XV

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La tensión en el auto se podía cortar con un cuchillo. El señor Haines tenía la mandíbula apretada, la mirada clavada en la carretera y los nudillos blancos de tanto apretar el volante.

Por alguna razón estaba nerviosa y tenía un poquito de miedo. Estaba incluso más enojado que el día que lo extorsioné para que follara conmigo. Apreté el borde de mi falda, intentando contener la mala sensación que me abordaba mientras pensaba en que no traía bragas, pero eso era lo que menos me importaba en esos momentos. Después de meditarlo innumerables veces decidí romper el silencio:

—¿A dónde me lleva?

Aunque parecía imposible, sus nudillos se tornaron más blancos aún porque intensificó su agarre en el volante. Su mirada era siniestra, contemplaba la carretera con odio y su silencio solo empeoraba mi estado, ya me estaba poniendo ansiosa.

—¿Qué pasa? —insistí en saber.

Más silencio.

—¿Por qué está así? —hice otro intento por obtener una explicación.

Nada.

—Hasta que no me diga no voy a detenerme —le aclaré. Al parecer, en aquel momento mi voz era como un tenedor en un plato para él porque tragó saliva con rabia. Mi insistencia comenzaba a irritarlo, pero me daba igual; quería saber, necesitaba saber.

Fruncí el entrecejo ante su silencio perpetuado. Ya estaba impaciente.

—Si no me dice, voy a lanzarme del auto —lo amenacé, colocando mi mano en la manija y no era broma, sí era capaz de hacerlo. Era capaz de hacer cosas de las que no muchos sentirían orgullo.

De pronto mi cuerpo se fue hacia delante bruscamente debido al frenazo tan repentino que dio. Luego se bajó del auto y me quedé paralizada observando cómo daba la vuelta hasta abrir mi puerta. Después, con esa mirada gélida de odio, me tomó del brazo y me dio un tirón que me obligó a salir del auto.

—¡Suélteme! —chillé, zafándome con la misma brusquedad que él me había agarrado.

—¿No querías saber por qué estamos aquí? Ahora te diré —masculló.

Eché un rápido vistazo alrededor. Era un lugar bastante apartado del pueblo y que nunca había visitado. Alrededor solo había árboles.

El señor Haines se llevó las manos a la espalda y sacó de su pantalón un sobre enrollado. Mi entrecejo se hundió mientras lo contemplaba.

—Te suena, ¿no es así? —articuló.

Lo peor era que sí me sonaba, pero me mantuve en silencio. Ante su enfado cualquier paso en falso podría ser fatal.

—No te hagas la niña inocente ahora y ¡responde! —bramó, zarandeándome por el brazo. Al parecer, mi silencio no serviría; al contrario, lo empeoraría todo.

—¡Ya le dije que no me toque! —rugí, halando mi brazo—. ¡¿Qué le pasa?! ¡¿Ya está demente?! —bramé.

—¡No te hagas la desentendida! ¡Sabes perfectamente lo que es esto! —sus gritos no se quedaron atrás con respecto a los míos.

—¡No dé más vueltas y diga de una puta vez por qué rayos me trajo aquí!

Con movimientos frenéticos abrió el sobre y sacó algo de él. Luego me tomó inesperadamente del cabello sin ningún tipo de delicadeza y tiró de él hasta que mi cara quedó justo enfrente de las hojas que su mano sujetaba.

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora