XVI

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Cuando salieron del cementerio,  el cansancio les aplastó como un piano. Marcos notaba sus huesos rechinando, su espalda torcida, el escozor de sus ojos, la forma en la que su cuerpo se sostenía a duras penas cuando daba un paso, y, a su lado, un muy silencioso Marvin parecía estar sintiendo lo mismo.

Le miró,  intensamente, y el dolor de su cuerpo pareció detenerse unos segundos cuando el ardor incesante de la necesidad de besarle le consumió por dentro.  Marvin era jodidamente increíble, era precioso, inteligente, era genial,  o así lo sentía.  Así le veía.  Así le amaba.

- Marvin.- Susurró apenas, cuando iban caminando hacia el coche.

- ¿Hum?.- Fue la débil respuesta del chico, que aún iba como un alma en pena por el camino, mientras ladeaba la cabeza hacia su tío. 

- ¿Puedo besarte?.- Y no necesitó respuesta, solo una pequeña sonrisa después y Marvin acortó la distancia y le besó con fuerza en los labios, deslizó sus manos por las caderas de su tío  y le apretó contra su cuerpo,  provocando un crujido para nada agradable de su espalda, seguido de un dolor intenso en sus propios hombros, aún resentidos por contener los espasmos de su llanto, las manos de Marcos se hundieron en su pelo castaño y apretaron un poco mientras contenía un suave gemido en la garganta, y, aunque les dolía el cuerpo, ninguno se detuvo hasta que faltó el aire; abrieron los ojos con pereza y se miraron intensamente,  con cariño. Y vieron, de repente, que en sus ojos ya no había inseguridad, y, aunque seguía habiendo miedo, ahora sabían que,  para ambos, esto valía la pena.

Ellos valían la pena.

- Estoy tan orgulloso de tí.- Jadeó el chico contra sus labios, y el hombre respondió con una sonrisa.

- Yo también estoy orgulloso de tí.- Y volvió a besarle, un roce de labios apenas perceptible. En cuanto se separó,  Marvin fue a buscarlo para alargar el beso y acabaron riéndose como estúpidos al darse cuenta de que pronto se haría de día,  y ahí estaban, besándose en medio de la nada.

- Vámonos al coche.- Acabó sugiriendo el chico y Marcos estuvo de acuerdo, en apenas unos segundos,  ya estaban dentro .

- ¿Estás seguro de que puedes conducir?.- Cuestionó el hombre, un poco nervioso por el hecho de conducir sin haber dormido.

Marvin estuvo a punto de responder con ironía cuando se encontró la mueca preocupada de su tío,  bajó las comisuras de sus labios un poco y cambió su respuesta.

- Si quieres nos quedamos aquí y dormimos un poco antes de volver a casa.

A Marcos la idea le pareció perfecta.

Se acomodaron como pudieron en los asientos de atrás,  Marcos sentado y Marvin con la cabeza sobre sus piernas, teniendo las suyas propias extrañamente dobladas contra la puerta del auto. Su tío empezó a acariciar su pelo distraidamente, mirando como el chico poco a poco se dormía,  y, minutos más tarde, su mano se quedó congelada cuando su cuerpo se derrumbó de sueño contra la ventanilla.

No sabían que hora era, pero era tarde, quizá la una. El primero en despertarse fue Marcos, y, poco después notó a Marvin removerse contra su cuerpo,  apretando la cabeza en su regazo. Sonrió complacido y se contuvo de besarle hasta que estuvo completamente despierto y algo desubicado.

- Buenos días. - Susurró después del beso, un beso que sabía a mañana, y a cansancio, y un poco a tristeza. El muchacho Sonrió y se desperezó , haciendo crujir hasta la última de sus vértebras.

- Buenos días .- Bostezó ampliamente.- ¿Listo para el viaje? .

- Listo. - Rió Marcos.

Marvin fue el primero en salir, estirándose aún más.

- A partir de ahora,  por favor te pediría, que durmiéramos en una cama. Porque si seguimos así con esto de dormir en sitios raros, definitivamente me joderé la espalda.

Marcos ni siquiera pudo contener la risa antes de torcerse contra el asiento delantero, apenas respirando por unas carcajadas silenciosas. Marvin le miró y pronto comenzó a reírse con él,  apoyándose en el coche y sacudiéndose esporádicamente mientras reía.

Tardaron un buen rato en controlarse, cuando lo hicieron, Marcos salió del coche, aún carcajeándose en silencio de la situación.  De todo. Y volvieron a entrar esta vez en sus lugares,  el chico buscó la llave y arrancó.

Y, cuando el coche se alejó del cementerio también notaron como aquella estúpida maleta de pensamientos dolorosos se soltaba, y, aunque sabían que volvería. Por ahora disfrutarían.

Disfrutarían de perderla.

Y, cuando por fin se perdieron en el horizonte,  sus estrellas colapsaron y se unieron, volviéndose universos, intensos, con miles de colores, sentimientos.
Y justo bajo esas estrellas, completamente ajeno, comenzó a nacer él:

El agujero negro.


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