16 | Partida de ajedrez

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16 | PARTIDA DE AJEDREZ

No sabía cómo había logrado continuar mi rutina diaria, estudiando para los exámenes, cuando esperaba que en cualquier momento Voldemort entrara por la puerta y nos asesinara.

Si Voldemort era actualmente esa cosa fea que vimos en el bosque, entonces no debería temer tanto. Estaba débil, por eso bebió la sangre del pobre unicornio. Debería ser fácil vencerlo.

Pero aun así se aparecía en mis pesadillas, deslizándose alrededor de la cama. Me despertaba con un dolor insoportable de cabeza y con temor de bajar los pies. Pensaba que él estaba ahí abajo, lista para tirarme y matarme y, por qué no, comerme.

Me estaba volviendo loca. Afortunadamente, los exámenes servían para olvidarme de eso momentáneamente.

Hacía mucho calor en la sala donde nos examinaban, o tal vez eran los nervios. Nos habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un encantamientos antitrampa. En los exámenes prácticos, el profesor Flitwick nos hacía pasar uno por uno, para ver si podíamos hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio. La profesora McGonagall nos observó mientras convertíamos un ratón en una caja de rapé. Si la caja era muy bonita, ganabas más puntos. Si la caja tenía bigote, los perdías. Snape fue el peor, respirando sobre nuestras nucas mientras tratábamos de recordar cómo hacer una poción para olvidar.

En circunstancias normales, lo habría hecho todo sin dudar. Pero no eran circunstancias normales. Tenía miedo todo el tiempo y la cabeza me punzaba como tambor. No paraba por más remedios que la señora Pomfrey me había dado. La cuarta vez que fui, ya no quiso recetarme nada. Dijo que había tomado suficiente. Aun así, di mi mayor esfuerzo.

Harry y yo no habíamos tenido tiempo para hablar sobre eso. Sabía que él también sufría de lo mismo, pero no podíamos hacer nada. Tenía la sospecha de que el dolor provenía de la cicatriz. Que no era solo una marca.

El último examen fue Historia de la Magia. A esas alturas, concentrarme requería un esfuerzo monumental, porque quería vomitar cada vez que rebuscaba en mi mente las respuestas correctas. Terminé antes de tiempo, sin embargo, y cuando el profesor Binns dijo que dejáramos las plumas y enrrolláramos los pergaminos, salí disparada hacia el lago en busca de aire fresco.

El sol me dio de lleno en la cara y me detuve debajo del árbol, con las manos en las rodillas. Me recogí el cabello con la goma elástica que me prestó Fay. Estaba sudando.

—¡Oye, Pottercita! —escuché a uno de los gemelos—. ¿Quieres venir a pincharle los tentáculos a este calamar?

Entrecerré los ojos para enfocarlos. Efectivamente, un calamar gigante estaba tomando el sol tranquilamente, mientras ellos y Lee Jordan lo fastidiaban. Negué con la cabeza y me senté sobre el pasto.

—No, paso.

—¿Estás bien? —gritó el otro gemelo y suspuse que era George. Asentí—. ¡No te preocupes, te irá muy bien!

Le di las gracias y cerré los ojos. Pocos segundos después, alguien se echó a mi lado. Supe que era mi hermano antes de abrir los ojos.

—Chicos, ¿qué les pasa? —preguntó Ron—. Pueden alegrarse un poco, aún falta una semana para saber lo mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.

—No es eso —dijo Harry—. Las cicatrices siguen doliendo.

—¿Ya les había pasado antes?

—Sí —contesté—. Pero no así, nunca tanto tiempo seguido.

—Vayan a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.

—Ya fui, ¡cuatro veces! No me alivió nada.

Mellizos Potter y la Piedra Filosofal | HP [01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora