XIX

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Debido a la visita que tenía planeada Alix a su adorada amiga, tuve que despertar temprano para hacerle compañía a la turista desorientada. Algún defecto debía tener aquella chica.

Ella me guio durante el trayecto mientras íbamos conversando de cualquier tema banal. Al escucharla, me percaté de que era un poquito consentida, como una princesita. Al parecer, había vivido toda su vida en su burbuja de felicidad.

Finalmente llegamos a la casa de la famosa amiga y, afortunadamente, estaba cerca de la casa de Crystal, así que me había ahorrado una larga caminata.

Después de tocar el timbre, nos recibió en la puerta un chico de cabello castaño oscuro y desordenado que llevaba lentes y cierto toque desaliñado.

—¿Qué quieres en mi casa? —me espetó, ignorando a Alix, la cual puso una expresión de confusión.

—Hola, Steve —lo saludé, intentando ser cordial.

Él se limitó a hundir el entrecejo con fastidio. No puedo creer que siga enojado porque lo rechacé aquel día en la biblioteca.

—Eh... hola —rompió el incómodo silencio la prometida de mi primo—. ¿Está tu hermana?

—Sí —masculló Steve, mirando a Alix sin variar su expresión ceñuda y luego nos dio la espalda para ir a buscarla.

Ni siquiera nos había invitado a entrar, pero aun así lo hicimos. Contemplé la sala de estar como método de entretenimiento hasta que mi mirada recayó en un libro abierto que estaba sobre el sofá. Al parecer, a alguien le gustaba mucho leerlo porque las hojas tenían cierto desgaste e incluso alguna que otra escritura.

Debido al aburrimiento, escruté la página en que hallé abierto el libro. Alcancé a leer algo sobre el cloruro de potasio. Creo que hablaba de sus propiedades y aplicaciones, pero no podría asegurarlo porque cuando estaba escrutando el contenido alguien llegó y me arrebató bruscamente el libro de la mano.

—No toques eso —me gruñó Steve, como si mi tacto pudiese destruir su preciado libro.

—Marina, hola -saludó animadamente la chica nueva en la sala de estar.

—Nina... —nombré, extrañada, a la chica de lentes que trabajaba en el hostal de la señora Sanders, en el cual fue hallado muerto el detective Luddington—. ¿Ustedes son hermanos? —pregunté.

—Sí —afirmó y luego su mirada cayó en el libro que Steve apretaba con fuerza-. Pensé que ya lo habías devuelto hace días —le comentó a su hermano, haciendo referencia al libro.

—Este otro lo compré —masculló, mirando el suelo, avergonzado.

—Ah, es que son iguales. A mi hermano le encanta la química —emitió, sonriente y orgullosa.

—Nina —gruñó él.

—¿Qué? Déjame presumir un poco a mi hermano, el cerebrito. Sé que algún día serás un excelente ingeniero químico.

—Me largo —escupió él, indiferente a las visitas y a la palabra "educación".

Yo lo seguí con la mirada hasta que desapareció por un pasillo.

—Así que tú eres la famosa amiga y futura dama de honor de Alix —comenté en un canturreo.

—Eso parece —chilló, emocionada y después comenzaron a hablar de los planes de boda.

El tema me resultaba tan tedioso, sentía que en cualquier momento me quedaría dormida. No comprendía el entusiasmo por gastar un montón de dólares en una ceremonia que consistía en amarrarte a un hombre el resto de la vida, del cual, probablemente, te hartarías o, incluso peor, él te daría una patada en el trasero y se iría con otra. Aunque en este caso estábamos hablando de mi primo, daba igual. Un hombre es un pene desechable, sea el que sea.

Relación Mortal |+18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora