpeta en mi armario, cerré de golpe y me recogí el pelo mojado hacia atrás, en un moño
suelto. Estaba fuera antes de que nadie pudiera darse cuenta de que me había ido. Eran las tres de la
tarde; si Cate no estaba en una reunión, estaría en su habitación o en el atrio.
De mi pelo cayó una gota de agua sobre mi mejilla que me limpié con enojo, mientras me abría
paso entre las tiras colgantes de plástico que supuestamente estaban allí, en teoría, para ayudar a aislar
el poco calor que teníamos dentro del Cuartel General. Miré hacia los techos bajos para evitar el
contacto visual con cualquier otro grupo de agentes, haciéndome a un lado para dejarlos pasar cada
vez que me cruzaba con alguno de ellos.
Al oír los pasos que me seguían perfectamente sincronizados con los míos, se me erizó el vello de
la nuca.
Había alguien detrás de mí. Y me seguía desde que salí del vestuario.
Los pasos pesados y su manera gutural de tragar aire me hicieron pensar que era un hombre. Miré
hacia arriba al pasar por debajo de una de las vigas de acero, pero quien me seguía lo hacía por la
derecha. No podía ver su reflejo, pero podía notarlo detrás de mí. A lo largo de aquel frío y húmedo
pasillo, sentía cada gramo de su odio hacia mí, recorriéndome la columna vertebral.
«No mires —pensé, apretando la mandíbula—, sigue adelante». No era nada; mi mente me estaba
jugando una mala pasada, como le encantaba hacer. «No es nada. No es nadie».
Pero pude notar que se inclinaba detrás de mí, y que sus dedos estaban tratando de alisar mi piel de
gallina. Nada podía detener la repentina aceleración de mis latidos. Yo sabía qué podía hacer, y tenía
la formación suficiente como para combatir contra quien fuera, pero en lo único que podía pensar era
en el calzado de Blake Howard colgando de los dedos de sus pies, pálidos y rígidos, en la enfermería.
Entonces llegué hasta la doble puerta que estaba buscando y entré en el atrio casi sin respiración.
Estaban de nuevo en el medio, en las mesas redondas, con sus sillas plegables, devolviendo al
espacio su uso habitual de sala recreativa. Aquí y allá vi a agentes vestidos con sus mejores sudaderas
de la Liga, jugando a las cartas, viendo las noticias en las pantallas de televisión o incluso jugando al
ajedrez con las piezas desparejadas.
Cate entró por las puertas opuestas, su imagen se recortó con nitidez en su inusualmente brillante
traje chaqueta azul marino. Llevaba el cabello rubio trenzado en un moño. Distraída, tropezó con un
agente sentado a una mesa cercana, y murmuró una breve disculpa. No me di cuenta de que buscaba a
alguien hasta que sus ojos se posaron en mi rostro.
—Ahí estás —dijo ella, corriendo lo mejor que pudo sobre sus tacones. Abrí la boca, pero ella
levantó una mano para hacerme callar—. Lo sé. Lo siento. Hice todo lo que pude para cambiar la decisión de Alban, pero él insistió.
—¡Aún no ha cumplido los dieciséis! —le dije—. ¡No está preparado, tú lo sabes, todos lo
sabemos! ¿Estás tratando de convertirlo en el próximo Blake Howard?
Aquello sonó tan fuerte como un puñetazo en la cara. Cate retrocedió, y una expresión de terror
cruzó su habitual máscara de calma.
—Luché para sacarlo de esto, Ruby. Le ordené a Vida que fuera contigo, pero alguien convenció a
Alban de que Jude debía ser activado antes de tiempo. Necesitan un Amarillo para el sistema de
seguridad, y Alban dijo que no tenía sentido llevar a dos equipos diferentes a una sola Operación.
Estábamos atrayendo las miradas de algunas personas. Cate me cogió del brazo y me llevó hasta
una mesa vacía, obligándome a sentarme.
—Pues tienes que esforzarte más —insistí.
Nuestro pequeño Sol no funcionaba bien en situaciones de mucha presión, y tenía tendencia a
alejarse para explorar cosas brillantes en vez de realizar la vigilancia como era debido. Lo único que
sabía acerca del uso de un arma de fuego era que el extremo con el agujero debía apuntar lejos de su
cara.
—Cumple quince en un par de semanas. —Cate mantuvo una mano sobre la mía—. Estoy segura
de que… Estoy segura de que estará bien. Es una buena Operación, es sencilla, le irá bien para
empezar en esto.
—Yo podría hacerlo sin ayuda de nadie. Si se trata de sabotear algún tipo de equipo eléctrico,
puedo hacerlo yo.
—Tengo las manos atadas, Ruby. No puedo seguir luchando contra Alban, o empezará a verme
como un problema. Y… —Suspiró profundamente, se alisó el pelo con aire ausente, y luego la falda.
Su tono de voz sonó más fuerte cuando volvió a hablar, pero ahora ya no me miraba—. El único
consuelo que tengo en todo esto es saber que él estará contigo y que tú cuidarás de él. ¿Puedes hacer
eso por mí?
Tenía la piel hundida por debajo de los pómulos altos, como si acabara de recuperarse de una larga
enfermedad. Me incliné hacia delante, fijándome en la forma en que el maquillaje se había acumulado
en las nuevas, finas y oscuras arrugas que tenía alrededor de los ojos. Solo tenía veintiocho años y ya
empezaba a parecer más vieja que mi madre cuando la dejé.
A veces me daba la impresión de que era precisamente en esos momentos cuando me encontraba a
la verdadera Cate, en las pausas. Yo no describiría nuestra relación como «buena», ya que estaba
construida sobre una mentira, una muy cruel. Ella podía decir una cosa y significar otra distinta. Pero
en ese momento, completamente entregada a la calma, su cara me lo dijo todo. Vi la lucha en las
líneas de su rostro, y supe que cualquier palabra que viniera después sería más para los agentes que
nos rodeaban que para mí.
—Tengo que irme al norte —dijo con un tono de voz inexpresivo—, para una misión.
«Al norte» significaba las calles de la superficie de Los Ángeles. Así que probablemente tenía
alguna relación con la Coalición Federal. Ahora Cate ya era una agente sénior. Se había ganado las
alas. Si la enviaban allí, era para hacer algo importante para Alban.
—¿Así que no vendrás con nosotros? —le pregunté.
Cate miró detrás de mí y saludó a alguien que estaba allí de pie. Sentí que algo frío me goteaba por
la nuca, aunque ya tenía el pelo casi seco.
—Hombre, hola —dijo Cate—. Estaba a punto de decirle a Ruby que estará en buenas manos en la
Operación. Cuidarás de mi chica, ¿verdad?
Desde el primer día en que lo conocí, Rob nunca me había tocado voluntariamente. Él, como los
demás, sabía lo que pasaba. Sin embargo, vi sus manos colgando a los costados; había cabellos
oscuros y encrespados en el dorso de sus nudillos. Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿No lo hago siempre? —preguntó Rob con una leve sonrisa.
Cate se puso de pie, su cara pálida como la luna brilló bajo la luz artificial.
—Hasta luego, cocodrilo.
Era su estúpida e infantil manera a de despedirse; siempre decía lo mismo cuando se iba. Los otros
nunca dejaban de contestarle con otra rima; Jude había pensado que su despedida era como una
especie de juego de identificación. Ahora, apenas podía ahogar las palabras.
—Hasta luego, carahuevo.
Tan pronto como se alejó, vi a Cole sentado en el otro extremo de la sala, con un libro abierto
sobre la mesa. Por la oscura expresión de su mirada, era más que evidente que había oído toda la
conversación.
«Dijiste que lo protegerías». ¿Había realmente alguien en toda la Liga en el que se pudiera
confiar? No podía contar con esta gente para nada. Todas sus promesas eran viles mentiras.
Cole sacudió la cabeza, girando las palmas boca arriba sobre la mesa. Era una disculpa, débil y
silenciosa, pero al menos él lo entendía. Mover aquella simple pieza en el tablero era suficiente para
cambiar todo el juego.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora