XXI

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Habían pasado ya varios días desde que habían tenido esa conversación,  varios días desde que, Marcos, por fin, se había dado cuenta de que esa era su nueva vida. Hasta ese día,  todo parecía un sueño lúcido,  demasiado idílico como para ser cierto; A veces esperaba despertarse de repente, en su cama, sabiendo que nada había sido cierto y simplemente tendría que moverse, preparar el cumpleaños,  y quedarse embobado mirando a Marvin el resto del día,  sabiendo,  que aunque fuese solo por un rato, habían sido más de lo que deberían. 

Pero todas las mañanas eran diferentes ahora,  a veces, Marvin le hacía el desayuno, otras, se besaban hasta que Marvin tenía que salir corriendo por la puerta sin desayunar,  pero con una sonrisa inmensa y los labios rojos. A veces veían películas, o hablaban por horas... Y a veces Marvin, volvía a salir de la ducha, solo con una toalla a la cintura,  dejando ver las marcas que aún quedaban de su encuentro,  aún brillando intensas sobre la piel pálida,  decidiéndose por cambiarse frente a Marcos, que, anonadado, se quedaba mirando, ojiplático y con el corazón en la garganta,  pero nada había ido a más desde esa vez. Y se estaba volviendo loco.

Solo quería tocarle, un poco, lo suficiente,  pero dar el paso le costaba horrores, como le estaba costando ahora mismo pulsar el infame botón de enviar, ahí,  mirándole acusador desde la pantalla de su portátil. Repasaba ansioso cada una de las palabras,  buscando algún error. Ignorando completamente que era escritor, y que si había revisado el mensaje más de cien veces, ya debería haber visto hasta el más mínimo fallo.

Tamborileó la mesa con los dedos, buscando alguna excusa para postergar lo inevitable. Él quería hacerlo, quería ser un miembro valioso de su familia,  pero admitir,  aunque fuese de forma indirecta, que ya no podía seguir escribiendo,  le hacía sentir inútil.  Recordaba a Roberto, diciéndole que él le apoyaba, recordó la mano firme en su hombro cuando entregó su primer manuscrito con dieciocho años, y ese abrazo de oso que su hermano le dio cuando le publicaron su primer libro... Y también recordó cuando nació Marvin, él estaba junto a Roberto ese día, y con su madre, Noemi ni siquiera llamó, aunque ya todos estaban acostumbrados, nadie se percató de su ausencia.  Roberto salía y entraba de la sala de partos, frenéticamente,  actualizando a todos de lo que ocurría.

- ¡Ya está saliendo!.- Había gritado, sonriendo de oreja a oreja, con esa sonrisa que luego vería reflejada en el rostro de Marvin. Roberto volvió a entrar, y minutos más tarde se oyeron los llantos de un bebé, Pasó un poco más de tiempo,  hasta que Roberto salió y se lanzó a los brazos de Marcos, y luego a los de su madre, riendo y gritando. - ¡Es un niño, y está sano!.

Un niño sano, un niño sano que luego el mismo Roberto le entregó.

- Ten cuidado con la cabecita. - Decía él,  colocando con cuidado a Marvin en sus brazos,  Marcos miró al pequeño a los ojos, recibiendo de vuelta una mirada curiosa, él le sonrió y Marvin rió en respuesta.- ¿Ves?, le gustas.

- Se parece a tí. - Susurró Marcos, acunando al niño con suavidad. Marvin no paraba de mirarle, alargando sus manitas hasta la melena negra del hombre.- Hola, pequeño.

- Se llama Marvin.- Marcos miró de nuevo a Roberto,  dando a entender que le había oído, luego devolvió su atención al niño.

- Hola, Marvin.  Yo soy Marcos.- Susurró con voz suave. Roberto les miraba con cariño, y ese brillo tierno en sus ojos se intensificó cuando dijo:

- Elegimos su nombre porque se parecía al tuyo.

Marcos ni siquiera llegó a procesar bien lo que le habían dicho y ya estaba llorando, llorando de alegría,  con un pequeño Marvin entre sus brazos.

- ¿En serio?.

Y se miraron a los ojos.

- En serio. Y, además,  seguro en un futuro amará leer tus libros. - Le dijo, colocando una mano segura en su hombro.- Me encantaría que los dos hombres más importantes de mi vida pasaran tiempo juntos.

Y ahora,  años más tarde, no podía ni escribir, ni pensar, su creatividad había caído en el vacío profundo de su tristeza. Ya no leía,  ni escribía. Por no hacer, ni vivía. No sabía si Roberto estaría orgulloso,  pero, se dijo, Marvin sí lo estaría,  Marvin sí le diría lo orgulloso que estaba de él,  lo bien que lo estaba haciendo, y le daría un beso, y luego podrían ver una película,  o simplemente abrazarse en una habitación silenciosa mientras Marvin miraba distraidamente su teléfono. Sí,  Marvin estaría orgulloso,  orgulloso de quién era. Y, además,  no tendría que dejar de escribir para siempre,  solo por un tiempo... Solo... Por un tiempo.

Y así,  con Marvin en mente.  Con las ganas de ser más para él,  para su futuro.  Pulsó la infame tecla, y después salió corriendo de la habitación como si acabase de ver un fantasma.

Llevaba una hora dando vueltas por la casa, aterrorizado de revisar si había recibido una respuesta,  así que,  para matar el tiempo,  se puso a hacer limpieza profunda.

Solía limpiar todos los días,  con música de fondo, tarareando distraidamente. Limpió el piso más alto de la casa, donde estaban las habitaciones principales y uno de los baños,  miró la abandonada habitación de su sobrino, y pensó en hablar con él acerca de buscar una forma de decorar su habitación más acorde a los dos, porque muchas de las cosas del chico seguían ahí,  acumulando polvo. Aunque parecía que la ropa de Marvin ya había empezado a cambiar de sitio por cuenta propia,  apareciendo en su armario casi como si siempre hubiese sido su lugar,  su colonia había encontrado su sitio sobre la mesilla de noche, y su cargador estaba acaparando ya el lugar donde antes estaba conectada su pequeña lamparita blanca, que llevaba casi dos años rota. A veces se encontraba saltando sus zapatillas, o recogiendo vasos de café que se había dejado sobre su escritorio. Y eso, eso le encantaba, quería seguir recogiendo cafés a medio beber, seguir saltando zapatos, seguir apartando camisas del otro para encontrar las suyas, quería seguir despertando con su olor suave al lado. Quería seguir compartiendo ese espacio,  que más que suyo, ahora era de ambos, y amaba eso.

Quizá Marvin movería sus cuadros, para dar color,  o pondría otro armario,  o colocaría junto al suyo otro escritorio donde hacer sus cosas, quizá exigiría comprar nuevas sábanas o pintar las paredes... Y estaba deseando eso, deseaba ese momento dónde su espacio pasara de ser "mío" a "nuestro". Cerró la puerta. Después de todo, no había intención de que ese lugar fuese parte de su futuro. 

Y bajó al piso de abajo, ignorando completamente esa otra habitación,  que llevaba años en el olvido, donde nunca nadie entraba,  y que con tan sólo abrir la puerta uno se encontraba con los recuerdos vacíos de lo que una vez fue un hogar, guardadas en cajas marrones, todas las cosas de su hermano se ahogaban el polvo espeso y las lágrimas que Marcos una vez derramó,  manchando su superficie escrita con rotulador negro. Ignorando también, con la misma intensidad, la habitación gemela que se encontraba en el piso de abajo, también llena de aquello que una vez su hermano usó de forma cotidiana. Marcos no tenía el corazón para tirarlo. Y tampoco la fuerza para verlo, así que ahí se quedaron, otro día más,  acumulando años. Acumulando miedo.

Miró el reloj de la pared del salón, cada vez quedaba menos para que Marvin llegase a casa, pero aún tenía una hora de absolutamente nada antes de hacer la cena, y su terror a abrir el correo aún no se iba, dio unas cuantas vueltas por la casa y acabó saliendo a limpiar el patio, hacía años que no tenía plantas ahí, o nada, en general.  La piscina la habían cerrado hacía cuatro años y nunca la habían vuelto a abrir, ahora estaba cubierta de palés y rodeada con una cinta roja para evitar que alguien se rompiera una pierna. Una pena, se dijo, a Marvin le encantaba bañarse en la piscina cuando era un niño.

Estaba ya volviendo adentro, pensando en que debería abrirle la piscina a Marvin antes de que terminase el verano... Quizá planear una cita con él,  hacer sus platos favoritos y preparale una cena romántica, o algo del estilo, cuando su teléfono empezó a sonar, insistente, en el bolsillo de sus pantalones grises.  Se extrañó,  y luego se preocupó, pensando que quizá había pasado algo.

Y justo después, el teléfono dio un salto en sus manos, casi cayendo al suelo, al ver quién le estaba llamando. Aceptó la llamada algo reticente, sin saber muy bien qué esperar.

- ¿Noemi?, ¿Qué pasa?.- Dijo, antes siquiera de que su hermana mayor pudiese decir algo.

Estrellas En Llamas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora