XII

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Cuando los primeros rayos de sol llegaron al patio, se encontraron con una escena inusual. Marvin y Marcos se habían quedado ahí, dormidos , abrazados el uno al otro . Marvin se acurrucó contra el pecho de su tío cuando el sol le rozó el rostro, soltó un bufido de desagrado al notar que la luz seguía molestándole y se revolvió más entre sus brazos, despertando a Marcos, que bostezó antes de entreabrir su ojo derecho, para luego cerrarlo por la molestia.

- Marcos.- Murmuró Marvin, medio dormido. Su tío gruñó un poco en respuesta.- ¿Qué hora es?, tenemos que levantarnos...

- Hmmm... Durmamos un poco más...- Balbuceó , hundiendo su rostro en el pelo suave de Marvin, que sonrió dulcemente, aún sin abrir los ojos.

- Estoy de acuerdo.- Respondió.

Siguieron así, abrazados y medio dormidos hasta que el sol fue una molestia infranqueable. Trataron de apretar más sus ojos, pero finalmente tuvieron que despertarse. Marvin se incorporó finalmente, dejando a Marcos quejándose en silencio y se removió un poco para buscar su teléfono, al que le quedaba apenas batería, y así mirar la hora. Eran las siete de la mañana. Muy pronto para despertarse un domingo.

- Marcos. - Murmuró, y le sacudió un poco, le vio entreabrir sus ojos, para luego cerrarlos y hacerse bolita contra su cuerpo.

- No quiero...

- Vayamos a la cama, estaremos más cómodos. - Añadió. Su tío pareció reaccionar y empezó a moverse, haciendo crujir su cuerpo hasta finalmente quedar a su altura, se apoyó en su hombro y suspiró.

- Me duele la espalda. - rezongó y Marvin rió un poco, le agarró con suavidad por los hombros y se incorporaron juntos. Ya recogerían todo luego.

Subir por las escaleras medio dormidos fue un trabajo difícil, pero valió la pena cuando se dejaron caer en el cómodo colchón de Marcos, donde se abrazaron con ternura.

- Marvin... - Susurró Marcos. Como si el nombre fuese un mantra. Un rezo. - Te quiero.

La sonrisa del chico de amplió y la cerró sobre los labios del hombre, en un corto pero lindo beso, que duró apenas unos segundos, antes de que quedasen uno perdiéndose en los ojos del otro. Entonces, Marcos hizo ese gesto tan suyo, ese de querer decir algo. Abrió la boca, y luego la volvió a cerrar. Marvin pudo jurar que le llegó a ver negar con la cabeza.

- ¿Ocurre algo?. - Silencio. Los ojos de Marcos destilaban miedo, casi terror, que contrastaba con aquella mirada dulce que antes le había dedicado.

- Yo... - Silencio, intenso. Destructivo. Tragó saliva y apoyó su frente con la de Marvin, mordiéndose los labios ansiosamente. - Quiero ir a ver a tu padre. - Susurró, casi inaudible. - Contigo. Quiero ir contigo.

Marvin abrió mucho los ojos.

- ¿Estás... Estás seguro?. - Su voz se rompía, se quebraba en cada sílaba. Recordaba aún lo que había pasado, años atrás, cuando su tío decidió aquello. Ir a ver a su hermano. Recordó haber tenido que cuidarle, los llantos incesantes que le rompían el alma, su incapacidad para comer durante casi dos semanas... Y ni siquiera había logrado entrar al cementerio. Se había colapsado frente a la puerta, llorando de rodillas, abrazándose a sí mismo.

Marvin tenía miedo de volver a perder a Marcos, de volver a olvidar como era su sonrisa. De volver a vivir como lo había hecho en sus primeros seis años en aquella casa. De volver a verle convertirse en un fantasma que trataba, de todas las formas posibles ser la figura patera de alguien cuando él mismo quería morirse.

Y, cuando volvió de su mente. Aún había silencio, silencio en el que Marcos lloraba, sin gritos, solo un llanto suave; su sobrino le atrajo hacia sí, llevando el rostro de él a su pecho, acariciando su pelo y susurrando palabras de amor inentendibles.

- No lo sé, Marvin. - Balbuceó, abrazándole. - Pero... Necesito ir. Necesito que vengas conmigo, que me abraces... Te necesito ahí, conmigo, Marvin... Yo no puedo... No puedo solo... - Las lágrimas se intensificaron, y los suaves besos de Marvin en su pelo le dieron una extraña paz, rota, pero amable, demasiado dulce.

No necesitaron palabras para saber que irían juntos.

- ¿Cuándo quieres que vayamos?. - Acabó preguntando el más joven. Y en respuesta hubo un tenue murmullo ahogado, que , tras un carraspeo, se dignó a vocalizarse.

- Hoy. - Marvin se atragantó y se separó para verle directamente a los ojos.

- ¿Hoy?, ¿Estás seguro?.

No. No lo estaba. Pero asintió igualmente.

La mirada inquisitiva del joven le hizo zozobrar y casi decide no ir. Casi decide dejar sus necesidades para luego... Casi...

- Estoy seguro. - Cortó Marcos a su propia mente, y la mirada de Marvin se suavizó, dejando entrever una sonrisa.

- Iremos hoy, entonces. - Se arrimó a él y besó su frente. - Durmamos. Hoy será un largo día.

Pero ya no podían dormirse, lo intentaron, descansando los ojos por cerca de dos horas. Hasta que decidieron bajar a desayunar, silenciosos. Sabían lo que se jugaban aquella tarde, pero, aunque el miedo colmaba su alma, también las esperanzas les hacían compañía... Quizá este era el paso, el paso que ambos necesitaban, para poder tener una vida libre, dentro de aquella enorme casa.

Y las horas pasaron, y llegó la hora de comer, y, posteriormente, sin ningún tipo de planificación. Llegó la hora de irse, que se encontró con Marcos en el baño, sudando a raudales por los poros de sus manos, con una expresión compungida en el rostro, una  presión intensa en el pecho, y dos extensos lagrimones surcando sus mejillas.

Y quizá el miedo ese día decidió joderle, decidió asirle a la eterna duda de si podría algún día ser o no feliz. Pero Marcos no quiso rendirse. Esta vez no. No se secó las lágrimas, no hacía falta. Y salió del baño, temblando; dispuesto a cambiar el rumbo de su historia. Quizá también el de su vida.

Estrellas En Llamas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora