XVII

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La primera mañana que Marvin se despertó abrazando a su tío, en su cama, pudiendo besarle. Pudiendo decirle lo mucho que le quería hasta verle abrir los ojos, para luego cerrar la promesa uniendo en sus labios, bien pudo considerarse para él como un trozo de paraíso, un viaje hacia el nirvana, hasta el mismísimo Edén de los cristianos, y, aunque la religión no era lo suyo, sabía que esto. Este momento,  justo antes de besar a un somnoliento Marcos que le sonreía,  tenía, debía ser, obra de un Dios.

- Buenos Días. - Susurró apenas, moviendo su mano para acariciar el suave pelo de su novio.

- Buenos días. - Respondió Marcos, hundiendo aún más el rostro en su pecho, se apretó más contra este y soltó un ruidito gutural de satisfacción. Marvin estaba descubriendo que a Marcos le encantaban los abrazos, concretamente los suyos, y eso le provocaba una calurosa sensación de orgullo hacia sí mismo y ternura. Joder, ¿Cómo era posible amar tanto?... ¿Cómo  era posible amarle tanto? .

Dejó un beso suave en el nacimiento de su pelo.

- ¿Quieres que baje a hacer el desayuno?.- Susurró.

Marcos negó con la cabeza,  apretándole contra su cuerpo aún más.

- Quédate.

Marvin se rió,  era adorable,  era jodidamente precioso. Volvió a besar su pelo, repetidas veces, hasta que la candente emoción de querer aplastarle a besos se fue de su pecho .

- Luego te vas a poner de mal humor si tienes hambre y no está hecho. - Le dijo, el otro no respondió. - ¿Marcos?.

El pelinegro gruñó un poco.

- Tienes razón. - Se separó en contra de su voluntad mirándole a los ojos. - Bajaré yo en un rato.

Marvin asintió y le besó en los labios, profundamente, ignoró el sabor amargo del sueño y siguió besando, le encantaba.  Le fascinaba,  era increíble. Maravilloso,  se separó,  perfilando la mandíbula del otro con su pulgar.

- Te quiero. - Le dijo, perdido en sus ojos.

- Te amo.- Fue la respuesta,  y otro beso, esta vez más corto.

- ¿Qué quieres para desayunar?.- Iquirió, comenzando a alzarse .

- Tostadas de-

- Mantequilla y Mermelada de fresa con un poco de azúcar,  ¿No?.- Aún adormecido, su tío soltó una risa.

- Sí,  y café solo con hielo.

- Hecho.- Dijo en un quejido, desperezándose, antes de agacharse un poco y soltar un beso casi imperceptible sobre la boca del otro e irse.

Fue al baño para mear y lavarse los dientes, se aseó un poco y agradeció no ser de ese tipo de personas que sudaban a mares en Verano, llenó sus manos de agua y hundió su rostro para despejarse, pasó las manos húmedas por su cuello y casi pudo notar sus músculos destensándose, sonrió. Se sentía increíble. 

Bajó las escaleras hasta el segundo piso de la casa y fue a la cocina, era amplia y bonita, con un hermoso ventanal que daba al patio, debajo de este había una repisa con fotos, pudo distinguir a su abuela, a su tía, incluso a sus primos. Pero la mayoría eran suyas,  de él y de Marcos: Él y Marcos en el zoo, en el cine, en el parque. Sonrió dulcemente,  y se giró hacia la encimera para preparar los cafés y las tostadas. Le dejó a Marcos lo suyo al lado de la cafetera, con el vasito de hielos preparado,  vertió su propio café en un vaso con hielos y se fue hacia la ventana.  Solía mirar el cielo desde ahí,  pensando. Pero ese día se dedicó a mirar las fotos.

Fue paseando su mirada por los retratos, hasta llegar a uno, el día de la fiesta de fin de curso de cuarto de la ESO, se vio a sí mismo,  sonriente, abrazando a Marcos. Agarró el marco mientras daba un sorbo y se puso a estudiar su propio rostro, y, justo en sus ojos lo vio: La culpa.

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