Capitulo 25

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CAPÍTULO VEINTICINCO
Salí a toda prisa atravesando la sala de espera, balanceando el arma en mis manos mientras corría.
Liam acababa de doblar la esquina, metiéndose otra vez en la tienda; lo vi en el suelo, tendido boca
arriba. Lo cubría una gruesa capa de vidrio; a primera vista casi parecía como si alguien hubiera roto
una sólida lámina de hielo sobre su pecho.
Eso fue suficiente. Algo tranquilo y sereno me invadió. El terror que casi me había hecho caer de
rodillas se había transformado en algo útil, algo que la Liga de los Niños había procurado desarrollar y
alimentar.
El pánico controlado.
Mi impulso fue correr directamente hacia el interior de la tienda, pero gracias a innumerables
simulaciones sabía cómo actuar en esa situación. En lugar de correr, asomé la cabeza lo suficiente
para ver qué nevera había recibido el impacto. Solo la última de ellas, la más cercana a mí, estaba
destrozada.
Probablemente el tirador estaba en la puerta trasera; debió de ver a Liam doblar la esquina y
disparó.
Miré hacia abajo lo suficiente para ver que su pecho subía y bajaba. Se llevó las manos al pecho a
la vez que se esforzaba por respirar. Vivo.
¿Dónde estaba el tirador?
Me tragué la cólera que ardía en mi cuerpo, y mis dedos estrangularon la pistola, mientras buscaba
en la pared de enfrente de la tienda algo que hiciera las veces de espejo. Había uno de esos espejos de
seguridad redondos justo detrás de la caja registradora, y, pese a lo sucio que estaba y a lo estrecha
que se había hecho mi visión, aquella mujer nunca me hubiera pasado desapercibida. La mujer estaba
entrada en carnes, tendría unos cincuenta y tantos o casi sesenta. La delataba el cabello gris, oculto
solo a medias por el sombrero y el cuello de la cazadora verde.
Temblaba mucho, y la oí maldecir cuando se le cayeron los cartuchos que intentaba recargar.
Después desapareció detrás del expositor de ChapStick para recogerlos. Me coloqué sobre Liam y
apunté a través de los marcos dorados de las neveras. Cuando se asomó, yo estaba lista y le descargué
dos disparos que fueron a parar a la pared que había detrás.
No creo que ni siquiera me mirara antes de hacer ese último disparo y salir pitando. Me encogí por
instinto, aunque era evidente que había apuntado mal. La ventana delantera de la tienda se hizo
pedazos cuando los perdigones impactaron contra ella. Y todo fue estruendo, estrépito, ansiedad y
terror, y vidrios rotos. Muchos vidrios rotos.
Liam, a mis pies, lanzó un gemido. Me incliné para quitarle las esquirlas del cabello y el pecho.
Mis manos se deslizaron otra vez dentro de su chaqueta, en busca de sangre. No le habían dado. La
idea pasó fugaz por mi mente mientras me esforzaba para sentarlo. Se desmoronó contra la nevera,
obviamente aturdido. El zumbido en sus oídos debió de ser horrible.
Le tomé el rostro con las dos manos para aliviarlo, apoyando mis labios sobre su frente, su mejilla.
—¿Estás bien? —pregunté en un susurro.
Liam asintió y puso una mano sobre la mía. La caída lo había dejado sin aliento.
—Estoy bien.
Fuera, rugió el motor de un coche. Retrocedí, recogiendo al pasar la pistola del suelo.
—¡Ruby! —gritó Liam, a mis espaldas, pero yo ya corría, abriendo con el hombro la destrozada
puerta trasera.
Las luces traseras del coche se hacían cada vez más pequeñas con la distancia que la mujer ponía
entre ella y nosotros. Corrí tras ella todo lo que pude en un acceso de furia. Había estado a punto de
hacerle daño, de matarlo.
Afirmé los pies y levanté la pistola por última vez, con la mira firmemente apuntada al neumático
trasero izquierdo. Si la mujer había visto a uno de nosotros y aún le quedaba tino para denunciarnos…
No. Mi brazo bajó pesadamente y coloqué el seguro del arma. Aun si nos había visto, aun si había
descubierto lo que éramos, estábamos en el corazón palpitante del Medio de la Nada. No era un
pueblo, mucho menos un lugar, donde los dispositivos de seguimiento, ni siquiera las FEP, pensarían
en buscarnos. La mujer podía llamar, pero pasarían horas, tal vez días, antes de que alguien
respondiera a la llamada.
Me quité el sudor de la frente con la muñeca. Dios. Probablemente esa mujer había venido a
buscar comida, tal vez refugio. No estaba entrenada, y la forma torpe en que había sostenido el arma
me hizo pensar si acaso no había hecho los primeros disparos por equivocación. Liam y yo no
habíamos sido discretos en el taller. Puede que la mujer nos hubiera oído y le hubiera entrado el
pánico al pensar que iban a atraparla robando.
No merecía la pena intentar resolver el enigma y tampoco tenía la energía para hacerlo. Mis
problemas ya no estaban allá delante. Estaban justo detrás de mí.
Me di la vuelta lentamente y me dirigí hacia la gasolinera, donde Liam esperaba. Con el sol
naciente a sus espaldas, su rostro estaba en penumbras. Todavía tenía esquirlas de vidrio sobre los
hombros, pero mantuve los ojos en la mochila que aferraba entre sus dedos. Sus nudillos agrietados,
como blancos huesos.
Tenía un corte nuevo en la nariz y la sangre manaba de una herida de su barbilla, pero eso fue lo
peor que le hizo el cristal. Solo tuve que mirarlo a la cara una vez para saber que lo que yo le había
hecho era un corte que le llegaba al corazón.
Esperó a que llegara hasta él, dando un agonizante paso tras otro. Sentí que me inundaba una
vergüenza cálida, que me atenazaba la garganta y me llenaba los ojos de lágrimas. El rubor le subió
por la garganta, el rostro, hasta la punta misma de las orejas. Liam me observaba con el deseo tallado
hasta el hueso en el rostro; yo sabía el esfuerzo que hacía para combatirlo, porque yo intentaba con
toda mi voluntad no extender el brazo y coger su mano, y acariciar el pulso tibio de su muñeca. Lo que
había entre nosotros era insoportable. Cuánto deseaba fingir que jamás habíamos tenido una vida fuera
de este instante.
—¿No…? —Liam se llevó el puño a la boca, luchando con sus siguientes palabras—. ¿No querías
estar conmigo?
Era casi demasiado para mí.
—¿Cómo puedes creer eso?
—¿Qué se supone que debo creer? —preguntó—. Me siento como si hubiera estado… bajo el agua. No puedo pensar bien, pero recuerdo eso. Recuerdo ese santuario. Estábamos juntos, íbamos a
estar bien.
—Sabes que no sería así —le dije—. Era lo único que podía hacer. Era el único modo de que ellos
te dejaran marchar, y yo no podía permitir que te quedaras.
Casi desde el principio, Liam y yo tuvimos un entendimiento entre nosotros que no necesitaba
palabras, que se alimentaba de miradas y sentimientos. Yo sabía instintivamente por qué él tomaba las
decisiones que tomaba, y él podía rastrear mis líneas de pensamiento con tanta facilidad como se
puede seguir un camino iluminado. Jamás pensé que este momento llegaría, pero tampoco creí jamás
que él no sabría por qué tomé esa decisión.
—Ni siquiera te arrepientes —resopló.
—No —logré decir, pese al nudo que me obstruía la garganta—. Porque lo único peor que estar sin
ti habría sido ver cómo te quebrantaban día tras día hasta que ya no fueras más tú, hasta que te
enviaran a una Operación de la cual no volverías.
—¿Como hicieron contigo? —preguntó Liam con frialdad—. ¿Y ahora yo debo aceptarlo? Me
quitaste la posibilidad de escoger, Ruby. Y ¿para qué? ¿Porque creíste que yo no era lo bastante fuerte
para sobrevivir como miembro de la Liga?
—¡Porque yo no soy lo bastante fuerte para sobrevivir viéndote como miembro de la Liga! —
exclamé—. Porque quería que, después de todo por lo que habías pasado, tuvieras la oportunidad de
encontrar a tus padres y vivir tu vida.
—¡Maldición, yo te quería a ti! —Liam me cogió por los brazos y sus dedos me apretaron como si
de ese modo pudiera hacerme comprender su dolor—. ¡Más que nada! Y tú sencillamente… te colaste
en mi mente y lo sellaste todo, como si hubieras tenido el derecho, como si yo no te hubiera
necesitado. Lo que me destroza es que confiaba en ti, tan seguro estaba de que lo sabías. ¡Yo habría
estado bien porque tú habrías estado conmigo!
¿Cuántas veces me había contado a mí misma una versión parecida? Sin embargo, oírla fue como
sentir un cuchillo en la garganta, el filo de una navaja del cual no podía separarme.
—Mi cabeza está tan condenadamente confusa que no veo nada claro. —Retrocedió un paso y se
dejó caer en cuclillas—. Hirieron a Chubs, y Zu todavía está por ahí, y han quemado East River, y…
todo lo que sigue es como una pesadilla. Y tú… tú estabas con esa gente todo el tiempo. Te podría
haber pasado cualquier cosa y yo jamás lo hubiera sabido. ¿Sabes cómo me siento?
Caí de rodillas ante él, golpeando el suelo con fuerza suficiente como para que por fin cayeran las
lágrimas que se aferraban a mis pestañas. Me sentía agotada. Vacía.
—No puedo arreglarlo —le dije—. Sé que lo he fastidiado todo y no hay forma de volver atrás,
¿vale? Lo sé. Pero tu vida valía más de lo que yo quería, y esa fue la única manera que se me ocurrió
para asegurarme de que no se te metiera en la cabeza venir a buscarme.
—¿Quién dice que lo habría hecho?
Sabía que lo decía intentando ser cruel, que era un momento de debilidad y que lo único que quería
era que yo sintiera tanto dolor como él, pero en sus palabras no había suficiente veneno como para
hacerme daño. Simplemente no podía hacerme daño.
—Yo hubiera puesto todo el maldito país patas arriba para encontrarte —dije con suavidad—.
Puede que sea verdad que te habrías marchado. Puede que no hubieras venido en mi busca. Puede que
lo haya malinterpretado todo. Pero si alguna vez sentiste la mitad de lo que yo sentí… —Mis palabras vacilaron—. Solía preguntarme, ¿sabes?, todo el tiempo, si todo eso no era porque sentías compasión.
Porque yo te daba pena y buscabas a otra persona que proteger.
—¿Y nunca viste otro motivo? —susurró con voz fiera—. ¿No podía ser porque respetaba con
cuánto esfuerzo luchabas por sobrevivir? ¿Porque vi cuán amable era tu corazón? ¿O que eras
divertida y valiente y fuerte y me hacías sentir que yo también era todas esas cosas, aun cuando no lo
merecía?
—Liam…
—No sé qué decir ni qué hacer —dijo, sacudiendo la cabeza—. Siento que para mí nunca acabó.
¿Lo entiendes? No puedo olvidar lo que pasó. No puedo odiarte… No puedo, no cuando quiero besarte
con tantas malditas ansias. —Después, con la voz tan quebrada que apenas podía entenderle, continuó
—. ¿Por qué no te lo llevaste todo, no solo los recuerdos, sino también los sentimientos?
Lo miré con la mente ausente y confusa.
—Es aterrador, aterrador, conocer a una extraña y sentir algo tan intenso por ella que tu corazón
realmente se detiene y no tienes ninguna explicación para ello. Ningún contexto. Los sentimientos
están ahí, y es como si te desgarraran el pecho, porque necesitan salir. Aun ahora, cuando te miro,
siento como si me aplastaran… con tanto deseo. Cuánto te necesito y te amo. Pero tú ni siquiera te
arrepientes; crees que estaré bien por el solo hecho de que arrojaste por la borda tu vida por la mía.
El mundo a nuestro alrededor se había retraído tanto de nuestro pozo de miseria que me había
olvidado hasta de que existía. Que estábamos junto a una carretera expuesta, sin protección contra frío
gélido ni respecto de los ojos de quienes pasaran por ahí. La realidad llegó rugiendo en la forma del
motor de un coche, una bocina estridente y unos faros que se dirigían hacia nosotros.
Levanté a Liam hasta que estuvo en pie y busqué la pistola en el bolsillo de mi abrigo, pero
entonces vi el coche, el familiar todoterreno marrón y polvoriento de Chubs. El coche derrapó y se
detuvo a pocos metros, levantando una explosión de nieve.
Chubs abandonó de un salto el asiento del conductor, dejando el motor en marcha.
—Oh, gracias a Dios. Os vi a los dos en el suelo y pensé que os habías matado el uno al otro.
Me volví dándoles la espalda a ambos y me sequé las mejillas con las mangas del abrigo. Oí a
Chubs respirar hondo, detrás de mí, pero Liam fue quien habló, con una voz tan calmada que daba
miedo.
—Ven dentro de un segundo. Hay un poco de comida que podemos llevarnos.
No quise seguirlos, pero tampoco quería meterme en el coche. No podía moverme; la pelea, si es
que podía llamársele así, me había dejado sin fuerzas hasta el punto de que vi a dos Jude bajar del
coche y venir hacia mí.
—¿Ru? —Su voz sonó asustada.
Me sacudí para despejar mi mente.
—Estoy bien.
—¿Qué ha sucedido? —susurró, poniéndome una mano consoladora sobre la espalda—. ¿Habéis
discutido?
—No —respondí—. Ahora recuerda.
Nos giramos y vimos a Chubs que tropezaba intentando mantener el paso mientras Liam lo
arrastraba hacia la gasolinera. Chubs me miró por encima del hombro con los ojos muy abiertos cuando Liam abrió la puerta de un puntapié. El estrépito que produjo al golpear contra el bloque de
hormigón que había detrás fue suficiente para sacar también a Vida del coche.
Los gritos empezaron dos, quizá tres segundos después. Se habían adentrado lo bastante en la
tienda como para que no entendiéramos exactamente qué decían; cada tanto sobresalían palabras
dichas en un volumen particularmente alto: «¿Cómo pudiste?» y «¿por qué?» y «ella, ella, ella».
—Mierda. —Vida se volvió hacia mí con los brazos en jarra—. Te dije que dejaras al chico en paz.
¿Qué le has hecho?
Sentí la piel tensa y caliente por el esfuerzo de no estallar en llanto.
—¡… un maldito imbécil! —gritaba Liam—. ¡Porque me siento como un jodido idiota!
—¿Lo sabe? —preguntó Vida—. ¿Se lo has dicho?
—No… Creo que lo recuerda. Creo que lo deshice. O nunca lo hice, realmente. No lo sé. No me
habla. Nunca volverá a hablarme.
—No creo que eso sea cierto —ofreció Jude—. Probablemente está sobrepasado. Parece que…
—¿Qué parece? —preguntó Vida.
—Que una parte de él te recordaba. Se puso nervioso cuando te encontramos y creyó que ibas a
morir, ¿lo recuerdas?
—Entonces, ¿por qué actuaba como un imbécil? —preguntó Vida.
—Piénsalo: él sabía que Ru pertenecía a la Liga, pero la trató de forma diferente a como nos
trataba a los demás, ¿no es así? Puede que tu cercanía lo haya hecho sentir confuso, que su cerebro le
dijera una cosa, pero su instinto le dijera otra.
Así lo había explicado Liam; Jude había sido lo bastante perceptivo como para percatarse de algo
que yo nunca hubiera imaginado posible. Con mis padres y Sam… habían sido fríos después de que
hubiera borrado su memoria, sellado sus recuerdos o lo que fuera que yo hacía. Entonces era tan
pequeña que suponía que una parte de ellos aún me reconocía y me detestaban por eso.
Tal vez entonces no estuviera del todo equivocada. Si les había quitado sus recuerdos de mí, pero
ninguno de los sentimientos que tenían, ¿había sido igual para ellos que para Liam? ¿Estaban
asustados y confusos por lo que sentían? Mi madre no tenía un comportamiento estable, precisamente:
sufría ataques de pánico si yo llegaba siquiera un segundo tarde a casa cuando regresaba de la escuela.
Tal vez ella me vio aquella mañana y fue demasiado para ella. Y papá, mi calmado y responsable
padre, tal vez le preocupaba lo que ella hubiera podido hacer y por eso no me permitía volver.
«Tal vez pueda arreglarlos a ellos también». La voz era pequeña, pero estaba ahí, tirando de mi
oreja.
—Eso no cambia cómo se siente Liam ahora —dije—. Ni cómo se sentirían mis padres si
averiguaran lo que su hija era realmente.
Dejé que los demás me condujeran hasta el coche y me deslicé en el asiento trasero. Habían
desmontado la tienda y abandonado el sitio de acampada antes de salir a buscarnos, no solo porque
estaban preocupados, sino porque Vida había conseguido enviar un mensaje a Cate.
Y había recibido otro en respuesta.
En lugar de sentarse en uno de los asientos delanteros, Vida se sentó junto a mí. Jude se disponía a
entrar detrás de Vida cuando ella lo empujó con el pie y le dijo:
—¿Puedes ir a buscar al abuelito y decirle que se dé prisa?
Jude comenzó a protestar, pero Vida ya estaba cerrando la puerta.
—¿Qué sucede? —pregunté, sintiéndome mucho más alerta al ver el intercomunicador en su mano
—. ¿Qué te ha dicho?
—No lo sé… Hay algo raro —dijo Vida—. Léelo tú misma.
La luz blanco azulada del intercomunicador inundó el asiento trasero mientras yo desplazaba el
cursor hacia arriba en busca del último mensaje.
ME ALEGRA QUE ESTÉS BIEN // NECESARIO REUNIRSE
CUANTO ANTES // ¿LOCALIZACIÓN ACTUAL?
Vida había respondido:
LOCALIZACIÓN ACTUAL OK // PUEDO ESTAR EN CA
MAÑANA
La respuesta fue inmediata:
NOS REUNIREMOS Y OS ACOMPAÑARÉ // PUEBLO, CO //
DESCARTA OBJETIVO
Sabía que en los mensajes cortos y abruptos la auténtica voz de una persona se pierde. Y esa era
precisamente la idea del intercomunicador: transmitir información o materiales tan rápidamente como
fuera posible. Sin embargo, «descarta objetivo» parecía especialmente lacónico. No solo eso, ¿por qué
se arriesgarían Cate o Cole a dejar el Cuartel General y llamar la atención sobre su plan?
NO DECIR A OBJETIVO LOCALIZACIÓN DE REUNIÓN
Debajo había una dirección.
—¿Crees que ha pasado algo? —insistió Vida—. ¿Por qué diablos se arriesgaría dejando el Cuartel
General si eso podría arruinar toda la Operación?
—Tal vez piense que no conseguiremos cruzar la frontera de California sin su ayuda. —Era una
explicación pobre, pero verosímil—. Vida, ¿te dio Cate el intercomunicador directamente a ti? ¿Te lo
entregó físicamente a ti?
—Sí —dijo Vida—. El propio Nico estableció el enlace entre ellos. —Vi cómo se abrían sus ojos
oscuros al ocurrírsele la misma posibilidad que se me había ocurrido a mí—. ¿Crees que alguien le
cogió el intercomunicador? ¿Que le ha sucedido algo? ¿O lo tiene Cole?
—Creo que es posible que alguien pinchara el enlace entre nuestros intercomunicadores —dije, y
mi voz sonó mucho más calmada de lo que me sentía—. Y que han estado interceptando todos
nuestros mensajes, en un sentido y en otro.
—No es posible —dijo Vida—. La idea es que la línea no se puede hackear. ¿Hay alguna manera
de comprobarlo?
Puede que hubiera una. Apreté las mandíbulas y escribí cada palabra cuidadosa y deliberadamente.
CONTACTARÉ AL LLEGAR // HASTA LUEGO COCODRILO
Los segundos pasaron lentamente y la pantalla se oscureció por la inactividad, pero no la cerré y Vida
no se alejó hasta que volvió a brillar por completo. La vibración pareció recorrer todos mis huesos,
produciéndome escalofríos.
BIEN // HASTA LUEGO CARAHUEVO
Pasaron otros diez minutos hasta que aparecieron los chicos en la entrada de la tienda, cada uno con
algo diferente en las manos. Chubs acariciaba un paquete de papel higiénico con el mentón, Jude
intentaba equilibrar cinco bolsas gigantes de diferentes tipos de patatas fritas y Liam se esforzaba por
no dejar caer diez botellas de refrescos.
—Respira, Bu —dijo Vida—, tú tranqui. Solo tenemos que llegar a Colorado.
«Y mentir todo el camino», pensé, apoyando la frente contra la puerta. No había sido ninguna
decisión. Si los que nos estaban esperando no eran Cate ni Cole, quería decir que algo les había
sucedido: o bien su plan con la memoria USB había sido descubierto, o bien alguien había averiguado
que ellos sabían exactamente dónde estábamos y no estaban haciendo nada para hacernos volver. Por
mi mente desfilaron demasiados sospechosos: Alban, sus consultores, Jarvin, todos sus amigos. No
podía quitarme de encima las ideas de cómo usaría alguien como Jarvin la información de la memoria
flash en su propio beneficio, en vez de ayudarnos. Y lo peor de eso era que no sabríamos si era seguro
volver al Cuartel General con la memoria hasta que lo confirmáramos con quienquiera que nos
estuviera esperando en Colorado.
Y si realmente era Cate, entonces estaba todo bien. Pueblo, Colorado, era un lugar tan bueno como
cualquier otro para dejar a los chicos y seguir nuestro camino. Como había dicho Vida, era absurdo
aferrarnos a ellos cuando al final yo debía cortar la cuerda.
Una ráfaga de aire frío nos golpeó cuando abrieron la puerta del maletero y arrojaron las
provisiones dentro. Jude se sentó junto a Vida, frotándose las manos para devolverles la sensibilidad.
Cuando se inclinó hacia las toberas para orientarlas todas en su dirección, el aire frío escapó de los
pliegues de su chaqueta.
Chubs ocupó el asiento del conductor, todavía mirando hacia atrás como si le sorprendiera que no
lo hubieran ocupado. Mis ojos se encontraron con los de Liam justo antes de que abriera la puerta del
acompañante y entrara en el coche.
No tenía idea de qué esperaba Chubs, pero debimos de permanecer en silencio al menos cinco
minutos antes de que, finalmente, Liam dijera:
—¿Podemos fingir que esto no es desoladoramente incómodo, y puede alguien explicarme qué
está pasando?
Por fin, Chubs quitó el freno de mano.
—Después. No puedo conducir con seguridad y eficacia por la carretera si no hay silencio.
—Abuelito —dijo Vida—, eso es penoso hasta para ti. ¿Quieres que alguien mayor conduzca?
—¡Yo conduciré! —ofreció Jude, cerrando de golpe la tapa de la brújula y sentándose muy erguido
—. Recibí algunas lecciones en el Cuartel General.
—Recibiste una lección —dije yo—, y acabó cuando chocaste de refilón con otros tres coches al
intentar aparcar.
—Destrozaste ese hermoso Mercedes —dijo Vida—, ese coche hermoso, hermoso.
—¡No fue culpa mía!
Chubs nos ignoró y volvimos a la carretera, a su prudente velocidad habitual. Yo me dediqué a
contar una vez más, lo mejor que podía, la historia de lo que Cole planeaba hacer con la memoria en
cuanto la tuviera en su poder. Todo había comenzado a ir mal a partir del instante en que trajeron el
cuerpo de Blake; la huida en Boston, encontrar a Chubs, hallarlo en Nashville. Liam tenía preguntas
—buenas preguntas— acerca de cómo iban a utilizar Cole y Cate la investigación como punto de
apoyo para poner a la Liga en el buen camino.
—Vale —masculló Liam cuando hube acabado, más para él que para mí—. Vale… Eh, tengo una
pregunta más. Si ibas a arriesgar el pescuezo para evadirte de esa Operación y salir a buscarme, ¿tú
qué sacabas de eso?
¿No era evidente?
—Ya te lo he dicho. Cole dijo que, si le llevaba la memoria, Alban le daría lo que él quisiera. Lo
que incluía intentar liberar los campamentos —dije—. Y, mientras tanto, yo podría asegurarme de que
tú estabas a salvo y de que Alban no tuviera ningún motivo para ir detrás de ti y hacerte regresar al
rebaño.
Cuando Liam finalmente volvió a hablar, su tono de voz era casi ronca.
—No es… que fueran a dejar que te salieras. ¿Dejarte marchar?
Tomó mi silencio como el «no» que era.
—¿Pensaste en preguntar, siquiera? —susurró, con los primeros indicios de enfado otra vez en la
voz—. ¿Volverás así, simplemente, como si esos agentes no estuvieran resueltos a matar a otros
chicos?
—Debo acabar esto —respondí.
—Sí, y ¿quién va a protegerte? —me espetó—. ¿Les darás la información y esperarás que suceda
lo mejor, esperarás que no incumplan sus promesas ni que te maten porque les da la gana? Solo quiero
saber por qué. ¿Por qué vas a entregársela cuando tenemos la oportunidad de utilizarla para nuestro
propio bien? Si lo que dice Cole es verdad y realmente han encontrado una causa, ¿no nos merecemos
conservar la información? ¿Tomar decisiones sobre qué hacer con ella?
Liam estaba tan serio, tan apasionado al decir todo eso, que fue como si estuviera surgiendo su
antigua forma de ser. Hasta le iba volviendo el color a la cara.
—Eso no admite discusión —dije—. Lo siento, pero debemos ser realistas. Antes… Antes creímos
que podíamos hacerlo solos, que no necesitábamos ayuda; y mira cómo ha resultado. Necesitamos
ayuda. Todavía podemos hacer lo que queremos, pero no podemos hacerlo solos.
—¿Y tu elección es la Liga? —preguntó.
Continué, ignorando eso y el ruido indignado que había hecho Vida.
—Todas las tribus están dispersas y no tenemos ningún modo de reunirlas en una especie de
ejército; y, aun cuando lo hiciéramos, solo serviría de carnada para que las FEP vinieran a arrearnos.
Sé, sé que detestas esto, que esta no sería tu elección, pero ¿qué esperabas que pudiéramos hacer con
los resultados de la investigación? ¿Emitirla a todo el mundo? ¿Tienes tú la tecnología para hacerlo?
¿Tienes los recursos? Yo intento pensar qué es lo mejor para los chicos que están en esos
campamentos…
—No —dijo fríamente—. No, no estás pensando en absoluto.
—¡Ya está hecho, Liam! —exclamé—. Puede que no cumplan su palabra, pero yo no estoy
dispuesta a incumplir la mía. No cuando hay tanto en juego. Si…, no me gustaría, pero entendería que
quisierais que nos separáramos ahora, en lugar de hacerlo en Colorado. Todo esto no debería ser
vuestro problema.
—¿Colorado? —dijeron a la vez Chubs y Liam.
—Por fin hemos recibido un mensaje de Cate —dije, levantando el intercomunicador—. Quiere
que nos reunamos en Pueblo, Colorado.
—¿Ah, sí? —comenzó a decir Jude—. Pero por qué…
—¿Cuándo nos lo ibais a decir? —interrumpió Chubs.
Y enfadado como estaba con su amigo, Liam estuvo muy dispuesto a secundarlo en esto.
—¿Esperas que, sencillamente, te abandonemos ahí? ¿Qué ha ocurrido con eso de permanecer
todos juntos hasta llegar a California?
—Si Cate viene a buscarnos, el motivo probablemente sea que ella cree que no hay ninguna forma
segura de que crucemos la frontera con California —mentí y me odié por hacerlo—. Es probable que
quiera volar hasta allá. Estoy segura de que os llevará…
—Ni siquiera te molestas en acabar la frase —dijo Liam.
—¡Vale, vale, vale! —gritó Chubs por encima de nuestras voces girando bruscamente hacia la
derecha—. Por favor, por el amor de Dios, ¿no podemos quedarnos callados y en paz durante cinco
condenados minutos y recordar que en realidad somos amigos, que nos preocupamos los unos por los
otros y no queremos poner las manos en el cuello de los demás? ¡Porque lo cierto es que eso parece lo
correcto en este instante!
—En cierto modo —dijo Vida después de que hubieron pasado unos largos, silenciosos e
incómodos cinco minutos—, esto es peor.
Liam debió de haber coincidido, porque extendió la mano y encendió la radio, murmurando algo
por lo bajo mientras intentaba sintonizarla a través de la estática, la cháchara en español y los
anuncios, hasta que finalmente se detuvo en la voz profunda y regular de una mujer.
«… la Liga de los Niños ha emitido una declaración sobre la Cumbre de Navidad…».
—Oh, no puedes… —dijo Chubs, extendiendo la mano para apagarla—. No nos meteremos en esto
otra vez.
—¡No! —protestamos los tres desde el asiento trasero.
Jude prácticamente aplastó la cara contra la rejilla metálica que había entre él y el altavoz de la
radio, y, en el instante en que la voz de Alban surgió de los altavoces, Vida ya estaba junto a él.
—Ese es… —comenzó a decir Jude con voz excitada.
—«No creemos que la paz que Gray intenta prescribir sea en el interés de nadie más que el suyo
propio. Si se lleva a cabo este apócrifo encuentro de mentes, arruinará todo el esfuerzo que los
ciudadanos americanos de a pie han hecho para reconstruir las vidas que él destrozó. No nos
quedaremos de brazos cruzados mientras él entierra la verdad bajo sus mentiras. El tiempo de actuar
es este, y actuaremos».
Era un buen discurso. Cortesía, estoy segura, de Labios de Rana. El hombre escribía casi cada
palabra que Alban hacía pasar entre sus alegres dientes. Yo ni siquiera necesitaba cerrar los ojos para
ver la cabeza calva del viejo inclinada sobre sus tarjetas de apuntes escritas a mano, mientras las luces de las cámaras teñían con un resplandor azul su piel delgada como el papel.
—«… cuando se le pidió que hiciera un comentario al respecto, el secretario de prensa respondió:
“Cada palabra que sale de la boca de un terrorista está pensada para incrementar el temor y la
incertidumbre que aún existen. Ahora John Alban habla claro porque teme que, cuando la paz y el
orden sean restaurados, los americanos dejen de tolerar sus actos violentos y su conducta poco
patriótica”».
—Él no «teme» —masculló Vida—. Son ellos los que deberían estar aterrados.
Jude la hizo callar con un ademán.
—¿Puedes subir el volumen?
—«Tengo en la línea a Bob Newport, consejero político superior de la senadora Joanne Freedmont,
de Oregón, para conversar sobre cómo enfocará la Coalición Federal la Cumbre de la Unidad. Bob,
¿estás ahí?».
La línea crujió con la estática, y durante varios segundos lo único que llenó mis oídos fue el ruido
grave de las ruedas del todoterreno sobre la carretera.
—«Hola, sí… ¿Mary? Disculpa. La intensidad de la señal aquí en California no es… —Su tono de
voz se interrumpió, para volver con mayor volumen que antes—. Durante los últimos meses».
—Las antenas y los satélites de telefonía móvil no son muy de fiar, últimamente —expliqué a los
chicos del asiento delantero—. Alban cree que Gray los está manipulando.
—«Bob, antes de que te perdamos, ¿puedes contarnos cómo planea encarar esta reunión la CF?
¿Puedes adelantarnos algo sobre los temas que la senadora Freedmont y el resto piensan llevar a la
mesa de negociaciones?».
—«Claro. No puedo darte muchos detalles… —La línea vaciló ora vez, pero después volvió—…
sin duda será el reconocimiento de la Coalición Federal como partido nacional, y, desde luego,
presionaremos para que haya elecciones la próxima primavera».
Mary, la presentadora, soltó una risita.
—«Y ¿cómo crees que reaccionará el presidente a tu solicitud de acortar su tercer período de
Gobierno?».
Bob también tenía una risa falsa.
—«Eso habrá que verlo. El reclutamiento, desde luego, será otro tema principal de conversación.
Me gustaría saber si el presidente tiene preparado algún plan para eliminarlo gradualmente, en
concreto el programa de las Fuerzas Especiales Psi, que, lo sé, ha sido un asunto polémico en todo el
país…».
Al oírlo, los cinco nos inclinamos hacia la resplandeciente pantalla verde de la radio. Jude me
cogió del brazo.
—¿Crees que…? —susurró.
—«¿Tratarán también los programas de rehabilitación? —Mary olía el menor vestigio de sangre y
ahora tenía la nariz pegada al suelo y buscaba el rastro—. Últimamente ha habido cierta falta de
información sobre la situación de los programas y de los chicos que ingresaron en ellos. Por ejemplo,
el Gobierno ya no envía cartas informando a los padres registrados acerca de los progresos de sus
hijos. ¿Crees que se trata de un indicio de que el programa sufrirá alguna especie de transformación?».
—¿Realmente enviaban cartas? —pregunté.
Era la primera vez que oía algo al respecto.
—Muy al principio, nada más que un breve papel impreso en el que ponía: «Su muchacho progresa
adecuadamente y no causa problemas» —dijo Liam—. Todos recibían lo mismo.
—«Ahora mismo, nuestra atención está en conversar sobre los planes que nos gustaría que el
presidente Gray pusiera en práctica para estimular la economía y reanudar las conversaciones con
nuestros antiguos socios internacionales».
—«Pero volviendo al asunto de las Fuerzas…». —La voz de Mary comenzó a vacilar,
chisporroteando con un chirrido metálico poco natural.
—¡Detente —dijo Vida—, si no perderemos la señal!
—«… ¿le pedirá que se sincere en relación con qué programas de investigación están en marcha y
si han avanzado o no en su análisis del origen de la ENIAA? Yo, como madre de un niño, tengo
especial interés en averiguar si mi hijo, quien ya acude a pruebas semanales y sesiones de
monitorización, deberá ser incluido en un programa especializado según las instrucciones del Registro
de la ENIAA. No cabe duda de que hay políticos en ambos bandos que comprenden de forma similar a
los miles de padres a los que se ha dejado sin respuestas, en ocasiones durante años. Creo que hablo
por todo el mundo cuando digo que eso es inaceptable».
—Exacto —dijo Jude—, lo tienes, Mary. ¡No dejes que cambie de tema!
—«Creo que a la CF le interesaría modificar… el programa… —Otra vez la estática. No podía
siquiera empezar a ocultar cuán incómodo se sentía Bob con este tema—. Querríamos seguir teniendo
a los niños de cinco años monitorizados durante un año en una de las instalaciones, pero, si no
evidencian… efectos peligrosos de la ENIAA, querríamos que se los enviara a casa, en lugar de
promoverlos automáticamente a uno de esos campamentos de rehabilitación…».
La línea quedó en silencio tras un clic seco. La presentadora repetía su nombre, «¿Bob? ¿Bob?
¿Bob?», una y otra vez, como si de algún modo pudiera recuperar su voz a través del aire muerto.

Mentes Poderosas 2: Nunca Olvidan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora