12 | El Espejo de Oesed

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12 | EL ESPEJO DE OESED

Jamás había vivido una navidad como esta.

Comí cono nunca hasta que tuve que desabrocharme la túnica. Habían un centenar de pavos asados, montañas de papas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla, recipientes de plata con grasa riquísima y salsa de moras, y muchos huevos sorpresa esparcidos por toda la mesa. Esos huevos no se parecían a nada a los que Dudley compraba, de plástico y con juguetitos inútiles dentro. Cuando tiré uno al suelo, no solo hizo ¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y nos envolvió en una nube azul, mientras del interior salieron varios ratos blancos, ¡vivos!

Dumbledore estaba en la Mesa Alta, riendo de algún chiste del profesor Flitwick. Hagrid se ponía cada vez más rojo a causa del vino que incluso besó a la profesora McGonagall en la mejilla, causando un rubor súper lindo en ella. Vi a Snape en su silla, mirando todo en silencio. Me maldije por sentir empatía.

Después del postre, los gemelos y yo nos levantamos y cantamos villancicos, ya que gracias a su padre -un fan de las cosas muggles- se sabían algunos. El profesor Dumbledore no tardó en unírsenos y aplaudirnos felizmente al terminar, y mis mejillas se sintieron rígidas de tanto que sonreí. El director del colegio me regaló una cálida sonrisa cuando compartimos miradas. Lo sentí como un abuelo orgulloso de sus nietos. Fue un momento especial.

Posteriormente, salimos al parque de Hogwarts para jugar una guerra de nieve, esta vez sin magia. Pequeños contra grandes. Harry salió del juego rápidamente porque bastaba con empañarle las gafas consiguiendo que se las tuviera que quitar y así no viera nada. Ron y yo quedamos contra Fred, George y Percy, pero el último se rindió honorablemente al encontrar el juego demasiado infantil. Así que, al final, éramos dos contra dos.

Sobraba decir que fue una guerra épica. Ron consiguió deshacerse de George, pero cuando lo festejábamos, Fred le lanzó una bola enorme directo a la oreja. Ron se salió gritando que la tenía congelada, y la guerra se extendió por casi una hora más hasta que los demás se aburrieron y tuvieron que separarnos a Fred y a mí a la fuerza, pues estábamos más que dispuestos a culminar al otro. Lo declaramos un empate.

Tenía los dedos congeladísimos cuando llegamos a la sala común. En la mesa nos esperaban tazas de té con bocadillos de pavo, buñuelos y pastel de Navidad. Nos sentamos de modo que rodeamos la chimenea y contamos historias, chistes y anécdotas. Reí hasta que lloré de dolor abdominal. Comí hasta que ya no me cupo otro buñuelo más. Disfruté hasta que cada mal recuerdo de mis navidades pasadas con los Dursley quedó borrado temporalmente de mi memoria.

Llegó un momento en el que todos estábamos demasiado llenos y somnolientos para considerar ir a dormir, pero el ambiente era muy familiar y hogareño que nadie lo hizo. En su lugar, nos sentamos a ver a Percy perseguir a los gemelos por toda la torre Gryffindor, ya que le habían robado su insignia de prefecto.

Fue el mejor día de Navidad para los Potter, de verdad. Pero había que todavía rondaba por nuestras mentes, y se trataba de aquel regalo de remitente desconocido: la capa de invisibilidad.

Tal como prometimos, Harry y yo nos reunimos en la sala cuando todos se fueron a dormir. Él traía la capa en sus manos. La extendió, y sin decirnos ni una palabra, nos metimos debajo de ella. Se sintió muy curioso, como si nada hubiera cambiado, excepto que nadie podía vernos. Prácticamente Hogwarts estaba abierto para nosotros, sin ningún impedimento. Filch nunca sabría que estábamos ahí, a su lado, recorriendo el pasillo de noche en búsqueda de los secretos del castillo.

«Utilízenla bien», decía la nota. Por supuesto que lo haríamos.

Era muy emocionante. Sentí la misma adrenalina que la vez en que encontramos a Fluffy en el tercer piso.

Mellizos Potter y la Piedra Filosofal | HP [01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora